Domingo XVI Tiempo Ordinario (C) – Homilías
/ 5 julio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.
Gn 18, 1-10a: Señor, no pases de largo junto a tu siervo
Sal 14, 2-3ab. 3cd-4ab. 5: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
Col 1, 24-28: El misterio escondido desde siglos, revelado ahora a los santos
Lc 10, 38-42: Marta lo recibió en su casa. María ha escogido la parte mejor
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Homilía(20-07-1980)
Domingo XVI per annum. Castelgandolfo
Sunday 20 de July de 1980
Queridos hermanos y hermanas:
Estoy contento de celebrar hoy con vosotros este convite eucarístico, en el primer domingo de mi estancia estiva en Castelgandolfo. La comunión que ahora establecemos entre nosotros alrededor del altar del Señor quiere ser signo, particular y singularísimo, de esos vínculos de fe y de intenciones que realmente nos unen cada día, aunque no siempre puedan expresarse de esta manera privilegiada. Aprovecho la ocasión, pues, tan oportuna, para manifestar mi aprecio hacia el trabajo desarrollado por vosotros, y mi cordial gratitud por vuestra solícita dedicación.
Pero, puesto que estamos celebrando la Santa Misa, debemos tomar de la liturgia de la Palabra la enseñanza adecuada para nuestra vida. Acabamos de leer en el Evangelio según San Lucas el episodio de la hospitalidad concedida a Jesús por Marta y María. Estas dos hermanas, en la historia de la espiritualidad cristiana, se han considerado como figuras emblemáticas relacionadas, respectivamente, con la acción y la contemplación: Marta está muy ocupada en las tareas de la casa, mientras que María está sentada a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Podemos sacar dos lecciones de este texto evangélico.
Ante todo, hay que notar la frase final de Jesús: "María ha elegido la parte mejor, que no le será quitada". De esta manera subraya, con fuerza, el valor fundamental e insustituible que, para nuestra existencia, tiene la escucha de la Palabra de Dios: ésta debe ser nuestro constante punto de referencia, nuestra luz y nuestra fuerza. Pero hay que escucharla.
Hay que saber estar en silencio, crear espacios de soledad o, mejor, de encuentro reservado a una intimidad con el Señor. Hay que saber contemplar. El hombre de hoy siente mucho la necesidad de no limitarse a las meras preocupaciones materiales, e integrar, en cambio, su propia cultura técnica con superiores y desintoxicantes aportaciones procedentes del mundo del espíritu. Desgraciadamente, nuestra vida diaria corre el riesgo o incluso experimenta casos, más o menos difundidos, de contaminación interior. Pero el contacto de fe con la Palabra del Señor nos purifica, nos eleva y nos vuelve a dar energía.
Por tanto, tenemos que conservar siempre ante los ojos del corazón el misterio del amor, con que Dios ha venido a nuestro encuentro en su Hijo, Jesucristo: el objeto de nuestra contemplación está todo aquí, y de aquí procede nuestra salvación, el rescate de toda forma de alienación y, sobre todo, de la del pecado. En resumidas cuentas, estamos invitados a hacer como la otra María, la Madre de Jesús, la cual "guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón" (Lc 2, 19). Con esta condición no seremos hombres en una sola dimensión, sino ricos de la misma grandeza de Dios.
Pero hay una segunda lección que aprender: y es que nunca debemos ver un contraste entre la acción y la contemplación. En efecto, leemos en el Evangelio que fue "Marta" (y no María) quien acogió a Jesús "en su casa". Por otra parte, la primera lectura de hoy nos sugiere la armonía entre las dos cosas: el episodio de la hospitalidad concedida por Abraham a los tres misteriosos personajes enviados por el Señor, los cuales, según una antigua interpretación, son incluso una imagen de la Santa Trinidad, nos enseña que también con nuestros trabajos diarios más pequeños podemos servir al Señor y estar en contacto con El. Y, puesto que este año se celebra el décimo quinto centenario del nacimiento de San Benito, recordamos su célebre máxima: "Reza y trabaja", Ora et labora! Estas palabras contienen un programa entero: no de oposición, sino de síntesis; no de contraste, sino de fusión entre dos elementos igualmente importantes.
Esto trae consigo para nosotros una enseñanza muy concreta que se puede expresar en manera de interrogación: ¿Hasta qué punto somos capaces de ver en la contemplación y en la oración un momento de auténtica carga para nuestras tareas diarias?, y, por otra parte, ¿hasta qué punto podemos vivificar, hasta lo íntimo, nuestro trabajo con una fermentadora comunión con el Señor? Estas preguntas pueden servir para un examen de conciencia y convertirse en estímulo para una toma de conciencia de nuestra vida de cada día, que sea, al mismo tiempo, más contemplativa y más activa.
Mientras ahora seguimos la celebración de la Santa Misa, ofrecemos al Señor estos nuestros propósitos, y sobre todo invocamos su potente gracia para que nos ayude a traducirlos en realidad vivida.
Ángelus(18-07-2010)
Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Sunday 18 de July de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos ya en pleno verano, al menos en el hemisferio boreal. Es el tiempo en el que cierran las escuelas y se concentran la mayor parte de las vacaciones. También las actividades pastorales de las parroquias se reducen y yo mismo he suspendido las audiencias por un período. Es por lo tanto un momento favorable para dar el primer lugar a lo que efectivamente es más importante en la vida, o sea, la escucha de la Palabra del Señor. Así lo recuerda también el Evangelio de este domingo, con el célebre episodio de la visita de Jesús a casa de Marta y María, narrado por san Lucas (10, 38-42).
Marta y María son dos hermanas; tienen también un hermano, Lázaro, quien en este caso no aparece. Jesús pasa por su pueblo y —dice el texto— Marta le recibió (cf. 10, 38). Este detalle da a entender que, de las dos, Marta es la mayor, quien gobierna la casa. De hecho, después de que Jesús entró, María se sentó a sus pies a escucharle, mientras Marta está completamente ocupada en muchos servicios, debidos ciertamente al Huésped excepcional. Nos parece ver la escena: una hermana se mueve atareada y la otra como arrebatada por la presencia del Maestro y sus palabras. Poco después, Marta, evidentemente molesta, ya no aguanta y protesta, sintiéndose incluso con el derecho de criticar a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Marta quería incluso dar lecciones al Maestro. En cambio Jesús, con gran calma, responde: «Marta, Marta —y este nombre repetido expresa el afecto—, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42). La palabra de Cristo es clarísima: ningún desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra actividad cotidiana.
Queridos amigos: como decía, esta página del Evangelio es especialmente adecuada al tiempo de vacaciones, pues recuerda el hecho de que la persona humana debe trabajar, sí; empeñarse en las ocupaciones domésticas y profesionales; pero ante todo tiene necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad. Sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordenado. Y ¿quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo? Por eso aprendamos, hermanos, a ayudarnos los unos a los otros, a colaborar, pero antes aún a elegir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro mayor bien.
Ángelus(21-07-2013)
Plaza de San Pedro
Sunday 21 de July de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
También este domingo continúa la lectura del décimo capítulo del evangelista Lucas. El pasaje de hoy es el de Marta y María. ¿Quiénes son estas dos mujeres? Marta y María, hermanas de Lázaro, son parientes y fieles discípulas del Señor, que vivían en Betania. San Lucas las describe de este modo: María, a los pies de Jesús, «escuchaba su palabra», mientras que Marta estaba ocupada en muchos servicios (cf. Lc 10, 39-40). Ambas ofrecen acogida al Señor que está de paso, pero lo hacen de modo diverso. María se pone a los pies de Jesús, en escucha, Marta en cambio se deja absorber por las cosas que hay que preparar, y está tan ocupada que se dirige a Jesús diciendo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano» (v. 40). Y Jesús le responde reprendiéndola con dulzura: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria» (v. 41).
¿Qué quiere decir Jesús? ¿Cuál es esa cosa sola que necesitamos? Ante todo es importante comprender que no se trata de la contraposición entre dos actitudes: la escucha de la Palabra del Señor, la contemplación, y el servicio concreto al prójimo. No son dos actitudes contrapuestas, sino, al contrario, son dos aspectos, ambos esenciales para nuestra vida cristiana; aspectos que nunca se han de separar, sino vivir en profunda unidad y armonía. Pero entonces, ¿por qué Marta recibe la reprensión, si bien hecha con dulzura? Porque consideró esencial sólo lo que estaba haciendo, es decir, estaba demasiado absorbida y preocupada por las cosas que había que «hacer». En un cristiano, las obras de servicio y de caridad nunca están separadas de la fuente principal de cada acción nuestra: es decir, la escucha de la Palabra del Señor, el estar —como María— a los pies de Jesús, con la actitud del discípulo. Y por esto es que se reprende a Marta.
Que también en nuestra vida cristiana oración y acción estén siempre profundamente unidas. Una oración que no conduce a la acción concreta hacia el hermano pobre, enfermo, necesitado de ayuda, el hermano en dificultad, es una oración estéril e incompleta. Pero, del mismo modo, cuando en el servicio eclesial se está atento sólo al hacer, se da más peso a las cosas, a las funciones, a las estructuras, y se olvida la centralidad de Cristo, no se reserva tiempo para el diálogo con Él en la oración, se corre el riesgo de servirse a sí mismo y no a Dios presente en el hermano necesitado. San Benito resumía el estilo de vida que indicaba a sus monjes en dos palabras: «ora et labora», reza y trabaja. Es de la contemplación, de una fuerte relación de amistad con el Señor donde nace en nosotros la capacidad de vivir y llevar el amor de Dios, su misericordia, su ternura hacia los demás. Y también nuestro trabajo con el hermano necesitado, nuestro trabajo de caridad en las obras de misericordia, nos lleva al Señor, porque nosotros vemos precisamente al Señor en el hermano y en la hermana necesitados.
Pidamos a la Virgen María, Madre de la escucha y del servicio, que nos enseñe a meditar en nuestro corazón la Palabra de su Hijo, a rezar con fidelidad, para estar, cada vez más atentos, concretamente, a las necesidades de los hermanos.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico
Fundación Gratis Date, Pamplona, 2004
A los pies del Señor
«Sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra». Esta actitud de María resume perfectamente la postura de todo discípulo de Jesús. «A los pies del Señor», es decir, humildemente, en obediencia, en sometimiento a Cristo, consciente de que él es el Señor, no como quien dispone la Palabra, sino como quien se deja instruir dócilmente, más aún, se deja modelar por la palabra de Cristo. Y ello en atención permanente al Maestro, en una escucha amorosa y continua, pendiente de sus labios, como quien vive «de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4).
«Sólo una cosa es necesaria». Son palabras para todos, no sólo para las monjas de clausura. Si sólo una cosa es necesaria, quiere decir que las demás no lo son. Pero, por desgracia, ¡nos enredamos en tantas cosas que nos hacen olvidarnos de la única necesaria y nos tienen inquietos y nerviosos! Y lo peor es que, como en el caso de Marta, muchas veces se trata de cosas buenas. Las palabras de Jesús sugieren que nada debe inquietarnos ni distraernos de su presencia y que en medio de las tareas que Dios mismo nos encomienda hemos de permanecer a sus pies, atentos a él y pendientes de su palabra.
Esta actitud de María, la hermana de Marta, se realiza admirablemente en la otra María, la Madre de Jesús. Ella es la perfecta discípula de Jesús, siempre pendiente de los labios de su Maestro, totalmente dócil a su palabra, flechada hacia lo único necesario.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Semana X-XVIII del Tiempo Ordinario. , Vol. 5, Fundación Gratis Date, Pamplona, 2001
La primera lectura narra la hospitalidad de Abrahán a Dios, que se le muestra bajo las apariencias de un extranjero. El Evangelio nos muestra a Jesucristo, huésped de sus amigos Lázaro, Marta y María. En la segunda lectura San Pablo se siente identificado con Cristo, cuya pasión vive en su propia carne, y con la Iglesia, cuyo misterio anuncia.
Ni la trascendencia de la divinidad ni la profundidad misteriosa de su vida íntima trinitaria, ni su absoluta supremacía sobre todas las cosas han sido óbice contra la iniciativa de Dios de entablar intimidad amorosa con nosotros, los hombres. El mismo se ha puesto a nivel de diálogo. «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14), convivió con nosotros. Esta es la gran noticia que todos los hombres deben conocer y secundar.
–Génesis 18,1-10: Señor, no pases de largo ante tu siervo. Abrahán, Padre de los creyentes, es en la historia de la salvación el «amigo de Dios» (Is 41,8; Sant 2,23). Es el hombre que en la fe y en la caridad pudo llegar hasta el diálogo y la intimidad misteriosa con Dios. Su profunda religiosidad no lo aparta del prójimo, sino que lo hace particularmente generoso y delicado con los hombres. San Hilario de Poitiers dice en su Tratado sobre los Misterios que «Abrahán ve a un hombre y adora a Dios». Esta interpretación es común en los Santos Padres.
En verdad acogiendo al hermano pobre, marginado, socorriendo al menesteroso, se acoge y socorre al mismo Dios. Lo dijo Cristo en el Evangelio: «Tuve hambre y me diste comer...»
–Adecuadamente se ha escogido el Salmo 14 como Salmo responsorial: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?» Y las condiciones son las obras de caridad: «El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal al prójimo ni difama al vecino; el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. El que no presta dinero a usura, ni acepta soborno contra el inocente, el que así obra nunca fallará».
–Colosenses 1,24-28: El misterio que Dios ha tenido escondido lo ha revelado ahora a su pueblo. Ese misterio es Cristo, revelado como cercanía personal y suprema de Dios ante los hombres. Todo cristiano, en cuanto miembro de Cristo por el bautismo, ha de ser testimonio y apóstol del Evangelio. En el momento de la prueba y del sufrimiento no debe venirse abajo, sino ofrecer las tribulaciones al Señor para irradiar el mensaje evangélico al mundo, completando, a imitación de San Pablo, lo que falta al padecimiento de Cristo. Todo fiel puede y debe cooperar a la dilatación del Reino de Cristo con su oración, con sus palabras, con su vida ejemplar, con su propio sufrimiento ofrecido a Dios por medio de Jesucristo.
Dios ha reconciliado consigo al mundo por medio de la sangre de Cristo, muerto en la cruz. Tal misterio de amor ha de ser participado por los cristianos en su quehacer cotidiano. El amor de Dios se manifiesta en el dolor y en el sufrimiento. El cristiano debe asociarse a la cruz de Cristo para hacer brillar el rostro amoroso de Dios en toda la humanidad.
–Lucas 10,38-42: Marta lo recibió en su casa. María ha escogido la parte mejor. La plena intimidad amorosa y dialogante con el Corazón de Cristo, como en familia y en trato de amistad es siempre «la mejor parte», que el Evangelio garantiza y defiende para los que le conocen y le aman. San Agustín comenta este pasaje evangélico:
«Marta y María eran dos hermanas no sólo en la carne, sino también en la devoción. Ambas se unieron al Señor, ambas le sirvieron en la unidad de corazón cuando vivía en la carne de este mundo. Marta lo recibió en su casa como suele recibirse a los peregrinos. La sierva sirve al Señor; la enferma al Salvador, la criatura al Creador. Lo recibió para alimentarlo en la carne, ella que iba a ser alimentada en el espíritu. Quiso el Señor tomar la forma de siervo y en ella ser alimentado por los siervos, mas no por necesidad, sino porque así se dignó...
«Marta preparando y aderezando el alimento para el Señor se afanaba en infinidad de quehaceres; María, su hermana, prefirió ser alimentada por el Señor. Abandonando en cierto modo a su hermana, entregada a los afanes domésticos, ella se sentó a los pies del Señor y, libre de ajetreos humanos, escuchaba su palabra... Una sola cosa es necesario: aquella unidad celeste, la unidad por la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola cosa. Ved cómo se nos recomienda la unidad... Y con todo, estas tres Personas no son tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un solo Dios omnipotente. La misma Trinidad es un solo Dios, porque una sola cosa es necesaria. Y a la consecución de esta única cosa sólo nos lleva el tener los muchos un solo corazón» (Sermón 103).
Adrien Nocent
El Año Litúrgico: Celebrar a Jesucristo
Tiempo Ordinario (Semanas IX a XXI). , Vol. 6, Sal Terrae, Santander, 1982
pp. 78-81
Dios viene a nuestra casa
-Recibir a Jesús en la propia casa (Lc 10, 38-42)
El Evangelio de este día aporta diversas enseñanzas. Particularmente el problema, siempre actual, de la acción y la contemplación podría encontrar apoyatura en este texto. Pero no conviene dejarnos llevar demasiado lejos en esta meditación, pues como la primera lectura indica, este pasaje del Evangelio ha sido escogido, sobre todo, para hablarnos de la visita que Dios hace a nuestra casa. Esta visita es lo que debe retener nuestra atención en primer lugar; pero también es importante ver cómo y en qué condiciones debemos nosotros recibir la visita de Dios.
La visita del Señor requiere una actitud y este texto es muy bueno para explicárnosla. Aunque el Evangelista no nos detalla el lugar de la narración, sí se detiene a darnos el nombre de las dos mujeres visitadas por Jesús, cosa que no suele ser frecuente, pues Lucas no suele proporcionar de ordinario el nombre de los interlocutores de Jesús. Parece que el Evangelista hubiera tenido la intuición de que este relato iba a ser para siempre muy importante en la vida de la Iglesia: recibir a Cristo, pero ¿cómo? Se detiene en darnos detalles.
Hay dos modos posibles de recibir a Jesús: uno está representado en la actitud de María, sentada a los pies de Jesús. ¿Cómo comprender esta actitud más allá de una especie de ociosidad contemplativa? María está en la actitud de quien escucha activamente al Señor. La postura de sentado es propia del discípulo. Efectivamente, la multitud se sienta alrededor de Jesús para aprender (Mt 12, 47; Lc 8, 19-20); el hombre liberado del demonio se sienta a los pies de Jesús (Lc 8, 35). La otra actitud es la de la actividad amorosa, llena de respeto al Señor hasta el punto de que S. Lucas deja traslucir la ansiedad y el celo tan seguro de sí mismo que embarga a Marta y que la lleva a poner por testigo al Señor de toda su actividad, mientras que su hermana la deja sola en todos los trabajos del servicio.
Cristo responde juzgando ambas actitudes. Su respuesta es más matizada de lo que algunos piensan. En primer lugar, no contiene condenación alguna del celo que anima a Marta y sería algo, al menos subjetivo, ver en las palabras de Jesús una condena del celo y de la actividad apostólica de la Iglesia. Para dar una interpretación adecuada a la respuesta de Cristo hay que situar sus palabras en el contexto en que S. Lucas las coloca voluntariamente. Es fácil constatar que quiere insistir, en esta ocasión, en la escucha de la Palabra y en la actitud del discípulo. Recibir a Cristo es, ante todo, escucharle, hacer de uno mismo un discípulo. No hay exclusivismo en la respuesta de Jesús: no se trata de que el cristiano tenga que actuar o contemplar... alternativa falsa. Se trata, en primer lugar de escuchar, de recibir a Cristo en paz haciéndose discípulo suyo con sencillez. Si se puede barruntar algo de reproche hacia Marta se referiría más a su ansiedad que a su celo y a su actividad orientada a recibir a Jesús.
Por desgracia, el texto de la respuesta de Jesús plantea problemas de crítica literaria no resueltos. La Biblia de Jerusalén traduce: "Marta, Marta, te afanas y preocupas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola". La segunda parte de la frase tiene versiones originales diferentes. Tiene tres formas: "Pocas cosas son necesarias". "Una sola cosa es necesaria". "Hay necesidad de pocas cosas, o mejor, de una sola". Esta última versión que une las dos primeras, está atestiguada en dos manuscritos importantes y es la que toman la mayor parte de las ediciones posteriores.
De hecho, la primera traducción y la primera versión podrían significar que Marta no debe afanarse tanto, pues sólo hacen falta muy pocas cosas. Con esto correríamos el riesgo de desposeer a la observación de Jesús de todo su valor; además, son pocos los testigos que aportan esta versión. Las otras dos tienen en realidad el mismo significado: Sólo una cosa es necesaria: ¿cuál? En el contexto del Evangelio de hoy, supuesta la actitud de María que escucha al Señor, esta única cosa necesaria es la Palabra de Dios. Todo lo demás es secundario en relación con ella.
"La mejor parte", la que no será quitada a María, no significa que no tenga que ocuparse del servicio a los demás, sino que designa precisamente la escucha de la Palabra. Sin duda por este motivo se eligió en otros tiempos esta lectura para la fiesta de la Asunción de la Virgen María; María fue, con toda exactitud, quien escuchó la Palabra y la guardó en su corazón. Es importante que lo digamos otra vez: Jesús no censura a Marta porque tenga preocupación, "sentido" de los demás, sino porque ponía demasiado en primer lugar lo que debería ocupar un rango inferior en relación con la actividad de escuchar la Palabra de Dios.
-La visita de Dios que cumple su promesa (Gn 18, 1-10)
Este relato del Génesis es como un cuento de hadas que nos transporta a un ambiente oriental de calor y hospitalidad. Una posibilidad sería dejarse coger por él e imaginar que se trata de un ejemplo que debe darnos ánimos para practicar la virtud de la hospitalidad. Pero el autor del relato va más allá de este argumento moral. Se trata de la visita del Señor que se muestra a Abrahan sentado a la entrada de su tienda. Un relato, por lo demás, extraño. Es el Señor el que aparece, pero, de hecho, los que aparecen ante Abrahan son tres hombres; éste les saluda, pero él se dirige a uno solo y al hacer su invitación usa el singular como si hablara a uno solo, aunque en otros momentos usa el plural. Algunos Padres de la Iglesia como S. Agustín y S. Ambrosio ven en estos tres hombres la Trinidad; otros ven en el personaje único al Verbo. Exegéticamente, es evidente que no se puede ni pensar en semejantes interpretaciones. Desde el punto de vista literario la solución del problema sigue siendo difícil. Con seguridad se trata, al menos, de mensajeros de Dios, quizá incluso de Dios mismo que se muestra de esta forma. Los personajes preguntan a Abrahan: "¿Dónde está tu mujer Sara?". Y le prometen un hijo. Es el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho a Abrahan si abandonaba su país. Una descendencia. Recibir al Señor en su Palabra y su Promesa: Haré de ti un gran pueblo (Gn 12, 3), recibirle en la fe, provoca la realización próxima de la promesa.
En esta misma línea se sitúa el Evangelio: Escuchar la Palabra es recibir al Señor. Lo cual no significa que el recibimiento caluroso de Abrahan fuera inútil, sino que acoger la Palabra y la Promesa es lo fundamental.
Sorprendentemente, el salmo responsorial, el 14, canta la hospitalidad de Dios que nos recibe en su casa. Enumera las cualidades requeridas para ser huésped de Dios. Entre este canto que anuncia la hospitalidad de Dios y la lectura que narra la hospitalidad de Abrahan hay un vínculo muy estrecho: el del intercambio que, de esa forma, se establece entre Dios y los hombres; es un modo nuevo de expresar la Alianza de Dios con los hombres.
Me parece que estaría fuera de lugar hacer comparaciones de detalle entre las dos lecturas del Génesis y de S. Lucas. Podríamos descubrir contradicciones, como por ejemplo, la recompensa que se da a Sara, que sin embargo se afana cuidadosamente por el servicio, mientras que a Marta se la censura. Pero esto supondría que no hemos entendido estas dos lecturas. Su verdadero centro es la primacía que se debe dar a la acogida de la Palabra y de los que la proclaman, acogida que no debe concentrarse primariamente en detalles indirectos como los materiales, sino, por el contrario, debe orientarse, sobre todo, a la actitud de escucha.
Con demasiada frecuencia los comentarios de estos textos se han centrado en la alternativa entre acción y contemplación. Sólo una lectura demasiado "anecdótica" del texto ha podido concluir en una oposición tan simplista y al fin y al cabo tan moralizante. Hay que saber ver el texto desde un poco más arriba; y esta perspectiva más elevada me parece muy importante para nosotros hoy en día. Escuchar al Señor es una actividad de primera magnitud. Acoger al Señor consiste fundamentalmente en tener esa actitud, compuesta de fe y de atención. El primer paso es comprender lo que el Señor quiere; esforzarse por entenderle; éste es el punto de arranque de toda vida cristiana concreta. Efectivamente, podemos llamar a esto "contemplación". Y de hecho, para llegar a entender a Jesús es preciso encontrar un lugar sereno, lejos del jaleo de la multitud; es necesario dedicar tiempo a la lectura de las Escrituras; hay que tener la valentía de evitar las discusiones interminables, las innumerables mesas redondas, las puestas en común que hoy están tan de moda, y crear las condiciones de silencio necesarias para escuchar a Jesús. Pero también se le puede llegar a comprender en pleno trabajo, en el taller o en la fábrica, en el tren, en el sufrimiento físico o moral. Para recibir a Dios, lo que cuenta es la actitud interior de amor.
Hans Urs von Balthasar
Luz de la Palabra
Comentarios a las lecturas dominicales (A, B y C). Encuentro, Madrid, 1994
pp. 271ss
1. «No pases de largo junto a tu siervo».
La hospitalidad es una ley suprema en los pueblos sencillos, y Abrahán la practica de la manera más generosa y solemne con los tres caminantes extranjeros, como se narra en la primera lectura. Prepara un banquete para ellos, como si barruntara que en estos extranjeros le visitaba un poder supraterrenal. Aunque son tres, Abrahán les habla en singular. Dios se le aparece en una pluralidad para él incomprensible (posteriormente, cuando Dios va a Sodoma, se habla de dos ángeles: Gn 19,1). El comportamiento de Abrahán con respecto a Dios es aquí el preludio de la promesa divina de que Sara tendrá un hijo antes de un año.
2. En el evangelio la cosa cambia: «Sólo una cosa es necesaria».
Aquí no es la solícita hospitalidad de Marta lo que está en primer lugar, sino la palabra de Dios que sale de la boca de Jesús. Ninguna acción que pueda realizar el hombre para agradar a Dios merece el don de esta palabra; ésta es dada gratuitamente a María porque está abierta a ella y puede escucharla. Sería absurdo invertir este sentido evidente del relato y atribuir a la criticada Marta una perfección superior porque sabe estar «in actione contemplativa». El hombre no puede actuar correctamente, si antes no ha escuchado la palabra de Dios; eso es precisamente lo que se puede reconocer incluso en el episodio de Abrahán en el encinar de Mambré, pues la historia había comenzado con la escucha obediente de la palabra de Dios. Ya en la Antigua Alianza todo comienza con el "Escucha, Israel". La acción debe después corresponder a esa escucha; a ninguna ortopraxis le está permitido imaginar que puede sustituir a la ortodoxia o producirla a partir de sí misma. La praxis de María se demostrará como la correcta en el último convite de Betania, cuando unge a Jesús para su sepultura; su acción será defendida por el Señor contra todos los ataques y propuesta como modelo para toda la historia de la Iglesia.
3. «Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria».
También en la Iglesia la palabra de la predicación debe preceder a la praxis, como muestra la segunda lectura. «¿Cómo van a creer si no oyen hablar de él?, y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?» (Rm 10,14). La obra suprema de Dios, la entrega de su Hijo por nosotros, es la quintaesencia de la palabra que nos dirige. Y percibir la palabra de este Hijo como acción de Dios significa entrar en esa acción. Por eso el apóstol puede atreverse a escribir estas palabras: «Así completo en mi carne [lo que falta a] los dolores de Cristo». En la medida en que Cristo como cabeza ha sufrido por todo su cuerpo, a este sufrimiento no le falta nada; pero en la medida en que Cristo es «cabeza y cuerpo», el cuerpo debe participar en la pasión de Cristo. La «comunión en Cristo», en la que el apóstol quiere introducir mediante su predicación a todos los hombres, incluidos los paganos, exige algo más que la distancia entre el que habla y el que escucha, exige la acción común.
Santos Benetti
Caminando por el Desierto
Ciclo C. , Vol. 3, Paulinas, Madrid, 1985
pp. 123ss
1. La enfermedad de Marta
Los textos evangélicos de este domingo y de los siguientes tienen como eje la siguiente idea central: Si por Jesús hemos recibido el don precioso de la vida nueva, es justo que empleemos todos los medios para conservar, preservar y aumentar ese don. La Vida es un tesoro, pero frágil, y muchos son los peligros que la acechan.
El cristiano debe mantenerse en constante «vigilancia» interior para que su vida, su vida interior, no sucumba, sobre todo, bajo las preocupaciones diarias y el afán de lucro y riquezas.
Hoy se nos presentan las figuras prototípicas de dos hermanas: Marta y María, cuyo hermano, Lázaro, anticiparía en su muerte y resurrección el gran misterio de Jesucristo. Lucas, a menudo, parece divertirse con nosotros presentándonos casos aparentemente contradictorios y absurdos, pero que esconden en su profundidad una tremenda verdad. El de hoy es uno de ellos. En efecto, a primera vista parece que Marta tiene razón en sus exigencias ya que su hermana la dejó sola para el trabajo y lo único que hace es estar sentada a los pies de Jesús, pasando el rato en amena charla. Sin embargo, Jesús alaba la actitud de María y reprocha la de Marta: ¿Por qué?
Marta es una típica ama de casa: siempre haciendo algo, no se detiene un instante. Esclava de su trabajo, no le alcanza el tiempo para nada... Y a veces ese «nada» es importante.
Llega un amigo a su casa y no descubre que lo importante es sentarse, dejar la limpieza de la casa, y atender al amigo. «No -piensa ella-, lo importante es dejar todo bien limpio, quitar el polvo y preparar la comida Que el amigo espere solo. Yo sigo con mi trabajo.» Marta está volcada al exterior, a hacer cosas, a llenar el tiempo. «Necesita» llenar el tiempo porque de lo contrario se produciría en ella una extraña sensación de vacío interior. Se olvida de que es una persona, alguien que tiene derecho y obligación de pensar un poco, de reflexionar sobre quién es y para qué vive, para qué trabaja o qué sentido tiene que darle a su existencia.
No. Ella es una maquinita de hacer cosas, como tantos hombres y mujeres de nuestra sociedad: viven para hacer cosas, pero no saben para qué viven ni para qué hacen cosas. Con su habitual perspicacia, Lucas nos dice que María, en cambio, estaba sentada a los pies del Señor, de lo más importante de su vida, de lo absoluto: del Señor de la Vida. Marta aún no lo ha descubierto y en el reproche que le hace a Jesús se esconde su ceguera.
La escena podría desarrollarse en cualquiera de nuestras casas, oficinas o fábricas. Gente que vive ocupando su tiempo pero sin llenar la vida, como atrapados por una máquina sin fin que les impide detener el paso. Es increíble la cantidad de cosas que hacemos todos los días, obsesivamente, como una enfermedad que tiene por cometido ahogar el silencio. ¡Qué miedo le tenemos al silencio! ¡Qué pánico encontrarnos de pronto con nosotros mismos y preguntarnos, aunque sea de pasada, si realmente somos felices con lo que hacemos, con nuestro estilo de vida!
Pasamos por la vida como tantos alumnos que pasan por un colegio porque no tienen más remedio; pero el colegio no forma parte de su vida: es una simple travesía pasajera y obligada.
Desde la perspectiva de Lucas, Marta representa a esas esposas de buena voluntad, sí, pero que viven con una fe superficial, cosificada y materializada. Todavía no ha descubierto quién es Jesús en la vida de una persona, quién es y qué representa. En todo caso es un amigo más, pero no «el Señor», el de la resurrección y de la vida.
Por eso es esta misma Marta la que tanto se lamenta ante Jesús por la muerte de su hermano Lázaro: no se le ha pasado por la cabeza que quien cree en Jesús tiene la vida nueva. También en esa circunstancia hace reproches a Jesús y llora... Son los lamentos que todos los días salen de nuestros labios: porque padecemos la enfermedad de tener cosas, vivimos insaciables. Ya no es el hombre, cada uno, lo más importante: es lo que hace y posee. Y cuando fallan nuestros infantiles planes, lloramos y nos quejamos. Marta no es una mujer mala ni una gran pecadora: simplemente está ciega. Ciega y sorda: no ve ni escucha al Señor. Atrapada por las ocupaciones diarias -que deben ser medio para vivir y no fin- ha caído en esa trampa que hoy a todos nos tienta: la vida interior y el cuidado del espíritu mueren bajo una apariencia de vida. Ni siquiera es actividad: es un febril activismo que sólo tiene una forma de escape: las evasiones; intentos ingenuos de encontrar la paz.
A menudo se ha visto en Marta y María las dos caras de la vida humana: la actividad y la reflexión, respectivamente. Pero no parece que sea ésta la perspectiva de Lucas. Marta no es la actividad sino la vaciedad de la vida escondida bajo el afán de las cosas. Marta es una «necia» que no sabe vivir ni gozar de la vida. Es la gran enfermedad de nuestro siglo industrializado y consumista.
Marta es un ejemplo de lo que decíamos el domingo pasado: personas que no saben amarse a sí mismas, no saben cuidar de sí y de su felicidad. Viven para las cosas, llámense coche, electrodoméstico o gatito. Por eso su misma neurosis les impide disfrutar un rato con un amigo: el que no se ama a sí mismo no puede amar al otro.
2. La vigilancia de María
María es la otra cara de la moneda: es la que ha elegido la mejor parte. En cuanto llegó el Señor a su casa, dejó todo a un lado, se sentó a sus pies y abrió su corazón a su palabra.
María es el típico ejemplo de la persona de fe, del discípulo que sigue a Jesús sin volver la mirada hacia atrás.
Ha aprendido a dar valor a lo que tiene valor, a eso que no le será arrebatado porque está dentro, en el interior, formando parte de su mismo ser.
También ella tiene una tarea que hacer en la casa de su vida. Pero lo que hace no es su meta. «Esas cosas por las que se preocupa tanto Marta» no son el objetivo de su vida. María es la que, aun inmersa en el dinamismo de toda vida, tiene tiempo y lugar para preguntarse: ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Hacia dónde camino? ¿Qué es lo trascendente en la existencia humana? ¿Qué tiene realmente un valor imperecedero?
No es una perezosa que pierde el tiempo reflexionando o rezando mientras los otros trabajan; pero tampoco es una inconsciente que camina sólo porque tiene piernas. María está en situación de búsqueda en el gran desierto de la vida; sin dejarse cubrir por las arenas que agita el viento, se siente insatisfecha de sí misma y, consciente de su pobreza y de sus limitaciones, dirige sus ojos al Señor en búsqueda de una respuesta total, como aquel letrado que preguntó: ¿Qué tengo que hacer para conseguir toda la vida? Marta y María son el caso concreto de muchas palabras que Jesús dijo sobre la importancia del Reino y su justicia, sobre la actitud ante la palabra de Dios y sobre la constante vigilancia del hombre en la vida.
Marta vive desprevenida, atrapada entre sus cacharros, con la defensa descubierta. Ya no crece como mujer, ya no hay novedad alguna en su vida, constante rutina gris, interminable repetición de los mismos actos un día y otro. Es una mujer a la que se le han acabado las preguntas, los ideales y el afán de crecer. María, en cambio, vigila el don precioso de su vida y de su fe. Sabe que las preocupaciones diarias pueden ahogarla, cosificarla y embrutecerla. Como el vigía de la torre, mira, camina, se detiene, piensa y mantiene constantemente el arma en la mano. Por eso está a los pies del Señor: quiere aprender a ver la vida desde Dios, porque si Dios está realmente en su vida, la vida será Vida con mayúscula. Hará, quizá, lo mismo de siempre, pero con otro sentido; como persona será la dueña de sus actos, sabiendo cuándo tiene que perder algo para que no se pierda lo más importante... En María, prototipo del discípulo, se manifiestan perfectamente los sentimientos del salmo 130: «Desde lo más profundo grito hacia ti, Señor. Estén atentos tus oídos a la voz de mi plegaria... Yo espero en Dios, mi corazón espera y estoy pendiente de su palabra. Mi corazón está pendiente del Señor más que el centinela de la aurora, porque con Dios está el Amor y junto a él hay abundante salvación...".
El hombre de fe está alerta. Sabe que en cualquier momento y de cualquier forma Dios le puede hablar. Cuando llegue ese momento, hay que escucharlo, porque viene como un amigo de paso y no se puede desperdiciar esa oportunidad.
El hombre vive en medio del ruido, de proyectos, de artefactos, de preocupaciones. Si no podemos aislarnos, al menos que estemos vigilantes... ¡Cuidado!, dice el Señor, una sola cosa es necesaria...
Así podemos ir comprendiendo también lo que significa orar: es descubrir el rostro y la obra de Dios en la misma vida. No podemos rezar apartándonos de la vida; eso es pereza. Pero de nada vale pretender vivir sin el alimento del espíritu; eso es embrutecimiento y prostitución. Como en el salmo 130, la oración surge "desde lo más profundo" de nosotros mismos, desde nuestro yo íntimo. Pero la oración cristiana no comienza con un montón de peticiones a Dios; comienza como María: a los pies del Señor para escuchar una palabra nueva, con el mismo cuidado con que el centinela agudiza su oído para captar hasta el más mínimo ruido. En Dios está la vida, el amor y la salvación. Rezar es abrirse a la vida y al amor «más que el centinela a la aurora». Cuando llegue la aurora con la luz definitiva, ya no hará falta vigilar... Pero ahora vivimos la condición del hombre peregrino que aún no conoce el descanso. Si no vigila, morirá atrapado...
Desde esta perspectiva, que nada tiene que ver con cierta espiritualidad evasionista o masoquista, podemos hoy hacer un alto como María para preguntarnos por nosotros mismos, no por lo que hacemos sino por lo que somos y cómo nos sentimos. Si la fe no nos devuelve el sentido y el gusto de vivir, ¿para qué sirve esa fe?
Sólo una cosa es necesaria: gozar la vida, con poco o con mucho. Es Ia única que tenemos; no hay segunda oportunidad. Ese es el lenguaje de este evangelio y para eso llega de improviso el Señor a nuestra casa: para que no estemos desprevenidos. Con gran claridad lo dice Jesús en el Evangelio de Lucas un poco más adelante: «No andéis tan preocupados por la comida o el vestido; no os obsesionéis tanto por eso... Buscad, más bien, el Reino, y todas las demás cosas se os darán por añadidura. No temáis, pequeño rebaño, porque al Padre le ha parecido bien daros el Reino» ( 12,29-32 ).
Homilías en Italiano para posterior traducción
Homilía(17-07-1983)
Castelgandolfo
Sunday 17 de July de 1983
Cari fratelli e sorelle!
1. Sono lieto della vostra odierna presenza attorno alla Mensa eucaristica, che tutti ci unisce in un solo vincolo di fede. Era giusto che ci raccogliessimo insieme per la celebrazione di una Santa Messa, realizzando e confermando una vicendevole comunione, che, da parte vostra, comporta certamente quei sentimenti di devozione e di adesione alla Chiesa e al Papa, che animano il vostro lavoro, e che, da parte mia, è segno di stima e di riconoscenza per tutti voi, cari dipendenti delle Ville pontificie. Saluto voi e i vostri familiari, e vi esprimo il mio vivo apprezzamento per quanto voi fate giorno per giorno, secondo le vostre rispettive occupazioni, in questo soggiorno estivo del Vescovo di Roma.
Vorrei però subito aggiungere che l’espletamento delle vostre mansioni non è cosa soltanto terrena. Se san Paolo ammonisce i cristiani di fare «tutto per la gloria di Dio» (1 Cor 10, 31), ciò vale anche per voi. Il cristiano dev’essere tale sempre, in ogni occasione, in ogni lavoro, qualunque attività svolga. Dappertutto egli deve portare il fermento e lo stimolo della propria fede. Per questo motivo, anche la vostra vita va posta sotto la guida della Parola di Dio, e alla sua luce sempre deve svilupparsi e maturare.
Del resto, la Liturgia della Parola dell’odierna domenica ci invita proprio a prestare particolare attenzione a questa componente essenziale della nostra identità cristiana.
2. Abbiamo sentito leggere dal Vangelo secondo Luca il noto e istruttivo episodio delle due sorelle, Marta e Maria, che un giorno accolsero Gesù a casa loro. L’una, Marta, «era tutta presa da molti servizi» (Lc 10, 40), al punto da trascurare quasi la presenza pur così vicina del Maestro: un esempio di eccessiva generosità, che bada più alle attività esteriori, che non a rendersi sensibili al significato trasformante di colui, che è presente per farsi ascoltare e mettere in questione ciascuno di noi.
Maria, invece, «sedutasi al piedi di Gesù, ascoltava la sua parola» (Lc 10, 30). Ed è proprio questo atteggiamento, addirittura opposto al precedente, che riceve l’elogio di Gesù. In Maria, infatti, è personificato il discepolo attento e vigile: non tanto quello che è vigile su di sé, il che sarebbe ancora una forma di ripiegamento sulla propria personalità, quanto quello che è tutto preso dalla presenza e dalla parola del Signore, fino al punto da dimenticare se stesso. Il vero discepolo, infatti, non pensa a sé, ma subito e innanzitutto si rivolge al suo Maestro ed è come trasportato verso di lui, secondo un movimento che quasi lo fa uscire da se stesso; soggiogato dalla sua parola, egli fa parte di coloro, che Gesù proclama «beati», perché «ascoltano la parola di Dio e la osservano» (Lc 11, 28).
Ecco perché Gesù ammonisce amabilmente Marta: «Una sola è la cosa di cui c’è bisogno. Maria si è scelta la parte migliore, che non le sarà tolta» (Lc 10, 42). Questa frase va intesa a un doppio livello: da una parte, essa allude alla richiesta di una sobrietà della mensa, che Gesù in quell’occasione non voleva fosse imbandita in maniera eccedente; dall’altra, egli opera il trapasso a un significato più profondo, concernente la vita spirituale: anche in questo ambito non è affatto necessario, anzi può essere pericoloso, disperdersi in vari tentativi e cercare da troppe parti l’ispirazione unificante della propria vita interiore. «Una sola è la cosa di cui c’è bisogno», ed è l’atteggiamento di Maria, fatto di ascolto della parola di Gesù, avendo gli occhi e il cuore rivolti verso di lui, non solo attenti ma disponibili a quanto egli dice. Come prega il salmista: «A te, Signore mio Dio, sono rivolti i miei occhi; in te mi rifugio, proteggi la mia vita» (Sal 141, 8).
3. Cari fratelli e sorelle! Cerchiamo di portare nella nostra vita di tutti i giorni questa lezione del Vangelo di Luca. Che nessun’altra parola, da qualunque parte venga, ci distragga dalla nostra adesione di fede e di amore al Signore Gesù. Attingiamo dalla sua voce la forza necessaria per affrontare e superare tutte le difficoltà, che si frappongono sul nostro cammino. Per fare ciò accogliamolo a casa nostra, come fecero appunto Marta e Maria, e riconosciamogli il posto d’onore che gli spetta. Dalla sua presenza e dalla nostra disponibilità nasce e si rafforza il senso della nostra esistenza, e deriva la gioia che sempre occorre per rendere più leggero il percorso della vita.
E io sono lieto di assicurarvi un particolare ricordo nella preghiera per tutte le vostre necessità, e soprattutto per le vostre famiglie, mentre di cuore, al termine di questa Santa Messa, vi impartirò la benedizione, propiziatrice di copiosi favori celesti su di voi e su quanti vi sono cari.
Homilía(20-07-1986)
Castel Gandolfo
Sunday 20 de July de 1986
Sia lodato Gesù Cristo!
Ci incontriamo anche quest’anno, come di consueto, riuniti nella nostra comunità eucaristica. L’ultima volta è stato in questo stesso periodo, nel mese di luglio. Nel frattempo siamo rimasti gli stessi, ma siamo anche cambiati. In un anno c’è sempre da registrare una differenza, non solamente nel calendario, ma anche nella vita dell’uomo; ciascuno di noi, nella vita esterna, nella vita del corpo, ma anche nella vita dello spirito e dell’anima siamo più cresciuti, anche i giovani; siamo tutti più maturi. La morte, poi, del compianto direttore dottor Carlo Ponti parla a noi tutti della realtà alla quale ci avviciniamo; egli, ancora un anno fa, era con noi, partecipava alla stessa Eucaristia, sembrava ancora molto sano, non solamente in quel mese, ma anche dopo; infatti, quando lo vidi all’inizio dell’anno, mi sembrava ancora «tutto in ordine». Ma dopo poche settimane è scomparso. Oggi preghiamo specialmente per la sua persona, per la sua anima, raccomandiamo a colui che è il Padre di tutti noi la sua vita eterna, la vita che ora vive fuori del corpo.
Vorrei approfittare della parola di Dio, che ci è stata presentata oggi in questa celebrazione eucaristica, per offrire a tutti una breve considerazione e, nello stesso tempo, anche un augurio molto cordiale. Uno si trova racchiuso nell’altra: l’augurio nella considerazione, e la considerazione in questo augurio.
Ecco, la parola di Dio e specialmente il Vangelo di san Luca, che leggiamo nella domenica odierna, ci parla di due sorelle, Marta e Maria, delle quali Gesù era ospite nella loro casa, non lontano da Gerusalemme. Egli ne fu ospite più volte, ne fu anche ospite negli ultimi giorni prima degli avvenimenti pasquali. E noi, avendole sentite spesso, conosciamo bene quelle parole, rivolte da Gesù a Marta, paragonandone il lavoro, la sollecitudine quotidiana con l’atteggiamento della sorella la quale, invece, cercava di ascoltare la parola del Signore. Tali parole di Gesù sono molto significative, molto emblematiche: ci parlano del valore che, tutti noi, dobbiamo introdurre nella nostra vita. Esse ci fanno capire che il nostro lavoro o, altrimenti parlando, tutto ciò che viene costituito dalla nostra umana attività, come ciò che fruttifica dalla parola di Dio, ha un proprio valore, un proprio significato. Gesù ha detto in un’altra circostanza: «Non di solo pane vive l’uomo, ma di ogni parola che esce dalla bocca di Dio» (Mt 4, 4): in tal modo l’uomo vive certamente di quello che è frutto del suo lavoro, il pane, ma nello stesso tempo vive di quello che proviene dalla parola di Dio. Ecco che così si è formato un programma di vita cristiana, costituita dai due ben noti elementi: «ora et labora»; e questo programma ce lo ha portato, come essenza stessa della civiltà e della cultura cristiana, specialmente occidentale, il grande patriarca dell’Occidente, san Benedetto; «ora et labora»: sono le sue parole, molto semplici ma nello stesso tempo straordinariamente profonde, che ci spiegano il senso, la struttura della vita umana. Ciascuno di noi deve saperle comporre insieme ambedue: il lavoro e la preghiera. La propria attività e l’ascolto della parola di Dio.
Possiamo dire che, oggi, il mondo moderno è più aperto a quello che proviene dall’attività umana. Viviamo, specialmente qui in Occidente, in una civiltà scientifico-tecnologica, in cui l’uomo dà molta più importanza e fiducia alle opere della sua mente e delle sue mani, ed è anche molto più impegnato nelle sue attività e nei suoi successi. Ma questo atteggiamento crea molte volte un vuoto spirituale, tanto che l’uomo non è felice, nonostante tutti i successi del suo lavoro, della sua attività temporale, unicamente finalizzata agli scopi di questo mondo terreno. E allora si avverte una grande necessità di controbilanciare questa sproporzione. Dobbiamo vivere maggiormente della parola di Dio.
Incontrando al giorno d’oggi alcuni gruppi di giovani, vediamo che essi ricercano di nuovo la parola di Dio, ricercano la preghiera perché vedono, constatano di non trovare nell’attività, in tutto quello che è proprio dell’attività dell’uomo e di questo mondo, una soddisfazione piena per il loro spirito. E di qui, ecco l’augurio: con questa breve considerazione, basata sul Vangelo di oggi, sulla liturgia della Parola, vorrei anche auspicare a tutti voi, miei carissimi collaboratori, dipendenti delle Ville Pontificie, e tra voi anche al nuovo direttore, di saper fare una bella sintesi di questi due avvenimenti della vita umana, di saper vivere, certamente, del lavoro di ogni giorno, ma anche di saper illuminare questo lavoro con la luce ben più grande che proviene dalla parola di Dio; quella che diventa nostra, cioè propria dell’uomo, nella preghiera.
Questo auguro a tutti i presenti, alle vostre famiglie, ai vostri anziani e ai vostri giovani; e in questo spirito vorrei anche pregare insieme con voi durante questa celebrazione della santissima Eucaristia.
Sia lodato Gesù Cristo!
Homilía(23-07-1989)
Castel Gandolfo
Sunday 23 de July de 1989
Fratelli e sorelle carissimi.
Abbiamo ascoltato la Parola di Dio, la Parola sacra della liturgia dell’odierna domenica. In questa Parola, nelle letture, sono presenti delle figure sintomatiche. Prima abbiamo Abramo che accoglie un Dio ignoto, non sapendo che colui che accoglie è Dio, anzi Dio trino. Ma egli lo accoglie con tutta l’ospitalità. Abbiamo, poi, le due sorelle, sorelle di Lazzaro, Maria e Marta nella loro casa, in quella casa in cui Gesù era ospite molte volte. Allora possiamo dire che la Parola di Dio dell’odierna domenica ci porta verso il tema dell’ospitalità, dell’ospitalità specifica: l’ospite è Dio; l’uomo dà ospitalità a Dio.
Vorrei aggiungere a queste figure della liturgia anche un’altra che normalmente viene commemorata dalla nostra Chiesa il 23 luglio. E la figura di santa Brigida, svedese, svedese e romana. Vorrei aggiungere questa figura anche a causa della mia recente visita in Svezia, in Scandinavia, nei Paesi nordici, e specialmente a Vadstena. Vadstena era il luogo in cui viveva santa Brigida come madre di famiglia e poi come vedova. Come vedova ella ha fondato una congregazione religiosa che porta il suo nome, le Brigidine, e si è trasferita a Roma. Così per i secoli, anche per quei secoli venuti dopo i secoli della separazione tra Roma e la Scandinavia, santa Brigida ha creato un legame, un legame duraturo tra Roma e Vadstena, tra Roma e la Svezia, tra Roma e i Paesi scandinavi.
Vorrei di nuovo riprendere questo tema centrale della liturgia odierna: l’uomo dà ospitalità a Dio. Dio vuol essere ospite dell’uomo, vuol abitare presso di lui, vuol abitare fra noi. Questo è il suo nome prediletto: Emmanuele, Dio che abita con noi e fra noi. Anzi sappiamo da Gesù che questo Dio abita in noi: abita il Figlio e con il Figlio viene il Padre e, venendo tutti e due per abitare, danno a ciascuno di noi lo Spirito Santo, perché sono ospiti, sono ospiti che portano il loro dono, e questo dono divino è lo Spirito Santo. Ecco il concetto principale della liturgia odierna.
Seguendo questa liturgia e questo contesto - noi dobbiamo anche vedere meglio qual è il programma della nostra vita cristiana. Lo vediamo soprattutto attraverso le due sorelle, Marta e Maria. Marta è un simbolo delle preoccupazioni quotidiane, di questa vita, possiamo dire, nostra: ciascuno di noi con i suoi impegni, con le sue preoccupazioni quotidiane. E Gesù, rispettando quello che fa Marta, la sua preoccupazione per tutto quello che è necessario e utile, sottolinea che c’è una cosa specialmente necessaria, più necessaria di tutte quelle che noi dobbiamo continuamente e quotidianamente compiere e realizzare. Questa cosa più necessaria, questo «unum» necessario, è ascoltare questa Parola e assorbire questa Parola, vuol dire introdurla nella nostra vita.
Così la liturgia di oggi ci presenta il programma della vita cristiana. Sì, noi siamo chiamati a tanti impegni ed anche questi impegni diversi costituiscono il carattere della nostra vita cristiana, anzi la nostra vocazione cristiana. Ma costituiscono questa vocazione cristiana se vengono realizzati con questo «unum» necessario, con l’ascolto della Parola di Dio e poi con ciò che la Parola di Dio produce nei nostri cuori, con questa ospitalità a Dio in cui ci viene dato lo Spirito Santo dal Padre e dal Figlio, in cui lo Spirito Santo datoci dal Padre e dal Figlio trasforma il nostro cuore, trasforma il nostro uomo interiore e crea in noi la novità della vita.
Questo è il contenuto della liturgia di oggi. Ci prepariamo adesso a dare ospitalità a Gesù Eucaristia, perché la liturgia eucaristica è composta dalla Parola di Dio che sentiamo e, poi, soprattutto da questo mistero del pane e del vino in cui Gesù ci offre se stesso, il suo Corpo e il suo Sangue.
Ci prepariamo adesso a dare ospitalità a Gesù eucaristico.
Rimaniamo un certo tempo in silenzio per meditare queste verità e per prepararci alla celebrazione eucaristica, all’offertorio del pane e del vino e soprattutto alla presenza di Gesù e alla santissima Comunione.
Prima della benedizione conclusiva:
Abbiamo ringraziato con queste poche parole per il dono dell’Eucaristia. Ma non ci sono parole sufficienti, non c’è un ringraziamento, una gratitudine sufficiente per ringraziare per questo dono che Dio ci fa, accettando la dimora nel nostro cuore, facendosi nostro ospite. Cerchiamo di vivere questa gratitudine tutta la giornata odierna, la domenica del Signore, e tutta la settimana che incomincia oggi.
Adesso, per concludere la nostra celebrazione eucaristica, imploriamo la benedizione di questo Dio, di questo Dio che si è fatto ospite tra noi, nei nostri cuori, nella Chiesa, nel mondo. Questo Dio che è Padre, Figlio e Spirito Santo. Imploriamo la sua benedizione per tutti noi qui presenti, per tutti coloro che appartengono alla comunità delle ville pontificie, per tutti i nostri ospiti dell’Olanda e per tutti i nostri ospiti di Hong Kong, per ciascuno e per tutti. Ecco, le parole della benedizione conclusiva cantate in latino insieme con il Vescovo di Roma.