Podríamos decir que por medio de las riquezas terrenas debemos conseguir las verdaderas y eternas. En efecto, si existen personas dispuestas a todo tipo de injusticias con tal de obtener un bienestar material siempre aleatorio, ¡cuánto más nosotros, los cristianos, deberíamos preocuparnos de proveer a nuestra felicidad eterna con los bienes de esta tierra!
Evangelios
Lc 15, 1-10 – Parábolas de la oveja y la dracma perdidas
Alegrémonos, pues, que esta oveja que había perecido en Adán sea recogida en Cristo. Los hombros de Cristo son los brazos de la cruz; aquí he clavado mis pecados, aquí, en el abrazo de este patíbulo he descansado.
Lc 14, 25-33: Renuncia a todo lo que se ama y a los bienes
Odiemos todo lo que no es voluntad de Dios en nosotros y en el otro, porque lo que nos aleja de Dios termina destruyéndonos. Odiemos esa burguesía afectiva, la falsa felicidad que evita enfrentamientos a veces necesarios para crecer en la verdad.
No tengamos miedo de romper, de odiar el falso proyecto, el ídolo que hemos hecho de nosotros o de los otros. Dejemos que Dios recree el proyecto original, cuyos diseños a lo mejor se han extraviado. Ese diseño no se puede comprar en ninguna tienda, por más que corramos detrás del dinero.
Lc 14, 15-24: Los invitados que se excusan
Dios no fracasa porque siempre encuentra modos nuevos de llegar a los hombres y abrir más su gran casa… No fracasa porque no renuncia a pedir a los hombres que vengan a sentarse a su mesa, a tomar el alimento de los pobres, en el que se ofrece el don precioso que es él mismo. Dios tampoco fracasa hoy. Aunque muchas veces nos respondan «no», podemos tener la seguridad de que Dios no fracasa. Toda esta historia, desde Adán, nos deja una lección: Dios no fracasa. …También hoy encontrará nuevos caminos para llamar a los hombres y quiere contar con nosotros como sus mensajeros y sus servidores.
Lc 14, 12-14: Elección de invitados
Hay también ciertos convites de hermanos y de vecinos, que no sólo no producen beneficio en la presente vida, sino que exponen a la condenación en la otra. Aquellos, por ejemplo, que se celebran contribuyendo todos a los gastos, o que paga cada cual con otro convite y en los cuales se conviene en hacer algo malo, excitándose muchas veces las pasiones por el exceso en la bebida.
Lc 19, 1-10: Zaqueo
Todo el que aventaja a los demás en malicia es pequeño en su estatura espiritual, y no puede ver a Jesús en medio de la turba; porque, aturdido por las pasiones y por los cuidados del siglo, no ve a Jesús cuando pasa, esto es, cuando obra sobre nosotros, no conociendo su proceder. Subió sobre un sicómoro, esto es, la dulzura de la voluptuosidad representada por el higo, y abatiéndole, es elevado, ve y es visto por Jesucristo.
Lc 13, 31-35: Herodes el astuto y apóstrofe a Jerusalén
Lejos de haber sido hostil al Templo donde expuso lo esencial de su enseñanza, Jesús se identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre los hombres. Por eso su muerte corporal anuncia la destrucción del Templo que señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación: «Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre».
Lc 13, 22-30: La puerta estrecha
La puerta estrecha significa los trabajos y la paciencia de los santos. Así como la victoria atestigua el valor del soldado en las batallas, así también se hace preclaro el que sufre los trabajos y las tentaciones con paciencia inquebrantable.
Lc 13, 18-21: Parábolas del grano de mostaza y de la levadura
El mismo Señor, es un grano de mostaza: mientras no fue agredido, el pueblo no lo conocía; eligió ser triturado…; eligió ser apresado… optó por ser sembrado, como el grano «que alguien compra para sembrar en su jardín». Porque es en un jardín, donde Cristo ha sido plantado y enterrado; si creció en dicho jardín, también en él resucitará… Por lo tanto también vosotros, sembrad a Cristo en vuestro jardín…
Lc 6, 12-19 Elección de los doce – La muchedumbre sigue a Jesús
Apóstol significa «enviado». Este término, conocido ya en el mundo judío y en el mundo griego, ha llegado a designar en el cristianismo a los misioneros «enviados» como testigos de Cristo, de su vida, de su muerte y de su resurrección. Ante todo se refiere a los Doces Apóstoles, pero también a un círculo más amplio de discípulos. Cristo envió a los apóstoles que había escogido, dándoles el mandato de anunciar el Evangelio. Quienes con la ayuda de Dios, han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los Apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración (cf. Hch 2,42).