Juan Pablo II
nn. 1-2. 4-5
Visita Pastoral a la Parroquia Romana dedicada a la Asunción de la Virgen María
Domingo VI de Pascua (Año C)
1. «El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, ser á quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14, 26).
Durante la última cena, antes de afrontar los acontecimientos dramáticos de la pasión y muerte en la cruz, Jesús promete a los Apóstoles el don del Espíritu. El Espíritu Santo tendrá la misión de «enseñar» y «recordar» sus palabras a la comunidad de los discípulos. El Verbo encarnado, a punto de volver al Padre, anuncia la venida del Espíritu Santo, que ayudará a los discípulos a comprender a fondo el Evangelio, a encarnarlo en su existencia y a hacerlo vivo y operante a través de su testimonio personal.
Desde entonces, los creyentes continúan siendo guiados por el Espíritu Santo. Gracias a su acción comprenden, cada vez con mayor conciencia, las verdades reveladas. Esto lo subraya el concilio Vaticano II a propósito de la tradición viva de la Iglesia, que «con la ayuda del Espíritu Santo (...) camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad divina, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios» (Dei Verbum, 8).
2. «Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros» (Hch 15, 28).
Ya desde los comienzos, la comunidad apostólica de Jerusalén se siente responsable de conservar fielmente el patrimonio de verdad que Jesús le ha dejado. También es consciente de poder contar con la asistencia del Espíritu Santo, que guía sus pasos; por eso, recurre dócilmente a él en cada ocasión. Lo vemos asimismo en la narración de la primera lectura de hoy, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles. Después de haber reflexionado sobre las obligaciones que había que imponer a los paganos que se convertían al cristianismo, los Apóstoles escriben a las comunidades griegas: «Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros» (Hch 15, 28).
Pedro, Santiago, Pablo y los demás Apóstoles son plenamente conscientes de la tarea que les ha confiado el Señor. Deben proseguir su misión salvífica con generosa disponibilidad al Espíritu Santo, para que por doquier se difunda el Evangelio, semilla de nueva humanidad. Esta es una condición indispensable para que el reino de Dios avance por los caminos de la historia.
[...]
4. Amadísimos hermanos y hermanas... no os desaniméis si a veces vuestras fuerzas os parecen limitadas o inadecuadas ante la amplitud de la misión. En el evangelio de hoy, Jesús asegura que el Paráclito, el Espíritu Santo mandado por el Padre en nombre de Jesús, está siempre con nosotros. Él es el agente principal de la obra de la nueva evangelización. Enseña a los discípulos y, por tanto, a nosotros, todas las cosas y nos recuerda todo lo que Jesús dijo.
5. «Es su templo el Señor Dios todopoderoso y el Cordero» (Ap 21, 22). La visión de la ciudad celestial, descrita en el libro del Apocalipsis, orienta nuestra mirada hacia la meta a la que tiende el camino de toda la humanidad: la comunión perfecta con Dios.
Amadísimos hermanos y hermanas, sostenidos por esta esperanza y atraídos por el resplandor de la luz divina, intensifiquemos los pasos de nuestro itinerario espiritual hacia el Señor. Mientras se acerca el gran jubileo del año 2000, en este año dedicado de modo particular al Espíritu Santo, invoquemos con fe su presencia viva y su apoyo.
El Espíritu Santo nos ilumine a todos y, en particular, a vuestra comunidad parroquial; la disponga a acoger sus siete santos dones y a ser valiente e intrépida, para anunciar con alegría a todos a Jesús muerto y resucitado, salvación de cuantos acuden a él con confianza.
María, que en este mes de mayo se hace peregrina en las casas de vuestra parroquia con la visita de su venerada imagen, os proteja con su ayuda materna. Ella os haga discípulos cada vez más conformes con su Hijo divino, y convierta vuestra parroquia en una comunidad de hermanos dispuestos a testimoniar el Evangelio con la vida. Amén.