Juan Pablo II
nn. 1-3.
Sagrada Liturgia en Rito Hispano-Mozárabe
Basílica de San Pedro
Solemnidad de la Ascensión del Señor
Amados hermanos en el episcopado,
queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles:
1. «A sí como en la solemnidad de Pascua la resurrección del Señor fue para nosotros causa de alegría, así también ahora su ascensión al cielo nos es un nuevo motivo de gozo, al recordar y celebrar litúrgicamente el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza fue elevada, en Cristo... hasta compartir el trono de Dios Padre» (San León Magno, Sermo II de Ascensione Domini, 1). Con estas palabras el papa san León Magno resumía el significado de la presente solemnidad de la Ascensión del Señor, que nos reúne hoy en torno al altar, celebrando la sagrada liturgia en Rito Hispano–Mozárabe.
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2. San Lucas, en la segunda lectura (Hch 1, 1-11), evoca los aspectos centrales del misterio de esta solemnidad de la Ascensión. El Señor Jesús promete el don del Espíritu Santo, que había de dar a los discípulos la fuerza necesaria para ser sus testigos hasta los confines del mundo. Esta escena, descrita con elementos típicos de las grandes teofanías del Antiguo Testamento, no es únicamente una conclusión solemne y hierática de la vida del Señor. La Ascensión, como la relata el libro de los Hechos de los Apóstoles, señala el momento de la transición del tiempo de Jesús de Nazaret al tiempo de los Apóstoles y de la Iglesia. Con la subida a los cielos termina la presencia visible del Señor entre los hombres y comienza la misión de los Apóstoles que, guiados y fortalecidos por el Espíritu, están llamados a ser testigos de la resurrección, depositarios de la Palabra y de la promesa de Jesús, para hacer resonar el anuncio solemne del Reino de Dios en todo el mundo.
3. La solemnidad que hoy celebramos invita al cristiano a una actitud de superación y de maduración en la fe, pues con la venida del Espíritu, que el Señor promete, se nos abre el camino de la plenitud futura. «Os conviene que yo me vaya –dice Jesús en el Evangelio que hemos escuchado– porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. ...Cuando venga él, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad plena» (Jn 16, 5.13). Nosotros, los que formamos parte de la Iglesia y hemos recibido el don del Espíritu Santo, estamos hoy llamados a continuar la tarea que el Señor confió a los Apóstoles.
La dimensión eclesial de la Ascensión del Señor queda, pues, subrayada con énfasis en las diversas plegarias que serán utilizadas en esta Eucaristía. Con insistencia se nos presenta el misterio de la Ascensión como un regreso de Cristo al Padre, para sentarse a su derecha en el santuario del cielo, como nos recuerda la primera lectura del Apocalipsis (Ap 4, 1-11). Los signos sagrados con que la Liturgia renueva el misterio de nuestra redención, a lo largo de la historia de la Iglesia, se han expresado con unas formas que, de alguna manera, respondían a los auténticos valores humanos y culturales de quienes los celebraban.
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