Homilías por id

Francisco

La noche oscura del más grande

Un hombre, Juan, es un camino, que es el camino de Jesús, indicado por el Bautista, pero es también el nuestro, en el cual todos estamos llamados en el momento de la prueba.

El Evangelio de san Marcos (6, 14-29) relata la prisión y el martirio de este hombre fiel a su misión; el hombre que sufrió muchas tentaciones y que nunca, nunca traicionó su vocación. Un hombre fiel y de gran autoridad, respetado por todos: el grande de ese tiempo. Lo que salía de su boca era justo. Su corazón era justo. Era tan grande que Jesús dirá también de él que «era Elías que regresó, para limpiar la casa, para preparar el camino». Y Juan era consciente de que su deber era sólo anunciar: anunciar la proximidad del Mesías. Él era consciente, como nos hace reflexionar san Agustín, que él sólo era la voz, la Palabra era otro. Incluso cuando se vio tentado de «robar» esta verdad, él siguió siendo justo: «Yo no soy, viene detrás de mí, pero yo no soy: yo soy el siervo; yo soy el servidor; yo soy el que abre las puertas para que Él venga.

Juan es el precursor: precursor no sólo de la entrada del Señor en la vida pública, sino de toda la vida del Señor. El Bautista sigue adelante en el camino del Señor; da testimonio del Señor no sólo mostrándolo —«¡Es éste!»— sino también llevando la vida hasta las últimas consecuencias como la condujo el Señor. Y terminando su vida con el martirio fue precursor de la vida y de la muerte de Jesucristo.

Es preciso reflexionar sobre estos caminos paralelos a lo largo de los cuales el grande sufre muchas pruebas y llega a ser pequeño, pequeño, pequeño, pequeño hasta el desprecio. Juan, como Jesús, se abaja, conoce el camino del abajamiento. Juan con toda esa autoridad, pensando en su vida, comparándola con la de Jesús, dice a la gente quién es él, como será su vida: «Conviene que Él crezca, yo en cambio debo disminuir». Es esta la vida de Juan: disminuir ante Cristo, para que Cristo crezca. Es la vida del siervo que deja sitio, abre camino, para que venga el Señor.

La vida de Juan no fue fácil: en efecto, cuando Jesús comenzó su vida pública, él era cercano a los esenios, es decir, a los observantes de la ley, pero también de las oraciones, de las penitencias. Así, a un cierto punto, en el período en el que estaba en la cárcel, sufrió la prueba de la oscuridad, de la noche en su alma. Y esa escena, comentó el Papa Francisco, conmueve: el grande, el más grande manda al encuentro de Jesús a dos discípulos para preguntarle: «Juan te pregunta: ¿eres tú o me he equivocado y tenemos que esperar a otro?». A lo largo del camino de Juan se asomó la oscuridad del error, la oscuridad de una vida consumida en el error. Y esto fue para él una cruz.

Ante la pregunta de Juan Jesús responde con las palabras de Isaías: el Bautista comprende, pero su corazón permanece en la oscuridad. Todo esto incluso estando disponible ante las peticiones del rey, a quien le gustaba escucharlo, a quien le gustaba conducir una vida adúltera, y casi se convierte en un predicador de corte, de ese rey perplejo. Pero él se humillaba porque pensaba convertir a ese hombre.

Por último, después de esta purificación, después de este continuo caer en el anonadamiento, dando lugar al abajamiento de Jesús, termina su vida. El rey, perplejo, es capaz de tomar una decisión, pero no porque su corazón se haya convertido; sino más bien porque el vino le da valor.

De esta manera Juan termina su vida bajo la autoridad de un rey mediocre, ebrio y corrupto, por el capricho de una bailarina y el odio vengativo de una adúltera. Así, termina un grande, el hombre más grande nacido de mujer. Cuando leo este pasaje, me conmuevo. Pienso en dos cosas: primero, pienso en nuestros mártires, en los mártires de nuestros días, esos hombres, mujeres y niños que son perseguidos, odiados, expulsados de sus casas, torturados, masacrados. Esto no es algo del pasado: hoy sucede esto. Nuestros mártires, que terminan su vida bajo la autoridad corrupta de gente que odia a Jesucristo. Por eso nos hará bien pensar en nuestros mártires. Hoy pensamos en Paolo Miki, pero eso sucedió en 1600. Pensemos en los de hoy, de 2015.

Este pasaje me impulsa también a reflexionar sobre mí mismo: Yo también moriré. Todos nosotros moriremos. Nadie tiene la vida «comprada». También nosotros, queriéndolo o no, vamos por el camino del abajamiento existencial de la vida. Y esto, me impulsa a rezar para que este abajamiento se asemeje lo más posible al de Jesucristo, a su abajamiento.

Juan, el grande, que disminuye continuamente hasta la nada; los mártires, que se abajan hoy, en nuestra Iglesia de hoy, hasta la nada; y nosotros, que estamos en este camino y vamos hacia la tierra, donde todos acabaremos. Que el Señor nos ilumine, nos haga entender este camino de Juan, el precursor del camino de Jesús; y el camino de Jesús, que nos enseña cómo debe ser el nuestro.