Juan Pablo II
Misa en Frosinone (Italia)
1. "Danos, Padre, la alegría del perdón" (cf. Salmo responsorial).
La alegría del perdón: esta es la "buena nueva" que hoy la liturgia hace resonar con vigor entre nosotros. El perdón es alegría de Dios, antes que alegría del hombre. Dios se alegra al acoger al pecador arrepentido; más aún, él mismo, que es Padre de infinita misericordia, "dives in misericordia", suscita en el corazón humano la esperanza del perdón y la alegría de la reconciliación.
Con este anuncio de consolación y paz vengo a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas...
2. "Dios es más grande que nuestro corazón". Así hemos cantado en el Aleluya. En la primera lectura Moisés demuestra conocer el corazón de Dios, invocando su perdón para el pueblo infiel (cf. Ex 32, 11-13), pero es la página evangélica de hoy la que nos introduce plenamente en el misterio de la misericordia de Dios: Jesús nos revela a todos el rostro de Dios, haciéndonos penetrar en su corazón de Padre, dispuesto a alegrarse por la vuelta del hijo perdido.
También es testigo privilegiado de la misericordia divina el apóstol san Pablo, que, como hemos proclamado en la segunda lectura, al escribir a su fiel colaborador Timoteo, aduce su propia conversión como prueba de que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores (cf. 1 Tm 1, 15-16).
Esta es la verdad que la Iglesia no se cansa de proclamar: Dios nos ama con un amor infinito. Dio a la humanidad a su Hijo unigénito, muerto en la cruz para el perdón de nuestros pecados. Así, creer en Jesús significa reconocer en él al Salvador, a quien podemos decir desde lo más profundo de nuestro corazón: "Tú eres mi esperanza" y, juntamente con todos nuestros hermanos, "tú eres nuestra esperanza".
3. Jesús, nuestra esperanza.
[...]¡El perdón de Dios! Que este anuncio de felicidad, que el mundo necesita hoy particularmente, esté de modo especial en el centro de vuestra vida, queridos sacerdotes, llamados a ser ministros de la misericordia divina, que se manifiesta en su grado supremo en el perdón de los pecados. Precisamente al sacramento de la reconciliación quise dedicar la Carta a los sacerdotes del pasado Jueves santo. Y por eso, queridos hermanos en el sacerdocio, hoy vuelvo a entregaros idealmente este mensaje, invocando para cada uno de vosotros y para todo el presbiterio la sobreabundancia de gracia de la que nos ha hablado el apóstol san Pablo (cf. 1 Tm 1, 14).
Y vosotros, religiosos y religiosas, irradiad con vuestro ejemplo la alegría de quien ha experimentado el misterio del amor de Dios, expresado muy bien en el Aleluya: "Hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él" (1 Jn 4, 16).
4. En nuestro tiempo, es urgente proclamar a Cristo, Redentor del hombre, para que su amor sea conocido por todos y se difunda por doquier. El gran jubileo del año 2000 fue un vehículo providencial de este anuncio. Pero es preciso seguir recorriendo este camino. Por eso, en la clausura del Año santo, volví a dirigir a la Iglesia y al mundo la invitación que Cristo hizo a Pedro: "Duc in altum, Rema mar adentro" (Lc 5, 4).
Ojalá que se multipliquen en las comunidades parroquiales los momentos fuertes de estudio y reflexión sobre la palabra de Dios. Meditar, profundizar y amar la sagrada Escritura quiere decir ponerse a la escucha humilde y atenta del Señor, para que la comunidad crezca en torno a la mesa de esta Palabra: ella ilumina las orientaciones y las opciones, muestra los objetivos que hay que alcanzar, pero, ante todo, hace arder la fe en los corazones, alimenta la esperanza, y da vigor al deseo de anunciar a todos la buena nueva. Esta es la nueva evangelización, para la cual vuestra comunidad diocesana ha instituido un "Centro pastoral" específico.
5. Amadísimos hermanos y hermanas, que la Eucaristía sea el centro y la guía de vuestro itinerario espiritual y apostólico. En efecto, la vida sacramental es fuente de gracia y salvación para la Iglesia. Todo parte de Cristo-Eucaristía y todo vuelve a Cristo vivo, corazón del mundo, corazón de la comunidad diocesana y parroquial. Si, como os deseo, lográis poner a Cristo en el centro de vuestra vida, descubriréis que no sólo os pide a cada uno acogerlo personalmente, sino también ofrecerlo, darlo, transmitirlo, comunicarlo a los demás. Así, en su nombre os convertiréis en "buenos samaritanos" para las personas necesitadas, para los pobres, para los últimos y para tantos inmigrantes que han venido a esta región desde países lejanos. Experimentaréis que toda la actividad pastoral de los centros diocesanos "para el culto y la santificación" y "para el servicio y el testimonio de la caridad" brota de la fuente sobreabundante de santidad que es el misterio eucarístico, y a todos llama a tender a la santidad.
Tras la huellas de los santos y santas de esta tierra de Ciociaria, también vosotros tened como objetivo fundamental llegar a ser santos, como es santo el Padre celestial, como es santo el Hijo Jesucristo y como es santo el Espíritu Santo que habita en nuestro corazón. Y se llega a ser santo con la oración, con la participación en la Eucaristía, con las obras de caridad y con el testimonio de una vida humilde y generosa en el bien.
6. Quiero dirigir ahora mi palabra en particular a los padres. Queridas madres y queridos padres, con vuestra entrega mostrad a vuestros hijos que Dios es bueno y grande en el amor. Indicadles con una vida honrada y laboriosa que la santidad es el camino "normal" de los cristianos.
[...] Que María, Madre de la Iglesia, te acompañe con su intercesión para que, así como has orado intensamente preparando mi visita pastoral, así también sigas siendo una comunidad viva, firme en la fe, unida en la esperanza y perseverante en la caridad. Amén.