Homilías por id

Benedicto XVI

Basílica de San Marcos, Venecia.
Sintió el deseo de ir más allá

«Es necesario que hoy me quede en tu casa. Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento» (Lc 19, 5-6). ¡Cuántas veces, durante la visita pastoral, habéis escuchado y meditado estas palabras, que Jesús dirigió a Zaqueo! Estas palabras han sido el hilo conductor de vuestros encuentros comunitarios, ofreciéndoos un estímulo eficaz para acoger a Jesús resucitado, camino seguro para encontrar plenitud de vida y felicidad. De hecho, la auténtica realización del hombre y su verdadera alegría no se encuentran en el poder, en el éxito, en el dinero, sino sólo en Dios, que Jesucristo nos da a conocer y nos hace cercano.

Esta es la experiencia de Zaqueo. Este, según la mentalidad común, lo tiene todo: poder y dinero. Se puede definir como un «hombre realizado»: ha hecho carrera, ha conseguido lo que quería y, como el rico necio de la parábola evangélica, podría decir: «Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente» (Lc 12, 19). Por esto su deseo de ver a Jesús es sorprendente. ¿Qué lo impulsa a tratar de encontrarse con él? Zaqueo se da cuenta de que todo lo que posee no le basta; siente el deseo de ir más allá. Y precisamente Jesús, el profeta de Nazaret, pasa por Jericó, su ciudad. De él le ha llegado el eco de palabras inusuales: bienaventurados los pobres, los mansos, los afligidos, los que tienen hambre de justicia. Palabras extrañas para él, pero tal vez precisamente por eso fascinantes y nuevas. Quiere ver a este Jesús. Pero Zaqueo, aun siendo rico y poderoso, es bajo de estatura. Por eso, corre, sube a un árbol, a un sicómoro. No le importa hacer el ridículo: ha encontrado un modo de hacer posible el encuentro. Y Jesús llega, alza la mirada hacia él y lo llama por su nombre: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (Lc 19, 5).

Nada es imposible para Dios. De este encuentro surge una vida nueva para Zaqueo: acoge a Jesús con alegría, descubriendo finalmente la realidad que puede llenar verdadera y plenamente su vida. Ha tocado la salvación con la mano, ya no es el de antes y, como signo de conversión, se compromete a dar la mitad de sus bienes a los pobres y a restituir el cuádruplo a quien había robado. Ha encontrado el verdadero tesoro, porque el Tesoro, que es Jesús, lo ha encontrado a él.