Juan Pablo II
Parroquia Santa María del Rosario de Pompeya
Una esperanza cierta
1. «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven» (Lc 20,38).
Una semana después de la solemnidad de Todos los Santos y de la Conmemoración de los fieles difuntos, la liturgia de este domingo nos invita de nuevo a reflexionar en el misterio de la resurrección de los muertos. Este anuncio cristiano no responde de manera genérica a la aspiración del hombre a una vida sin fin; al contrario, es anuncio de una esperanza cierta, porque, como recuerda el Evangelio, está fundada en la misma fidelidad de Dios. En efecto, Dios es «Dios de vivos» y a cuantos confían en él les concede la vida divina que posee en plenitud. Él, que es el «Viviente», es la fuente de la vida.
Ya en el Antiguo Testamento fue madurando progresivamente la esperanza en la resurrección de los muertos. Hemos escuchado un elocuente testimonio de esa esperanza en la primera lectura, donde se narra el martirio de los siete hermanos en tiempos de la persecución desencadenada por el rey Antíoco Epífanes contra los Macabeos y los que se oponían a la introducción de las costumbres y los cultos paganos en el pueblo judío.
Estos siete hermanos afrontaron los sufrimientos y el martirio, sostenidos por la exhortación de su heroica madre y por la fe en la recompensa divina reservada a los justos. Como afirma uno de ellos, ya en agonía: «Es preferible morir a manos de hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará» (2 M 7, 14).
2. Estas palabras, que han resonado hoy en nuestra asamblea, nos traen a la mente el ejemplo de otros mártires de la fe que, no lejos de este lugar, dieron su vida por la causa de Cristo. Me refiero a los jóvenes hermanos Simplicio y Faustino, asesinados durante la persecución de Diocleciano, y a su hermana Beatriz, que también murió mártir. Como es sabido, sus cuerpos se hallan sepultados en las cercanas catacumbas de Generosa, que tanto apreciáis.
El valiente testimonio de estos dos jóvenes mártires, que aún hoy recordamos y celebramos con el nombre de santos Mártires Portuenses, debe constituir para vuestra comunidad una apremiante invitación a anunciar con fuerza y perseverancia la muerte y la resurrección de Cristo en todo momento y lugar.
Su ejemplo ha de estimular vuestro celo apostólico, sobre todo durante este año pastoral en el que la misión ciudadana se dirige de modo especial a los ambientes de vida y trabajo. En efecto, precisamente en esos ámbitos sociales a menudo los cristianos corren el peligro de perderse en el anonimato y, por consiguiente, tienen mayor dificultad para dar un eficaz testimonio evangélico.
6. «Que el Señor dirija vuestro corazón para que améis a Dios y tengáis la constancia de Cristo» (2Tes 3,5). Hago mías estas palabras del apóstol san Pablo, que deseo dejaros como recuerdo y augurio con ocasión de esta visita. El amor de Dios, que se nos ha revelado plenamente en la pasión, muerte y resurrección de Cristo, es fuente de inspiración y de luz que ilumina todo compromiso misionero. Os sostenga la fuerza de amor del Espíritu y os ayude a confesar con valentía el nombre de Jesús, sin avergonzaros nunca de la cruz.
Tened ante vuestros ojos el ejemplo de los santos Mártires Portuenses y os asista la maternal protección de la Virgen del Rosario, patrona especial de vuestro barrio.