Juan Pablo II
Misa para los Universitarios Romanos
Adviento: Nacimiento
1. "O Radix Iesse, qui stas in signum populorum, super quem continebunt reges os suum, quem gentes deprecabuntur: veni ad liberandum nos, iam noli tardare!".
Con estas palabras la liturgia de Adviento saluda hoy a Aquel que debe venir, a Aquel que es el objeto de nuestra espera. En torno a estas palabras de la liturgia de hoy deseo encontrarme con vosotros...
3. Las lecturas litúrgicas de esta tarde, como sucede otras veces, confrontan dos acontecimientos distintos en el tiempo, pero de algún modo semejantes y recíprocamente cercanos. Uno de ellos se vincula con el nacimiento de Sansón, el cual, en la época de los Jueces, después de haber llegado el pueblo de Israel a la Tierra Prometida, fue llamado a defender a su pueblo de los filisteos. En cambio, el otro se vincula con el nacimiento de Juan el Bautista.
Todo el Adviento permanece en la perspectiva del nacimiento. Sobre todo de ese nacimiento en Belén que representa el punto culminante de la historia de la salvación. Desde el momento de ese nacimiento, la espera se transforma en realidad. El "ven" del Adviento se encuentra con el "ecce adsum" de Belén.
Sin embargo, esta primera perspectiva del nacimiento se transforma en una ulterior. El Adviento nos prepara no sólo al nacimiento de Dios que se hace hombre. Prepara también al hombre a su propio nacimiento de Dios. Efectivamente, el hombre debe nacer constantemente de Dios. Su aspiración a la verdad, al bien, a lo bello, al absoluto se realiza en este nacimiento. Cuando llegue la noche de Belén y luego el día de Navidad, la Iglesia dirá ante el recién Nacido, que, como todo recién nacido, demuestra la debilidad y la insignificancia: "A cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1, 12). El Adviento prepara al hombre a este "poder": a su propio nacimiento de Dios. Este nacimiento es nuestra vocación. Es nuestra heredad en Cristo. El nacimiento que dura y se renueva. El hombre debe nacer de Dios siempre de nuevo en Cristo; debe renacer de Dios.
El hombre camina hacia Dios —y éste es su adviento— no sólo como hacia un absoluto desconocido del ser. No sólo como hacia un punto simbólico, el punto "Omega" de la evolución del mundo. El hombre camina hacia Dios, de manera que llega a El mismo: al Dios viviente, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Y llega, cuando Dios mismo viene a él, y éste es el Adviento de Cristo. El Adviento que supera la perspectiva de la trascendencia humana, supera la medida del adviento humano.
El Adviento de Cristo se realiza en el hecho de que Dios se hace hombre, Dios nace como hombre. Y al mismo tiempo, se realiza en el hecho de que el hombre nace de Dios, el hombre renace constantemente de Dios.
Una vez, al comienzo de su historia, el hombre, varón y mujer, escuchó las palabras de la tentación: "Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gén 3, 5). Y el hombre siguió esta tentación. Y continúa siguiéndola instantemente. Ahora, en medio de la historia de la humanidad ha venido Cristo para llevar de nuevo al hombre de los caminos de la tentación al sendero de la Promesa y de la Alianza, para mostrar lo que en esa tentación hubo de falso y, al mismo tiempo, revelar cómo debe realizarse el adviento del hombre en el camino de la Promesa divina y de la Alianza. ¿De qué modo, por el contrario, puede el hombre "ser como Dios", sino sólo "naciendo" de Dios, sino sólo como "hijo en el Hijo Unigénito"? ¿Cómo podrá de otra manera?
A la tentación perenne del hombre hay que contraponer el Adviento de Cristo: es necesario nacer de Dios y renacer incesantemente de Dios.
Y si en medio de las amplias perspectivas, que despliega ante nosotros el progreso de la cultura o de la ciencia, el cual suscita la legítima alegría y el desarrollo de la civilización, de la amenaza y de la violencia, si, repito, en medio de estas perspectivas tengo, en esta tarde de Adviento, alguna propuesta particular que dirigiros, es la siguiente: ¡no ceséis de vivir, naciendo constantemente de Dios y renaciendo de Dios!
El Adviento de Cristo late en la nostalgia del hombre por la verdad, por el bien y la belleza, por la justicia, el amor y la paz. El Adviento de Cristo late en los sacramentos de la Iglesia, que nos permiten nacer de Dios y renacer de Dios.
¡Vivir la Navidad, regenerados en Cristo por el sacramento de la reconciliación! ¡Vivid la Navidad, sumergiéndoos en el contenido más profundo del misterio de Dios, hacia el cual, en definitiva, se abre todo el adviento del hombre. // "O Radix Iesse... veni ad liberandum nos, iam noli tardare!".
4. Con el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista, su padre Zacarias escuchó estas palabras: "...Será grande a los ojos del Señor... Se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor con el espíritu y poder..." (Lc I, 15-17).
Esta es también otra dirección del camino, por el que nos lleva el Adviento. El hombre no sólo camina hacia Dios a través de lo que en él hay: a través de su imperfección, de su amenaza, y a la vez del carácter trascendental de su personalidad, orientado hacia la verdad, el bien, la belleza; a través de la cultura y de la ciencia; a través del deseo y de la nostalgia por un mundo más humano, más digno del hombre.
El hombre no sólo camina hacia Dios (por lo demás, frecuentemente sin saberlo o incluso negándolo) a través de su propio adviento: a través del grito de su humanidad. El hombre va hacia Dios, caminando, en la historia de la salvación, ante Dios: ante el Señor, como escuchamos en el Evangelio con relación a Juan el Bautista, que debía caminar delante del Señor con el espíritu y el poder.
Esta nueva dirección del camino del adviento del hombre está vinculada de modo particular con el Adviento de Cristo. Sin embargo, el hombre camina "delante del Señor" desde el comienzo y caminará delante de El hasta el fin, porque es sencillamente imagen de Dios. Al caminar, pues, por las sendas del mundo, dice al mundo y se da testimonio a sí mismo de Aquel cuya imagen es. Camina delante del Señor sometiendo la tierra, porque de hecho la misma tierra, así como toda la creación, están sometidas al Señor y el Señor se las ha dado al hombre para que las domine.
Camina delante del Señor, llenando su humanidad y su historia terrestre con el contenido de su trabajo, con el contenido de la cultura y de la ciencia, con el contenido de la búsqueda incesante de la verdad, del bien, de la belleza, de la justicia, del amor, de la paz. Y camina delante del Señor, implicándose frecuentemente en todo lo que es negación de la verdad, del bien y de la belleza, negación de la justicia, del amor y de la paz. A veces se siente muy implicado en estas negaciones. Entonces, como por contraste, advierte todo el peso de la imagen desfigurada de Dios en su alma y en su historia.
El adviento del hombre se encuentra con el Adviento de Cristo.
"O Radix Iesse, qui stas in signum populorum... quem gentes deprecabuntur, veni ad liberandum nos, iam noli tardare!".
El Adviento de Cristo es indispensable para que el hombre encuentre de nuevo en él la certeza de que, caminando por el mundo, viviendo de día en día y de año en año, amando y sufriendo..., camina delante del Señor, cuya imagen es en el mundo; da testimonio de El ante toda la creación.
5. Queridos participantes en este encuentro de Adviento. Al terminar esta meditación, quiero desearos a vosotros y a todo el ambiente que representáis, que la Navidad renueve en cada uno de vosotros la certeza de este camino, por el que vais, en el que os guía Cristo.
Que todos vosotros, vuestros compatriotas y juntamente todos aquellos a los que ha llegado, en el curso de este año que está alcanzando su fin, mi servicio, adquiráis de nuevo la valentía y la alegría de este camino por el que vais, en el que os guía Cristo.
Que continuéis, con constancia y de manera cada vez más madura, "caminando delante del Señor".
¡Sí! Que caminéis "delante del Señor". Amén.