Juan Pablo II
Visita Pastoral a la Parroquia Romana de San Enrique.
Domingo I de Cuaresma (Ciclo A)
Derrotó el pecado y la muerte
1. «Misericordia, Señor: hemos pecado». La invocación del Salmo responsorial, que acaba de resonar en nuestra asamblea, expresa de manera significativa el sentimiento que nos anima en este primer domingo de Cuaresma. Estamos al comienzo de un singular itinerario de penitencia y conversión. Nos damos cuenta de que se trata de una ocasión favorable para reconocer el pecado, que ofusca nuestra relación con Dios y con los hermanos: «Yo reconozco mi culpa -proclama el salmista-, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces» (Sal 50, 5-6).
La página del libro del Génesis, que acabamos de escuchar (cf. Gn 3, 1-7), indica bien qué es el pecado y las consecuencias que produce en la vida del hombre. Nuestros antepasados cedieron a las lisonjas del tentador, interrumpiendo bruscamente el diálogo de confianza y de amor que tenían con Dios. El mal, el sufrimiento y la muerte entran así en el mundo, y habrá que esperar al Salvador prometido para restablecer, de modo incluso más admirable, el plan originario del Creador (cf. Gn 3, 8-24).
2. A la acción insidiosa del Maligno tampoco escapa el Mesías, como narra san Mateo en la página evangélica de hoy: «Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo» (Mt 4, 1). En el desierto es sometido a una triple tentación por parte de Satanás, a la que resiste con decisión. Jesús reitera con firmeza que no es lícito poner a prueba a Dios; no está permitido rendir culto a otro dios; nadie puede decidir por sí mismo su propio destino. La referencia última de todo creyente es la Palabra que sale de la boca del Señor.
En estas pocas líneas se bosqueja el programa de nuestro camino cuaresmal. También nosotros estamos llamados a atravesar el desierto de la cotidianidad, afrontando la tentación recurrente de alejarnos de Dios. Estamos invitados a imitar la actitud del Señor, que obedece con decisión la palabra del Padre celestial y, de este modo, restablece la jerarquía de los valores según el proyecto divino originario.
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5. «Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos» (Rm 5, 19). Estas consoladoras palabras del apóstol san Pablo a los Romanos nos confortan en nuestro camino espiritual. En el mundo, dominado a menudo por el mal y el pecado, resplandece victoriosa la luz de Cristo. Él, con su pasión y resurrección, ha derrotado el pecado y la muerte, abriendo a los creyentes las puertas de la salvación eterna. Este es el mensaje alentador que nos transmite la liturgia de hoy.
Sin embargo, para participar plenamente en la victoria de Cristo es preciso comprometerse a cambiar el propio modo de pensar y de actuar, a la luz de la palabra de Dios.
«Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Sal 50, 12). Hagamos nuestra esta invocación del salmista. Es una súplica muy oportuna en el tiempo de Cuaresma.
Señor, ¡crea en nosotros un corazón nuevo! Renuévanos en tu amor. Obténnos tú, Virgen María, un corazón nuevo y un espíritu firme. Así llegaremos a celebrar la Pascua, renovados y reconciliados con Dios y con los hermanos.