Homilías por id

Juan Pablo II

Visita a la Parroquia Romana de Santa Teresa del Niño Jesús en Pánfilo
V Domingo de Cuaresma, Ciclo A
La respuesta a la cultura de la muerte

1. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre» (Jn 11, 25-26; cf. Aclamación antes del Evangelio).

Podemos imaginar la sorpresa que ese anuncio provocó en los oyentes, los cuales, sin embargo, pudieron constatar poco después la verdad de las palabras de Jesús, cuando, obedeciendo a su orden, Lázaro, que ya llevaba cuatro días en el sepulcro, salió afuera vivo. Jesús dio más tarde una confirmación aún más clamorosa de su asombrosa afirmación cuando, con su propia resurrección, consiguió la victoria definitiva sobre el mal y la muerte.

Lo que muchos siglos antes había anunciado el profeta Ezequiel, al dirigirse a los israelitas deportados de Babilonia: «Os infundiré mi espíritu y viviréis» (Ez 37, 14), se hará realidad en el misterio pascual, y el apóstol san Pablo lo presentará como el núcleo fundamental de la nueva vida de los creyentes: «Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros» (Rm 8, 9).

¿No consiste precisamente en esto la actualidad del mensaje evangélico? En una sociedad en la que se manifiestan signos de muerte, pero donde se advierte al mismo tiempo una profunda necesidad de esperanza de vida, los cristianos tienen la misión de seguir proclamando a Cristo, «resurrección y vida» del hombre. Sí, frente a los síntomas de una «cultura de muerte» que avanza, también hoy debe resonar la gran revelación de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida».

2. [...] Los creyentes deben «ser presencia» activa y evangelizadora en los lugares de trabajo. Al reunirse en la parroquia para orar juntos y crecer en la fe, también están llamados a ser levadura de renovación espiritual donde trabajan. Han de convertirse en apóstoles de sus hermanos, dirigiéndoles la invitación evangélica «ven y verás» (cf. Jn 1, 46) y ayudándoles a redescubrir y vivir con mayor convicción los valores cristianos...

6. Repitamos con el evangelista: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que tenía que venir al mundo» (Jn 11, 27).

Como Marta, la hermana de Lázaro, también nosotros queremos renovar hoy nuestra fe en Jesús y nuestra amistad con él. Por su muerte y resurrección, se nos comunica la vida plena en el Espíritu Santo. La vida divina puede transformar nuestra existencia en don de amor a Dios y a nuestros hermanos.

[...] Como hemos orado al comienzo de la celebración eucarística, «vivamos siempre de aquel mismo amor que movió al Hijo de Dios a entregarse a la muerte por la salvación del mundo» (Oración colecta). Amén.