Homilías por id

Juan Pablo II

Misa para el mundo del trabajo. Viaje apostólico a Uruguay, Chile y Argentina.
V Domingo de Cuaresma (A)
¿Crees esto?

1. “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25).

[...] Celebramos hoy el quinto domingo de Cuaresma. Ya está cercano al misterio pascual en su presencia litúrgica. Las palabras de Cristo: “Yo soy la resurrección y la vida” resuenan como preanuncio definitivo de este misterio...

2. A todos ha querido el Señor decir que El es el principio de una nueva vida. “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque muera vivirá” (Jn 11, 25).

Jesús pronunció estas palabras en Betania, adonde acudió inmediatamente después de revelar a sus discípulos la noticia de la muerte de Lázaro. Marta, hermana del amigo difunto, salió al encuentro de Jesús y le dijo con dolor: “¡si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto! Pero sé que cualquier cosa que pidas a Dios. El te la concederá” (Jn 11, 21-22).

Marta pide, de esta manera confiada, un milagro; pide a Jesús que resucite a su hermano Lázaro, que lo devuelva a la vida, uno de sus seres más queridos aquí en esta tierra.

Jesús responde con palabras que se refieren a la vida eterna: “el que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees tú esto?” ((Ibíd., 11, 26).

No se trata sólo de restituir un muerto a la vida sobre la tierra. Se trata de la vida “eterna”; de la vida en Dios. La fe en Jesús es el inicio de esta vida sobrenatural, que es participación en la vida de Dios; y Dios es Eternidad. Vivir en Dios equivale a decir vivir eternamente (cf. Jn 1-2; 3-4; 5-11 ss.).

3. Podría decirse que, cuando Jesús de Nazaret, algunos días antes de morir en la Cruz, acude ante el sepulcro de su amigo y lo resucita, está pensando en cada hombre, en nosotros mismos. Tiene ante sí ese gran enigma de la existencia humana sobre la tierra, que es la muerte. Jesús ante el misterio de la muerte, nos recuerda (cf. Jn 10, 7) que El es un amigo y se nos muestra a sí mismo como puerta que da acceso a la vida.

Antes de responder a este problema crucial de la vida del hombre sobre la tierra, con su propia muerte y resurrección, Jesús realiza un signo. Resucita a Lázaro. Le ordena salir fuera del sepulcro, mostrando a los circunstantes el poder de Dios sobre la muerte: la resurrección de Betania es un definitivo preanuncio del misterio pascual, de la resurrección de Jesús, del paso, a través de la muerte, hacia la vida que ya no se acaba: “quien cree en mí, aunque muera vivirá”.

4. Ante el sepulcro del amigo Lázaro, Cristo está casi como tocando la raíz misma de la muerte del hombre, al ser ésta, desde el principio, una realidad anudada con el pecado.

La liturgia de este domingo, calando de lleno en esta condición de la humana existencia, nos invita a clamar con las palabras del Salmo, “desde lo profundo del corazón”:
“Si consideras las culpas, Señor, / Señor, ¿quién podrá subsistir?”.

La respuesta a esta pregunta nos la da también el Salmista:
“En el Señor está la misericordia / y en El es grande la redención. / El redimirá a Israel / de todas sus culpas” (Sal 130 [129], 7-8).

Cristo, que se presenta en Betania ante el sepulcro de Lázaro, sabe que su “hora” está cerca.

Precisamente esta es “ la hora ” –la hora de la Pascua que se aproxima– cuando a solas y sin más apoyo que la confianza en la potencia del mismo Dios, se verá obligado a dar respuesta personal a la pregunta del Salmista. Pero no ya con las palabras, sino con el sacrificio redentor de la propia muerte en la cruz: la muerte que da la vida.

El es ciertamente aquel de quien habla el Salmista.

“El redimirá a Israel”. El demostrará, en efecto, que en Dios “ es grande la redención ”. El hará que el peso de los pecados del hombre sea superado mediante la potencia salvífica de la gracia. La muerte, con la potencia de la vida.

“¿Crees tú esto?”, pregunta Jesús a Marta. Y con esta pregunta está interrogando a los discípulos de todos los tiempos; lo pregunta a cada uno de nosotros en este domingo de Cuaresma, cuando ya estamos tan cercanos al día de la Pascua.

5. La fe en la victoria de la gracia sobre el pecado, en la victoria de la vida sobre la muerte del cuerpo y del alma, es explicada por San Pablo en su carta a los Romanos que hemos escuchado en esta liturgia. Jesús, en efecto, dijo en Betania: “Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí no morirá eternamente”.

Y el Apóstol lo explica así: “Si Cristo está en vosotros, vuestro cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el espíritu es vida a causa de la justificación” (Rm 8, 10).

Cristo habita en nosotros mediante la fe y la gracia. ¡Habita! Entonces está también presente en nosotros su Espíritu, el Espíritu Santo. Por eso añade el Apóstol: “Y si el Espíritu de Aquel que ha resucitado a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que ha resucitado a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu, que habita en vosotros” (Rm 8, 11).

No se trata aquí sólo de resucitar, de dar la vida en esta tierra. Se trata, por encima de todo, de la resurrección a la vida eterna en Dios. Se trata de la participación real en la resurrección de Cristo, mediante el don del Espíritu Santo.

6. Cuando Cristo pregunta: “¿Crees tú esto?”, la Iglesia, su esposa, su cuerpo místico, responde de generación en generación con las palabras del Símbolo Apostólico: “Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”.

Creemos por tanto que esa vida eterna, esa vida divina –de la que es signo la resurrección de Lázaro–, está ya operante en nosotros, gracias a la resurrección de Cristo. Esa perspectiva, soteriológica (salvífica) y escatológica, difícil de aceptar por los “sabios” de este mundo, pero que es acogida con alegría por los “pobres y sencillos” (cf Mt 11, 25), es la que hace posible descubrir el valor sobrenatural que se puede encerrar en toda situación humana...

7. [...] El Evangelio es Buena Nueva, que llena de fe y de esperanza: “Yo espero en Yahvé, mi alma espera, pendiente estoy de su palabra” (Sal 130 [129], 5).

Sin embargo, tantas veces no entendemos lo que el Señor nos está diciendo y. quizá, perdemos la esperanza, porque no estamos pendientes de su palabra...

Los cristianos aman el mundo y tantas cosas buenas que hay en el mundo, porque ha salido de las manos de Dios; pero no ponen su esperanza final en este mundo. Nuestra esperanza es Cristo Jesús, el Verbo de Dios que se hizo hombre y que, después de morir, resucitó. ¡Nuestra esperanza no es vana y no quedará defraudada!

9. [...] El Señor quiere sacarnos de nuestro sepulcro, de una vida sin más horizonte que la materia, sin relieve, que sólo se preocupa de los problemas de esta tierra y muchas veces, sujeta a la cadena del odio, del enfrentamiento o del egoísmo de todo tipo. “Los que viven según la carne, –nos advierte San Pablo– no pueden agradar a Dios” (Rm 8, 8), y añade a continuación: “vosotros, sin embargo, no estáis en la carne, sino en el espíritu, si el Espíritu de Dios habita en vosotros” (Ibíd., 8, 9).

El Señor quiere que la vida terrena se impregne de esa vida eterna y divina, según el Espíritu, que es la vida de la caridad, que es la vida de la resurrección. Quienes viven según la carne no pueden agradar a Dios. Vosotros vivís según el Espíritu, si el Espíritu de Dios habita en vosotros. Cada día se hace más necesario que los cristianos proclamemos bien alto –sobre todo con el ejemplo de nuestra vida– que la máxima dignidad del trabajo está en el amor con que se realiza. Y en esta perspectiva social, verdadera, pero siempre en la perspectiva de la civilización del amor. Es ésta la civilización anunciada por Cristo crucificado y resucitado.

10. [...] María, “Memoria de la Iglesia” (Homilía en al Misa de la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, 1 de enero de 1987), nos llevará de la mano para aprender lo que Ella nos enseña con la propia vida. Más de una vez he recordado cómo, desde hace tantos siglos, los cristianos se han unido a María durante su trabajo, mediante el rezo del Ángelus o la expresión de gozo pascual del Regina caeli. La generosidad en ofrecer espacios del tiempo diario a la piedad mariana hará que el Señor, por intercesión de su Madre, os conceda todo lo que necesitáis en vuestras tareas espirituales y temporales. Así se lo pido de corazón a Dios nuestro Padre, en cuyo nombre bendigo a todos los aquí presentes y a vuestros hogares. Recordad durante vuestro trabajo este misterio primario de nuestra fe, la Encarnación: “Y el Verbo se hizo carne”. Recordar este misterio que conduce a la muerte y a la resurrección, para trabajar mejor, para no olvidar jamás esta dimensión humana con todas sus implicaciones, que tiene también una dimensión divina. Es el Creador quien nos ha dado ejemplo cuando creó el mundo; somos sus colaboradores, queridos hermanos y hermanas, ¡somos sus colaboradores! Es Dios creador, es Jesucristo trabajador, es Jesucristo crucificado y Cristo resucitado. Amén.