Juan Pablo II
Visita al Pontificio Colegio Alemán de Roma
Estar en el mundo y ser para Dios
1. En la primera Carta a los Tesalonicenses, cuya lectura comienza en la liturgia dominical de hoy, el Apóstol Pablo, junto con Silvano y Timoteo, escribe: "Nos habíamos propuesto resueltamente ir a vosotros..." (2, 18). Entre los dos viajes pastorales a dos de vuestros países, Alemania y Suiza, estaba especialmente indicado que el Papa hiciera también una visita al Pontificio Colegio Germánico-Húngaro. Conocéis bien la causa que hizo imposible realizar a su debido tiempo, tanto esta visita a vosotros, como mi viaje a Suiza. Pero sabéis también "que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman" (Rom 8, 28). Así, pues, se nos ha concedido hoy este encuentro tan deseado, en medio de la alegría profunda que brota de la fe y con un redoblado deseo de abrir el corazón ante Dios para darle gracias, queriendo compartir a la vez con todos vosotros estos mismos sentimientos.
Como dice la lectura de hoy, yo también veo en vosotros una "comunidad..., que vive en Dios Padre y en el Señor Jesucristo" (1 Tes 1, 1) y, lo mismo que Pablo, "doy gracias a Dios por todos vosotros, por la actividad de vuestra fe, por el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza" (cf. 1, 2 s.). Lleno de alegría puedo afirmar con el Apóstol: "Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que El os ha elegido" (1, 4). Esta gratuita vocación en Cristo concierne a todos los miembros del nuevo Pueblo de Dios; pero va dirigida de una manera especial a quienes han sido llamados a seguirle más de cerca como discípulos suyos.
[...] 3. Lo inmerecida que es la elección de la que hemos sido objeto y la situación tan radical a que conduce nos lo pone claramente ante los oíos la lectura que hemos hecho del Antiguo Testamento en la liturgia de hoy: "Te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro: fuera de mí no hay dios" (Is 45. 4 s.).
El Evangelio que acabamos de escuchar nos muestra con qué fuerza contrapone el Señor esta exigencia radical de Dios a las pretensiones del mundo: "Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22, 21). Estas palabras conservadas por el Evangelista van más allá del contexto inmediato des la discusión de Jesús con los fariseos, convirtiéndose en clave fundamental para superar la tensión entre nuestro estar en el mundo y nuestro ser para Dios. Quien tome en serio nuestra implicación con él cosmos y con la humanidad debe guardarse de menospreciar dicha exigencia de Dios. Quien ponga a Dios resueltamente en el centro de su vida tiene que pensar que, al mismo tiempo, debe estar en consonancia con la creación de Dios y con las exigencias que surgen de vivir con los demás hombres.
[...] En el esfuerzo personal por descubrir de manera realmente católica y por vivir luego en consecuencia esa orientación nuestra a Dios y nuestra vinculación con el mundo, os puede ser de provecho [lo dicho por] San Ignacio de Loyola. Según el "principio y fundamento" que nos dio en el libro de sus Ejercicios, el hombre ha sido "criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado" (Ejercicios espirituales, núm. 23).
Que vuestra vida sepa dar siempre al cuerpo, a la naturaleza, a las cosas, a las estructuras humanas, lo que les corresponde, pero sin quedarse ahí, sino más bien ofreciéndose en todo a Dios, como nos enseña San Ignacio: "Tomad, Señor, y recibid..." (Ejercicios espirituales,núm. 234).