Homilías por id

Juan Pablo II

nn. 3-5.
Visita Pastoral a la Parroquia Romana de Jesús Obrero Divino.
Domingo XXX del Tiempo Ordinario - Ciclo A
El amor es fundamento de la moral

Hoy, en la primera lectura del libro del Éxodo escuchamos las llamadas que el autor del texto dirige, de parte de Dios, a los hombres de la Antigua Alianza, y que no pierden su actualidad en ninguna época:

"No vejarás...", "no oprimirás...", "no explotarás a viudas ni a huérfanos", "no serás... usurero", "si tomas en prenda... lo devolverás".

El autor del libro del Éxodo, con estas órdenes tan fuertes y perentorias, quiere hacernos reflexionar sobre la realidad fundamental de la existencia de una "ley moral natural", ingénita en la misma estructura del hombre, ser inteligente y volitivo. Dios no ha creado al hombre por casualidad, sino según un proyecto de amor y de salvación. Por el hecho mismo de que una persona es viviente y consciente, no puede dejarse llevar y dominar por el arbitrio, por la autonomía, por el impulso de los instintos y de las pasiones. Desgraciadamente hoy se enseña y se propala por los medios de comunicación, especialmente por los audiovisuales, un "humanismo del instinto", que exalta el valor arbitrario de la espontaneidad instintiva, del hedonismo, de la agresividad. Pero no es así: hay una ley moral inscrita en la conciencia misma del hombre que impone respetar los derechos del Creador y del prójimo y la dignidad de la propia persona; ley que se expresa prácticamente con los "Diez Mandamientos".

Transgredir la ley moral natural es fuente de consecuencias terribles y ya lo hacía ver San Pablo en la Carta a los Romanos: "Tribulación y angustia sobre todo el que hace el mal...; pero gloria, honor y paz para todo el que hace el bien" (Rom 2, 9-10). Lo que San Pablo decía a los pueblos paganos, que no habían actuado en conformidad con el conocimiento racional de Dios, único Creador y Señor, y habían despreciado la ley moral natural, se constata de forma impresionante en todos los tiempos, y por lo tanto también en nuestra época: "Y como no procuraron conocer a Dios, Dios los entregó a su réprobo sentir, que los lleva a cometer torpezas y a llenarse de toda injusticia, malicia, avaricia, maldad..." (Rom 1, 28-29). El descenso de la moral, tanto en el campo social como en el ámbito personal, causado por la desobediencia a la ley de Dios inscrita en el corazón del hombre, es la amenaza más terrible a cada persona y a toda la humanidad.

Esta dramática situación ya existía en los tiempos de la Encíclica "Rerum novarum"; y, por desgracia, después de 90 años, aún somos testigos de ella con la caída de la moral y la consiguiente gran amenaza para el hombre.

En el Evangelio de hoy un doctor de la ley pregunta a Jesús: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?" (Mt 22, 36). Cristo responde: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los Profetas" (Mt 22, 37-40).

Con estas palabras Cristo define cuál es el fundamento último de toda la moral humana, esto es, aquello sobre lo que se apoya toda la construcción de esta moral. Cristo afirma que se apoya en definitiva sobre estos dos mandamientos. Si amas a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo, si amas verdadera y realmente, entonces sin duda "no vejarás", ni "oprimirás", "no explotarás a ninguno, en particular a la viuda y al huérfano", "no serás tampoco usurero" y si "tomas en prenda... lo devolverás" (Ex 22, 20-25).

La liturgia de la Palabra de hoy nos enseña de qué modo se construye el edificio de la moral humana desde sus mismos fundamentos y, al mismo tiempo, nos invita a construir este edificio precisamente así. Del mismo modo en cada uno como en todos: en el hombre que es sujeto consciente de sus actos, en la familia y en toda la sociedad.

Puesto que debemos aprovecharnos honestamente de la participación en la liturgia de hoy, debemos pensar si y cómo construimos el edificio de nuestra moral. Y si la conciencia comienza a reprobar nuestras obras, reflexionemos si a esta moral no le falta el fundamento del amor.

[...] "Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte" (Sal 17 [18], 3).

El hombre, en diversas situaciones de la vida, se dirige a Dios para encontrar en El la ayuda, por ejemplo con las palabras del Salmo responsorial de hoy. Se dirige a El en las dificultades y en los peligros.

Los peligros más amenazadores son los de naturaleza moral, tanto por lo que respecta a los individuos, como también a las familias y a toda la sociedad.

Y entonces es necesario un esfuerzo más grande y una cooperación más ferviente con Dios para construir sobre roca sólida, sobre el fundamento de sus mandamientos y sobre la potencia de su gracia. Este fundamento perdura incesantemente. Y Dios no niega la gracia a los que sinceramente aspiran a ella.

A todos vosotros... os deseo de todo corazón que construyáis sobre este fundamento, que aspiréis a la gracia de Cristo.

Que se cumplan en vosotros estas palabras: "Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador" (Sal 17 [18] 2).