Homilías por id

Juan Pablo II

Visita Pastoral a la Parroquia Romana de Santa Isabel y San Zacarías
Domingo XXX del Tiempo Ordinario (Ciclo B)
Él está con nosotros

1. «El Señor ha estado grande con nosotros» (Sal 125, 3).

El estribillo del Salmo responsorial sintetiza muy bien el contenido de la palabra de Dios que nos propone la liturgia de hoy.

Como hemos escuchado en el evangelio, Jesús realizó un milagro en favor de Bartimeo, el ciego de Jericó que, gracias a su intervención taumatúrgica, recuperó la vista (cf. Mt 10, 52). Dios realizó grandes hazañas en favor de la descendencia de Jacob, liberándola de la esclavitud de Egipto y haciéndola entrar en la tierra prometida. Y cuando el pueblo elegido debió afrontar una nueva esclavitud, a causa de su infidelidad, Dios liberó a Israel del exilio babilónico y lo volvió a guiar a la tierra de sus padres.

Refiriéndose a los grandes acontecimientos de la historia salvífica, el Salmo responsorial proclama: «Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares» (Sal 125,1-2).

Las magnalia Dei de la antigua alianza constituyen una prefiguración del misterio de la Encarnación, suma intervención de Dios no sólo en favor de Israel, sino también de todos los hombres. «Tanto amó Dios al mundo —escribe san Juan— que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). El Hijo unigénito de Dios, de la misma naturaleza del Padre, se encarnó por obra del Espíritu Santo. Asumió nuestra naturaleza humana de María, la Hija elegida de Sión, y realizó la redención de toda la humanidad.

2. «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec» (Hb 5, 6). Jesús es el sumo Sacerdote de la alianza nueva y eterna. El sacerdocio antiguo, transmitido por los descendientes de Aarón, hermano de Moisés, es sustituido por el verdadero y perfecto sacerdocio de Cristo. La carta a los Hebreos afirma: «Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados » (Hb 5, 1).

Toda la vida de Cristo tiene valor sacerdotal. Pero su sacerdocio se manifiesta plenamente en el misterio pascual. En el Gólgota, se ofrece a sí mismo al Padre mediante un sacrificio cruento, único y perfecto. Así, cumplió definitivamente la profecía dirigida a Melquisedec: «Esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo» (Hb 7, 27). La víspera de su muerte, anticipó el memorial de dicho sacrificio, bajo las especies del pan y del vino consagrados. De ese modo, su gesto de inmolación se convirtió en el sacramento de la nueva alianza, la Eucaristía de la Iglesia. Cada vez que celebramos o participamos en la santa misa, debemos proclamar con gratitud las palabras del Salmo de hoy: «¡El Señor ha estado grande con nosotros!».

[...]

5. El Salmo responsorial nos recuerda que «los que siembran con lágrimas cosechan entre cantares» (Sal 125, 5). Puede parecernos arduo el compromiso que Jesús nos pide, pero él nos asegura su ayuda y su apoyo. Está con nosotros y actúa por nosotros.

Conscientes de su amor, podemos dirigirnos a él con confianza. Como el campesino, que después del tiempo de la siembra experimenta la alegría de la cosecha, Dios nos concederá a todos volver con júbilo, trayendo los frutos de nuestro trabajo misionero (cf. Sal 125, 6). Él es Padre que colma de alegría a sus hijos.

Contemplando los dones de su gracia, podemos repetir con gratitud: «El Señor ha estado grande con nosotros». Sí, el Señor no deja de realizar maravillas en favor nuestro. ¡Siempre!

Bendito sea su santo nombre, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.