Homilías por id

Juan Pablo II

III Domingo de Adviento (Ciclo C)
Visita Pastoral a la Parroquia Romana de Santa María Doménica Mazzarello
La misión de Juan y la nuestra

1. «Regocíjate, hija de Sión» (So 3,14). «Estad siempre alegres en el Señor» (Antífona de entrada). La insistente invitación a la alegría es el hilo conductor de este tercer domingo de Adviento, indicado tradicionalmente con la primera palabra en latín de la antífona de la misa: «Gaudete». El «tiempo fuerte» de Adviento, tiempo de vigilancia, de oración y de solidaridad, tiende a suscitar en nuestro corazón sentimientos de alegría y paz, alimentados por el encuentro ya próximo con el Señor.

Así pues, nos alegramos por la fiesta de Navidad, cada vez más cercana...

2.«Regocíjate, hija de Sión (...); gózate de todo corazón, Jerusalén (...). El Señor, tu Dios, en medio de ti es un guerrero que salva» (So 3, 14.17). Con estas palabras, el profeta Sofonías exhortaba a sus compatriotas a festejar la salvación que Dios estaba a punto de procurar a su pueblo. La tradición cristiana ha visto en ese famoso texto profético un anuncio de la alegría mesiánica, con una referencia particular a la Virgen María.

A este propósito, ¡cómo no recordar la solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebrada precisamente hace pocos días! María es la «Hija de Sión», que exulta por la realización plena y definitiva de las promesas de salvación, cumplidas por Dios en el misterio de la encarnación del Verbo. La Virgen eleva al Señor un cántico de alabanza y de acción de gracias por los dones de gracia con los que fue colmada.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, «estad siempre alegres en el Señor. Os lo repito: estad alegres» (Flp 4, 4).

5. «Que vuestra afabilidad la conozca todo el mundo» (Flp 4, 5). Esta afabilidad, con la que el cristiano está llamado a tratar a todas las personas, constituye para los discípulos de Cristo una especie de «carta de presentación». Durante la misión ciudadana, al ir a las casas y a los diversos ambientes de vida y actividad de la metrópolis, os encontraréis con hermanos y hermanas que esperan de vosotros gestos concretos de acogida, de comprensión y de amor. Dadles el testimonio de la caridad divina. Quizá algunos de ellos, gracias a vosotros, puedan volver a vivir la fe más intensamente; otros podrán acercarse a ella por primera vez de manera seria y convencida. Vuestra afabilidad, que nace de la certeza de que el Señor está cerca, os permitirá entrar en contacto real con las personas, con los jóvenes y con las familias, y transmitirles la Palabra que salva, el evangelio de la esperanza y de la alegría...

6. «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo (...). Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3, 16). Juan Bautista predicaba un bautismo de penitencia, para preparar los corazones a acoger dignamente la venida del Salvador. A quienes le preguntaban si él era el Mesías, les respondió testimoniando que su misión consistía en ser precursor, en preparar el camino a Cristo, quien los iba a bautizar con Espíritu Santo y fuego. Oremos para que el Señor envíe su Santo Espíritu sobre nosotros, a fin de poder proseguir nuestra misión al servicio del reino de Dios. Que el Espíritu nos ayude a alentar a los corazones tristes y extraviados, a liberar a quienes están bajo el yugo del mal y del pecado, para poder celebrar dignamente el año de misericordia del Señor (cf. Aleluya; Is 61, 1). Que María, a quien Dios colmó de su fuerza salvadora, nos obtenga a cada uno los dones del Espíritu Santo y la alegría de servir fielmente al Señor. Amén.