Homilías por id

Benedicto XVI

II Domingo del Tiempo de Navidad
Entrar en las profundidades de Dios

Os renuevo a todos mis mejores deseos para el año nuevo y doy las gracias a cuantos me han enviado mensajes de cercanía espiritual. La liturgia de este domingo vuelve a proponer el Prólogo del Evangelio de san Juan, proclamado solemnemente en el día de Navidad. Este admirable texto expresa, en forma de himno, el misterio de la Encarnación, que predicaron los testigos oculares, los Apóstoles, especialmente san Juan, cuya fiesta, no por casualidad, se celebra el 27 de diciembre. Afirma san Cromacio de Aquileya que «Juan era el más joven de todos los discípulos del Señor; el más joven por edad, pero ya anciano por la fe» (Sermo II, 1 De Sancto Iohanne Evangelista: CCL 9a, 101). Cuando leemos: «En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1, 1), el Evangelista —al que tradicionalmente se compara con un águila— se eleva por encima de la historia humana escrutando las profundidades de Dios; pero muy pronto, siguiendo a su Maestro, vuelve a la dimensión terrena diciendo: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14). El Verbo es «una realidad viva: un Dios que... se comunica haciéndose él mismo hombre» (J. Ratzinger, Teologia della liturgia, LEV 2010, p. 618). En efecto, atestigua Juan, «puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Jn 1, 14). «Se rebajó hasta asumir la humildad de nuestra condición —comenta san León Magno— sin que disminuyera su majestad» (Tractatus XXI, 2: CCL 138, 86-87). Leemos también en el Prólogo: «De su plenitud hemos recibido todos, gracia por gracia» (Jn 1, 16). «¿Cuál es la primera gracia que hemos recibido? —se pregunta san Agustín, y responde— Es la fe». La segunda gracia, añade en seguida, es «la vida eterna» (Tractatus in Ioh. III, 8.9: ccl 36, 24.25).