Juan Pablo II
Visita pastoral a la parroquia romana de Stella Maris
Domingo II de Cuaresma (Año A)
Que la luz de Cristo ilumine nuestra vida
1. «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadlo» (Mt 17, 5).
La invitación que el Padre dirige a los discípulos, testigos privilegiados del extraordinario acontecimiento de la transfiguración, resuena de nuevo hoy para nosotros y para toda la Iglesia. Como Pedro, Santiago y Juan, también nosotros estamos invitados a subir al monte Tabor junto con Jesús y a quedar fascinados por el resplandor de su gloria. En este segundo domingo de Cuaresma contemplamos a Cristo envuelto en luz, en compañía de los autorizados portavoces del Antiguo Testamento, Moisés y Elías. A él le renovamos nuestra adhesión personal: es el «Hijo amado» del Padre.
Escuchadlo. Esta apremiante exhortación nos impulsa a intensificar el camino cuaresmal. Es una invitación a dejar que la luz de Cristo ilumine nuestra vida y nos comunique la fuerza para anunciar y testimoniar el Evangelio a nuestros hermanos. Como bien sabemos, es una llamada que implica a veces muchas dificultades y sufrimientos. También lo subraya san Pablo, al dirigirse a su fiel discípulo Timoteo: «Toma parte en los duros trabajos del Evangelio» (2 Tm 1, 8).
La experiencia de la transfiguración de Jesús prepara a los Apóstoles para afrontar los dramáticos acontecimientos del Calvario, presentándoles anticipadamente lo que será la plena y definitiva revelación de la gloria del Maestro en el misterio pascual. Al meditar en esta página evangélica, nos preparamos para revivir también nosotros los acontecimientos decisivos de la muerte y resurrección del Señor, siguiéndolo por el camino de la cruz, para llegar a la luz y a la gloria. En efecto, «sólo por la pasión podemos llegar con él al triunfo de la resurrección» (Prefacio).
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5. Oh Dios, «que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu palabra» (Oración colecta). Así hemos orado al comienzo de nuestra celebración eucarística. La actividad pastoral está ordenada totalmente a esta apertura del espíritu, para que el creyente escuche la palabra del Señor y acepte dócilmente su voluntad. Escuchar realmente a Dios, significa obedecerle. De aquí brota el celo apostólico indispensable para evangelizar: sólo quien conoce profundamente al Señor y se convierte a su amor podrá transformarse en mensajero y testigo intrépido en toda circunstancia.
¿No es verdad que, precisamente por conocer a Cristo, su persona, su amor y su verdad, cuantos lo experimentan personalmente sienten un deseo irresistible de anunciarlo a todos, de evangelizar y de guiar también a los demás al descubrimiento de la fe? Os deseo de corazón a cada uno que este anhelo de Cristo, fuente de auténtico espíritu misionero, os anime cada vez más.
6. «Abraham partió, como le había dicho Yahveh» (Gn 12, 4).
Abraham, ejemplo y modelo del creyente, confía en Dios. Llamado por Yahveh, deja su tierra, con toda la seguridad que implica, sostenido sólo por la fe y la obediencia confiada en su Señor. Dios le pide el «riesgo» de la fe, y él obedece, convirtiéndose así, por la fe, en padre de todos los creyentes.
Como Abraham, también nosotros queremos proseguir nuestro camino cuaresmal, renunciando a nuestra seguridad y abandonándonos a la voluntad divina. Nos anima la certeza de que el Señor es fiel a sus promesas, a pesar de nuestra debilidad y de nuestros pecados.
Con espíritu auténticamente penitencial, hagamos nuestras las palabras del Salmo responsorial: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti».
Virgen, Estrella de la evangelización, ayúdanos a acoger las palabras de tu Hijo, para anunciarlas con generosidad y coherencia a nuestros hermanos... Amén.