Homilías por id

Juan Pablo II

Visita Pastoral a la Parroquia Romana de la Virgen de Loreto
Domingo II de Pascua (A)
Acoger el don de la paz

1. «A los ocho días (...) llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y dijo: «Paz a vosotros»» (Jn 20, 26).

En esta octava de Pascua, resuena el saludo de paz que Jesús dirigió a los Apóstoles el mismo día de su resurrección: «Paz a vosotros». Con su muerte y resurrección, Cristo nos ha reconciliado con el Padre, y a todos los que lo acogen les ha ofrecido el don valioso de la paz. Su gracia redentora los hace testigos de su paz y los compromete a convertirse en artífices de paz, acogiendo este don sobrenatural de Dios y traduciéndolo en gestos concretos de reconciliación y fraternidad.

¡Cuánta necesidad de auténtica paz tiene el mundo en este último tramo del milenio! Afecta a las personas, a las familias y a la vida misma de las naciones. Por desgracia, ¡cuántas situaciones de tensión y guerra perduran en el mundo, tanto en Europa como en otros continentes! Durante estos días, nuestros ojos están llenos de las imágenes de violencia y muerte que provienen de Kosovo y de los Balcanes, donde se libra una guerra con consecuencias dramáticas. A pesar de todo, no queremos perder la esperanza de la paz. Como santo Tomás y los demás Apóstoles, durante este tiempo pascual estamos llamados a renovar nuestra fe en el Señor vencedor del pecado y la muerte, acogiendo su don de la paz y difundiéndolo con todos los medios de que disponemos.

[...] Queridos hermanos y hermanas, el Señor resucitado os llama como individuos y como parroquia a anunciar su Evangelio con el mismo estilo de la comunidad apostólica descrito en la primera lectura de hoy (cf. Hch 2, 42-43). Así mostraréis el valor de la fe que os anima y la profundidad de vuestro amor a Cristo (cf. 1 P 1, 7-8). Y entonces seréis dichosos, según la promesa de Jesús (cf. Jn 20, 28), puesto que, aunque no tenéis la posibilidad de tocar, como santo Tomás, las señales de la crucifixión en el cuerpo del Resucitado, creéis en él y queréis ser sus apóstoles intrépidos y generosos.

[...] 4. El Señor resucitado nos llama a todos a un renovado esfuerzo apostólico. Id, nos dice a cada uno. Id, anunciad el Evangelio, y no tengáis miedo. Él está con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos. Fortalecidos por esta certeza, amadísimos hermanos y hermanas, no dudéis en ser apóstoles del Resucitado. Cada uno tiene la tarea de dar, en su nombre, un generoso impulso a los valores espirituales, como la fidelidad, la acogida y la defensa de la vida en todas sus fases, el amor al prójimo, y la perseverancia en la fe también en medio de las inevitables dificultades de todos los días. No olvidéis que es necesario redescubrir el gusto de la oración, para que el testimonio cristiano alcance el anhelado y vigoroso despertar.