Homilías por id

Juan Pablo II

Visita Pastoral a Ancona.
La razón de nuestra alegría.

1. «Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá» (Aleluya; cf. Ap 1, 8).

Alabamos a Dios al celebrar la solemnidad de la Santísima Trinidad...

[Hoy podemos aclamar] con alegría: «¡Bendito sea Dios Padre y su Hijo unigénito y el Espíritu Santo, porque es grande su amor a nosotros!».

2. Verdaderamente es grande el amor que Dios nos tiene a cada uno...

4. Acabamos de escuchar las palabras del apóstol san Pablo: «Hermanos: alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz» (2 Co 13, 11). Estas mismas palabras, amadísimos hermanos y hermanas, os las dirijo a vosotros con afecto y viva cordialidad.

Ante todo, a vosotros, los jóvenes. Con san Pablo os digo: «Trabajad por vuestra perfección». Una invitación tan exigente supone en los destinatarios la capacidad de entusiasmo. ¿No es ésta una característica típica de vuestra edad? Por eso, os digo: ¡pensad en grande! ¡Tened la valentía de ser atrevidos! Con la ayuda de Dios, «trabajad por vuestra perfección». Dios tiene un proyecto de santidad para cada uno de vosotros.

5. «Tened un mismo sentir». Queridas familias, y especialmente vosotros, queridos esposos jóvenes, aceptad esta invitación a la unidad de los corazones y a la comunión plena en Dios. ¡Es grande la vocación que habéis recibido de él! Él os llama a ser familias abiertas a la vida y al amor, capaces de transmitir esperanza y confianza en el futuro ante una sociedad que a veces carece de ellas.

«¡Alegraos!», os repite hoy a vosotros el apóstol san Pablo. Para el cristiano la razón profunda de la alegría interior se encuentra en la palabra de Dios y en su amor, que jamás falla. Con esta firme certeza, la Iglesia prosigue su peregrinación y proclama a todos: «El Dios del amor y de la paz estará con vosotros».

[...] Sed una Iglesia viva al servicio del Evangelio. Una Iglesia acogedora y generosa, que con su testimonio perseverante sepa hacer presente el amor de Dios a todos los seres humanos, especialmente a los que sufren y a los necesitados.

María, a quien veneráis en vuestra catedral con el hermoso título de «Reina de todos los santos», vele desde lo alto de la colina por cada uno de vosotros y por la gente de mar. Y tú, Reina de los santos, Reina de la paz, escucha nuestra oración: haz que seamos testigos creíbles de tu Hijo Jesús y artífices incansables de paz. Amén.