Homilías por id

Juan Pablo II

XI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A).
Gruta de Lourdes en los Jardines Vaticanos.
La gratuidad de Dios.

1. En este Día del Señor, estamos reunidos para recibir el don que Dios nos ofrece en la persona de su Hijo. Jesús mismo viene en medio de su pueblo para consolarlo, para hacerlo «un reino de sacerdotes, una nación santa» (Ex 19, 6). Él viene a revelar a los hombres que «el Reino de los cielos está cerca» (Mt 10, 7). Recibamos este mensaje con fe; Dios se compadece de su pueblo cansado y abatido.

Queridos amigos que habéis venido esta mañana para celebrar la Eucaristía con el Sucesor de Pedro, estoy feliz de recibirlos en este lugar dedicado a la Virgen María, quien permitió que el don de Dios floreciera plenamente en ella. A cada uno de vosotros también, el Señor os hace el don de su presencia amorosa que transforma vuestra vida.

2. «La mies es abundante pero los trabajadores son pocos» (Mt 9, 37), dice Jesús a sus discípulos antes de enviarlos a una misión. Hoy, esta palabra está dirigida a vosotros en particular. El Señor os invita a acoger el Reino que ha inaugurado entre nosotros. Os invita a seguir a Jesús, a ser sus verdaderos testigos entre vuestros hermanos, a ser entre ellos signos de la presencia de la salvación de Dios. Os animo a que dejéis crecer en vosotros la certeza de que nos hemos reconciliado con Dios en la muerte y resurrección de su Hijo. A todos aquellos que están desanimados, siendo probados, abandonados al borde del camino, id y anunciadles la Buena Nueva: Dios nos ama «y la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros, cuando éramos aún pecadores» (Rom 5, 8).

Como los doce discípulos, habéis sido llamados por vuestro nombre para participar en la obra de Cristo. Permaneced fieles a esta llamada, profundizad en las exigencias de vuestra vocación cristiana, en la forma particular en que Dios os ha llamado. Fundad firmemente vuestra fe en Aquel que os eligió para ser mensajeros de su Buena Nueva en medio de vuestros hermanos y hermanas. Y vosotros, jóvenes, no tengáis miedo de responder generosamente al Señor y seguir su camino. Es Él vuestra esperanza, vuestro verdadero gozo, es en Él donde encontraréis la plena realización de vuestra vida.

3. «Rogad, por tanto, al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). Que vuestra oración personal y comunitaria se preocupe por la misión universal de la Iglesia. Por medio de ella, implorad a Dios para que más y más «discípulos» acepten ser servidores de su designio de reconciliación y salvación para todos los hombres.

4. «Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis» (Mt 10, 8). La invitación de Cristo nos lleva a considerar que la gratuidad constituye la forma de ser y actuar de Dios: eligió gratuitamente a Israel para que fuera su pueblo; gratuitamente ofreció a su Hijo unigénito para la redención del mundo; gratuitamente escogió a los Doce, llamándolos por su nombre, para hacerlos apóstoles del Reino de los cielos.

La Virgen María es también un signo singular de esta lógica divina: concebida sin mancha del pecado original, Nuestra Señora brilla a través de la gracia divina que exalta en ella la admirable iniciativa del Padre celestial. Por lo tanto, ella ofrece un testimonio vivo de que el pecado no podría destruir el plan original de Dios para el hombre.

Interpelados por este misterio de amor, respondemos, queridos hermanos y hermanas, como María, con todas nuestras vidas: hemos recibido gratuitamente, damos gratuitamente.