Homilías por id

Juan Pablo II

XIII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A).
Santa Misa en la Gruta de Lourdes de los Jardines Vaticanos.
El criterio fundamental del apostolado.

1. «Cantaré eternamente tu misericordia» (Salmo responsorial).

Estas palabras expresan la gratitud de quienes han experimentado el amor misericordioso de Dios: estas son las palabras del profeta lleno del Espíritu Santo, de la mujer estéril que se convirtió en madre, del apóstol elegido por el Maestro. Estas son las palabras de toda persona bautizada, regenerada por el misterio pascual de Cristo.

En realidad, la experiencia cristiana es una circulación de dones que parte de Dios y regresa a Dios, a través de Cristo, para alabanza de su gloria; una circulación de misericordia y gratitud, anticipo y profecía del Reino de los Cielos. Esta es también la dinámica de la misión y el apostolado.

En la primera lectura de este domingo, tomada del ciclo del profeta Eliseo narrado en el Segundo Libro de los Reyes, hemos escuchado un episodio que ejemplifica las palabras de Jesús en el Evangelio: «Quien reciba a un profeta como profeta, tendrá recompensa de profeta» (Mt 10, 41). Eliseo, heredero del espíritu del gran profeta Elías, es recibido por una mujer de Sunem, que actúa con solicitud y hospitalidad hacia él, porque lo reconoce como «un hombre de Dios, un santo» (2 Re 4, 9). Y de él recibe, como recompensa, la promesa de un hijo ahora no esperado, un hijo que vendrá a la luz de inmediato y que, más tarde, incluso será resucitado por el propio Eliseo. ¿Cuál será, en adelante, la vida de esa mujer de Sunem, si no un himno de alabanza incesante a la misericordia de Dios, que la había visitado?

2. «Quien os acoge, me acoge a mi» (Mt 10, 40).

El apóstol del Reino de los cielos es sobre todo un hombre de Dios, uno que ha experimentado personalmente su amor y está llamado a anunciarlo, el cual, lo primero que repite todos los días es: «Cantaré eternamente tu misericordia». De esta manera, el apóstol también se convierte en un dispensador de la gracia de Dios y en testigo de su fidelidad, para despertar en aquellos que reciben su mensaje el mismo cántico de alabanza.

El pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar, constituye la parte final del llamado «discurso apostólico» del Evangelio de Mateo. Presenta el criterio fundamental y sintético de la existencia apostólica, a saber, la primacía de Dios, que se convirtió, en la Nueva Alianza, en la primacía de Cristo, el Hijo encarnado de Dios. El apóstol ha «perdido su vida» (Mt 10, 39) por Cristo; convirtiéndose en su discípulo se ha hecho «pequeño» y ahora puede ser un instrumento de su misericordia para todos aquellos que lo acogen en el nombre del Señor.

3. «También vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6, 11).

Queridos hermanos y hermanas, cada discípulo está llamado a ser apóstol del Evangelio, en virtud del bautismo, del cual el apóstol Pablo nos habló en su Carta a los Romanos. Cristo «perdió su vida» y la recibió renovada por el Padre, para derramarla, por medio del Espíritu Santo sobre aquellos que creen en Él. Su «bautismo» en la muerte (cf. Lc 12, 50) es el comienzo de nuestro bautismo, su resurrección es para nosotros principio de un camino de nueva vida, centrado en la relación con él, que confiere plenitud de significado y valor a cualquier otro vínculo humano.

Queridos amigos, volvamos nuestra mirada a la Virgen María: Ella fue «bautizada» en el misterio pascual de Cristo desde el primer momento de su concepción: por eso es la Inmaculada Concepción. Que nuestra invocación se dirija a ella, para que su intercesión nos obtenga el poder cantar en todo tiempo la misericordia del Señor. ¡Amén!