Homilías por id

Juan Pablo II

Domingo XVI del Tiempo Ordinario (Ciclo A).
Palazzo Apostolico di Castel Gandolfo.
Tres enseñanzas de esta palabra.

«¡Tú, oh Señor, eres bueno, y nos perdonas!».

1. La invocación, que repetimos recitando el salmo responsorial, es de gran consuelo y profunda alegría para nosotros: reconocemos de hecho nuestra fragilidad y nuestra debilidad como criaturas amenazadas por el mal, pero también consideramos la bondad y la misericordia supremas de Dios, quien ve nuestra miseria y arrepentimiento, y nos perdona: «¡Señor, Dios de misericordia, Dios compasivo y fiel, vuelvete hacia mí y ten piedad!» (Sal 86).

Con este sentimiento de inmensa confianza en Dios, que nos ama y nos perdona, os ofrezco a todos, queridos hermanos y hermanas, que servís en las Villas Pontificias, mi más cordial saludo, comenzando mi habitual estancia de verano... Estoy muy contento de veros nuevamente y celebrar esta Santa Misa con vosotros y por vosotros: el Señor os recompense con su infinita amabilidad, mientras que por mi parte os aseguro mi constante recuerdo en la oración.

2. Las lecturas, que la liturgia de este decimosexto domingo durante el año propone para nuestra meditación, ciertamente contienen el núcleo más profundo y más esclarecedor de todo el mensaje cristiano.

De hecho, lo que más atormenta a la inteligencia humana es la presencia del mal en la historia, su origen y su propósito; solo respondiendo estas preguntas puede el hombre sacar luz para la solución del problema de su existencia.

Jesús, con la parábola del buen trigo y la cizaña, que él mismo interpretó y explicó, revela la razón y el significado de esta trágica realidad.

En primer lugar, afirma claramente que existe el mal, está presente y es dinámico en la historia de los hombres. Sin embargo, no puede provenir de Dios, el creador, que por esencia es el bien infinito y eterno.

Dios es el sembrador del buen trigo; primero con la creación misma, que es radical y metafísicamente positiva, y luego con la Redención, porque «el que siembra la buena semilla es el hijo del hombre. La buena semilla son los hijos del reino». El mal proviene del «enemigo» y de quienes lo siguen: «La cizaña son los hijos del maligno y el enemigo que la sembró es el diablo».

Aquí nos enfrentamos con la libertad que Dios le ha dado a las criaturas racionales: esta es la realidad más sublime y más trágica porque, mal utilizada, es la causa de la germinación de la cizaña en la vida del individuo y en la historia de la humanidad.

El drama de la historia consiste precisamente en esta coexistencia del buen trigo con la cizaña hasta el final de la historia, hasta la cosecha: hoy no es posible pensar la historia humana sin cizaña; es decir, como dice el mismo Jesús, no es posible erradicar totalmente la cizaña porque está mezclada con lo bueno.

La cizaña vive y crece en el mundo; pero el buen trigo también vive y prospera; el grano de mostaza también crece y se desarrolla, hasta convertirse en un árbol frondoso y hospitalario; también la levadura del bien escondida en la humanidad crece y fermenta.

Con extrema simplicidad, pero con suprema autoridad, Jesús nos hace comprender que toda la historia humana, por larga y problemática que sea, tiene como cumbre la «cosecha» final: lo que realmente importa no es la historia que pasa, sino la eternidad que nos espera.

Por lo tanto, de las lecturas litúrgicas debemos derivar tres directivas fundamentales para nuestra vida:

- debemos esforzarnos por ser trigo bueno y sembrar trigo bueno continuamente, eliminando todo lo que pueda causar daño, confusión mental, mal ejemplo, instigación al mal; más aún, debemos esforzarnos por que la cizaña se convierta en buen trigo en la medida de lo posible. Todos tenemos un gran ideal y una empresa magnífica para lograr;

- debemos escuchar atenta y escrupulosamente las inspiraciones que el Señor nos hace sentir acerca de nuestra vida, que se nos dan solo en la perspectiva de la felicidad eterna. Es fácil y natural en nuestras oraciones insistir más bien en intereses temporales y terrenales. Pero, como dice San Pablo en la segunda lectura de la Misa, «el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque ni siquiera sabemos pedir como conviene». Y por lo tanto, «el Espíritu mismo intercede insistentemente por nosotros, con gemidos inefables; y el que escudriña los corazones sabe cuáles son los deseos del Espíritu» (Rom 8, 26-27);

- finalmente, siempre debemos mantener viva y ferviente la fe en el Señor, porque, como dice el Libro de la Sabiduría, Dios juzga con mansedumbre y gobierna con gran indulgencia (cf. Sab 12, 16).

Que la Santísima Virgen, a quien os encomiendo a todos, especialmente en este período de verano, os ayude y os ilumine para que podáis comprender cada vez más profundamente las enseñanzas del Evangelio, en las cuales se encuentra la respuesta satisfactoria a todas las preguntas del corazón. Que en cada día de este «Año Mariano» resplandezca vuestra devoción a nuestra Madre del Cielo.