Homilías por id

Juan Pablo II

Visita Pastoral a la Parroquia Romana de Santa María del Olivo en Settecamini.
Tomarse el amor de Dios en serio.

1. Queridos hermanos y hermanas, en el ambiente de alegría del tiempo de Pascua, al celebrar la plenitud del amor de Dios por la humanidad, expresado y comunicado a nosotros en su Hijo, muerto y resucitado, la liturgia de hoy nos lleva a la consideración de esta gran «don», del cual proviene el mandamiento de amar a nuestros hermanos.

Contemplamos, en primer lugar, el amor de Dios por el hombre, que se ha revelado plenamente en Cristo, su Hijo.

«Dios es amor», ha recordado el apóstol Juan. Es amor porque es «comunión» que une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en la vida trinitaria. Es amor porque es «don». El amor de Dios, en efecto, no permanece cerrado en sí mismo, sino que se difunde y llega al corazón de todos los que ha creado, llamándolos a ser sus hijos.

El amor de Dios es un amor gratuito, que antecede la espera y la necesidad del hombre. «No fuimos nosotros primeros en amar a Dios, sino que él nos amó». Nos amó primero, Él tomó la iniciativa. Esta es la gran verdad que ilumina y explica todo lo que Dios ha hecho y conseguido en la historia de la salvación.

El amor de Dios, por otra parte, no está reservado a algunos, unos pocos, sino que quiere abrazar a todos, invitándolos a ser una sola familia. El apóstol Pedro dice lo mismo en su discurso de evangelización que tuvo lugar en la casa del centurión Cornelio, donde se encontraban muchas personas: Dios –dice– «no hace acepción de personas, sino el que le teme y practica la justicia, perteneciendo al pueblo que pertenezca, es aceptable a él».

El amor de Dios por la humanidad no conoce fronteras, no se detiene delante de alguna barrera de raza o cultura: es universal, es para todos. Pide sólo disponibilidad y acogida; sólo exige un terreno humano para fecundar, hecho de conciencia honesta y buena voluntad.

Es, finalmente, un amor concreto hecho de palabras y gestos que llegan al hombre en diferentes situaciones, incluidas las de sufrimiento y de opresión, porque es amor que libera y salva, ofreciendo amistad y creando comunión. Todo esto por la fuerza del don del Espíritu, derramado como don de amor en los corazones de los creyentes, para que puedan glorificar a Dios y proclamar sus maravillas a todos los pueblos.

2. De la contemplación del amor de Dios viene la necesidad de una respuesta, de un compromiso. ¿Cuál? Es un deber preguntárselo. Y la palabra de Dios, apenas escuchada, colma nuestras expectativas. Se requiere antes que nada que el hombre se deje amar por Dios. Esto sucede cuando se cree en su amor y se lo toma en serio, aceptando el don en la propia vida para dejarse transformar y moldear por él, especialmente en las relaciones de solidaridad y fraternidad que unen a los hombres unos con otros.

Jesucristo, en efecto, pide a aquellos que han sido alcanzados por el amor del Padre amarse unos con otros y amar a todos como Él los amó. La originalidad y la novedad de su mandamiento residen precisamente en aquel «como», que dice gratuidad, apertura universal, concreción en palabras y gestos verdaderos, capacidad de donación hasta al supremo sacrificio de sí mismos. De esta manera, su vida puede difundirse, transformar el corazón humano y hacer de todos los hombres una comunidad reunida en su amor.

Jesús pide a sus seguidores que permanezcan en su amor, es decir, que vivan permanentemente en comunión con él, en una relación constante de amistad y de diálogo. Y esto para gustar de la alegría plena, para encontrar la fuerza para observar sus mandamientos y, finalmente, para producir frutos de justicia y de paz, de santidad y de servicio.

4. Acoged con renovada conciencia el Evangelio del amor que Jesucristo revela con su palabra y con su vida. Él los ha elegido y, con el don del Espíritu Santo, los ha «constituido» y establecido en Él, haciéndolos sus amigos y partícipes, con el bautismo, de su propia vida. Permanezcan en su amor, perseveren en él, cultiven el diálogo de la oración con Él, crezcan en la comunión a través de la participación en los sacramentos y en la liturgia, custodien fielmente su palabra en el corazón, observen sus mandamientos.

Y entonces ámense el uno al otro, porque «todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios». El amor fraternal, en efecto, testimoniado y experimentado, hace creíble el Evangelio del amor de Dios a «los de fuera» y se convierte así en la primera forma de evangelización para los hombres de nuestro tiempo. Este amor mutuo, en la realidad de su comunidad parroquial, está destinado a expresarse en múltiples formas de compromiso y servicio.

Exige disponibilidad y acogida a todos, especialmente a los niños, a los pobres, a los que sufren; pide una cooperación activa y armoniosa a las diversas iniciativas en miras a crear y fortalecer la comunión; incluye la valoración del carisma personal y de grupo, con el objetivo de orientar al bien común y la edificación de la comunidad, superando el impulso fácil del individualismo y la búsqueda de intereses particulares. Nos demanda, en una palabra, «caminar juntos», guiados por quien es pastor de la Iglesia, con el objetivo común del Reino de Dios.

5. El Evangelio del amor, por último, pide a todos y a cada uno que vayan y den fruto, y un fruto que permanezca. Es el deber de la «misión», que nos insta a llevar la reconciliación y la paz allí donde hay división y enemistad; a crear la solidaridad allí donde hay marginación y soledad; a promover la vida allí donde se propagan los signos de la muerte; a compartir allí donde el egoísmo levanta barreras y prejuicios: en la familia, en el trabajo, en la vida del barrio.

«Con voces de júbilo den el gran anuncio, hacedlo llegar a los confines de la tierra: el Señor ha liberado a su pueblo. Aleluya».

Queridos, vivan en el amor de Dios y en la alegría. La liturgia de hoy es «alegría»: es la alegría de ir juntos, es la alegría de estar juntos como familia de Dios reunida alrededor de su altar, de su Eucaristía. [Es una alegría especial ver a estos niños vestidos tan solemnemente, niñas vestidas de blanco, para recibir la Sagrada Comunión. Es, sobre todo, la alegría de los corazones de estos niños, ya que deben abrirse a Jesucristo Eucaristía y convertirse en su casa como él les ha dicho. Es alegría para las familias que viven así un gran día en su camino de la vida cristiana. Siempre es alegría en su comunidad eclesial, en su comunidad parroquial este día de la Primera Comunión de los niños, día de gran alegría pascual. Es alegría para mí, que he podido encontrarme en su parroquia en este día en que sus hijos reciben la Primera Comunión y yo personalmente pueda dar a Jesús Eucaristía a cada uno de ellos.] Que el Señor los bendiga y les ayude en el camino parroquial cristiano, especialmente en este mes de mayo, y a lo largo de nuestras vidas. Alabado sea Jesucristo.