Benedicto XVI
Domingo VI de Pascua (Ciclo B).
Visita Pastoral a Arezzo, La Verna y Sansopolcro.
Concelebración Eucarística en Parque «Il Prato» de Arezzo.
La iniciativa es de Dios.
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5. Queridos amigos, la primera lectura nos ha presentado un momento importante en el que se manifiesta precisamente la universalidad del mensaje cristiano y de la Iglesia: san Pedro, en la casa de Cornelio, bautizó a los primeros paganos. En el Antiguo Testamento Dios había querido que la bendición del pueblo judío no fuera exclusiva, sino que se extendiera a todas las naciones. Desde la llamada de Abrahán había dicho: «En ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Gn 12, 3). Y así Pedro, inspirado desde lo alto, comprende que «Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea» (Hch 10, 34-35). El gesto realizado por Pedro se convierte en imagen de la Iglesia abierta a toda la humanidad. Siguiendo la gran tradición de vuestra Iglesia y de vuestras comunidades, sed testigos auténticos del amor de Dios hacia todos.
6. Pero, ¿cómo podemos nosotros, con nuestra debilidad, llevar este amor? San Juan, en la segunda lectura, nos ha dicho con fuerza que la liberación del pecado y de sus consecuencias no es iniciativa nuestra, sino de Dios. No hemos sido nosotros quienes lo hemos amado a él, sino que es él quien nos ha amado a nosotros y ha tomado sobre sí nuestro pecado y lo ha lavado con la sangre de Cristo. Dios nos ha amado primero y quiere que entremos en su comunión de amor, para colaborar en su obra redentora.
7. En el pasaje del Evangelio ha resonado la invitación del Señor: «Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16). Son palabras dirigidas de modo específico a los Apóstoles, pero, en sentido amplio, conciernen a todos los discípulos de Jesús. Toda la Iglesia, todos nosotros hemos sido enviados al mundo para llevar el Evangelio y la salvación. Pero la iniciativa siempre es de Dios, que llama a los múltiples ministerios, para que cada uno realice su propia parte para el bien común. Llamados al sacerdocio ministerial, a la vida consagrada, a la vida conyugal, al compromiso en el mundo, a todos se les pide que respondan con generosidad al Señor, sostenidos por su Palabra, que nos tranquiliza: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (ib.).