Ferias Mayores Tiempo de Adviento: 18 de Diciembre – Homilías
/ 13 diciembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Jer 23, 5-8: Daré a David un vástago legítimo
Sal 71, 1-2. 12-13. 18-19: En sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente
Mt 1, 18-24: Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (18-12-2014): Dios entra en nuestra historia
jueves 18 de diciembre de 2014Dios quiso salvarnos en la historia. Nuestra salvación no es aséptica, de laboratorio. ¡No! Es histórica. Él caminó en la historia con su pueblo. Así pues, no hay salvación sin historia. Y, para llegar a hoy, ha habido una larga, una larguísima historia. Así, paso a paso, se hace la historia. Dios hace la historia, y también nosotros la hacemos; y cuando nos equivocamos, Dios corrige la historia y nos saca adelante, siempre caminando con nosotros. Si no tenemos esto claro, jamás entenderemos la Navidad. Nunca comprenderemos la Encarnación del Verbo. Nunca. Es toda una historia que camina. ¿Y se acaba esa historia con la Navidad? ¡No! Aún hoy el Señor nos salva en la historia y camina con su pueblo.
En esa historia están los elegidos de Dios, personas que escogió para ayudar a su pueblo a ir adelante, como Abraham, Moisés, Elías. Para ellos existen algunos momentos malos, oscuros, incómodos, molestos. Personas que solo querían vivir tranquilas, pero el Señor las incomoda. ¡El Señor nos incomoda para hacer la historia! Nos hace caminar tantas veces por senderos que no queremos. Tanto que Moisés y Elías desearon incluso la muerte, pero luego confiaron en el Señor.
El Evangelio de hoy nos habla de un momento malo en la historia de la salvación, el de José que descubre que su prometida, María, está encinta. José sufre viendo a las mujeres del pueblo que cuchichean en el mercado. Y sufre porque piensa: es una buena mujer, yo la conozco. Es una mujer de Dios. ¿Qué ha hecho? ¡No es posible! Si la acusa, la lapidarán, y no quiere, aunque no lo entienda. Sabe que María es incapaz de infidelidad. En esos momentos malos, los elegidos de Dios, para hacer la historia, deben cargar el problema sobre sus hombros, sin entenderlo. Así es como hace la historia el Señor. Así lo hace con José, el hombre que en el peor momento de su vida, el momento más oscuro, carga con el problema. Y se acusa a sí mismo a los ojos de los demás para cubrir a su esposa. Quizá algún psicoanalista dirá que ese sueño es la condensación de la angustia, que busca una salida... ¡Que digan lo que quieran! ¿Qué hizo José? Después del sueño, toma consigo a su esposa: No entiendo nada, pero el Señor me ha dicho esto, y éste será como hijo mío.
Hacer historia con su pueblo significa, para Dios, caminar y poner a prueba a sus elegidos. Pero al final los salva. Acordémonos siempre con confianza —también en los momentos más malos, en los momentos de enfermedad, cuando nos damos cuenta de que debemos pedir la extrema unción porque no hay salida— de decir: Señor, la historia no comenzó conmigo ni terminará conmigo. Tú sigue adelante, que yo estoy dispuesto. Y ponernos en las manos del Señor.
¿Qué nos enseñan, pues, los elegidos del Señor? Que Dios camina con nosotros, que Dios hace historia, que Dios nos pone a prueba y que Dios nos salva en los momentos más malos, porque es nuestro Padre. Y, según Pablo, es nuestro papá. Que el Señor nos haga entender este misterio de su caminar con su pueblo en la historia, de su poner a prueba a sus elegidos y la grandeza de corazón de sus elegidos, que cargan sobre sí los dolores, los problemas, incluso la apariencia de pecadores —pensemos en Jesús— para sacar adelante la historia.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
«El Mesías que Juan anunció como Cordero, vendrá como Rey», cantamos en la entrada de esta celebración. En la colecta (Gelasiano) pedimos al Señor que nos conceda a los que vivimos oprimidos por la antigua esclavitud del pecado, vernos definitivamente libres por el renovado misterio del Nacimiento de su Hijo.
–Jeremías 23,5-8: Suscitaré a David un vástago legítimo. El profeta anuncia la venida de un gran Rey, descendiente de David. Es el Mesías prometido, que traerá al mundo la salvación. «El Señor nuestra Justicia» es como un doblaje de la expresión «el Señor con nosotros», y equivale a Jesús: Dios salvador. Justicia es lo mismo que santidad.
El deseo de salir de las angustias presentes podría ser una forma de alienación, de evasión, de refugio psicológico, si aquellos días mesiánicos no fueran un ideal que hemos de alcanzar, un modelo que imitar; más aún, si aquellos días futuros no fuesen, en esta tensión, ya presentes.
En efecto, así como la vida eterna –de la que la era mesiánica es figura y con la que se confunde muchas veces proféticamente– está ya en parte vivida en el tiempo por anticipación, la espera no es refugio evasivo. En la espera tenemos ya una afirmación, una presencia. Se espera lo que ya se posee en parte, pero lo que se espera es algo que, en su inagotable riqueza, está aún por poseer, por buscar, por esperar. Sí, pero todavía no. Es decir: tenemos la realidad, pero no en su plenitud, que solo se puede alcanzar en la gloria futura.
Por eso pedimos en la liturgia de Adviento que el Salvador venga. Es el Dios fuerte. Fuerte en los prodigios que realiza, fuerte en el gobierno, en la conservación y en la propagación de la Iglesia. Fuerte en la redención y en la santificación de las almas, fuerte en su amor para con nosotros, indignos. Fuerte en su misericordia, fuerte en ayudarnos en todas nuestras necesidades:
«Oh Adonai, Dios fuerte, Dios omnipotente. Tú eres quien se apareció a Moisés en la zarza ardiente. Tú eres quien le dio la ley en el monte Sinaí. ¡Ven, alárganos tu mano y sálvanos», cantamos hoy en la antífona para el Magníficat en Vísperas.
–En el Salmo 71, el nuevo David, que Dios promete a los que han sido deportados a Babilonia, es figura de Jesucristo. Supliquemos, pues, con este Salmo que venga el Reino definitivo de Cristo, el nuevo David. Él «librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector. Él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito por siempre su nombre glorioso, que su gloria llene la tierra. Amén, Amén... ¡Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente!».
–Mateo 1,18-24: Jesús es el Hijo de Dios. Escribiendo la genealogía ascendente hasta Abrahán, San Mateo (1,1-17) ha querido demostrar la verdadera humanidad de Jesús. Ahora bien, en el evangelio de hoy, se pone en claro el otro aspecto del Salvador: el de Hijo de Dios. Leemos en la Carta a Diogneto, carta muy antigua, hacia el año 200:
«Nadie pudo ver a Dios ni darle a conocer, sino Él mismo fue quien se reveló [en Jesucristo]. Y lo hizo mediante la fe, único medio de ver a Dios. Pues el Señor y Creador de todas las cosas, el que lo hizo todo y dispuso cada cosa en su propio orden, no solo amó a los hombres, sino que fue también paciente con ellos. Siempre fue, es y seguirá siendo benigno, bueno, incapaz de ira y veraz. Más aún, Él es el único bueno, y cuando concibió en su mente algo grande e inefable, lo comunicó únicamente con su Hijo» (Diogneto 8).
La figura de San José tal como aparece en el relato evangélico es elevada y dramática, esculpida con fe y humildad. No es que San José acepte venir a ser padre de Dios, no. Podría hacer eso con un desmedido orgullo o con una presuntuosa y falsa humildad. Lo que sí hace José es entregar toda su vida a Dios, seriamente, en una donación incondicional. Acepta ser conducido por Dios por caminos misteriosos; acepta recibir a su cuidado a la Virgen María, en toda su fragilidad femenina, que era verdadera, al igual que era verdadera la fragilidad infantil de Jesús niño. Para estas fragilidades poderosas, pero también débiles, José acepta hacer de escudo, con su debilidad de hombre ciertamente elegido por Dios, con altas gracias divinas y dones especiales.
San José acepta valientemente y con alegría cumplir la misión para la que el Señor le ha elegido. No cabe duda de que Dios le ha preparando especialísimamente, y que él siempre ha aceptado la voluntad de Dios, prestándose a colaborar en todo lo posible con la gracia divina. El Evangelio, dentro de su concisión, es muy explícito: José, «como era bueno». ¡Cuántas renuncias suponen esas palabras! Tenemos necesidad de su ejemplo y de su intercesión en estos tiempos en los que los hombres, siguiendo sus propios planes, quedan extenuados, vacíos y sin alma.
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Jeremías 23,5-8
El libro de Jeremías es uno de los textos bíblicos más dramáticos, que comprende los momentos más trágicos de la historia de Israel. Sin embargo, el profeta en este fragmento nos presenta una profecía cargada de esperanza y recoge dos oráculos: el primero es el anuncio de un rey sabio, descendiente de David, que, como «descendiente legítimo», guiará a los suyos cual verdadero pastor (vv. 5-6); el segundo es la declaración del fin del exilio y de la dispersión del pueblo, que volverá a «habitar en su propia tierra» (vv. 7-8). La profecía nos pone ante una intervención de Dios que, manteniendo la promesa hecha a David (cf. 2 Sm 7,12-16), reagrupa al pueblo y lo guía un verdadero rey (cf. Is 11,1-9; Zac 3,8), construyendo un reino de paz y justicia; por esta razón llevará el nombre «El-Señor-nuestra-justicia» (v. 6). Las características de este sucesor de David se atribuyen al Mesías, que gobernará al pueblo con «el derecho» de su Palabra y «la justicia» de su amor misericordioso (v. 5). En cuanto al anuncio de la liberación del destierro y el volver a la tierra, se describe como un nuevo éxodo, prefigurando la verdadera liberación mesiánico-escatológica, ejecutada por el Mesías, quien conducirá a todo desterrado para introducirle en la tierra de la paz sabática.
Evangelio: Mateo 1,18-24
El evangelista nos describe el anuncio del nacimiento de Jesús, por el ángel del Señor a José, hijo de David. María, prometida de José, se halla encinta por obra del Espíritu Santo. Mientras José piensa abandonarla en secreto, respetando con veneración silenciosa un hecho misterioso, el ángel le revela en sueños el plan de Dios: María dará a luz al Salvador esperado. José, que es «justo» (v. 19), acoge con fe y sencillez el designio de Dios, lleva consigo a María, reconoce legalmente al hijo, le transmite todos los derechos como descendiente davídico e imponiendo a Jesús el nombre que califica su misión, cumple la voluntad divina. Aunque no por línea de sangre, Jesús es descendiente de David, como demuestra Mateo citando el texto de Is 7,14: Mirad, la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel» (v. 23).
Dios, para realizar su designio de amor y salvación se sirve de hombres que veneran su voluntad, con frecuencia misteriosa. José es uno de estos que, con fe y humilde obediencia, vive una vida escondida, pero colabora con Dios para llevar adelante la historia de salvación. En el hijo de María y José a punto de nacer Dios se manifiesta como el Emmanuel, es decir «Dios con nosotros».
MEDITATIO
La unión existente entre el texto de Jeremías y el evangelio de Mateo aparece en el «vástago legítimo» que florece del tronco de David y «reinará como rey prudente (Jer 23,5). Este rey misterioso, que nace por obra del Espíritu, es el Mesías que «salvará a su pueblo de los pecados» (Mt 1,21). Pero Dios se sirve de José, hombre sencillo y de profunda fe, para sacar adelante su historia de salvación centrada en Jesús. José no obstaculiza el designio divino, entra en el misterio sin comprenderlo a fondo, se fía de su creador y colabora con docilidad y confianza.
El hombre justo es el hombre de la Palabra de Dios, que no se defiende ni se queda en teorías, sino que lee los acontecimientos de su vida y los comprende, en la medida en que interioriza la Palabra y la vive en su día a día.
Sin embargo, se da una condición previa para entrar en diálogo con Dios: estar dispuesto a obedecerle sin dilación, porque sólo el que se pone en actitud de escucha devota es «utilizado» por el Señor para llevar adelante sus planes en favor de los hombres, como lo fueron María y José, los verdaderos pobres, que tienen a Dios por rey. La realeza de Cristo sólo se revela a los que tienen un corazón de pobre como los "anawfm de Israel y de todos los tiempos. Como creyentes estamos llamados a la escuela de estos justos que, como José, creen plenamente en el amor de Dios y han experimentado su don.
ORATIO
Señor Jesús, hijo de David, tú que has escogido el camino de la encarnación para salvamos, apareciendo entre los hombres como todos nosotros, por medio de una madre, la virgen María, y has crecido bajo la mirada vigilante de José, hombre justo, ayuda a tu pueblo para que reconozca en tu venida el anuncio gozoso de la salvación y la vida nueva.
Tú que eres el «vástago justo», que florece en el corazón de todo hombre, haz que tu reino de justicia y paz, con la riqueza de sus valores humanos, se extienda como luz a todos los pueblos. Quisiste tener a tu lado la figura sencilla y trabajadora de José para hacemos comprender que, más allá de los vínculos de la sangre, aprecias cualquier paternidad, como reflejo de la verdadera paternidad de tu Padre que está en los cielos. También nos enseñas que el hombre humilde y rico de fe, disponible a la voluntad de Dios, siempre es agradable a tus ojos y por eso le haces colaborador de tu designio de amor.
Te pedimos que nosotros también estemos dispuestos, como José, a dar nuestro sincero y gozoso asentimiento a lo que nos pidas, aun a través de los caminos misteriosos de tu amor.
Pero sobre todo deseamos que seas siempre nuestro Emmanuel, el "Dios con nosotros", para saberte llevar en el corazón con el mismo amor que José, tu padre adoptivo, de modo que estemos disponibles a servirte en todos nuestros hermanos, especialmente en los pobres y necesitados, porque estás con ellos.
CONTEMPLATIO
No cabe concebir mayor alegría, comprendo yo, que nuestro Señor Jesucristo, Aquel que es el Altísimo, el Omnipotente, noble por excelencia y digno de todo honor, sea también el que más se humille y más se abaje; sea el más cariñoso y el más atento; y en realidad, esta alegría maravillosa nos será dada a todos sentirla cuando nos sea otorgado poder contemplarle.
y esto quiere nuestro Señor que andemos buscando llenos de confianza en Él, mediante su gracia y su ayuda, que esta búsqueda nos alegre y nos complazca, en cuando nos sea dado, en tanto esperamos el tiempo en que veremos su realización. Porque la plenitud de la alegría que nos espera en el cielo consistirá, según pienso, en la admirable consideración y cariño de nuestro Padre celestial, nuestro Creador, en nuestro Señor Jesucristo, nuestro hermano y nuestro salvador (...).
Nuestra vida se basa en la fe, justo con la esperanza y la caridad. La manifestación, hecha a aquel a quien Dios dispone, enseña completamente lo mismo, de modo manifiesto y asegurado, además de otros puntos especiales pertenecientes a la fe, cuyo conocimiento es digno de la mayor veneración (Juliana de Norwich, Revelaciones del amor de Dios, Barcelona 1959,45-46).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Señor, ven a librarnos con tu poder» (de la liturgia).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Frente al misterio divino, José ha sabido mantener el tono justo. No se dejó llevar por sentimientos humanos. No puede comprender lo que percibe en María y no quiere penetrar el misterio. Más bien se retira aparte, con tímida y respetuosa veneración, abandonándose a la voluntad de Dios y dejando en sus manos todo lo demás.
Pero en cuanto comprende cuál es la voluntad divina, no duda un instante ni opone dificultades, en seguida lleva a la práctica lo que el ángel le había mandado. Sólo él, totalmente dispuesto a obedecer al Señor, podrá escuchar su Palabra y colaborar en su obra, porque sólo sabe obedecer quien sabe escuchar. Y José obedece a la Palabra, la pone en práctica, declarándose con sus obras dócil instrumento en manos del Altísimo. José no quiere nada para sí, sólo pretende estar sencillamente a disposición de Dios.
Toma consigo a María, su esposa, pero no para poseerla como esposa, sino para cumplir la voluntad de Dios, para que ella pueda dar a luz a su Hijo. Pero será él, José, también por obediencia, quien imponga el nombre al hi¡o. Ese nombre en torno al cual gira el universo y por cuya voluntad todo ha sido creado: Jesús, el Mesías.
El Antiguo y el Nuevo Testamento, las palabras de los profetas y las de Dios, el nombre y su significado, lo divino y lo humano confluyen en aquel que une todo y. a todos: Jesús, el Mesías Salvador (R. Grotzwiller, Meditationen über Matthaus, Einsiedeln 1957).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. Esta vez es Jeremías el que pronuncia una profecía llena de esperanza.
Dios tiene planes de salvación para su pueblo, a pesar de sus infidelidades. Le promete un rey nuevo, un vástago de la casa de David. En contraste con los dirigentes de la época, éste será un rey justo, prudente, que salvará y dará seguridad a Israel, y se llamará «el Señor, nuestra justicia».
Sigue en pie el amor de Dios a su pueblo. Le libró una vez de Egipto, en el primer éxodo, prototipo de todos los demás. Pero será igual de famosa la próxima intervención de Dios, cuando los libere del destierro de Babilonia y les haga volver a Jerusalén. Sigue en marcha la historia de la salvación: con debilidades continuas por parte del pueblo y con fidelidad admirable por parte de Dios.
De nuevo el salmo 71 canta al rey ejemplar, que gobierna con justicia, que escucha los clamores de los pobres y oprimidos y sale en su defensa.
Ningún rey del A.T. cumplió estas promesas. Por eso, tanto el pasaje de Jeremías como el salmo se orientaron claramente hacia la espera de los tiempos mesiánicos. Nosotros, los cristianos, los vemos cumplidos plenamente en Cristo Jesús.
2. El anuncio del ángel a José nos sitúa ya en la proximidad del tiempo mesiánico.
La interpretación que de esta escena hacen ahora los especialistas nos sitúa a José bajo una luz mucho más amable. No es que él dude de la honradez de María. Ya debe saber, aunque no lo entienda perfectamente, que está sucediendo en ella algo misterioso. Y precisamente esto es lo que le hace sentir dudas: ¿es bueno que él siga al lado de María? ¿es digno de intervenir en el misterio?
El ángel le asegura, ante todo, que el hijo que espera María es obra del Espíritu. Pero que él, José, no debe retirarse. Dios le necesita. Cuenta con él para una misión muy concreta: cumplir lo que se había anunciado, que el Mesías sería de la casa de David, como lo es José, «hijo de David» (evangelio), y poner al hijo el nombre de Jesús (Dios-salva), misión propia del padre.
«Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel». Admirable disponibilidad la de este joven israelita. Sin discursos ni posturas heroicas ni preguntas, obedece los planes de Dios, por sorprendentes que sean, conjugándolos con su profundo amor a María. Acepta esa paternidad tan especial, con la que colabora en los inicios de la salvación mesiánica, a la venida del Dios-con-nosotros. Deja el protagonismo a Dios: el Mesías no viene de nosotros. Viene de Dios: concebido por obra del Espíritu.
La alabanza que se hizo a María, «feliz tú porque has creído», se puede extender también a este joven obrero, el justo José.
3. a) ¿Acogemos así nosotros, en nuestras vidas, los planes de Dios?
La historia de la salvación sigue. También este año, Dios quiere llenar a su Iglesia y al mundo entero de la gracia de la Navidad, gracia siempre nueva.
Nos quiere salvar, en primer lugar, a cada uno de nosotros de nuestras pequeñas o grandes esclavitudes, de nuestros Egiptos o de nuestros destierros. Durante todo el Adviento nos ha estado llamando, invitándonos a una esperanza activa, urgiéndonos a que preparemos los caminos de su venida.
Él nos acepta a nosotros. Nosotros tenemos que aceptarle a él y salirle al encuentro.
b) Y a la vez, como a los profetas del A.T., y ahora a José, nos encarga que seamos heraldos para los demás de esa misma Buena Noticia que nos llena de alegría a nosotros y que colaboremos en la historia de esa salvación cercana en torno nuestro. ¿A quién ayudaremos en estos días a sentir el amor de Dios y a celebrar desde la alegría la Navidad cristiana?
No somos nosotros los que salvaremos a nadie. También aquí es el Espíritu el que actúa. Nuestra «maternidad-paternidad» dejará el protagonismo a Dios, que es quien salva.
Pero podemos colaborar, como José, desde nuestra humildad, a que todos conozcan el nombre de Jesús: Dios-salva.
«Concédenos, Señor, a los que vivimos oprimidos por el pecado, vernos definitivamente libres por el renovado misterio del nacimiento de tu Hijo» (oración)
O Adonai
«Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel,
que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente
y en el Sinaí le diste tu ley:
ven a librarnos con el poder de tu brazo»
«Adonai» es otro nombre de Yahvé, que subraya su cualidad de Señor, Guía y Pastor de la casa de Israel.
En el A.T. en verdad Dios guió y salvó a su pueblo, con brazo poderoso, de la esclavitud de Egipto, sirviéndose de su siervo Moisés.
Ahora le pedimos que también nos salve a nosotros de tantas esclavitudes que nos pueden agobiar, enviándonos al nuevo Moisés, Cristo Jesús. A pesar de la humildad de Belén, nosotros, juntamente con todo el N.T., vemos en Jesús al Kyrios, al Señor que Dios ha enviado para salvarnos con brazo poderoso.