Santo del día
14 de SeptiembreExaltación de la Santa Cruz
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que al día siguiente de la dedicación de la basílica de la Resurrección, erigida sobre el Sepulcro de Cristo, es ensalzada y venerada como trofeo pascual de su victoria y signo que aparecerá en el cielo, anunciando a todos la segunda Venida.
(Elogio del Martirologio Romano)
Vida
SEGÚN nos enseñan el Martirologio Romano y la lección de los maitines, la Iglesia de occidente celebra en este día la veneración a las reliquias de la cruz de Cristo en Jerusalén, en 614, después de que el emperador Heraclio las recuperó de manos de los persas que se las habían llevado quince años antes.
De acuerdo con la historia, al recuperar el madero precioso, el emperador quiso cargar una cruz, como había hecho Cristo, a través de la ciudad, con toda la pompa posible. Pero, tan pronto como el emperador, con el madero al hombro, trató de entrar a un recinto sagrado, no pudo hacerlo y quedó como paralizado incapaz de dar un paso. El patriarca Zacarías, que iba a su lado, le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en desacuerdo, con el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargado con la cruz por las calles de Jerusalén.
Entonces, el emperador se despojó de su manto de púrpura, se quitó la corona y, con simples vestiduras, descalzo, avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo, hasta dejar la cruz en el sitio donde antes se veneraba la verdadera. Los fragmentos de ésta se encontraban en el cofre de plata dentro del cual se los habían llevado los persas y, cuando el patriarca y los clérigos abrieron el cofre todos veneraron las reliquias con mucho fervor. Los escritores más antiguos siempre se refieren a esta porción de la cruz en plural y la llaman «trozos de madera de la verdadera cruz». Por aquel entonces, la ceremonia revistió gran solemnidad: se hicieron acciones de gracias y las reliquias se sacaron para que los fieles pudiesen besarlas y, se afirma, que en aquella ocasión, muchos enfermos quedaron sanos.
En la Iglesia de oriente la fiesta de la Exaltación Universal de la Santa Cruz Vivificadora, es una de las más grandes del año y conmemora, principalmente, el hallazgo de la santa cruz y (actualmente el día anterior) las dedicaciones de las iglesias del Santo Sepulcro y del Calvario por el emperador Constantino. La peregrina Etheria que visitó los santos lugares en el siglo cuarto, nos dice que aquellas dedicaciones se celebraban el mismo día que el descubrimiento de la Santa Cruz; en tiempos más antiguos, en el oriente, las festividades de la cruz se relacionaban con el descubrimiento, las dedicaciones y una visión que tuvo San Cirilo de Jerusalén en el año de 351, más que con la recuperación de las reliquias por el emperador Heraclio. Parece cosa cierta que el 14 de septiembre era la fecha original de la conmemoración del hallazgo, aún en Roma, pero fue reemplazada por la Exaltación del triunfo de Heraclio y el Descubrimiento en el día 3 de Mayo, de acuerdo con una costumbre gálica. Mons. Duchesne declara que este día de la Santa Cruz en septiembre es una festividad que se originó en Palestina, «en el aniversario de la dedicación de la basílica erigida por Constantino en el sitio del Calvario y la que edificó en el Santo Sepulcro». «Esta festividad de las dedicaciones», agrega, «fue celebrada en el año de 335 por los obispos que asistían al Concilio de Tiro que pronunció la sentencia de deposición contra Atanasio. También estaba asociada con ella, la conmemoración del descubrimiento de la verdadera cruz», que fue «exaltada» ante el pueblo reunido.
El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida. Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también.
La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.
Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.
Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: «En plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque Él quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero» (Himno de Laudes).
En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.
Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: «El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y luego le niega.
«No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado» (León Bloy). «Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía» (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.
Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.
ORACIÓN
Señor, Dios nuestro, que has querido salvar a los hombres por medio de tu Hijo muerto en la cruz, te pedimos, ya que nos has dado a conocer en la tierra la fuerza misteriosa de la Cruz de Cristo, que podamos alcanzar en el cielo los frutos de la redención. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-