Comentarios Bíblicos: Por perícopa
Mc 2, 13-17: Jesús en Galilea: vocación de Leví y comida con pecadores
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda
13. Después que Cristo enseñó en Cafarnaúm, salió hacia el mar, a fin de que no solamente los habitantes de las ciudades fueran los instruidos en el Evangelio, sino también los del mar, los cuales, habituados a luchar con las olas, debían aprender a menospreciar la corriente de las cosas humanas y vencerla con la pureza de la fe. "Otra vez salió hacia el mar, y todas las gentes se iban en pos de El", etc.
14. Así que Leví es el mismo que Mateo, aunque San Lucas y San Marcos no quieren llamarle Mateo por honra del Evangelista; pero San Mateo, según lo que está escrito: "El justo es acusador de sí mismo" (Prov 18,17), se llama Mateo y publicano, para demostrar a los que lo lean, que ningún convertido debe desconfiar de la salvación, puesto que él mismo se ve transformado de repente de publicano en Apóstol. El dice que está sentado en la oficina del tributo, esto es, teniendo cuidado de la administración de los tributos, pues la palabra griega telos (teloV ) significa tributo.
Seguir es imitar, y para poder, por tanto, imitando la pobreza de Cristo, seguirlo con el afecto mejor que con el paso, dejó lo propio el que solía tomar lo ajeno. Pero no sólo dejó lo que ganaba como sueldo, sino que despreció el peligro a que se exponía con sus jefes por no haber dejado arregladas sus cuentas. Fue, pues, el Señor quien lo inflamó interiormente por divina inspiración para que lo siguiese, a la vez que con su voz natural lo llamaba para que así lo hiciese.
15. Se llama publicanos a los que cobran los tributos, o a los que están encargados de la administración del fisco o de los negocios públicos, y el mismo nombre se da a los que se ocupan en asuntos temporales de lucro. Los que habían visto, pues, que un publicano convertido del pecado a una vida mejor era admitido a la penitencia, no desesperaban ya de su propia salvación, ni siguen a Jesús perseverando en sus antiguos vicios -como murmuran los escribas y los fariseos- sino haciendo penitencia, según las siguientes palabras del Evangelista: "Eran, pues, muchos los que lo seguían." El Señor iba a los banquetes de los pecadores para tener ocasión de enseñarles, y dar alimento espiritual a los que lo invitaban.
16-17. Si la fe de los gentiles se expresa por la elección de Mateo y la vocación de los publicanos, entregados antes a los intereses mundanos, la soberbia de los escribas y fariseos expresa la envidia de aquéllos para quienes es un tormento la salud de los gentiles.
Prosigue: "Oyendo esto, les dijo Jesús: Los sanos no tienen necesidad de médico", etc. De este modo avergüenza a los escribas y fariseos, que, considerándose justos, evitaban el trato con los pecadores. Se llama médico a sí mismo, porque herido a causa de nuestras iniquidades, nos ha dado una medicina admirable y nos ha curado con su llaga (Is 53). Llama (irónicamente) sanos y justos a los que, queriendo establecer su propia justicia, no se someten a la justicia de Dios (Rom 10). Llama con verdad enfermos y pecadores a los que, convencidos de su fragilidad, y viendo que no pueden justificarse por la ley, bajan su cabeza a Cristo por la penitencia. "No he venido, dice, por los justos, sino por los pecadores", etc.
Teofilacto
13-14. O sale al mar después del milagro, como si deseara estar solo; pero la turba lo sigue de nuevo, para que veamos que cuanto más huimos de la gloria, tanto más ésta nos persigue. Y por el contrario es ella la que huye de nosotros, cuando somos nosotros los que la perseguimos. Pasando, pues, adelante, llamó el Señor a Mateo. "Al paso, continúa, vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado al banco", etc.
Se sentaba, pues, en dicha oficina y pasaba el tiempo murmurando de las gentes, hablando de noticias, o cosa semejante, según costumbre de los empleados en tales dependencias. El cual fue sacado de este estado, abandonándolo todo por seguir a Cristo. "Y le dijo: sígueme", etc.
El que antes vivía a expensas de los demás se hace tan benévolo, que invita a muchos a su mesa. Y sigue: "Aconteció que estando a la mesa" etc., a saber, Jesús, con muchos publicanos.
16. Los fariseos critican esto, considerándose ellos puros. Y sigue: "Y los escribas y los fariseos, viendo que comía con los publicanos", etc.
17. "...no he venido a llamar a justos, sino a pecadores". No para que permanezcan pecadores, sino para que se conviertan a la penitencia.
San Juan Crisóstomo
14. El mismo publicano ha sido llamado Mateo por San Mateo (cap. 9); Leví simplemente por San Lucas (cap. 5); y Leví de Alfeo, pues era hijo de Alfeo, por San Marcos. Otros se hallan en la Escritura con dos nombres, como el suegro de Moisés, llamado unas veces Jetro (Ex 3), y otras Raquel (Ex 2).
Pseudo-Jerónimo
14. Así es como Leví, que quiere decir vinculado, dejando los negocios temporales, sigue al Verbo, que dice: "El que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo" (Lc 14,33).
Rábano, sobre San Mateo, 9, cap. 9
16. "...muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían." Lo que se adecúa perfectamente con las figuras de los misterios, porque el que recibe en su interior a Cristo goza los mayores deleites del espíritu. Por eso el Señor entra voluntariamente y reposa en el afecto del que cree en El; y éste es el banquete espiritual de las buenas obras, en el cual sufre hambre el rico, y se harta el pobre.
Documentos catequéticos
Benedicto XVI, papa
Catequesis (30-8-2006)
Audiencia general 30 de agosto de 2006.
Continuando con la serie de retratos de los doce Apóstoles, que comenzamos hace algunas semanas, hoy reflexionamos sobre san Mateo. A decir verdad, es casi imposible delinear completamente su figura, pues las noticias que tenemos sobre él son pocas e incompletas. Más que esbozar su biografía, lo que podemos hacer es trazar el perfil que nos ofrece el Evangelio.
Mateo está siempre presente en las listas de los Doce elegidos por Jesús (cf. Mt 10,3 Mc 3,18 Lc 6,15 Ac 1,13). En hebreo, su nombre significa "don de Dios". El primer Evangelio canónico, que lleva su nombre, nos lo presenta en la lista de los Doce con un apelativo muy preciso: "el publicano" (Mt 10,3). De este modo se identifica con el hombre sentado en el despacho de impuestos, a quien Jesús llama a su seguimiento: "Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y le siguió" (Mt 9,9). También san Marcos (cf. Mc 2,13-17) y san Lucas (cf. Lc 5,27-30) narran la llamada del hombre sentado en el despacho de impuestos, pero lo llaman "Leví". Para imaginar la escena descrita en Mt 9,9 basta recordar el magnífico lienzo de Caravaggio, que se conserva aquí, en Roma, en la iglesia de San Luis de los Franceses.
Los Evangelios nos brindan otro detalle biográfico: en el pasaje que precede a la narración de la llamada se refiere un milagro realizado por Jesús en Cafarnaúm (cf. Mt 9,1-8 Mc 2,1-12), y se alude a la cercanía del Mar de Galilea, es decir, el Lago de Tiberíades (cf. Mc 2,13-14). De ahí se puede deducir que Mateo desempeñaba la función de recaudador en Cafarnaúm, situada precisamente "junto al mar" (Mt 4,13), donde Jesús era huésped fijo en la casa de Pedro.
Basándonos en estas sencillas constataciones que encontramos en el Evangelio, podemos hacer un par de reflexiones. La primera es que Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo, era considerado un pecador público. En efecto, Mateo no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser establecidos arbitrariamente. Por estos motivos, todos los Evangelios hablan en más de una ocasión de "publicanos y pecadores" (Mt 9,10 Lc 15,1), de "publicanos y prostitutas" (Mt 21,31). Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia (cf. Mt 5,46, sólo aman a los que les aman) y mencionan a uno de ellos, Zaqueo, como "jefe de publicanos, y rico" (Lc 19,2), mientras que la opinión popular los tenía por "hombres ladrones, injustos, adúlteros" (Lc 18,11).
Ante estas referencias, salta a la vista un dato: Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo-Leví, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: "No necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mc 2,17).
La buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia al pecador. En otro pasaje, con la famosa parábola del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar, Jesús llega a poner a un publicano anónimo como ejemplo de humilde confianza en la misericordia divina: mientras el fariseo hacía alarde de su perfección moral, "el publicano (...) no se atrevía ni a elevar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!"". Y Jesús comenta: "Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado" (Lc 18,13-14). Por tanto, con la figura de Mateo, los Evangelios nos presentan una auténtica paradoja: quien se encuentra aparentemente más lejos de la santidad puede convertirse incluso en un modelo de acogida de la misericordia de Dios, permitiéndole mostrar sus maravillosos efectos en su existencia.
A este respecto, san Juan Crisóstomo hace un comentario significativo: observa que sólo en la narración de algunas llamadas se menciona el trabajo que estaban realizando esas personas. Pedro, Andrés, Santiago y Juan fueron llamados mientras estaban pescando; y Mateo precisamente mientras recaudaba impuestos. Se trata de oficios de poca importancia —comenta el Crisóstomo—, "pues no hay nada más detestable que el recaudador y nada más común que la pesca" (In Matth. Hom.: PL 57, 363). Así pues, la llamada de Jesús llega también a personas de bajo nivel social, mientras realizan su trabajo ordinario.
Hay otra reflexión que surge de la narración evangélica: Mateo responde inmediatamente a la llamada de Jesús: "Él se levantó y lo siguió". La concisión de la frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la respuesta a la llamada. Esto implicaba para él abandonarlo todo, en especial una fuente de ingresos segura, aunque a menudo injusta y deshonrosa. Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando actividades desaprobadas por Dios.
Se puede intuir fácilmente su aplicación también al presente: tampoco hoy se puede admitir el apego a lo que es incompatible con el seguimiento de Jesús, como son las riquezas deshonestas. En cierta ocasión dijo tajantemente: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme" (Mt 19,21). Esto es precisamente lo que hizo Mateo: se levantó y lo siguió. En este "levantarse" se puede ver el desapego de una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión consciente a una existencia nueva, recta, en comunión con Jesús.
Recordemos, por último, que la tradición de la Iglesia antigua concuerda en atribuir a san Mateo la paternidad del primer Evangelio. Esto sucedió ya a partir de Papías, obispo de Gerápolis, en Frigia, alrededor del año 130. Escribe Papías: "Mateo recogió las palabras (del Señor) en hebreo, y cada quien las interpretó como pudo" (en Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. III, 39,16). El historiador Eusebio añade este dato: "Mateo, que antes había predicado a los judíos, cuando decidió ir también a otros pueblos, escribió en su lengua materna el Evangelio que anunciaba; de este modo trató de sustituir con un texto escrito lo que perdían con su partida aquellos de los que se separaba" (ib. , III, 24,6).
Ya no tenemos el Evangelio escrito por san Mateo en hebreo o arameo, pero en el Evangelio griego que nos ha llegado seguimos escuchando todavía, en cierto sentido, la voz persuasiva del publicano Mateo que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de Dios. Escuchemos este mensaje de san Mateo, meditémoslo siempre de nuevo, para aprender también nosotros a levantarnos y a seguir a Jesús con decisión.
San Juan Pablo II, papa
Homilía:
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«Sígueme» (Lc ,).
Cada vocación es un acontecimiento personal y original, pero también un hecho comunitario y eclesial. Nadie es llamado a ir solo. Cada vocación es suscitada por el Señor como un don para la comunidad cristiana, de la que poder sacar un provecho...
Es sobre todo a vosotros, los jóvenes, a quienes me quiero dirigir: ¡Cristo tiene necesidad de vosotros para llevar a cabo su proyecto de salvación! ¡Cristo tiene necesidad de vuestra juventud, de vuestro entusiasmo generoso para el anuncio del Evangelio! Responded a esta llamada con el don de vuestra vida a Dios y a los hermanos. Confiad en Cristo que nunca va a decepcionar vuestros deseos y vuestros proyectos, sino que los llenará de sentido y de gozo. Él mismo dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6).
¡Abrid confiadamente vuestro corazón a Cristo! Dejad que, a través de la escucha cotidiana y llena de adoración de las Escrituras que es el libro de la vida y de las vocaciones llevadas a término, se refuerce en vosotros su presencia.
Catequesis (12-10-1994)
Audiencia general, 12 de octubre de 1994.
la expresión más característica de la llamada es la palabra: «Sígueme» (Mt 8,22 Mt 9,9 Mt 19,21 Mc 2, 14, Mc 10,21 Lc 9,59 Lc 18,22 Jn 1,43 Jn 21,19). Esa palabra manifiesta la iniciativa de Jesús. Con anterioridad, quienes deseaban seguir la enseñanza de un maestro, elegían a la persona de la que querían convertirse en discípulos. Por el contrario, Jesús, con esa palabra: «Sígueme», muestra que es él quien elige a los que quiere tener como compañeros y discípulos. En efecto, más tarde dirá a los Apóstoles: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15,16).
En esta iniciativa de Jesús aparece una voluntad soberana, pero también un amor intenso. El relato de la llamada dirigida al joven rico permite vislumbrar ese amor. Allí se lee que, cuando el joven afirma haber cumplido los mandamientos de la ley desde su juventud, Jesús, «fijando en él su mirada, le amó» (Mc 10,21). Esa mirada penetrante, llena de amor, acompaña su invitación: «Anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme» (Mc 10,21). Este amor divino y humano de Jesús, tan ardiente que en un testigo de la escena quedó muy grabado, es el mismo que se repite en toda llamada a la entrega total de sí en la vida consagrada. Como he escrito en la exhortación apostólica Redemptionis donum: «En él se refleja el eterno amor del Padre, que “tanto amó... al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16)» (n. 3).
Catequesis (10-02-1988)
Audiencia general, 10 de febrero de 1988.
"Jesús, «amigo de los pecadores» hombre solidario con todos los hombres (cf. Mc 1, 15)"
1. Jesucristo, verdadero hombre, es "semejante a nosotros en todo excepto en el pecado".Este ha sido el tema de la catequesis precedente. El pecado está esencialmente excluido de Aquél que, siendo verdadero hombre, es también verdadero Dios ("verus homo", pero no "merus homo").
Toda la vida terrena de Cristo y todo el desarrollo de su misión testimonian la verdad de su absoluta impecabilidad. El mismo lanzó el reto: "¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?" (Jn 8,46). Hombre "sin pecado", Jesucristo, durante toda su vida, lucha con el pecado y con todo lo que engendra el pecado, comenzando por Satanás, que es el "padre de la mentira" en la historia del hombre "desde el principio" (cf. Jn 8,44). Esta lucha queda delineada ya al principio de la misión mesiánica de Jesús, en el momento de la tentación (cf. Mc 1,13 Mt 4,1-11 Lc 4,1-13), y alcanza su culmen en la cruz y en la resurrección. Lucha que, finalmente, termina con la victoria.
2. Esta lucha contra el pecado y sus raíces no aleja a Jesús del hombre. Muy al contrario, lo acerca a los hombres, a cada hombre. En su vida terrena Jesús solía mostrarse particularmente cercano de quienes, a los ojos de los demás, pasaban por pecadores. Esto lo podemos ver en muchos pasajes del Evangelio.
3. Bajo este aspecto es importante la "comparación" que hace Jesús entre su persona misma y Juan el Bautista. Dice Jesús: "Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del hombre, comiendo y bebiendo, y dicen: Es un comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores" (Mt 11,18-19).
Es evidente el carácter "polémico" de estas palabras contra los que antes criticaban a Juan el Bautista, profeta solitario y asceta severo que vivía y bautizaba a orillas del Jordán, y critican después a Jesús porque se mueve y actúa en medio de la gente. Pero resulta igualmente transparente, a la luz de estas palabras, la verdad sobre el modo de ser, de sentir, de comportarse Jesús hacia los pecadores.
4. Lo acusaban de ser "amigo de publicanos (es decir, de los recaudadores de impuestos, de mala fama, odiados y considerados no observantes: cf. Mt 5,46 Mt 9,11 Mt 18,17) y pecadores". Jesús no rechaza radicalmente este juicio, cuya verdad —aún excluida toda connivencia y toda reticencia— aparece confirmada en muchos episodios registrados por el Evangelio. Así, por ejemplo, el episodio referente al jefe de los publicanos de Jericó, Zaqueo, a cuya casa Jesús, por así decirlo, se auto-invitó: "Zaqueo, baja pronto —Zaqueo, siendo de pequeña estatura, estaba subido sobre un árbol para ver mejor a Jesús cuando pasara— porque hoy me hospedaré en tu casa". Y cuando el publicanos bajó lleno de alegría, y ofreció a Jesús la hospitalidad de su propia casa, oyó que Jesús le decía: "Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo de Abraham; pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (cf. Lc Lc 19,1-10). De este texto se desprende no sólo la familiaridad de Jesús con publicanos y pecadores, sino también el motivo por el que Jesús los buscara y tratara con ellos: su salvación.
5. Un acontecimiento parecido queda vinculado al nombre de Leví, hijo de Alfeo. El episodio es tanto más significativo cuanto que este hombre, que Jesús había visto "sentado al mostrador de los impuestos", fue llamado para ser uno de los Apóstoles: "Sígueme", le había dicho Jesús. Y él, levantándose, lo siguió. Su nombre aparece en la lista de los Doce como Mateo y sabemos que es el autor de uno de los Evangelios. El Evangelista Marcos dice que Jesús "estaba sentado a la mesa en casa de éste" y que "muchos publicanos y pecadores estaban recostados con Jesús y con sus discípulos" (cf. Mc 2,13-15). También en este caso "los escribas de la secta de los fariseos" presentaron sus quejas a los discípulos; pero Jesús les dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; ni he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mc 2,17).
Catequesis (28-10-1987)
Audiencia general, 28 de octubre de 1987.
"Sígueme" (Mc 1, 14)
3. Jesús llama a seguirle personalmente. Podemos decir que esta llamada está en el centro mismo del Evangelio. Por una parte Jesús lanza esta llamada; por otra oímos hablar a los Evangelistas de hombres que lo siguen, y aún más, de algunos de ellos que lo dejan todo para seguirlo.
Pensemos en todas las llamadas de las que nos han dejado noticia los Evangelistas: “Un discípulo le dijo: Señor, permíteme ir primero a sepultar a mi padre; pero Jesús le respondió: Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos” (Mt 8,21-22): forma drástica de decir: déjalo todo inmediatamente por Mí. Esta es la redacción de Mateo. Lucas añade la connotación apostólica de esta vocación: “Tú vete y anuncia el reino de Dios” (Lc 9,60). En otra ocasión, al pasar junto a la mesa de los impuestos, dijo y casi impuso a Mateo, quien nos atestigua el hecho: “Sígueme. Y él, levantándose lo siguió” (Mt 9,9 cf. Mc 2,13-14).
Seguir a Jesús significa muchas veces no sólo dejar las ocupaciones y romper los lazos que hay en el mundo, sino también distanciarse de la agitación en que se encuentra e incluso dar los propios bienes a los pobres. No todos son capaces de hacer ese desgarrón radical: no lo fue el joven rico, a pesar de que desde niño había observado la ley y quizá había buscado seriamente un camino de perfección, pero “al oír esto (es decir, la invitación de Jesús), se fue triste, porque tenía muchos bienes” (Mt 19,22 Mc 10,22). Sin embargo, otros no sólo aceptan el “Sígueme”, sino que, como Felipe de Betsaida, sienten la necesidad de comunicar a los demás su convicción de haber encontrado al Mesías (cf. Jn 1,43 ss.). Al mismo Simón es capaz de decirle desde el primer encuentro: “Tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)” (Jn 1,42). El Evangelista Juan hace notar que Jesús “fijó la vista en él”: en esa mirada intensa estaba el “Sígueme” más fuerte y cautivador que nunca. Pero parece que Jesús, dada la vocación totalmente especial de Pedro (y quizá también su temperamento natural), quiera hacer madurar poco a poco su capacidad de valorar y aceptar esa invitación. En efecto, el “Sígueme” literal llegará para Pedro después del lavatorio de los pies, durante la última Cena (cf. Jn 13,36), y luego, de modo definitivo, después de la resurrección, a la orilla del lago de Tiberíades (cf. Jn 21,19).