Comentarios Bíblicos: Por perícopa
Mc 4, 21-25 : Que brille la Luz
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Juan Crisóstomo
21. Después de la pregunta de los discípulos sobre la parábola y su explicación, añade justamente: "¿Por ventura se trae una luz...", etc. Lo que equivale a decir: He usado esta parábola, no para que quede oculta y sin ninguna manifestación, como debajo de un celemín o de una cama, sino para ser manifestada a los que son dignos de ello. La luz para nosotros es nuestra inteligencia, la cual aparece clara u oscura, según la cantidad de la luz. Si se descuidan, pues, las meditaciones que alimentan la luz y el recuerdo en que ella se enciende, bien pronto se extingue.
22. "No hay nada oculto", equivale a: "Si observáis una vida diligente, no podrán las acusaciones oscurecer vuestra luz". ( in Matthaeum, hom.15)
25. "... al que tiene se le dará": Al que tiene disposición y voluntad de oír y pedir, se le dará; pero al que no desea entender la palabra divina, se le privará de lo que tiene de la ley escrita (en la obra imperf. sobre San Mat., hom. 31).
Puede decirse que no tiene, porque no posee la verdad: y también que tiene, porque posee la mentira, juzgando que tiene algo con su falaz entendimiento.
La palabra "celemín", que aparece en el NT únicamente en el dicho de la lámpara sobre el candelero (Mt 5,15; Mc 4,21; Lc 11,33), traduce el término griego, de origen latino, modio. El modio era una medida de capacidad para áridos (8,75 litros) y correspondía a la sexta parte de una fanega. En toda casa judía debía haber un celemín, indispensable para medir el diezmo.
San Jerónimo
21-22. O bien la luz es la palabra de las tres semillas; el celemín o la cama, es el oído de los desobedientes; el candelero son los Apóstoles, a los cuales iluminó la palabra de Dios; y por esto dice: "Nada, pues hay secreto", etc. Lo que hay oculto y secreto es la parábola de la semilla; pero es en público cuando la explica el Señor.
24-25. O bien: a cada uno se nos da la inteligencia de los misterios, según la medida de nuestra fe, y a la inteligencia se juntan las virtudes. "Porque al que tiene -prosigue- se le dará". Esto es, al que tiene la fe se le dará la virtud, y al que tiene el ministerio de la palabra se le dará la inteligencia de los misterios, mientras que al que no tiene la fe le faltará la virtud, y al que no tiene el ministerio de la palabra le faltará la inteligencia de los misterios. En fin, el que no entienda habrá perdido el sentido por completo.
Teofilacto
21-24. O bien el Señor advierte aquí a sus discípulos que brillen por su vida y su trato, que es lo que significan las siguientes palabras: "Como la luz se pone para que luzca, así también mirarán todos vuestro modo de vivir; por lo tanto, esforzaos por observar buena vida y no os ocultéis en los rincones, sino sed como la luz que brilla, no debajo de la cama, sino puesta en el candelero". Y en verdad que es necesario poner esta luz sobre el candelero, esto es, sobre la altura de una vida consagrada a Dios, a fin de que su luz alcance a los demás. No debajo del celemín, es decir, de la gula, ni debajo de la cama, o del ocio, porque nadie que se entregue a la gula y al ocio, puede ser luz que luzca para todos.
La vida presente de cada uno de nosotros manifiesta el bien o el mal de su pasado, y la futura lo manifestará mucho más. ¿Qué cosa, pues, hay más oculta que Dios? Y, sin embargo, se ha manifestado en carne mortal.
"Quien tiene buenos oídos -continúa- entiéndalo".
Para que no perdáis ni una palabra de lo que os he dicho. "La misma medida que hiciereis servir para los demás, servirá para vosotros". Esto es, que recibiréis un fruto proporcionado a la buena intención que hayáis tenido en vuestras obras.
Beda, in Marcum 1,20
21-22. O bien porque estando medido por la providencia divina el tiempo de nuestra vida, ofrece motivo para compararle al celemín; así como el lecho del espíritu es el cuerpo en el que descansa durante su vida. El que por amor de la vida temporal y de los placeres de la carne oculta la palabra de Dios, cubre la luz con el celemín o con el lecho. En cambio la pone en el candelero el que se entrega al servicio de la palabra de Dios. Las palabras que siguen, y con las que inspira el Señor a sus Apóstoles valor para la predicación, dicen: "Nada, pues, hay secreto que no se deba manifestar, ni cosa alguna que se haga para estar encubierta", que es como si dijese: No os avergoncéis del Evangelio, y levantad entre las tinieblas de las persecuciones la luz de la palabra de Dios sobre el candelero o sobre vuestro cuerpo, reteniendo fijo en vuestra mente aquel día en que iluminará el Señor lo recóndito de las tinieblas. La alabanza divina será entonces para vosotros, y la pena eterna para los adversarios de la verdad.
24. Esto es: si alguno tiene sensibilidad para entender la palabra de Dios, que no le rehúya, y que no vuelva su atención hacia lo falso, sino que dé a lo que dice la verdad su oído para examinarlo, sus manos para cumplirlo y su lengua para publicarlo.
"Decíales igualmente: Atended bien a lo que vais a oír".
De otro modo: Si estudiáis detenida e ingeniosamente todo lo bueno que podéis hacer y aconsejar al prójimo que haga, contad con la asistencia de la misericordia divina, que os comunicará en este mundo la inteligencia necesaria para comprender las cosas más altas y para obrar mejor cada día, y os dará en el otro una recompensa eterna. Y añade: "Y aun se os dará con creces".
25. "... al que tiene se le dará". Sucede a veces que el lector ingenioso por su negligencia se priva de la sabiduría que adquiere el que, aunque escaso de ingenio, es estudioso y trabaja.
Documentos Catequéticos y Pontificios
Pablo VI, papa
Evangelii Nuntiandi: No perder el celo por el Evangelio
"Poner la lámpara en el candelero" (Mc 4, 21)
los más grandes predicadores y evangelizadores, cuya vida fue consagrada al apostolado... Ellos han sabido superar todos los obstáculos que se oponían a la evangelización.
De tales obstáculos, que perduran en nuestro tiempo, nos limitaremos a citar la falta de fervor, tanto más grave cuanto que viene de dentro. Dicha falta de fervor se manifiesta en la fatiga y desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y sobre todo en la falta de alegría y de esperanza. Por ello, a todos aquellos que por cualquier título o en cualquier grado tienen la obligación de evangelizar, los exhortamos a alimentar siempre el fervor del espíritu.
Este fervor exige, ante todo, que evitemos recurrir a pretextos que parecen oponerse a la evangelización.
Con demasiada frecuencia y bajo formas diversas se oye decir que imponer una verdad, por ejemplo la del Evangelio; que imponer una vía, aunque sea la de la salvación, no es sino una violencia cometida contra la libertad religiosa. Además, se añade, ¿para qué anunciar el Evangelio, ya que todo hombre se salva por la rectitud del corazón? Por otra parte, es bien sabido que el mundo y la historia están llenos de "semillas del Verbo". ¿No es, pues, una ilusión pretender llevar el Evangelio donde ya está presente a través de esas semillas que el mismo Señor ha esparcido?
Sería ciertamente un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer —sin coacciones, solicitaciones menos rectas o estímulos indebidos—, lejos de ser un atentado contra la libertad religiosa, es un homenaje a esta libertad, a la cual se ofrece la elección de un camino que incluso los no creyentes juzgan noble y exaltante. O, ¿puede ser un crimen contra la libertad ajena proclamar con alegría la Buena Nueva conocida gracias a la misericordia del Señor?. O, ¿por qué únicamente la mentira y el error, la degradación y la pornografía han de tener derecho a ser propuestas y, por desgracia, incluso impuestas con frecuencia por una propaganda destructiva difundida mediante los medios de comunicación social, por la tolerancia legal, por el miedo de los buenos y la audacia de los malos?
Este modo respetuoso de proponer la verdad de Cristo y de su reino, más que un derecho es un deber del evangelizador. Y es a la vez un derecho de sus hermanos recibir a través de él, el anuncio de la Buena Nueva de la salvación. Esta salvación viene realizada por Dios en quien El lo desea, y por caminos extraordinarios que sólo El conoce. En realidad, si su Hijo ha venido al mundo ha sido precisamente para revelarnos, mediante su palabra y su vida, los caminos ordinarios de la salvación. Y El nos ha ordenado transmitir a los demás, con su misma autoridad, esta revelación. No sería inútil que cada cristiano y cada evangelizador examinasen en profundidad, a través de la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza —lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio—, o por ideas falsas omitimos anunciarlo? Porque eso significaría ser infieles a la llamada de Dios que, a través de los ministros del Evangelio, quiere hacer germinar la semilla; y de nosotros depende el que esa semilla se convierta en árbol y produzca fruto.
Conservemos, pues, el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo —como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia— con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo.