Domingo IX Tiempo Ordinario (Ciclo A) – Homilías
/ 7 mayo, 2020 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.
Dt 11, 18. 26-28. 32: Mira: yo os propongo bendición y maldición
Sal 30, 2-3ab. 3cd-4. 17 y 25: Señor, sé la roca de mi refugio
Rm 3, 21-25a. 28: El hombre es justificado por la fe, sin obras de la Ley
Mt 7, 21-27: La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Discurso(27-05-2006): Construir sobre roca.
Viaje apostólico a Polonia. Encuentro con los jóvenes. Cracovia-B?onia.
Saturday 27 de May de 2006
Queridos jóvenes amigos:
[...] Jesús está aquí con nosotros... para hablarnos de una casa que no se desplomará jamás, porque está edificada sobre roca. Es la palabra evangélica que acabamos de escuchar (cf. Mt 7, 24-27).
Amigos míos, en el corazón de cada hombre existe el deseo de una casa. En un corazón joven existe con mayor razón el gran anhelo de una casa propia, que sea sólida, a la que no sólo se pueda volver con alegría, sino también en la que se pueda acoger con alegría a todo huésped que llegue. Es la nostalgia de una casa en la que el pan de cada día sea el amor, el perdón, la necesidad de comprensión, en la que la verdad sea la fuente de la que brota la paz del corazón.
Es la nostalgia de una casa de la que se pueda estar orgulloso, de la que no se deba avergonzar y por cuya destrucción jamás se deba llorar. Esta nostalgia no es más que el deseo de una vida plena, feliz, realizada. No tengáis miedo de este deseo. No lo evitéis. No os desaniméis a la vista de las casas que se han desplomado, de los deseos que no se han realizado, de las nostalgias que se han disipado. Dios Creador, que infunde en un corazón joven el inmenso deseo de felicidad, no lo abandona después en la ardua construcción de la casa que se llama vida.
Amigos míos, se impone una pregunta: «¿Cómo construir esta casa?». Es una pregunta que seguramente ya os habéis planteado muchas veces en vuestro corazón y que volveréis a plantearos muchas veces. Es una pregunta que es preciso hacerse a sí mismos no solamente una vez. Cada día debe estar ante los ojos del corazón: ¿cómo construir la casa llamada vida? Jesús, cuyas palabras hemos escuchado en el pasaje del evangelio según san Mateo, nos exhorta a construir sobre roca. En efecto, solamente así la casa no se desplomará.
Pero ¿qué quiere decir construir la casa sobre roca? Construir sobre roca quiere decir ante todo: construir sobre Cristo y con Cristo. Jesús dice: «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que construyó su casa sobre roca» ( Mt 7, 24). Aquí no se trata de palabras vacías, dichas por una persona cualquiera, sino de las palabras de Jesús. No se trata de escuchar a una persona cualquiera, sino de escuchar a Jesús. No se trata de cumplir cualquier cosa, sino de cumplir las palabras de Jesús.
Construir sobre Cristo y con Cristo significa construir sobre un fundamento que se llama amor crucificado. Quiere decir construir con Alguien que, conociéndonos mejor que nosotros mismos, nos dice: «Eres precioso a mis ojos, ... eres estimado, y yo te amo» ( Is 43, 4). Quiere decir construir con Alguien que siempre es fiel, aunque nosotros fallemos en la fidelidad, porque él no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2, 13). Quiere decir construir con Alguien que se inclina constantemente sobre el corazón herido del hombre, y dice: «Yo no te condeno. Vete, y en adelante no peques más» (cf. Jn 8, 11). Quiere decir construir con Alguien que desde lo alto de la cruz extiende los brazos para repetir por toda la eternidad: «Yo doy mi vida por ti, hombre, porque te amo».
Por último, construir sobre Cristo quiere decir fundar sobre su voluntad todos nuestros deseos, expectativas, sueños, ambiciones, y todos nuestros proyectos. Significa decirse a sí mismo, a la propia familia, a los amigos y al mundo entero y, sobre todo, a Cristo: «Señor, en la vida no quiero hacer nada contra ti, porque tú sabes lo que es mejor para mí. Sólo tú tienes palabras de vida eterna» (cf. Jn 6, 68). Amigos míos, no tengáis miedo de apostar por Cristo. Tened nostalgia de Cristo, como fundamento de la vida. Encended en vosotros el deseo de construir vuestra vida con él y por él. Porque no puede perder quien lo apuesta todo por el amor crucificado del Verbo encarnado.
Construir sobre roca significa construir sobre Cristo y con Cristo, que es la roca. En la primera carta a los Corintios san Pablo, hablando del camino del pueblo elegido a través del desierto, explica que todos «bebieron... de la roca espiritual que los acompañaba; y la roca era Cristo» ( 1 Co 10, 4). Ciertamente, los padres del pueblo elegido no sabían que esa roca era Cristo. No eran conscientes de que los acompañaba Aquel que, cuando llegaría la plenitud de los tiempos, se encarnaría, asumiendo un cuerpo humano. No necesitaban comprender que apagaría su sed el Manantial mismo de la vida, capaz de ofrecer el agua viva para saciar la sed de todo corazón. Sin embargo, bebieron de esta roca espiritual que es Cristo, porque sentían nostalgia del agua de la vida, la necesitaban.
Mientras caminamos por las sendas de la vida, a veces quizá no somos conscientes de la presencia de Jesús. Pero precisamente esta presencia viva y fiel, la presencia en la obra de la creación, la presencia en la palabra de Dios y en la Eucaristía, en la comunidad de los creyentes y en todo hombre redimido por la preciosa sangre de Cristo, esta presencia es la fuente inagotable de la fuerza humana. Jesús de Nazaret, Dios que se hizo hombre, está a nuestro lado en los momentos felices y en las adversidades, y desea esta relación, que es en realidad el fundamento de la auténtica humanidad. En el Apocalipsis leemos estas significativas palabras: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» ( Ap 3, 20).
Amigos míos, ¿qué quiere decir construir sobre roca? Construir sobre roca significa también construir sobre Alguien che fue rechazado. San Pedro habla a sus fieles de Cristo como de una «piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios» ( 1 P 2, 4). El hecho innegable de la elección de Jesús por parte de Dios no esconde el misterio del mal, a causa del cual el hombre es capaz de rechazar a Aquel que lo ha amado hasta el extremo. Este rechazo de Jesús por parte de los hombres, mencionado por san Pedro, se prolonga en la historia de la humanidad y llega también a nuestros días.
No se necesita una gran agudeza para descubrir las múltiples manifestaciones del rechazo de Jesús, incluso donde Dios nos ha concedido crecer. Muchas veces Jesús es ignorado, es escarnecido, es proclamado rey del pasado, pero no del hoy y mucho menos del mañana; es arrumbado en el armario de cuestiones y de personas de las que no se debería hablar en voz alta y en público. Si en la construcción de la casa de vuestra vida os encontráis con los que desprecian el fundamento sobre el que estáis construyendo, no os desaniméis. Una fe fuerte debe superar las pruebas. Una fe viva debe crecer siempre. Nuestra fe en Jesucristo, para seguir siendo tal, debe confrontarse a menudo con la falta de fe de los demás.
Queridos amigos, ¿qué quiere decir construir sobre roca? Construir sobre roca quiere decir ser conscientes de que habrá contrariedades. Cristo dice: «Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa...» ( Mt 7, 25). Estos fenómenos naturales no sólo son la imagen de las múltiples contrariedades de la condición humana; normalmente también son previsibles. Cristo no promete que sobre una casa en construcción no caerá jamás un aguacero; no promete que una ola violenta no derribará lo que para nosotros es más querido; no promete que vientos impetuosos no arrastrarán lo que hemos construido a veces a costa de enormes sacrificios. Cristo no sólo comprende la aspiración del hombre a una casa duradera, sino que también es plenamente consciente de todo lo que puede arruinar la felicidad del hombre. Por eso, no debéis sorprenderos de que surjan contrariedades, cualesquiera que sean. No os desaniméis a causa de ellas. Un edificio construido sobre roca no queda exento de la acción de las fuerzas de la naturaleza, inscritas en el misterio del hombre. Haber construido sobre roca significa tener la certeza de que en los momentos difíciles existe una fuerza segura en la que se puede confiar.
Amigos míos, permitidme que insista: ¿qué quiere decir construir sobre roca? Quiere decir construir con sabiduría. Con razón Jesús compara a quienes oyen sus palabras y las ponen en práctica con un hombre sabio que ha construido su casa sobre roca. En efecto, es insensato construir sobre arena cuando se puede hacer sobre roca, teniendo así una casa capaz de resistir a cualquier tormenta. Es insensato construir la casa sobre un terreno que no ofrece garantías de resistir en los momentos más difíciles. Tal vez sea más fácil fundar nuestra vida sobre las arenas movedizas de nuestra visión del mundo, construir nuestro futuro lejos de la palabra de Jesús, y a veces incluso contra ella. Sin embargo, es evidente que quien construye de este modo no es prudente, porque quiere convencerse a sí mismo y a los demás de que en su vida no se desatará ninguna tormenta, de que ninguna ola se estrellará contra su casa. Ser sabio significa tener en cuenta que la solidez de la casa depende de la elección del fundamento. No tengáis miedo de ser sabios; es decir, no tengáis miedo de construir sobre roca.
Amigos míos, una vez más: ¿qué quiere decir construir sobre roca? Construir sobre roca quiere decir también construir sobre Pedro y con Pedro, pues a él el Señor le dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» ( Mt 16, 18). Si Cristo, la Roca, la piedra viva y preciosa, llama a su Apóstol piedra, significa que quiere que Pedro, y con él toda la Iglesia, sean signo visible del único Salvador y Señor.
Ciertamente aquí, en Cracovia, la ciudad predilecta de mi predecesor Juan Pablo II, a nadie sorprenden las palabras acerca de construir con Pedro y sobre Pedro. Por eso os digo: no tengáis miedo de construir vuestra vida en la Iglesia y con la Iglesia. Sentíos orgullosos del amor a Pedro y a la Iglesia a él encomendada. No os dejéis engañar por quienes quieren contraponer a Cristo y a la Iglesia. Sólo hay una roca sobre la cual vale la pena construir la casa. Esta roca es Cristo. Sólo hay una piedra sobre la cual vale la pena apoyarlo todo. Esta piedra es aquel a quien Cristo dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» ( Mt 16, 18). Vosotros, los jóvenes, habéis conocido bien al Pedro de nuestro tiempo. Por eso, no olvidéis que ni aquel Pedro que está observando nuestro encuentro desde la ventana de Dios Padre, ni este Pedro que ahora está delante de vosotros, ni ningún Pedro sucesivo estará nunca contra vosotros, ni contra la construcción de una casa duradera sobre roca. Al contrario, con su corazón y con sus manos os ayudará a construir la vida sobre Cristo y con Cristo.
Queridos amigos, meditando en las palabras de Cristo sobre la roca como fundamento adecuado para la casa, no podemos menos de notar que la última palabra es una palabra de esperanza. Jesús dice que, a pesar de la furia de los elementos, la casa no se desplomó, porque estaba fundada sobre roca. Con estas palabras nos infunde una extraordinaria confianza en la fuerza del fundamento, la fe que no teme ser desmentida porque está confirmada por la muerte y resurrección de Cristo. Esta es la fe que, años después, confesará san Pedro en su carta: «He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida, preciosa, y el que crea en ella no será confundido» ( 1 P 2, 6). Ciertamente «no será confundido...».
Queridos jóvenes amigos, el miedo al fracaso a veces puede frenar incluso los sueños más hermosos. Puede paralizar la voluntad e impedir creer que pueda existir una casa construida sobre roca. Puede persuadir de que la nostalgia de la casa es solamente un deseo juvenil y no un proyecto de vida. Como Jesús, decid a este miedo: «¡No puede caer una casa fundada sobre roca!». Como san Pedro, decid a la tentación de la duda: «Quien cree en Cristo, no será confundido». Sed testigos de la esperanza, de la esperanza que no teme construir la casa de la propia vida, porque sabe bien que puede apoyarse en el fundamento que le impedirá caer: Jesucristo, nuestro Señor.
Audiencia General(19-11-2008): La justificación en la enseñanza de san Pablo.
Wednesday 19 de November de 2008
[...]
La relación entre san Pablo y el Resucitado llegó a ser tan profunda que lo impulsó a afirmar que Cristo ya no era solamente su vida, sino su vivir, hasta el punto de que para poder alcanzarlo, incluso el morir era una ganancia (cf. Flp 1, 21). No es que despreciara la vida, sino que había comprendido que para él el vivir ya no tenía otro objetivo, y por tanto ya no albergaba otro deseo que alcanzar a Cristo, como en una competición de atletismo, para estar siempre con él: el Resucitado se había convertido en el principio y el fin de su existencia, el motivo y la meta de su carrera.
[...] Precisamente por esta experiencia personal de la relación con Jesucristo, san Pablo pone ya en el centro de su Evangelio una irreductible oposición entre dos itinerarios alternativos hacia la justicia: uno construido sobre las obras de la Ley, el otro fundado sobre la gracia de la fe en Cristo. La alternativa entre la justicia por las obras de la Ley y la justicia por la fe en Cristo se convierte así en uno de los temas predominantes en sus cartas: "Nosotros somos judíos de nacimiento y no gentiles pecadores; a pesar de todo, conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la Ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la Ley, pues por las obras de la Ley nadie será justificado" ( Ga 2, 15-16). Y a los cristianos de Roma les reafirma que "todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús" ( Rm 3, 23-24). Y añade: "Pensamos que el hombre es justificado por la fe, independientemente de las obras de la Ley" ( Rm 3, 28). Lutero en este punto tradujo "justificado sólo por la fe". Volveré sobre esto al final de la catequesis, pues antes debemos aclarar qué es esta "Ley" de la que hemos sido liberados y qué son esas "obras de la Ley" que no justifican.
Ya en la comunidad de Corinto existía la opinión, que se repetirá muchas veces a lo largo de la historia, según la cual se trataba de la ley moral y que, por tanto, la libertad cristiana consistía en la liberación de la ética. Así, en Corinto circulaba la expresión « πάντα μοι έξεστιν » (todo me es lícito). Es obvio que esta interpretación es errónea: la libertad cristiana no es libertinaje; la liberación de la que habla san Pablo no es liberación de hacer el bien.
¿Pero qué significa, por consiguiente, la Ley de la que hemos sido liberados y que no salva? Para san Pablo, como para todos sus contemporáneos, la palabra Ley significaba la Torá en su totalidad, es decir, los cinco libros de Moisés. En la interpretación de los fariseos, la que había estudiado y hecho suya san Pablo, la Torá implicaba un conjunto de comportamientos que iban desde el núcleo ético hasta las observancias rituales y cultuales que determinaban sustancialmente la identidad del hombre justo. De modo particular, la circuncisión, las observancias acerca del alimento puro y en general la pureza ritual, las reglas sobre la observancia del sábado, etc. Esos comportamientos también aparecen a menudo en los debates entre Jesús y sus contemporáneos.
Todas estas observancias, que expresan una identidad social, cultural y religiosa, habían llegado a ser singularmente importantes en el tiempo de la cultura helenística, comenzando desde el siglo III a.C. Esta cultura, que se había convertido en la cultura universal de entonces y era una cultura aparentemente racional, una cultura politeísta aparentemente tolerante, constituía una fuerte presión hacia la uniformidad cultural y así amenazaba la identidad de Israel, que se veía políticamente obligado a entrar en esa identidad común de la cultura helenística con la consiguiente pérdida de su propia identidad, que implicaba también la pérdida de la preciosa herencia de la fe de sus padres, de la fe en el único Dios y en las promesas de Dios.
Contra esa presión cultural, que no sólo amenazaba la identidad israelita, sino también la fe en el único Dios y en sus promesas, era necesario crear un muro de contención, un escudo de defensa que protegiera la preciosa herencia de la fe; ese muro consistía precisamente en las observancias y prescripciones judías. San Pablo, que había aprendido estas observancias precisamente en su función defensiva del don de Dios, de la herencia de la fe en un único Dios, veía amenazada esta identidad por la libertad de los cristianos: por eso los perseguía.
En el momento de su encuentro con el Resucitado comprendió que con la resurrección de Cristo la situación había cambiado radicalmente. Con Cristo, el Dios de Israel, el único Dios verdadero, se convertía en el Dios de todos los pueblos. El muro entre Israel y los paganos —así lo dice la carta a los Efesios — ya no era necesario: es Cristo quien nos protege contra el politeísmo y todas sus desviaciones; es Cristo quien nos une con Dios y en el único Dios; es Cristo quien garantiza nuestra verdadera identidad en la diversidad de las culturas. El muro ya no es necesario. Cristo es nuestra identidad común en la diversidad de las culturas, y es él el que nos hace justos. Ser justo quiere decir sencillamente estar con Cristo y en Cristo. Y esto basta. Ya no son necesarias otras observancias. Por eso la expresión " sola fide " de Lutero es verdadera si no se opone la fe a la caridad, al amor. La fe es mirar a Cristo, encomendarse a Cristo, unirse a Cristo, conformarse a Cristo, a su vida. Y la forma, la vida de Cristo es el amor; por tanto, creer es conformarse a Cristo y entrar en su amor. Por eso, san Pablo en la carta a los Gálatas, en la que sobre todo ha desarrollado su doctrina sobre la justificación, habla de la fe que obra por medio de la caridad (cf. Ga 5, 6).
San Pablo sabe que en el doble amor a Dios y al prójimo está presente y se cumple toda la Ley. Así, en la comunión con Cristo, en la fe que crea la caridad, se realiza toda la Ley. Somos justos cuando entramos en comunión con Cristo, que es el amor. Veremos lo mismo en el evangelio del próximo domingo, solemnidad de Cristo Rey. Es el evangelio del juez cuyo único criterio es el amor. Sólo pide esto: ¿Me visitaste cuando estaba enfermo?, ¿cuando estaba en la cárcel? ¿Me diste de comer cuando tenía hambre?, ¿me vestiste cuando estaba desnudo? Así la justicia se decide en la caridad. Así, al final de este evangelio, podemos decir casi: sólo amor, sólo caridad. Pero no hay contradicción entre este evangelio y san Pablo. Es la misma visión según la cual la comunión con Cristo, la fe en Cristo, crea la caridad. Y la caridad es realización de la comunión con Cristo. Así, estando unidos a él, somos justos, y de ninguna otra forma.
Al final, sólo podemos orar al Señor para que nos ayude a creer. Creer realmente; así, creer llega a ser vida, unidad con Cristo, transformación de nuestra vida. Y así, transformados por su amor, por el amor a Dios y al prójimo, podemos ser realmente justos a los ojos de Dios.
Ángelus(06-03-2011): ¿Cuál es el cimiento de nuestra vida?
Domingo IX del Tiempo Ordinario (Ciclo A).
Sunday 06 de March de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo presenta la conclusión del «Sermón de la montaña», donde el Señor Jesús, a través de la parábola de las dos casas, una construida sobre roca y otra sobre arena, invita a sus discípulos a escuchar sus palabras y a ponerlas en práctica (cf. Mt 7, 24). De este modo sitúa al discípulo y su camino de fe en el horizonte de la Alianza, constituida por la relación que Dios estableció con el hombre, a través del don de su Palabra, entrando en comunicación con nosotros. El concilio Vaticano II afirma: «Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía». (Dei Verbum, 2). «En esta visión, cada hombre se presenta como el destinatario de la Palabra, interpelado y llamado a entrar en este diálogo de amor mediante su respuesta libre» (Verbum Domini, 22).
Jesús es la Palabra viva de Dios. Cuando enseñaba, la gente reconocía en sus palabras la misma autoridad divina, sentía la cercanía del Señor, su amor misericordioso, y alababa a Dios. En toda época y en todo lugar, quien tiene la gracia de conocer a Jesús, especialmente a través de la lectura del santo Evangelio, queda fascinado con él, reconociendo que en su predicación, en sus gestos, en su Persona, él nos revela el verdadero rostro de Dios, y al mismo tiempo nos revela a nosotros mismos, nos hace sentir la alegría de ser hijos del Padre que está en el cielo, indicándonos la base sólida sobre la cual debemos edificar nuestra vida.
Pero a menudo el hombre no construye su obrar, su existencia, sobre esta identidad, y prefiere las arenas de las ideologías, del poder, del éxito y del dinero, pensando encontrar en ellos estabilidad y la respuesta a la insuprimible demanda de felicidad y de plenitud que lleva en su alma. Y nosotros, ¿sobre qué queremos construir nuestra vida? ¿Quién puede responder verdaderamente a la inquietud de nuestro corazón? ¡Cristo es la roca de nuestra vida! Él es la Palabra eterna y definitiva que no hace temer ningún tipo de adversidad, de dificultad, de molestia (cf. Verbum Domini, 10).
Que la Palabra de Dios impregne toda nuestra vida, nuestro pensamiento y nuestra acción, como proclama la primera lectura de la liturgia de hoy, tomada del libro del Deuteronomio: «Meted estas palabras mías en vuestro corazón y en vuestra alma, atadlas a la muñeca como un signo y ponedlas de señal en vuestra frente» (11, 18).
Queridos hermanos, os exhorto a dedicar tiempo cada día a la Palabra de Dios, a alimentaros de ella, a meditarla continuamente. Es una ayuda preciosa también para evitar un activismo superficial, que puede satisfacer por un momento el orgullo, pero que al final nos deja vacíos e insatisfechos.
Invocamos la ayuda de la Virgen María, cuya existencia estuvo marcada por la fidelidad a la Palabra de Dios. La contemplamos en la Anunciación, al pie de la cruz, y ahora, partícipe de la gloria de Cristo resucitado. Como ella, queremos renovar nuestro «sí» y encomendar con confianza a Dios nuestro camino.
Congregación para el Clero
Homilía
La primera lectura de la liturgia que se nos ofrece hoy propone una invitación apremiante al pueblo de Israel, para que se dirija de nuevo al Señor, a su amor y a su ley. El hombre en el antiguo Testamento, a la presencia de Dios, siempre es considerado libre de elegir de qué parte estar y la consecuencia de su elección se expresa por las categorías de la bendición y la maldición. La primera manifiesta la obediencia al Señor de la historia, y por lo tanto el recorrido de una vida serena y realizada, la segunda, en cambio, revela el rechazo a Dios y, por consecuencia, una vida lejana de su amistad y de su gracia.
El Evangelio, siempre en el contexto del amplio discurso de la montaña, subraya el papel central de la libertad en la vida de los hombres y en la relación con Dios y presenta una elección de frente a una encrucijada: el creyente puede decidir erigir su casa sobre la roca, es decir decidir construir su futuro sobre Dios, o bien de edificar su casa sobre la arena, es decir sobre sus propios egoísmos y sobre sus propios ídolos.
La elección, de por sí, antes que importunar la fe, aparecería como el claro resultado de un discernimiento racional, fruto del equilibrado y lucido análisis de la situación, de la elección de los medios buenos y más adecuados para alcanzar el fin bueno que es una "casa construida sobre la roca."
Sin embargo, a causa de los efectos del pecado original y por la constitutiva fragilidad de la herida naturaleza humana, el hombre tiende a evitar la "dureza" y la fatiga de una construcción "sobre la roca" que, inevitablemente exige el empleo de mayores energías y el despliego de medios más grandes.
Dejando el lenguaje parabólico, la fe puede volverse, para algunos, un tipo de costumbre cultural, hecha de modelos tácitamente concentrados y pasivamente experimentados, sin una verdadera elección por Cristo, una auténtica respuesta a su invitación apremiante de amor y comunión.
El Señor en cambio, nos llama a una fe sólida, construida sobre la roca, a una fe firme o bien una fe laboriosa, fundada sobre Cristo y sobre su enseñanza, sobre la certeza de su presencia viva y dinámicamente transformante en nuestra existencia; presencia que llama a la conversión definitiva del corazón a Dios.
La fatiga de construir "sobre la roca" que es Cristo, es sostenida ampliamente por la certeza del resultado y de la promesa del céntuplo, que caracterizan auténticamente el camino cristiano.
Las pruebas de la vida, las dificultades y los sufrimientos que pueden sobrevenir, no derrumbarán al que ha sabido construir sobre Cristo; al que fielmente ha asumido, delante del Señor, un empeño de vida, razonable y satisfactorio de correspondencia humana y sobrenatural.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico: Construir sobre roca
Fundación Gratis Date, Pamplona, 2004
«No todo el que me dice ‘Señor, Señor’». Es uno de los textos más duros del evangelio. Nos advierte que puede haber una oración falsa e inauténtica («Señor, Señor»). Pero sorprende más que puede haber personas que han profetizado y hecho milagros en nombre de Jesús y sin embargo son definitivamente rechazados («nunca os he conocido; alejaos de mí, malvados»). No nos salvan las acciones y prácticas externas, aun buenas y santas, sino la adhesión a la voluntad de Dios.
«El que escucha... y pone en práctica...» Lo único firme y estable, lo único que perdura es lo que se construye sobre roca. Lo que da firmeza a nuestra vida es escuchar la palabra de Cristo, hacerla propia, ponerla en práctica y adherirse a lo que Dios quiere.
«Se hundió totalmente». Las dos casas son igualmente embestidas por los vientos y tempestades. En la vida de toda persona aparecen tormentas, antes o después. Y lo que se hunde demuestra que no estaba afianzado sobre roca. «¡Mire cada cual cómo construye!» (1Cor 3,10). Los zarandeos de la vida, las crisis diversas ayudan a comprobar lo que en nosotros no tenía firmeza ni consistencia. La mayor necedad sería seguir construyendo en falso y no aprender cuando experimentamos un derrumbe. Cristo nos deja claro cómo construir con firmeza: tomar en serio su palabra, actuar según ella, plasmar nuestra vida según la voluntad de Dios. Pero si persistimos en la ceguera nos amenaza la ruina total y definitiva. Y esto vale tanto para los individuos como para las comunidades, parroquias, diócesis...
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Semana I-IX del Tiempo Ordinario. , Vol. 4, Fundación Gratis Date, Pamplona, 2001
La voluntad salvífica del Padre es universal, pero respeta nuestra libertad y nuestra decisión responsable, al mismo tiempo que nos asiste con su gracia para que nuestra respuesta pueda ser de fidelidad y de amor. La obra redentora de Cristo fue universal, expresando así la voluntad del Padre; a ella hemos de abrirnos con responsabilidad, humildad y amor, pues por amor y con amor se hizo, y también con dolor y sangre.
Tenemos que definirnos. ¡Qué pena que muchos hombres, cerrándose a Cristo, rechacen el amor salvífico de Dios! ¡Qué pena también que los que hemos aceptado la salvación nos preocupemos tan poco de irradiarla a todos los hombres!
–Deuteronomio 11,18.26-28: Mirad, os pongo delante maldición y bendición. Si escucháis... El mejor comentario es el de Clemente de Alejandría, que dice:
«En el hombre, en efecto, está la elección, porque es libre; pero en Dios, porque es el Señor, está dar lo que se le pide. Ahora bien, Dios da a los que quieren y se esfuerzan con toda el alma, y piden, a fin de que su salvación resulte propia de ellos. Porque Dios no fuerza a nadie –la violencia es contraria a Dios–. Dios asiste a los que buscan, da a los que piden y abre a los que llaman a la puerta» (Sobre la salvación de los ricos 10).
–Con el Salmo 30 decimos: «A ti, Señor, me acojo... Sé la Roca de mi refugio... Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia».
–Romanos 3,21-25.28: El hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley. Todos los hombres necesitamos de la redención de Jesucristo, y solo por la fe la aceptamos y la podemos vivir fielmente. Comenta San Agustín:
«Cristo vino a los enfermos; los halló a todos enfermos. Nadie presuma, pues, de su salud, no sea que el médico lo abandone. A todos los encontró enfermos; es afirmación del Apóstol: «todos, en efecto, pecaron y están privados de la gloria» (Rom 3,23). Halló a todos enfermos, pero eran de dos clases de enfermos. Unos se acercaban al médico, se adherían a Cristo, le escuchaban, le honraban, le seguían y se convertían. Él recibía a todos, sin repugnancia, para sanarlos, porque los sanaba gratuitamente, los sanaba con su omnipotencia... En cambio el otro género de enfermos, que habían perdido ya la razón a causa de su enfermedad e ignoraban que estaban enfermos, lo insultaron, porque recibía a los enfermos y dijeron a sus discípulos: «ved, qué maestro tenéis, que come con pecadores y publicanos» (Sermón 80,4).
–Mateo 7,21-27: La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena. Ni la mera piedad subjetiva, ni la falsa confianza en los dones de Dios, pueden sustituir en nosotros la vida de fe y de fidelidad responsable para alcanzar la salvación. Dice San Juan Crisóstomo:
«No sólo se derrumba lo que se edifica sobre la arena, sino que el derrumbe va acompañado de gran desastre... No se trata aquí, en efecto, de cosa de poco más o menos, sino de la salvación del alma, de la pérdida del cielo y de los bienes eternos. Más aún: el que siga el mal, aun antes de estas pérdidas eternas, llevará acá la vida más miserable, entre continuas congojas, miedos, preocupaciones y combates. Lo cual nos dio a entender ya aquel varón sabio que dijo: «el impío huye, sin que nadie le persiga» (Prov 18,1). Son gentes que temen de su sombra, sospechan de amigos y enemigos, de sus esclavos, de sus conocidos y desconocidos. Antes, sí, del castigo eterno, ya sufren aquí suplicio extremo.
«Todo eso quiso significar Cristo al decir: «y la ruina de aquella casa fue sobremanera grande». Con lo que puso término conveniente a estos bellos preceptos suyos, persuadiendo aun a los más incrédulos a huir de la maldad, siquiera mirando al provecho presente. Porque, si bien es cierto que la razón de lo por venir es más alta, la otra es más eficaz para contener a los duros de corazón y apartarlos del mal» (Homilía 24 sobre San Mateo 4).