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Homilías y comentarios bíblicos
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Domingo I de Pascua (Misa del Día) – Homilías

/ 21 marzo, 2016 / Tiempo de Pascua
Contenidos ocultar
1 Lecturas
2 Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
2.1 Benedicto XVI, Papa
2.1.1 Homilía(12-04-2009): La Pascua es un estilo de vida nuevo
2.2 Francisco, Papa
2.2.1 Homilía(16-04-2017): Mirar más allá.
2.3 Congregación para el Clero
2.3.1 Homilía: Esperanza y gozosa proclamación
2.4 Julio Alonso Ampuero
2.4.1 Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico
2.5 Manuel Garrido Bonaño
2.5.1 Año Litúrgico Patrístico
2.6 José María Solé Romá
2.6.1 Ministros de la Palabra (Ciclo B)
3 Homilías en Italiano para posterior traducción
3.1 Homilía(29-04-1984)

Lecturas

Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.

Hch 10, 34a. 37-43: Hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos
Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23: Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo
Col 3, 1-4: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo
1 Co 5, 6b-8: Barred la levadura vieja para ser una masa nueva
Jn 20, 1-9: Él había de resucitar de entre los muertos



Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia

Benedicto XVI, Papa

Homilía(12-04-2009): La Pascua es un estilo de vida nuevo


Domingo de la Resurrección del Señor
Sunday 12 de April de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

«Ha sido inmolado Cristo, nuestra Pascua» (1 Co 5,7). Resuena en este día la exclamación de san Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura, tomada de la primera Carta a los Corintios. Un texto que se remonta a veinte años apenas después de la muerte y resurrección de Jesús y que, no obstante, contiene en una síntesis impresionante —como es típico de algunas expresiones paulinas— la plena conciencia de la novedad cristiana. El símbolo central de la historia de la salvación — el cordero pascual — se identifica aquí con Jesús, llamado precisamente «nuestra Pascua». La Pascua judía, memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto, prescribía el rito de la inmolación del cordero, un cordero por familia, según la ley mosaica. En su pasión y muerte, Jesús se revela como el Cordero de Dios «inmolado» en la cruz para quitar los pecados del mundo; fue muerto justamente en la hora en que se acostumbraba a inmolar los corderos en el Templo de Jerusalén. El sentido de este sacrificio suyo, lo había anticipado Él mismo durante la Última Cena, poniéndose en el lugar —bajo las especies del pan y el vino— de los elementos rituales de la cena de la Pascua. Así, podemos decir que Jesús, realmente, ha llevado a cumplimiento la tradición de la antigua Pascua y la ha transformado en su Pascua.

A partir de este nuevo sentido de la fiesta pascual, se comprende también la interpretación de san Pablo sobre los «ázimos». El Apóstol se refiere a una antigua costumbre judía, según la cual en la Pascua había que limpiar la casa hasta de las migajas de pan fermentado. Eso formaba parte del recuerdo de lo que había pasado con los antepasados en el momento de su huída de Egipto: teniendo que salir a toda prisa del país, llevaron consigo solamente panes sin levadura. Pero, al mismo tiempo, «los ázimos» eran un símbolo de purificación: eliminar lo viejo para dejar espacio a lo nuevo. Ahora, como explica san Pablo, también esta antigua tradición adquiere un nuevo sentido, precisamente a partir del nuevo «éxodo» que es el paso de Jesús de la muerte a la vida eterna. Y puesto que Cristo, como el verdadero Cordero, se ha sacrificado a sí mismo por nosotros, también nosotros, sus discípulos —gracias a Él y por medio de Él— podemos y debemos ser «masa nueva», «ázimos», liberados de todo residuo del viejo fermento del pecado: ya no más malicia y perversidad en nuestro corazón.

«Así, pues, celebremos la Pascua... con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad». Esta exhortación de san Pablo con que termina la breve lectura que se ha proclamado hace poco, resuena aún más intensamente en el contexto del Año Paulino. Queridos hermanos y hermanas, acojamos la invitación del Apóstol; abramos el corazón a Cristo muerto y resucitado para que nos renueve, para que nos limpie del veneno del pecado y de la muerte y nos infunda la savia vital del Espíritu Santo: la vida divina y eterna. En la secuencia pascual, como haciendo eco a las palabras del Apóstol, hemos cantado: «Scimus Christum surrexisse / a mortuis vere» —sabemos que estás resucitado, la muerte en ti no manda. Sí, éste es precisamente el núcleo fundamental de nuestra profesión de fe; éste es hoy el grito de victoria que nos une a todos. Y si Jesús ha resucitado, y por tanto está vivo, ¿quién podrá jamás separarnos de Él? ¿Quién podrá privarnos de su amor que ha vencido al odio y ha derrotado la muerte? Que el anuncio de la Pascua se propague por el mundo con el jubiloso canto del aleluya. Cantémoslo con la boca, cantémoslo sobre todo con el corazón y con la vida, con un estilo de vida «ázimo», simple, humilde, y fecundo de buenas obras. «Surrexit Christus spes mea: / precedet vos in Galileam» — ¡Resucitó de veras mi esperanza! Venid a Galilea, el Señor allí aguarda. El Resucitado nos precede y nos acompaña por las vías del mundo. Él es nuestra esperanza, Él es la verdadera paz del mundo. Amén.

Francisco, Papa

Homilía(16-04-2017): Mirar más allá.


Domingo de Pascua (Ciclo A).
Sunday 16 de April de 2017

Hoy la Iglesia repite, canta, grita: «¡Jesús ha resucitado!». ¿Pero cómo? Pedro, Juan, las mujeres fueron al Sepulcro y estaba vacío, Él no estaba. Fueron con el corazón cerrado por la tristeza, la tristeza de una derrota: el Maestro, su Maestro, el que amaban tanto fue ejecutado, murió. Y de la muerte no se regresa. Esta es la derrota, este es el camino de la derrota, el camino hacia el sepulcro. Pero el ángel les dice: «No está aquí, ha resucitado». Es el primer anuncio: «Ha resucitado». Y después la confusión, el corazón cerrado, las apariciones. Pero los discípulos permanecieron encerrados todo el día en el Cenáculo, porque tenían miedo de que les ocurriera lo mismo que le sucedió a Jesús. Y la Iglesia no cesa de decir a nuestras derrotas, a nuestros corazones cerrados y temerosos: «Parad, el Señor ha resucitado». Pero si el Señor ha resucitado, ¿cómo están sucediendo estas cosas? ¿Cómo suceden tantas desgracias, enfermedades, tráfico de personas, trata de personas, guerras, destrucciones, mutilaciones, venganzas, odio? ¿Pero dónde está el Señor? Ayer llamé a un chico con una enfermedad grave, un chico culto, un ingeniero y hablando, para dar un signo de fe, le dije: «No hay explicaciones para lo que te sucede. Mira a Jesús en la Cruz, Dios ha hecho eso con su Hijo, y no hay otra explicación». Y él me respondió: «Sí, pero ha preguntado al Hijo y el Hijo ha dicho sí. A mí no se me ha preguntado si quería esto».

Esto nos conmueve, a nadie se nos pregunta: «¿Pero estás contento con lo que sucede en el mundo? ¿Estás dispuesto a llevar adelante esta cruz?». Y la cruz va adelante, y la fe en Jesús cae. Hoy la Iglesia sigue diciendo: «Párate, Jesús ha resucitado». Y esta no es una fantasía, la Resurrección de Cristo no es una fiesta con muchas flores. Esto es bonito, pero no es esto, es más; es el misterio de la piedra descartada que termina siendo el fundamento de nuestra existencia. Cristo ha resucitado, esto significa. En esta cultura del descarte donde eso que no sirve toma el camino del usar y tirar, donde lo que no sirve es descartado, esa piedra —Jesús— es descartada y es fuente de vida. Y también nosotros, guijarros por el suelo, en esta tierra de dolor, de tragedias, con la fe en el Cristo Resucitado tenemos un sentido, en medio de tantas calamidades. El sentido de mirar más allá, el sentido de decir: «Mira no hay un muro; hay un horizonte, está la vida, la alegría, está la cruz con esta ambivalencia. Mira adelante, no te cierres. Tú guijarro, tienes un sentido en la vida porque eres un guijarro en esa piedra, esa piedra que la maldad del pecado ha descartado». ¿Qué nos dice la Iglesia hoy ante tantas tragedias? Esto, sencillamente. La piedra descartada no resulta realmente descartada. Los guijarros que creen y se unen a esa piedra no son descartados, tienen un sentido y con este sentimiento la Iglesia repite desde lo profundo del corazón: «Cristo ha resucitado». Pensemos un poco, que cada uno de nosotros piense, en los problemas cotidianos, en las enfermedades que hemos vivido o que alguno de nuestros familiares tiene; pensemos en las guerras, en las tragedias humanas y, simplemente, con voz humilde, sin flores, solos, ante de Dios, ante de nosotros decimos: «No sé cómo va esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado y yo he apostado por esto». Hermanos y hermanas, esto es lo que he querido deciros. Volved a casa hoy, repitiendo en vuestro corazón: «Cristo ha resucitado».

Congregación para el Clero

Homilía: Esperanza y gozosa proclamación

Las lecturas bíblicas del día de pascua rebozan de esperanza y son una gozosa proclamación del acontecimiento central de la fe cristiana: la resurrección del Señor. En la pascua la historia y el mundo se han visto envueltos en un proceso de transformación que ya ha iniciado hasta la plena consumación de la plenitud divina. Cristo ha roto la prisión de la muerte y del límite humano, del pecado y del temor y ha inaugurado el reino de la redención y de la gracia. La creación entera, penetrada por la vida del Cristo Resucitado, adquiere hoy una nueva dimensión. El mundo se llena de vida, la historia de esperanza, y el hombre se transforman en hijo. La Pascua es, por tanto, la conquista de un sentido y de un fin nuevo para todo el cosmos: "¡El es nuestra esperanza!" (Col 1,27). En el corazón del anuncio cristiano (1a. lectura) y de la transformación de la humanidad (2a. lectura) está siempre presente la fuerza vivificante de el acontecimiento definitivo de la pascua de Cristo (evangelio).

La primera lectura (Hech 10, 34a-37-43) está tomada del discurso de Pedro en la casa del Cornelio, el centurión romano de Cesarea, el primer pagano recibido como cristiano por uno de los apóstoles y que representa a todos aquellos que buscan la verdad con corazón sincero y que constituyen para Dios "un pueblo consagrado a su nombre" (Hch 15,14). El tiempo pascual se inaugura, por tanto, con el anuncio de Cristo a todas las naciones y a todos los hombres sin distinción. Los versículos que son proclamados hoy en la liturgia recuerdan el kerigma usado en la predicación de la iglesia primitiva. El anuncio estaba centrado todo él en la figura y la actividad de Jesús, el resucitado, a través de cuatro etapas fundamentales y que constituyen todo un modelo para toda acción evangelizadora: (a) se parte de la realidad y de las personas concretas, de las esperanzas e ilusiones de la gente, de lo que el pueblo conoce (v. 37: "ustedes están enterados de lo ocurrido en el país de los judíos comenzando por Galilea después del bautismo de Juan"); (b) toda esta realidad y la expectativa de los hombres se pone en relación con el contenido fundamental del evangelio, como anuncio de paz, de liberación, de justicia y salvación, don de Dios para todos los pueblos (v. 38: "me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con el poder del Espíritu Santo; él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, por que Dios estaba con él); (c) se insiste en que esto no es una teoría o una simple doctrina sino que es un acontecimiento dentro de la historia humana, una fuerza liberadora de Dios en medio de la debilidad y de la injusticia del mundo, un evento que tiene como protagonista a Jesús, muerto en manos de los hombres pero resucitado por Dios (v. 39: "a él a quien mataron colgándolo en un madero, Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se apareciera a nosotros..."); (d) finalmente se sacan las consecuencias prácticas: se debe hacer una opción y tomar una decisión (v. 43: "todo el que cree en él recibe el perdón de los pecados, por medio de su nombre"). En síntesis, los apóstoles con el kerigma daban testimonio de la acción liberadora de Jesús durante su ministerio terreno, de la injusta muerte a la que fue sometido y del poder de Dios sobre la muerte y sobre todas las fuerzas tenebrosas del mundo que deshumanizan al hombre.

En la segunda lectura (Col 3,1-4) se insiste precisamente en la decisión de fe que supone el haber escuchado el kerigma: "ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba" (v. 1). El misterio pascual de Cristo es presentado con el conocido esquema bíblico espacial de la exaltación de la tierra hacia el cielo, de la muerte a la vida, de la humanidad a la vida eterna y divina. Pablo lanza a los colosenses un mensaje de conversión utilizando el mismo esquema de exaltación de la pascua, aplicándolo al bautismo cristiano y a la entera existencia: "piensen en las cosas de arriba, no en las de la tierra" (v. 2). "Las cosas de arriba" es lo que Pablo llama en otros textos "el hombre nuevo", el "espíritu", la "gracia", es decir, "la vida escondida con Cristo en Dios" (v. 3), que constituye el presente de la vida cristiana y se experimenta solamente en la fe. Es una vida ciertamente "escondida" a los simples ojos físicos y a la lógica humana. Por otra parte, "las cosas de la tierra", las cosas de aquí abajo, es lo que Pablo llama "el hombre viejo", "la carne", "el pecado", que en el bautismo han pasado a formar parte del pasado del creyente, sepultadas en el agua de la fuente bautismal (cf. Rom 6,2-7). Esta vida "escondida", pero real, ya presente en cada creyente como una pequeña semilla de eternidad, se manifestará en plenitud al final: "cuando aparezca Cristo, que es vida para ustedes, entonces también aparecerán gloriosos con él" (v. 4).

El evangelio (Jn 20,1-9) nos relata la visita de María Magdalena, de Simón Pedro y del "otro discípulo" (¿Juan?) al sepulcro del Señor el primer día de la semana al rayar el sol. En la narración no se describe la resurrección, que es un evento que trasciende la historia y se sitúa más allá de lo puramente experimentable con medios humanos, sino que se quiere ofrecer el testimonio de la irrupción del Cristo resucitado en la vida de la iglesia. María busca con ansias, aun en medio de las tinieblas cuando no había salido el sol; luego corre donde Pedro y el otro discípulo (v1. 1-2). Pedro llega al sepulcro y comprueba una serie de datos (piedra rodada, sepulcro vacío, vendas abandonadas, lienzo doblado) que se convierten en auténticos "signos" para quien es disponible a la fe, para quien los ve con profundidad; el "otro discípulo", que llegó antes que Pedro a la tumba pero no entró hasta después, "vio y creyó" (v. 8). Este último discípulo, difícil de identificar con certeza, llega a convertirse en el modelo del creyente, de aquel que después de "ver" los signos, "comprende las Escrituras" (v. 9). Este ha visto realmente ya que ha comprendido la unidad del entero plan salvador de Dios. El texto joánico es un bellísimo ejemplo de cómo es la comunidad entera (mujeres, Pedro, el "otro discípulo") la que llega a obtener una comprensión plena del misterio del Resucitado. Todos han sido necesarios: la audacia y el amor de la mujer que sale desconcertada del sepulcro; la atención y la cautela de Pedro, y la intuición y comprensión creyente del "otro discípulo".

Julio Alonso Ampuero

Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico

Fundación Gratis Date, Pamplona, 2004

Las hazañas del Señor
Sal 117


«No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor». Podemos escuchar en labios de Jesús resucitado estas palabras del salmo responsorial. El Padre ha querido que pasase por la muerte. Pero ahora ya vive. Vive para siempre. Cristo resucitado es «el que vive» (Ap 1,18), el viviente por excelencia, el que posee la vida y la comunica a su alrededor.

Vive en su Iglesia. Y vive «para contar las hazañas del Señor». Desde el día de su resurrección proclama a los hombres, a sus discípulos, las maravillas que el Padre ha realizado con Él resucitándole. Cristo resucitado testimonia en su Iglesia la gloria que el Padre le ha dado, el gozo infinito que le inunda, el poder que ha recibido de su Padre constituyéndole Señor de todo y de todos. Para toda la eternidad Cristo es el Testigo más perfecto de las hazañas del Señor, del poder y del amor que el Padre ha derrochado en Él resucitándole de entre los muertos y sentándole a su derecha (Ef 1,19-21).

«La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». El despreciado, el humillado, el crucificado es ahora fundamento de todo. Cristo resucitado es y será para siempre el que da sentido a cada hombre, a cada sufrimiento, a cada esfuerzo, a la Historia entera. Sólo en Él la vida cobra consistencia y valor, pues «no se nos ha dado otro Nombre en el que podamos salvarnos» (He 4,12). Todo lo construido al margen de esta piedra angular se desmorona, se hunde. Ser cristiano es vivir cimentado en Cristo (Col 2,7), apoyado totalmente y exclusivamente en Él.

«Este es el día en que actuó el Señor». La resurrección de Cristo es la gran obra de Dios, la maravilla por excelencia. Mayor que la creación y que todos los prodigios realizados en la antigüedad. Hemos de aprender a admirarnos de ella. Hemos de aprender a gozarnos en ella: «sea nuestra alegría y nuestro gozo». La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra alegría. «Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente», pues es un acontecimiento humanamente inexplicable. Pero un acontecimiento que sigue presente y activo en la Iglesia, pues la resurrección de Cristo no ha cesado de dar fruto. Hoy sigue siendo el día en que el Señor actúa...

La gran noticia
Jn 20,1-9


Lo mismo que a las mujeres la mañana de Pascua, la Iglesia nos sorprende hoy con la gran noticia: el sepulcro está vacío. Cristo ha resucitado. El Señor está vivo. El mismo que colgó de la cruz el viernes santo. El mismo que fue encerrado en el sepulcro. ¿Soy capaz de dejarme entusiasmar con esta noticia?

«Vio y creyó». La resurrección de Cristo es el centro de nuestra fe. Nosotros no creemos en ideas, por bonitas que sean. Nuestra fe se basa en un acontecimiento: Cristo ha resucitado. Nuestra fe es adhesión a una persona viva, real, concreta: Cristo el Señor. Y la Pascua nos ofrece la posibilidad de un encuentro real con el Resucitado y de la experiencia de su presencia en nuestra vida.

Los discípulos corrían. Este apresuramiento significa mucho. Es, ante todo, el deseo de ver al Señor, a quien tanto aman. Es el deseo de comprobar con sus propios ojos que, efectivamente, el sepulcro está vacío, que la muerte ha sido vencida y no tiene la última palabra. Es el entusiasmo de quien sabe que la historia ha cambiado, que la vida tiene sentido. Es la alegría de quien tiene algo que decir, de quien quiere transmitir una gran noticia a los demás. La resurrección de Cristo no nos deja adormecidos. Es la noticia que nos sacude y nos pone en movimiento. Nos hace testigos y mensajeros del acontecimiento central de toda la historia de la humanidad.

Manuel Garrido Bonaño

Año Litúrgico Patrístico

Tiempo de Pascua. , Vol. 3, Fundación Gratis Date, Pamplona, 2001

En la Vigilia Pascual hemos vivido el gran acontecimiento de nuestra Pascua: Cristo Resucitado. Celebramos el Misterio de Cristo-Luz que ha vencido el poder de las tinieblas y de la muerte. A todos se nos proclamó el Misterio de Vida nueva y renovamos gozosos nuestras esperanzas bautismales y la alegría de ser de Cristo. Esta gran realidad no se agota en una celebración. La Iglesia le dedica el cincuentenario pascual, para saturarnos de Cristo, muerto y resucitado con un Aleluya perenne.

–Hechos 10,34,37-43: Nosotros hemos comido y bebido con Él después de su Resurrección. Pedro es la primera voz de la Iglesia que nos proclama y garantiza el acontecimiento de la Resurrección. Su testimonio avala nuestra fe y nos recuerda que la Resurrección es la que da sentido a toda la vida de Cristo, el Señor.

–Con el Salmo 117 cantamos alborozados: «Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa. No he de morir, viviré para cantar las hazañas del Señor. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente».

–Colosenses 3,1-4: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo. San Pablo nos recuerda también que la resurrección del Señor es el acontecimiento que, por el bautismo, ha dado sentido divino a toda nuestra existencia de creyentes en Cristo y nos ha injertado en su condición de Hijo muy amado del Padre.

O también: 1 Corintios 5,6-8: Barred la levadura vieja, para ser una masa nueva. Incorporados a Cristo, por el Misterio Pascual, la autenticidad de nuestra fe tiene un signo y una urgencia insoslayable: nueva vida de santidad en Cristo.

–Secuencia: «Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua. Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza... Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa. Amén. Aleluya».

–Juan 20,1-9: Él había de resucitar de entre los muertos. El acontecimiento de la Pascua y el reencuentro con Cristo Resucitado hizo que se volviera a reunir la primera comunidad eclesial -el Colegio Apostólico- rehaciendo sus vidas del escándalo de la Cruz. De la resurrección de Cristo nació de nuevo la Iglesia. San Melitón de Sardes explica las gracias que nos vienen de la resurrección de Cristo:

«Fijaos bien, queridos hermanos: el Misterio de Pascua es a la vez nuevo y antiguo, eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal. Antiguo según la ley, pero nuevo según la Palabra encarnada. Pasajero en su figura, pero eterno en la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la Vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su Resurrección de entre los muertos. La ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia es eterna. Corruptible el cordero, pero incorruptible el Señor, el cual, inmolado como Cordero, resucitó como Dios...

«Venid, pues, vosotros todos, los hombres que os halláis enfangados en el mal, recibid el perdón de vuestros pecados. Porque yo soy vuestro perdón, soy la Pascua de salvación, soy el Cordero degollado por vosotros, soy vuestra agua lustral, vuestra vida, vuestra resurrección, vuestra luz, vuestra salvación y vuestro Rey. Puedo llevaros hasta la cumbre de los cielos, os resucitaré, os mostraré al Padre celestial, os haré resucitar con el poder de mi diestra» (Homilía sobre la Pascua 2-7.100-103).

José María Solé Romá

Ministros de la Palabra (Ciclo B)

Sobre la Primera Lectura (Hechos 10, 34 a. 37-43).

La Resurrección de Cristo es en la Historia de la Salvación el acontecimiento básico. Lo es para Cristo, ya que su Resurrección ilumina su mensaje, garantiza su misión y da sentido a su Vida, a su Pasión y a su Muerte. Y lo es para nosotros. Es la virtud y el poder del Resucitado el que nos hace nacer a la nueva vida, nos inunda de Espíritu Santo y prepara y asegura nuestra resurrección y glorificación.

- De ahí que en el Kerigma o predicación apostólica el punto central es la Resurrección de Cristo. Así lo constatamos en este discurso de Pedro (v 40) igual que en los restantes esquemas del sermonario Petrino que Lucas nos ha conservado: Hechos 2, 14; 3, 12; 4, 9; 5, 29. Ser Apóstol es, ante todo, para dar testimonio de la Resurrección como testigo ocular y cualificado (Hechos 1, 22).

- En el presente discurso Pedro interpreta la vida de Jesús a la luz de su Resurrección: Aquella su primera Epifanía Mesiánica del Jordán (Lc 3, 22), en la que Jesús fue ungido de Espíritu Santo, es un anticipo y prenuncio de la Unción gloriosa de la Resurrección. En ésta, ungido de Espíritu Santo y de poder, queda constituido: Mesías (Ungido)-Señor. Es decir, el Mesías-Redentor es a través de la Resurrección Mesías-Señor. San Pablo desarrolla el mismo pensamiento cuando escribe a los Romanos: El Hijo de Dios nacido de David según la carne, a raíz de la Resurrección fue constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu (Rom 1, 4).

- A raíz de la Resurrección inicia Jesús un nuevo estadio de vida y de actuación: el de Señor (Hch 2, 36), Jefe y Salvador (5, 31), Juez y Salvador de vivos y muertos (10, 42), Señor en gloria o Hijo de Dios en poder, que dirá San Pablo (Fip 2, 11; Rom 1, 4), o Espíritu Vivificante, (1 Cort 15, 45). Por tanto, la Resurrección de Cristo es para todos una llamada apremiante a la fe, a la conversión, al amor. El Centurión que es, incircunciso, recibe el Espíritu Santo, solo para la fe en el Resucitado, es prueba fehaciente de que Cristo es el Salvador de todos. Y por eso, exultantes de gozo pascual, ofrecemos, Señor, el Sacrificio por el que tu Iglesia es maravillosamente regenerada y vigorizada.

Sobre la Segunda Lectura (Colosenses 3, 1-4).

San Pablo, a la luz de la Resurrección de Cristo, ilumina la esencia y las exigencias de la vida cristiana:
- El Bautismo, con sus ritos de inmersión y emersión, significa nuestro morir con Cristo al pecado y nuestro resucitar con Cristo a nueva vida. El hombre viejo, o sea la herencia de Adán, queda sepultado en las aguas bautismales. Renacemos a la vida de gracia; la que recibimos del Resucitado. El bautizado está en comunión con la vida celeste de Cristo.

- El Bautismo debe marcar con su sello (imprime carácter) todo el ser y todo el vivir del cristiano son bienes para él no los caducos y efímeros, sino los que Cristo le ha ganado con la Pasión y le regala con la Resurrección. En su virtud somos ya ciudadanos del cielo, donde sentado a la derecha del Padre está Cristo (v l),quien, como precursor, entró a favor nuestro para prepararnos el lugar (Heb 6,20; Jn 14, 2).

- Todo al presente se desarrolla en fe: Vida escondida con Cristo en Dios (v 3). Cuando llegue la Parusía gloriosa de Cristo también nosotros entraremos a participar en cuerpo y alma en la gloria del Resucitado: cuando Cristo, vida nuestra, se manifieste, también vosotros os manifestaréis juntamente con El, revestidos de gloria (v 4).Y transfigurara nuestro cuerpo deleznable, conformándolo al Cuerpo suyo glorioso, con aquella su eficiente virtud que es poderosa para someter a Sí el universo (FIp 3, 21). Ipse enim verus est Agnus qui abstulit peccata mundi; qui mortem nostram moriendo destruxit et vitam resurgendo reparavit (Pref.).

Sobre el Evangelio (Juan 20, 1-9).

Pedro y Juan, tras explorar el Sepulcro vacío, comprenden lo que a lo largo de la vida mortal de Jesús jamás habían entendido: Jesús es la Vida. Con su muerte ha vencido a la Muerte. El Sepulcro vacío es testigo de la victoria del Resucitado: Quapropter, profusispaschalibusgaudiis, totus in orbe terrarum mundus exultat (Pref.).

- Es el primer día de la semana (v 1). Por este hecho será siempre más el Día del Señor, el Domingo cristiano (Ap 1, 10), en el cual para siempre se rememorará, se revivirá, se actualizará la Pascua: la Muerte y Resurrección de Cristo. Nosotros, los cristianos de hoy, la celebramos con igual júbilo que Pedro y Juan. la Iglesia peregrina, en su Eucaristía, conmemora la Redención, la actualiza, y se prepara para el retorno glorioso del Señor. Vive en Pascua perenne: Sin fermento de pecado, porque nuestra Pascua es Cristo (1Cor 5, 8).

- Vieron los lienzos en el suelo, sudario plegado... Estos datos hacen imposible la explicación de un robo. El muerto no ha sido robado. El se ha huido del poder de la muerte. Queda la mortaja como testigo. Pedro y Juan ven y creen: El sepulcro vacío les abre los ojos para entender lo que tantas veces les había profetizado Jesús, de que al tercer día resucitaría. Luego, en las apariciones que les otorgará el Resucitado, les hará ver cómo las Profecías Mesiánicas hablan de un Mesías Redentor que morirá para nuestro rescate y resucitará para nuestra justificación; el Mesías que a través de la muerte es nuestra Vida, Adán Nuevo, Espíritu Vivificante.



Homilías en Italiano para posterior traducción

Homilía(29-04-1984)

Visita a la Parroquia de Santa María de Portico in Campitelli
Sunday 29 de April de 1984

1. «Questo è il giorno fatto dal Signore:
rallegriamoci ed esultiamo in esso»
( Sal 118, 24).

Cristo è risorto e anche noi, risorti con lui nel Battesimo, siamo invitati a vivere tale risurrezione in ogni momento della nostra esistenza cristiana. Ecco la nostra Pasqua: vivere con Cristo vincitore della morte e del peccato.

Esultiamo dunque e ringraziamo per la vita nuova ricevuta, la cui sorgente ci è stata aperta dalla risurrezione di Cristo, come afferma san Pietro nella lettura odierna: «Dio ... ci ha rigenerati mediante la risurrezione di Gesù Cristo dai morti» ( 1 Pt 1, 5).

Pasqua è la festa delle feste, il giorno per eccellenza di Cristo Signore; «rallegriamoci ed esultiamo in esso», tutti noi presenti in questa chiesa di Santa Maria in Portico in Campitelli, quanti sono membri della parrocchia e quanti sono venuti per partecipare a questo incontro pasquale tra il Vescovo di Roma e una porzione dei suoi fedeli.

Nella luce della risurrezione e nell’intensa gioia del giorno del Signore, desidero rivolgere il mio saluto anzitutto al cardinale vicario e al vescovo di zona, monsignor Filippo Giannini, miei collaboratori nel ministero pastorale della diocesi romana e poi al vostro parroco, padre Vincenzo Molinaro, e ai suoi confratelli che con tanto zelo si dedicano al bene delle vostre anime. La parrocchia di Santa Maria in Campitelli è affidata da più di tre secoli ai Chierici regolari della Madre di Dio, fondati da san Giovanni Leonardi, i quali hanno la loro Curia generalizia nei pressi della chiesa. Desidero rivolgere quindi un beneaugurante saluto al padre Aniello Napoli, generale dell’Ordine, al padre Lucio Migliaccio, procuratore generale e a tutti i membri del Consiglio.

Il mio pensiero di compiacimento si dirige inoltre ai religiosi e alle religiose che, con la loro presenza operosa, offrono una edificante testimonianza nell’ambito del territorio parrocchiale, tanto ricco di chiese e istituti. Mi è caro raggiungere poi con voti di ogni bene le famiglie e ciascuno dei duemila fedeli della parrocchia, come pure i singoli gruppi di animazione, di testimonianza e di assistenza cristiana che in essa operano. Infine, rivolgo un pensiero speciale di augurio, nel nome di Cristo risorto, ai genitori, ai giovani e alle giovani, ai bambini e alle bambine, agli anziani e agli ammalati. Lo ripeto a tutti con insistenza e affetto: «Questo è il giorno fatto dal Signore; rallegriamoci ed esultiamo in esso».

2. Il brano evangelico di oggi, tratto dal Vangelo di san Giovanni, ci conduce nel luogo dove, «la sera di quello stesso giorno, il primo dopo il sabato» ( Gv 20, 18) - il giorno cioè della risurrezione del Signore - si trovavano riuniti gli apostoli «per timore dei Giudei». Siamo condotti nel Cenacolo, da dove Cristo ha mosso i suoi passi per andare incontro alla morte. In quello stesso luogo, egli ritorna risorto, dopo la vittoria sulla morte.

Nell’imminenza dell’immolazione suprema, Gesù anticipò misticamente nel Cenacolo il sacrificio della croce, istituendo il sacramento dell’Eucaristia e donando agli apostoli il potere di rinnovare in futuro la sua offerta divina. Nel Cenacolo Gesù, nel vespero di quel giorno «dopo il sabato», costituì gli apostoli testimoni della sua risurrezione. Questa testimonianza acquisterà una particolare eloquenza nell’incontro di «otto giorni dopo», mediante la celebre confessione di fede dell’apostolo Tommaso: «Mio Signore e mio Dio» ( Gv 20, 28).

È quindi dal Cenacolo che si eleva quel grido di fede che durerà per tutto il futuro della Chiesa: «Annunziamo la tua morte, Signore, proclamiamo la tua risurrezione ...».

3. A somiglianza di quel luogo, il Cenacolo, che assurge a valore emblematico di primo modello, nascono i luoghi nuovi di riunione per i credenti in Cristo, sorgono le prime chiese domestiche.

Infatti, durante la prima lettura tratta dagli Atti degli apostoli, abbiamo ascoltato che «ogni giorno, tutti insieme ... spezzavano il pane a casa» ( At 2, 46).

«A casa», nelle case private, i membri della comunità primitiva si raccoglievano per fare memoria dell’evento pasquale, della morte e risurrezione del Signore, spezzando in fraterna comunione il pane del convito eucaristico. Quelle case si ricollegano tutte col Cenacolo. In esso Gesù si era reso presente, in maniera personale e fisica, sia prima della passione, sia dopo la risurrezione, istruendo i suoi apostoli sul significato delle Scritture, in particolare di quelle riguardanti gli eventi supremi della vita del Cristo, e spezzando con essi il pane eucaristico. Gli apostoli, da parte loro, hanno compiuto nel Cenacolo la propria esperienza della risurrezione del Signore, divenendone i testimoni oculari. Essi, nel Cenacolo, lo hanno visto risorto con i propri occhi, lo hanno udito, lo hanno contemplato e lo hanno toccato con le proprie mani (cf. 1 Gv 1, 1).

Nei nuovi luoghi, nelle case di preghiera dei primi cristiani, Gesù è presente sacramentalmente sotto le specie eucaristiche del pane e del vino, e la fede della comunità in lui, Redentore e Signore, continua l’esperienza pasquale degli apostoli. Incomincia così a realizzarsi la beatitudine annunziata da Gesù a Tommaso: «Perché mi hai veduto, hai creduto, beati quelli che pur non avendo visto, crederanno» ( Gv 20, 29). I primi cristiani divengono così annunciatori e testimoni della risurrezione, in virtù della loro fede, dono dello Spirito Santo e basata sulla testimonianza degli apostoli.

4. Sul modello del Cenacolo e delle prime chiese domestiche, sorgono durante i secoli successivi le pievi campestri, sorgono le grandi cattedrali del Medioevo e sorgono oggi per noi le Chiese che esprimono in uno stile moderno la sensibilità religiosa della generazione presente. Non sono più «case private», ma luoghi nuovi esplicitamente deputati alla celebrazione dei divini misteri, in cui le comunità sempre nuove dei testimoni e dei confessori del Crocifisso e del Risorto si raccolgono per incontrarsi con lui, per ascoltare l’annuncio del messaggio della salvezza e per ricevere il dono del suo corpo «offerto in sacrificio» e del suo sangue «versato in remissione dei peccati».

Anche la vostra parrocchia è sorta per questo motivo, quello cioè di riunire insieme una porzione di fedeli in Cristo, decisi ad «annunciare le grandi opere del Signore che li ha chiamati dalle tenebre alla sua ammirabile luce» ( 1 Pt 2, 9). Oggi, domenica nell’ottava di Pasqua, nella vostra parrocchia «rivive» in modo particolare la tradizione apostolica circa la risurrezione di Cristo. Quella tradizione ha inizio nella città eterna con la missione e la testimonianza degli apostoli Pietro e Paolo; si prolunga in modo eroico con la testimonianza dei martiri, tuttora eloquente e memorabile nei vicini luoghi del loro sacrificio; è attestata lungo i secoli in modo speciale dai santi, tra cui dobbiamo ricordare specialmente santa Francesca Romana, che visse per molti anni nel territorio di questa parrocchia, nel monastero di Tor de’ Specchi, dove raggiunse la santità con l’esercizio eroico delle virtù cristiane, meritando di essere invocata anche come patrona della città di Roma: «Advocata urbis».

Voi sapete che, in questi giorni, il suo corpo è stato trasferito dalla chiesa di Santa Maria Nova al Foro romano in quel monastero dove vivono le sue figlie desiderose di onorarla con speciale solennità in questo anno, in cui ricorre il sesto centenario della sua nascita. Nel mistero della comunione dei santi, santa Francesca «vive» oggi in questa vostra comunità e vi illumina e incoraggia ad essere anche voi, ognuno di voi, nella propria famiglia e nel proprio posto di lavoro, testimoni della risurrezione di Cristo, vivendo, specialmente ogni domenica e solennità religiosa, l’esperienza pasquale del Cenacolo. Credere che Gesù è risorto significa anzitutto accettare tutto il suo messaggio di salvezza, perché la sua risurrezione è la garanzia ultima e definitiva della sua divinità e quindi della sua veracità: «Io sono la verità» ( Gv 14, 6) - disse infatti Gesù - «Io sono venuto in questo mondo per rendere testimonianza alla verità. Chiunque è dalla verità ascolta la mia voce» ( Gv 18, 37).

5. Riferendomi alla vostra parrocchia come viva comunità cristiana - comunità animata dall’unica fede, raccolta insieme in preghiera e diretta ad esprimere nelle opere l’unico amore - vi esorto ad approfondire sempre più la conoscenza della verità cristiana, mediante l’istruzione catechetica; a curare gli incontri liturgici, con assidua frequenza alla santa messa e la partecipazione all’Eucaristia; a rendervi generosamente disponibili sia per le necessità organizzative della parrocchia, sia per l’aiuto concreto alle persone sofferenti e bisognose; a vivere sempre in grazia di Dio, come si addice a «risorti» in Cristo.

Nel mese di maggio ormai alle porte, dedicato alla Vergine santissima, avrete un’ottima occasione per approfondire quell’ispirazione mariana che ha sempre contraddistinto la vostra comunità parrocchiale. La chiesa di Santa Maria in Campitelli è sorta in una prospettiva tutta mariana: il Papa Alessandro VIl volle innalzare un tempio alla venerata immagine della Madonna già da secoli venerata dai romani come Porto della romana sicurezza: « Romanae portus securitatis ». Sotto questo titolo, la Vergine santissima fu spesso invocata dai romani nei momenti di pubblica calamità e i sommi Pontefici ne raccomandarono il culto anche con visite personali ripetutesi molte volte fino al mio venerato predecessore Pio IX.

Cari fedeli di Santa Maria in Campitelli, onorate con zelo questa secolare tradizione mariana.

6. Questo «è il giorno fatto dal Signore: rallegriamoci ed esultiamo in esso».

Come Vescovo di Roma, mi rallegro di essere in mezzo a voi e di partecipare alla gioia pasquale della vostra parrocchia. Desidero che in essa rimanga sempre viva la tradizione del Cenacolo di Gerusalemme: la presenza salvifica di Gesù risorto, il quale reca per sempre nel suo corpo glorificato i segni del sacrificio della croce.

Questa presenza del Risorto nella mensa della divina parola, nella celebrazione del Sacrificio eucaristico e in tutti i sacramenti, sia per molti la fonte di una vita rinnovata nel bene, di una trasformazione profonda simile a quella che fece esclamare a san Tommaso - vinte ormai le tenebre dell’incredulità - : «Mio Signore e mio Dio». Siate voi tra quei beati che «pur non avendo visto, crederanno» ( Gv 20, 29).

Da questo luogo sacro, da questa amata chiesa di Santa Maria in Portico in Campitelli, si elevi costantemente il grido che ha sorgente e fondamento nel Cenacolo:

«Annunziamo la tua morte, o Signore, / proclamiamo la tua risurrezione, / nell’attesa della tua venuta».

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