Lunes II Tiempo de Adviento – Homilías
/ 5 diciembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 35, 1-10: Dios viene en persona y os salvará
Sal 84, 9abc y 10. 11-12. 13-14: He aquí nuestro Dios; viene en persona y nos salvará
Lc 5, 17-26: Hoy hemos visto maravillas
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (05-12-2016): Renovación posible
lunes 5 de diciembre de 2016El desierto florecerá, los ciegos verán, los sordos oirán. La Primera Lectura, del Profeta Isaías (35,1-10), nos habla de renovación. Todo cambiará: de feo a bonito, de malo a bueno. Un cambio a mejor: eso era lo que el Pueblo de Israel esperaba del Mesías. Y Jesús, si nos fijamos en el Evangelio de hoy (Lc 5,17-26), curaba, mostraba una vía de cambio a la gente, y por eso la gente le seguía. No le seguían porque estuviera de moda: le seguían porque el mensaje de Jesús llegaba al corazón. Y además el pueblo veía que Jesús curaba, y le seguían también por eso. Pero lo que hacía Jesús no era solo un cambio de feo a bonito, de malo a bueno: Jesús hizo una trasformación. No es un problema de poner bonito, no es un problema de maquillaje, de disfrazar: ¡lo cambió todo desde dentro! Cambió con una recreación: Dios creó el mundo; el hombre cayó en pecado; y vino Jesús a recrear el mundo. Ese es el mensaje, el mensaje del Evangelio, que aquí se ve claro: antes de curar a aquel hombre, Jesús perdona sus pecados. Va allí, a la recreación, recrea a aquel hombre de pecador a justo: lo recrea como justo. Lo hace nuevo, totalmente nuevo. Y eso escandaliza: ¡eso escandaliza!
Por eso, los Doctores de la Ley empezaron a discutir, a murmurar, porque no podían aceptar su autoridad. Jesús es capaz de hacernos —a nosotros pecadores— personas nuevas. Es algo que intuyó la Magdalena, que estaba sana, pero tenía una llaga dentro: era una pecadora. Intuyó que aquel hombre podía curar no solo el cuerpo, sino la llaga del alma. ¡Podía recrearla! Y para eso hace falta mucha fe.
Que el Señor nos ayude a prepararnos a la Navidad con gran fe, porque para la curación del alma, para la curación existencial, para esa recreación que trae Jesús, hace falta mucha fe. Ser transformados: esa es la gracia de la salvación que nos trae Jesús. Y hay que vencer la tentación de decir: yo no puedo, y dejarnos en cambio transformar, recrear por Jesús. Ánimo es la palabra de Dios. Todos somos pecadores, pero mira la raíz de tu pecado y deja que el Señor vaya allá y la recree; y esa raíz amarga florecerá, florecerá con las obras de justicia; y tú serás un hombre nuevo, una mujer nueva. Pero si decimos: Sí, sí, tengo pecados; voy, me confieso... dos palabritas, y luego sigo así..., entonces no me dejo recrear por el Señor. ¡Solo dos pinceladas de pintura y creemos que con eso se acaba la historia! ¡No! Mis pecados, con nombre y apellidos: he hecho esto, esto, esto, y me avergüenzo con todo mi corazón. Y abro el corazón: Señor, lo único que tengo. ¡Recréame! ¡Recréame! Y así tendremos el valor de ir con verdadera fe —como hemos pedido— a la Navidad.
Siempre intentamos esconder la gravedad de nuestros pecados. Por ejemplo, cuando disminuimos la envidia. ¡Y eso es feísimo! ¡Es como el veneno de la serpiente que quiere destruir al otro! Hay que ir al fondo de nuestros pecados y luego dárselos al Señor, para que él los borre y nos ayude a avanzar con fe. Había un santo, estudioso de la Biblia, que tenía un carácter muy fuerte, con muchos ataques de ira y que pedía perdón al Señor, haciendo muchas renuncias y penitencias. Ese santo, hablando con el Señor, decía: ¿Estás contento, Señor? –¡No! –¡Pero te lo he dado todo! –No, te falta algo... Y ese pobre hombre hacía otra penitencia, otra oración, otra vela: Te he dado esto, Señor. ¿Voy bien? –¡No! Te falta algo... –Pero, ¿qué me falta, Señor? –¡Faltan tus pecados! ¡Dame tus pecados! Esto es lo que, hoy, el Señor nos pide: ¡Ánimo! Dame tus pecados y yo te haré un hombre nuevo y una mujer nueva. Que el Señor nos dé fe, para creer en esto.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
En la entrada decimos jubilosos con los profetas: «escuchad, pueblos, la palabra del Señor; anunciadla en las islas remotas: mirad a nuestro Salvador que viene; no temáis» (Jer 31,10; Is 33,4). En la oración colecta (Rótulus de Rávena), pedimos al Señor que suban a su presencia nuestras plegarias y que colme en sus siervos los deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la Encarnación de su Hijo. En la comunión pedimos al Señor que venga, que nos visite con su paz, para que nos alegremos en su presencia de todo corazón (Sal 103,4-5).
–Isaías 35,1-10: Dios viene en persona y os salvará. El profeta manifiesta el gozo por la restauración de Judá, signo y realización histórica de la salvación. Es obra personal de Yavé. En ella revela su poder, sus caminos, su misericordia. Cristo, perdonando el pecado y curando a los enfermos se nos presenta como el auténtico Salvador y Redentor. La salvación del hombre consiste en su transformación. Pero el hombre es incapaz de transformarse por sí solo. Intenta, obtiene algo, aspira a ello con sinceridad y con sufrimiento: pero la desproporción del hombre frente a la propia salvación es radical.
Solo Dios puede salvar, transformar. Dios solo es invocado y esperado. Cuando «viene» todo cambia en el hombre. Nace un hombre «nuevo» y muere lo que era «viejo». Lo importante es que el hombre invoque y espere en Dios, haciéndose disponible a su palabra y a su gracia con ánimo, sin temor. Lo que el profeta Isaías dice recurriendo a imágenes tan brillantes es precisamente esto: Allá donde llega Dios, cambia la realidad: la vida en lugar de la muerte, el bien en lugar del mal, la alegría en lugar del llanto. Un amor práctico y desinteresado: he ahí el signo del Reino de Dios en medio de los hombres.
En Cristo ha aparecido verdaderamente el reino de Dios sobre la tierra. Él es la misma personificación del amor que salva y ayuda, que se entrega a los pobres, que se humilla hasta los enfermos y los cura, que no retrocede hasta los mismos leprosos y que domina a la muerte. Así viene Él constantemente a nosotros. Él es a quien esperamos, a quien necesitamos. Él nos basta. Él solo. En Él todo lo tenemos: el Camino, la Verdad y la Vida.
–Salmo 84: «Dios nos anuncia la paz y la salvación, que están ya cerca». Este mensaje lo escucharon los deportados de Babilonia, que ya habían expiado en el sufrimiento su infidelidad. Dios lo repite en cuantos se convierten a Él de corazón. Por eso seguimos cantando nosotros ese Salmo: Nuestro Dios viene y nos salvará. «Voy a escuchar lo que dice el Señor: Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos. La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante Él, la salvación seguirá sus pasos».
–Lucas 5,17-26: Hoy hemos visto cosas admirables. El hecho de la curación del paralítico en Cafarnaún se emplea normalmente en un sentido apologético. Es un texto clásico para mostrar la realidad mesiánica de Cristo; su misma divinidad; la conciencia que tenía de ella. La argumentación de Cristo es clara y eficaz.
Pero además del argumento apologético se descubre también el significado salvífico. En Cristo Dios pone su poder a disposición de la incapacidad del hombre. Nada se sustrae a la eficacia de su acción divina. Cuerpo y alma, salud física y salud espiritual, pecados y enfermedades, todo se pliega a su querer. El hombre no puede salvarse por sí solo. Puede y debe encontrarse con Dios, que viene a Él en Cristo. Le debe encontrar con fe y confianza, superando las dificultades, incluso aquella de la muchedumbre que se interpone entre Él y Dios.
Pero es Dios quien salva. Y salva por amor y con amor. El infinito poder de Cristo es el poder del Amor infinito. No hay salvación sin amor. Cristo se inclina sobre las miserias humanas del cuerpo y, sobre todo, del alma. La salvación en sentido cristiano está en el amor de Dios y del prójimo, en adorar y servir por amor.
La cumbre teológica del relato evangélico de hoy la encontramos en las palabras: «¿quién puede perdonar los pecados sino Dios solo?» El milagro fue el sello de las palabras. El poder de la Iglesia se apoya en Cristo. Los pecadores encuentran a Jesús en su Iglesia, en el sacramento de la penitencia. Los saciados por sí mismos lo rechazan. Creen no necesitarlo.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. Sigue el profeta con su mensaje de alegría y sus imágenes poéticas, para describir lo que Dios quiere hacer en el futuro mesiánico.
Las imágenes las toma a veces de la vida campestre: el yermo se convierte en vergel, brotan aguas en el desierto, hay caminos seguros sin miedo a los animales salvajes. Y otras, de la vida humana: manos débiles que reciben vigor, rodillas vacilantes que se afianzan, cobardes que recobran el valor, el pueblo que encuentra el camino de retorno desde el destierro y lo sigue con alegría, cantando alabanzas festivas. Es un nuevo éxodo de liberación, como cuando salieron de Egipto.
Todo son planes de salvación: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos» (salmo). Ya no caben penas ni aflicción. Curará a los ciegos y a los sordos, a los mudos y a los cojos. Y a todos les enseñará el camino de la verdadera felicidad. La caravana del pueblo liberado la guiará el mismo Dios en persona.
De nuevo nos quedamos perplejos ante un cuadro tan idílico. Es como un poema gozoso del retorno al Paraíso, con una mezcla de fiesta cósmica y humana. Dios ha perdonado a su pueblo, le libra de todas sus tribulaciones y le vuelve a prometer todos los bienes que nuestros primeros padres malograron al principio de la historia.
2. El sentido que tiene esta página, al ser proclamada hoy entre nosotros, nos lo aclara el pasaje evangélico que escuchamos: en Cristo Jesús tenemos de nuevo todos los bienes que habíamos perdido por el pecado del primer Adán.
Él es el médico de toda enfermedad, el agua que fecunda nuestra tierra, la luz de los que ansiaban ver, la valentía de los que se sentían acobardados.
Jesús, el que salva, el que cura, el que perdona. Como en la escena de hoy: vio la fe de aquellas personas, acogió con amabilidad al paralítico, le curó de su mal y le perdonó sus pecados, con escándalo de algunos de los presentes.
Le dio más de lo que pedía: no sólo le curó de la parálisis, sino que le dio la salud interior. Lo que ofrece él es la liberación integral de la persona.
Resulta así que lo que prometía Isaías se quedó corto. Jesús hizo realidad lo que parecía utopía, superó nuestros deseos y la gente exclamaba: «hoy hemos visto cosas admirables». Cristo es el que guía la nueva y continuada marcha del pueblo: el que dijo «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
3. a) Cuántas rodillas vacilantes y manos temblorosas hay también hoy. Tal vez las nuestras. Cuántas personas sienten miedo, o se encuentran desorientadas. Tal vez nosotros mismos.
El mensaje del Adviento es hoy, y lo será hasta el final de los tiempos, el mismo: «levantad la cabeza, ya viene la liberación», «cobrad ánimos, no tengáis miedo», «te son perdonados tus pecados», «levántate y anda». Cristo Jesús nos quiere curar a cada uno de nosotros, y ayudarnos a salir de nuestra situación, sea cual sea, para que pasemos a una existencia viva y animosa.
Aunque una y otra vez hayamos vuelto a caer y a ser débiles.
b) El sacramento de la Reconciliación, que en este tiempo de preparación a la gracia de la Navidad tiene un sentido privilegiado, es el que Cristo ha pensado para que, por medio del ministerio de su Iglesia, nos alcance una vez más el perdón y la vida renovada. La reconciliación es también cambio y éxodo. Nuestra vida tiene siempre algo de éxodo: salida de un lugar y marcha hacia alguna tierra prometida, hacia metas de mayor calidad humana y espiritual. Es una liberación total la que Dios nos ofrece, de vuelta de los destierros a los que nos hayan llevado nuestras propias debilidades.
c) Pero el evangelio de hoy nos invita también a adoptar una actitud activa en nuestra vida: ayudar a los demás a que se encuentren con Jesús. Son muchos los que, a veces sin saberlo, están buscando la curación, que viven en la ignorancia, en la duda o en la soledad, y están paralíticos. Gente que, tal vez, ya no esperan nada en esta vida. O porque creen tenerlo ya todo, en su autosuficiencia. O porque están desengañados.
¿Somos de los que se prestan gustosos a llevar al enfermo en su camilla, a ayudarle, a dedicarle tiempo? Es el lenguaje que todos entienden mejor. Si nos ven dispuestos a ayudar, saliendo de nuestro horario y de nuestra comodidad, facilitaremos en gran manera el encuentro de otros con Cristo, les ayudaremos a comprender que el Adviento no es un aniversario, sino un acontecimiento nuevo cada vez. No seremos nosotros los que les curemos o les salvemos: pero les habremos llevado un poco más a la cercanía de Cristo, el Médico.
Si también nosotros, como Jesús, que se sintió movido por el poder del Señor a curar, ayudamos a los demás y les atendemos, les echamos una mano, y si es el caso les perdonamos, contribuiremos a que éste sea para ellos un tiempo de esperanza y de fiesta.
d) Cuando el sacerdote nos invita a la comunión, nos presenta a Jesús como «el Cordero que quita el pecado del mundo». Esta palabra va dirigida a nosotros hoy y aquí. Cada Eucaristía es Adviento y Navidad, si somos capaces de buscar y pedir la salvación que sólo puede venir de Dios. Cada Eucaristía nos quiere curar de parálisis y miedos, y movernos a caminar con un sentido más esperanzado por la vida. Porque nos ofrece nada menos que al mismo Cristo Jesús, el Señor Resucitado, hecho alimento de vida eterna.