Lunes III Tiempo de Adviento – Homilías
/ 12 diciembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Nm 24, 2-7. 15-17a: Avanza una estrella de Jacob
Sal 24, 4-5a. 6-7cd. 8-9: Señor, instrúyeme en tus sendas
Mt 21, 23-27: El bautismo de Juan ¿de dónde venía?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (15-12-2014): No negociar el corazón
lunes 15 de diciembre de 2014Los jefes de los sacerdotes preguntan a Jesús con qué autoridad realiza sus obras. Es una pregunta que demuestra el corazón hipócrita de esa gente. No les interesaba la verdad, solo buscan sus intereses y van por donde sople el viento: ‘Conviene ir aquí, conviene ir allá...’, eran veletas, todos. Sin consistencia. Un corazón sin consistencia. Y así lo negociaban todo: negociaban la libertad interior, negociaban la fe, negociaban la patria, todo, menos las apariencias. A ellos les importaba salir bien de las situaciones. Eran oportunistas: aprovechaban las situaciones.
Pero alguno podría decirme: ‘esa gente era observante de la ley: el sábado no caminaban más de cien metros —o no sé cuánto se podía andar— nunca, nunca se sentaban a la mesa sin lavarse las manos y hacer las abluciones; era gente muy observante, muy segura en sus costumbres’. Sí, es verdad, pero eran apariencias. Eran fuertes, pero por fuera. Estaban escayolados. El corazón era muy débil, no sabían en qué creían. Y por eso, su vida era, la parte de fuera, toda regulada, pero el corazón iba de un sitio a otro: un corazón débil y una piel enyesada, fuerte, dura. Jesús al contrario, nos enseña que el cristiano debe tener el corazón fuerte, el corazón sólido, el corazón que crece sobre la roca, que es Cristo, y luego, a la hora de ir, ir con prudencia: En este caso hago esto, pero... Es el modo de ir, pero no se negocia el corazón, no se negocia la roca. La roca es Cristo, no se negocia. Es el drama de la hipocresía de esa gente. Jesús no negociaba nunca su corazón de hijo del Padre, pero estaba tan abierto a la gente, buscando modos de ayudar. ‘Pero eso no se puede hacer; nuestra disciplina, nuestra doctrina dice que no se puede hacer’ decían ellos. ¿Por qué tus discípulos comen el grano en el campo, cuando caminan, en día de sábado? ¡No se puede hacer!’. Eran tan rígidos en sus disciplinas: ‘No, la disciplina no se toca, es sagrada’.
Cuando Pío XII nos liberó de la cruz tan pesada que era el ayuno eucarístico, quizá algunos lo recuerden. No se podía ni beber una gota de agua. ¡Nada! Y para lavarse los dientes, había que hacerlo de manera que no se tragara el agua. Yo mismo, de pequeño, fui a confesarme por haber comulgado, porque creía que una gota de agua se me hubiese colado ¿Es verdad o no? Es verdad. Cuando Pío XII cambió la disciplina —‘¡Ah, herejía! ¡No! ¡Tocó la disciplina de la Chiesa!’— tantos fariseos se escandalizaron. Muchos. Porque Pío XII hizo como Jesús: vio la necesidad de la gente. ‘¡Pobre gente, con tanto calor!’. Aquellos curas que decían tres Misas, la última a la una, después del mediodía, en ayunas. La disciplina de la Iglesia. Y esos fariseos eran así —‘nuestra disciplina’—, rígidos en la piel, pero, como Jesús les dice, ‘podridos en el corazón’, débiles, débiles hasta la putrefacción. Tenebrosos de corazón. Es el drama de esa gente y Jesús denuncia la hipocresía y el oportunismo. También nuestra vida puede llegar a eso. Y algunas veces, os confieso una cosa, cuando he visto a un cristiano o una cristiana así, con el corazón débil, no firmo, no fuerte sobre la roca —Jesús— y con tanta rigidez por fuera, he pedido al Señor: ‘Señor, échales una piel de plátano delante para que se den un buen resbalón, se avergüencen de ser pecadores y te encuentre a Ti, que eres el Salvador’. Sí, muchas veces un pecado nos hace pasar mucha vergüenza y encontrar al Señor, que nos perdona, como esos enfermos que estaban por ahí y acudían al Señor para curarse. Pero la gente sencilla no se equivoca, a pesar de las palabras de los doctores de la ley, porque la gente sabía, tenía aquel olfato de la fe.
Pido al Señor la gracia de que nuestro corazón sea sencillo, luminoso con la verdad que Él nos da, y podamos ser amables, misericordiosos, comprensivos con los demás, de corazón generoso con la gente. Nunca condenar. Si tienes ganas de condenar, condénate a ti mismo, que algún motivo tendrás. Pidamos al Señor la gracia de que nos dé esa luz interior, que nos convenza que la roca es solo Él y no tantas historias que convertimos en cosas importantes; y que Él nos diga el camino, nos acompañe en el camino, nos agrande el corazón, para que puedan entrar los problemas de tanta gente y que Él nos dé una gracia que esa gente no tenía: la gracia de sentirnos pecadores.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
En la entrada, con textos de Jeremías y de Isaías, decimos a todos los pueblos: «Escuchad la palabra del Señor; anunciadla en las islas remotas. Mirad a nuestro Salvador, que viene; no temáis» (Jer 31,10; Is 35,4). Y en la oración colecta (Gelasiano), pedimos al Señor que escuche nuestra súplica e ilumine las tinieblas de nuestro espíritu con la gracia de la venida de su Hijo.
En la comunión pedimos al Señor que venga, que nos visite con su paz, y entonces nos alegraremos en su presencia con todo nuestro corazón (Sal 105,4.5; Is 38,3).
–Números 24,2-7.15-17: Surge un astro, nacido de Jacob. Lo anuncia la profecía de Balaán: «La estrella y el cetro surgirán en Israel». La tradición judeo-cristiana ha interpretado esa frase en referencia al Mesías. Ésos son símbolos de la realeza del Cristo, del Hijo de David y Rey espiritual del pueblo elegido, la Iglesia, que llevará a cabo la liberación de todos los hombres.
Entre la palabra profética y Jesús, Verbo de Dios y cumplimiento de las promesas, hay una relación de interpretación recíproca. Todas las frases de la Escritura, llenas de la palabra de Dios, se comprenden solo si son consideradas como referidas a Jesucristo. Y se comprende mejor a Jesucristo cuando se le ve esperado por Abrahán, Moisés o David, según las promesas que a ellos les hizo la Palabra divina.
A los paganos que entran en la Iglesia, no se les imponen las observancias de la ley mosaica y, sin embargo, su entrada es un ingreso en el pueblo de Dios (Rom 11,16-24), una participación en la promesa, en la esperanza de Israel (Ef 2,12). La importancia del Antiguo Testamento para la Iglesia está en el hecho de que, si Dios habla siempre a cada hombre, esta palabra consiste en proponerle a cada uno la única Palabra, pronunciada en la historia: Jesús, hijo de Abrahán, Hijo de Dios. La meditación del Antiguo Testamento y del Nuevo no es para el cristiano un gusto meramente arqueológico, sino la búsqueda del propio presente y del propio futuro en la historia del Israel de Dios.
–Con el Salmo 24 pedimos al Señor que nos enseñe sus caminos, que nos instruya en sus sendas, que haga que caminemos con lealtad, porque Él es nuestro Dios y nuestro Salvador. Le rogamos que recuerde que su ternura y su misericordia son eternas, y que se acuerde de nosotros con misericordia, por su bondad. «El Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes».
Nosotros solos nada podemos. Somos incapaces de conseguir nuestra salvación. Necesitamos la luz, la gracia, la dirección, la fuerza del Salvador para poder salir del pecado, para evitar recaer en el mismo y para crecer en la gracia, practicar la justicia y la bondad sobrenaturales, para poder orar, para poder vivir la vida divina, para poder ejercitar las virtudes, para poder realizar obras meritorias, para poder progresar en la vida espiritual.
–Mateo 21,23-27: ¿De dónde venía el bautismo de Juan? Jesús es la respuesta de Dios a las esperanzas más profundas del hombre. La espera y la petición pueden llegar a ser principio de la respuesta y de la escucha. Comenta San Agustín:
«Apareció la lámpara, huyeron las tinieblas. Efectivamente, aunque se hallasen corporalmente presentes, huyeron [de la luz] con el corazón, diciendo que ignoraban lo que sabían. Y la prueba de esa huída es el temor del corazón. Temían que el pueblo los apedrease si decían que el bautismo de Juan procedía de los hombres; pero temían también quedar convictos por Cristo si decían que procedía del cielo. Huyeron, pues, confundidos. Mencionado el nombre de Juan, temieron y, llenos de turbación, callaron...
«Así, pues, a Cristo, nuestro Señor, se le preparó la lámpara: Juan Bautista. Sus enemigos, que le interrogaban capciosamente, se alejaron confundidos, nada más aparecer la luz de la lámpara. Pero, nosotros, hermanos, reconocemos al Señor gracias a Juan Bautista, el precursor, y, más aún creemos en Cristo por el testimonio del mismo Señor. Hagámonos cuerpo de la Cabeza que es Él, para que haya un solo Cristo, Cabeza y Cuerpo, y así se cumplirá en nosotros, hechos unidad, aquello: «sobre Él florecerá mi santificación»» (Sermón 308 A,7-8).
Cuanto más miserables seamos por nosotros mismos, más debemos volvernos hacia Él, más debemos orar, dar gracias, rogar y suplicar sin descanso. Y el Señor nos librará. Está cerca con su amor, con su misericordia, con su Corazón salvífico.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. Esta vez es el adivino Balaán el que nos anuncia la salvación de Dios.
Curiosa figura la de Balaán. El rey de Moab le encarga, por su fama de vidente, que maldiga al pueblo de Israel y sus campamentos. Pero Dios toca su corazón, y el adivino pagano se convierte en uno de los mejores profetas del futuro mesiánico. En sus poemas breves, llenos de admiración, en vez de maldecir, bendice el futuro de Israel. Ve su estrella y su cetro y anuncia la aparición de un héroe que dominará sobre todos los pueblos.
Sorpresas de Dios, que no se deja manipular ni entra en nuestros cálculos. Somos nosotros los que debemos ver y oír lo que él quiere.
Es una profecía que en un primer momento se interpretó como cumplida en el rey David, pero que luego los mismos israelitas dirigieron a la espera del Mesías.
2. De nuevo Jesús habla del Bautista y le presenta como profeta enviado por Dios.
Después de expulsar a los mercaderes del Templo, las autoridades le interpelan en público: «¿con qué autoridad haces esto?». Jesús, como tantas veces en el evangelio, elude elegantemente la cuestión, que no era sincera, y contraataca con la pregunta sobre el bautismo de Juan, o sea, sobre la persona misma del Bautista: ¿hay que considerarlo como del cielo o de los hombres?
Es una disyuntiva crucial, que desenmascara a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. No pueden contestar que es meramente autoridad humana, porque el pueblo tiene a Juan como profeta de Dios. Pero si su autoridad -la de Juan y en el fondo, la de Jesús- viene del cielo, entonces no se le puede ignorar, hay que aceptarle y hacerle caso, cosa que el pueblo sí ha hecho, pero muchos de las clases dirigentes no. El mensaje que hay detrás de una persona condiciona la aceptación de la misma persona. Los dirigentes de Israel no quieren aceptar a Juan, como tampoco el rey de Moab quedó nada satisfecho con las profecías del vidente Balaán, a quien él había contratado con la intención contraria. La peor ceguera es la voluntaria. Aquí se cumple una vez más lo que decía Jesús: que los que se creen sabios no saben nada, y los sencillos y humildes son los que alcanzan la verdadera sabiduría.
3. a) Estas lecturas nos interpelan hoy y aquí a nosotros.
Balaán anunció la futura venida del Mesías. El Bautista lo señaló ya como presente.
Nosotros sabemos que el Enviado de Dios, Cristo Jesús, vino hace dos mil años y que como Resucitado sigue estándonos presente. La pregunta es siempre incómoda: ¿le hemos acogido, le estamos acogiendo de veras en este Adviento y nos disponemos a celebrar el sacramento de la Navidad en todo su profundo significado?
b) Admiramos las sorpresas de Dios en el pasado -elige a un vidente pagano para anunciar su salvación, como luego elegirá al perseguidor Saulo para convertirlo en el apóstol Pablo- pero tendríamos que estar dispuestos a saberlas reconocer también en el presente.
El testimonio de la presencia de Dios en nuestra historia no nos viene siempre a través de personas importantes y solemnes. Otras mucho más sencillas, de las que menos nos lo podamos esperar, que nos dan ejemplo con su vida de valores auténticos del Evangelio, pueden ser los profetas que Dios nos envía para que entendamos sus intenciones de salvación. Pueden ser mayores o jóvenes, hombres o mujeres, laicos o religiosos, personas de poca cultura o grandes doctores, creyentes o alejados de la Iglesia.
La voz de Dios nos puede venir de las direcciones más inesperadas, como en el caso de Balaán, si sabemos estar atentos. Al Bautista le entendió el pueblo sencillo, y las autoridades no. ¿Tendrá que seguir clamando en el desierto también hoy? ¿Qué velos o intereses tapan nuestros ojos para impedirnos ver lo que Dios nos está queriendo decir a través del ejemplo de generoso sacrificio de un familiar nuestro, o de la fidelidad alegre de un miembro de nuestra comunidad? ¿o es que queremos mantenernos cómodos con nuestra ceguera de corazón?
c) El papa Juan Pablo II, con su carta apostólica Tertio millennio adveniente, nos ha convocado a preparar y luego celebrar, sin movidas espectaculares, pero sí con renovación sincera, el aniversario número 2000 del nacimiento de Jesús. Para él estos años previos al inicio del tercer milenio son como un Adviento continuado, en el que somos invitados a ejercitar la esperanza, y también a prepararnos profundamente, para que la gracia del Jubileo sea fructífera para cada persona y para toda la comunidad eclesial.
El año 2000 será una ocasión de gracia y de venida del Señor. El Dios del ayer es el Dios del hoy y el Dios del mañana. El que vino, el que viene, el que vendrá. Cada día, no sólo en la Eucaristía, sino a lo largo de la jornada, en esos pequeños encuentros personales y acontecimientos, sucede una continuada venida de Dios a nuestra vida, si estamos despiertos y sabemos interpretar la historia.
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
En una larga y compleja narración acerca del tiempo del camino por el desierto, el libro de los Números cuenta cómo Balaak, rey de Moab, para oponerse al paso de Israel, alquiló a un potente adivino pagano, Balaán, para que soltase sus sortilegios contra Israel y lo maldijera. Éste, sin embargo, en vez de aniquilar al pueblo, como indica su nombre "devorador", es confundido por el Señor y obligado a profetizar en favor de Israel. La presente lectura propone algunos versículos del tercer y cuarto oráculos que pronunció. El primero anuncia la prosperidad y fecundidad de Israel, con la imagen de un campamento enorme de hermosas y ricas tiendas y la de un paisaje con plantas frondosas y abundancia de agua que indican la vitalidad (vv. 5-7). El cuarto añade a los precedentes (vv. 16-17) la descripción de una realeza ideal, que es una visión idealizada de la monarquía davídica, en cuanto destinataria de la promesa divina comunicada por el profeta Natán (cf. 2 Sm 7), y constituye el origen del mesianismo real. Balaán, en sustancia, debe profetizar el gran futuro de Israel, signo concreto de la fidelidad divina a la promesa dada a David.
«Una estrella sale de Jacob, un cetro surge de Israel» (v. 17). El cetro es claramente símbolo de la realeza; la estrella, sin embargo, hay que vincularla a una idea difusa de la antigüedad: la aparición de un nuevo astro significaría o el nacimiento de un rey o un gran acontecimiento de la historia. Comienza aquí en el Antiguo Testamento el motivo difundido en el mundo judaico intertestamentario de la estrella como símbolo del Mesías, el "hijo de la estrella".
Evangelio: Mateo 21,23-27
El evangelista muestra a los adversarios de Jesús que protestan, por considerarla pretensión ilegítima, su juicio sobre el templo y la expulsión de los vendedores. Preguntan en nombre de qué autoridad ha actuado de tal modo y sentenciado sobre la relación del pueblo con Dios. Jesús, por su parte, contraataca, pidiéndoles que se decidan en su postura sobre el bautismo de Juan (v. 25), y es que el bautizar había sido la acción más llamativa del Bautista.
El Nazareno exige una alternativa clara y decidida. A través de la pregunta se ven obligados a hacer una seria reflexión de su propia actitud equivocada frente a Dios. La pregunta de Jesús no es, como podría parecer al lector, una escapatoria táctica, un modo de desplazar el campo de atención evitando así dar una respuesta comprometedora. Se trata más bien de hacer una seria invitación a la conversión; pide tomar partido respecto a la predicación de Juan el Bautista, que había sido precisamente una llamada a la conversión.
Su predicación ponía a los jefes religiosos en una situación análoga a la deseada por Jesús. Su negativa a responder manifiesta su mala voluntad, su actuar con cálculos políticos de conveniencia (vv. 25-26), olvidando que la primera obligación de los jefes, como de cualquier fiel, es la conversión. De lo contrario Dios puede callar ante el incrédulo, como sugiere la perentoria afirmación final de Jesús: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas» (v. 27).
MEDITATIO
La promesa mesiánica de la primera lectura nos invita a meditar en la fidelidad de Dios, en las promesas y en el poder del Señor que desbarata cualquier poder que se oponga a su proyecto de liberación, ya se trate de fuerzas humanas o suprahumanas. De hecho, en Balaán, obligado a profetizar en favor de Israel, descubro el ejemplo eficaz y alentador del irresistible triunfo del plan de Dios.
La lectura del evangelio me exige confrontar mis opciones con las exigencias evangélicas, preguntándome si no podré reconocerme a veces en la actitud de los adversarios de Jesús y si su reacción incrédula no será también el retrato de mi condición interior a la no disponibilidad. ¿No soy, tal vez, como los adversarios de Jesús que rechazan la invitación a tomar una decisión responsable frente a Dios? Seré como ellos si no me formo seriamente un juicio personal de fe sobre las vicisitudes de la vida, prefiriendo quedarme en términos de conveniencia y en otras consideraciones. El evangelio desenmascara muchas de mis preocupaciones demasiado humanas, dictadas no por el temor de Dios, sino por el deseo de conservar el poder o, sencillamente porque se cumplan mis apetencias. Mis deseos, si no buscan la voluntad del Señor, tienen la misma consistencia que los proyectos de Balaak y de Balaán confundidos y desbaratados por Dios en un instante.
ORATIO
Como hiciste con Balaán, oh Padre, descorre el velo de nuestros ojos, para que podamos admirar las maravillas que haces en medio de tu pueblo y para que se alegre nuestro corazón con y por tu pueblo, que adquiriste y formaste en tu Hijo.
Como hiciste con Balaán, oh Padre, descorre el velo de nuestros ojos para que podamos acoger en la fe a tu Hijo que viene. Que sea él la estrella que nos guía en el camino y que nos colma de gozo. Que su luz disipe las tinieblas de nuestro corazón, cuando damos vueltas a nuestros cálculos y lógicas que ignoran tu soberanía sobre nosotros. Que su luz ponga en claro la calidad de tantas de nuestras preocupaciones que se mueven no por tu santo temor, sino por el deseo miope de conservar nuestros ridículos tesoros y de que se ejecuten nuestros proyectos.
Ahora, como hiciste antaño con Balaán, obligándole a profetizar en favor de tu pueblo, Padre, ayúdanos a recordar que sólo tus planes tienen éxito y que nada se puede oponer a tu querer soberano.
CONTEMPLATIO
Lo que les pasa a los que desde la cumbre de una montaña alta miran hacia abajo un mar profundo e insondable, es lo que me pasa a mí cuando bajo los ojos desde la altura de la misteriosa frase del Señor: «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». La promesa de Dios es tan grande que supera los últimos límites de la felicidad. ¿Existe otro bien que se pueda desear? El que ve a Dios ha obtenido todos los bienes, una vida sin ocaso, la bienaventuranza inmortal, un gozo perenne, la verdadera luz, una paz espiritual y dulce, una perpetua alegría. Pero ¿acaso la pureza de corazón no es una de esas virtudes inalcanzables porque supera nuestra naturaleza? Las cosas no son así (...).
Me parece que Dios desea mostrarse cara a cara al que tenga el ojo del alma bien purificado. Si, por consiguiente, remueves las malezas que han cubierto tu corazón, resplandecerá en ti la belleza divina. Este sublime espectáculo ¿en qué consiste? En la santidad, en la simplicidad y en todos los resplandores radiantes de la naturaleza divina por los cuales se ve a Dios (Gregario de Nisa, Homilías, 6, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«[Dichoso] el que escucha la Palabra de Dios y conoce la ciencia del Altísimo» (Nm 24,4.16).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿De verdad quieres convertirte? ¿Quieres ser transformado? ¿O bien mantienes fuertemente con una mano tus viejos modos, mientras con la otra suplicas a la gente que te ayude a cambiar?
La conversión es algo que no puedes regalarte a ti mismo. No es cuestión de fuerza de voluntad. Tienes que confiar en la voz interior que te muestra el camino. Conoces esa voz. Te miras en ella a menudo. Pero después de haber oído con claridad lo que se te pide que hagas, empiezas a poner pegas y a buscar la opinión de los demás. De esa forma te ves atrapado en una incontable variedad de opiniones, sentimientos e ideas contradictorios, y pierdes el contacto con Dios que está contigo. Así terminas por depender de las personas que te has buscado para que estén a tu alrededor.
Sólo con una atención constante a la voz interior te convertirás a una nueva vida libre y gozosa (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1997, 20).