Martes VI de Pascua – Homilías
/ 1 mayo, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
Hch 16, 22-34: Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia
Sal 137, 1-2a. 2bc y 3. 7c-8: Señor, tu derecha me salva
Jn 16, 5-11: Si no ve voy, no vendrá a vosotros el Paráclito
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 16,22-34: Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia. Pablo y Silas, víctimas de un tumulto, son aprisionados y más tarde liberados de modo milagroso. El carcelero, desesperado, es salvado por Pablo y Silas: abraza la fe en el Señor Jesús y recibe el bautismo junto con toda su familia. La experiencia salvífica es fuente de gozo y de alegría familiar celebrada en torno a la mesa; así también la salvación experimentada en la celebración eucarística tiene que manifestarse en una vida personal alegre y que esa alegría sea irradiada alrededor. Comenta San Juan Crisóstomo:
«Ved al carcelero venerar a los Apóstoles. Les abrió su corazón, al ver las puertas de la prisión abiertas. Les alumbra con su antorcha, pero es otra la luz que ilumina su alma... Después les lavó las heridas y su alma fue purificada de las inmundicias del pecado. Al ofrecerles un alimento, recibe a cambio el alimento celeste... Su docilidad prueba que creyó sinceramente que todas las faltas le habían sido perdonadas» (Homilía sobre los Hechos, 36).
–Justo es que demos gracias a Dios por la salvación recibida. Salvación corporal de los apóstoles; salvación espiritual del carcelero y en su familia. También nosotros somos salvados. Y los hacemos con el Salmo 137: «Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para Ti. Me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre: Por tu misericordia y lealtad, porque tu promesa supera a tu fama. Cuando te invoqué me escuchaste; acreciste el valor en mi alma. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos».
–Juan 16,5-11: Si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito. La marcha de Jesús provoca la tristeza de sus discípulos. Mas es necesario que venga el Paráclito, el Defensor, el Espíritu de la Verdad y les ayude en sus tareas apostólicas. Así lo explica San Agustín:
«Veía la tormenta que aquellas palabras suyas iban a levantar en sus corazones, porque, careciendo aún del espiritual consuelo del Espíritu Santo, tenían miedo a perder la presencia corporal de Cristo y, como sabían que Cristo decía la verdad, no podían dudar de que le perderían, y por eso se entristecían sus afectos humanos al verse privados de su presencia carnal. Bien conocía Él lo que les era más conveniente, porque era mucho mejor la visión interior con la que les había de consolar el Espíritu Santo, no trayendo un cuerpo visible a los ojos humanos, sino infundiéndose Él mismo en el pecho de los creyentes...
«Os conviene que esta forma de sierpe se separe de vosotros: como Verbo hecho carne, vivo entre vosotros, pero no quiero que continuéis amándome con un amor carnal... Si no os quitare los tiernos manjares con que os he alimentado no apeteceréis los sólidos... No podéis tener el Espíritu de Cristo mientras persistáis en conocer a Cristo según la carne... Después de la partida de Cristo, no solamente el Espíritu Santo, sino también el Padre y el Hijo estuvieron en ellos espiritualmente...» (Tratado 94, 4 sobre el Evangelio de San Juan).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 16, 22-34
a) Ayer tocaba éxito. Hoy, la persecución, la paliza y la cárcel.
El motivo de la detención -que no leemos en esta lectura- fue que Pablo, al curar y convertir a una muchacha que actuaba de vidente o pitonisa, malogró el negocio de los que explotaban esta habilidad. Y además, las autoridades romanas sospecharon que estaba difundiendo el judaísmo en la ciudad, cosa que no querían.
La cosa es que apalearon a Pablo y sus acompañantes y los metieron en la cárcel. La escena que sigue -que parece de película- está llena de detalles a cuál más interesantes:
- a media noche, Pablo y Silas, a pesar de estar medio muertos por la paliza, cantan salmos a Dios,
- un oportuno temblor del edificio abre las puertas de la cárcel y rompe las cadenas,
- pero Pablo no aprovecha para escapar, sino que se preocupa de que el carcelero no se haga daño
- y le instruye en la fe a él y a toda su familia, y les bautiza,
- y todo termina en una fiestecita en casa del carcelero.
Lo que podía haber sido un fracaso, termina bien. Y Pablo y los suyos pueden seguir predicando a Cristo, aunque deciden salir de Filipos, por la tensión creada.
Pablo podía cantar con toda razón el salmo que hoy cantamos nosotros: «Señor, tu derecha me salva... te doy gracias de todo corazón... cuando te invoqué, me escuchaste».
b) ¿Cuántas palizas hemos recibido nosotros por causa de Cristo? ¿cuántas veces hemos sido detenidos?
Probablemente, ninguna. Al lado de Pablo podríamos considerarnos unos «enanos» en la fe. Ni con mucho hemos hecho tantos viajes para anunciar a Cristo, ni hemos recibido azotes o ido a parar a la cárcel, ni hemos sido apaleados casi hasta la muerte, ni hemos sufrido peligros de caminos y de mares. Ante dificultades mucho menores que las de Pablo, hemos perdido los ánimos. ¿Seríamos capaces de estar a medianoche, molidos de una paliza, cantando salmos con nuestros compañeros de cárcel?
Pablo nos interpela en nuestra actuación como cristianos en este mundo. La comunidad cristiana está empeñada también hoy, después de dos mil años, en la evangelización: en guiar a la fe a los niños, a los jóvenes, a los ambientes profesionales, a los medios de comunicación, a las comunidades parroquiales, a los ancianos, a los enfermos... Cada uno de nosotros, no sólo nos hemos de conformar con creer nosotros, sino que debemos intentar dar testimonio de Cristo a los demás, de la mejor manera posible y con toda la pedagogía que las circunstancias nos aconsejen. Pero con la valentía y la decisión de Pablo. ¿Sabemos aprovechar toda circunstancia en nuestra vida para seguir anunciando a Jesús, como hizo Pablo en el episodio del carcelero?
2. Juan 16, 5-11
a) Jesús, en sus palabras de despedida, aparece a punto de «rendir viaje», volviendo al Padre. El que había «bajado» de Dios (eso es lo que el evangelio de Juan repite en los doce primeros capítulos) se dispone ahora a «subir», a «pasar de este mundo al Padre» (como anuncia Juan desde el capítulo 13, en el inicio de la Última Cena). Esta vuelta al Padre es la que da sentido a su misión y a su misma Persona.
La tristeza de los discípulos es lógica. Pero Jesús les da la clave para que la superen: su marcha, a través de la muerte, es la que va a hacer posible su nueva manera de presencia, y el envío de su Espíritu, el Paráclito, o sea, el Abogado y Defensor. El mejor don del Resucitado a los suyos es su Espíritu. Por eso «os conviene que yo me vaya».
La actuación del Espíritu va a ser muy dinámica.
Va a revisar el proceso que se ha hecho contra Jesús. Los judíos habían condenado a Jesús como malhechor y como blasfemo. La sentencia era firme y se ejecutó. Pero ahora va a haber como una apelación a un tribunal superior. Dios, al resucitar a Jesús de entre los muertos, inicia el nuevo proceso, y es según Jesús, el Espíritu, el Abogado, el que va a desenmascarar y argüir la falacia del primer proceso. El que quedará ahora desautorizado y condenado es el mundo, mientras que Jesús no sólo será absuelto, sino rehabilitado y glorificado delante de toda la humanidad.
Es un proceso que todavía está en pie. Que sólo llegará a término al final de los tiempos, cuando, según el Apocalipsis, sea definitiva la victoria del Cordero y se consuma el hundimiento del Maligno con sus fuerzas.
b) A nosotros nos encantaría poder ver a Jesús, experimentar claramente su presencia en medio de nosotros . Como les hubiera encantado a sus apóstoles no haber oído nada sobre su marcha o su Ascensión. A todos nos gustan las , «seguridades», las comprobaciones visibles a corto plazo.
Y sin embargo, en su Ascensión, el Señor no abandonó a su Iglesia. Nos ha prometido una doble presencia que tendría que llenarnos de ánimos:
- la del mismo Cristo, ahora Resucitado, que no ha dejado de estarnos presente(«yo estoy con vosotros todos los días»):lo que pasa es que lo que antes era presencia visible, ahora sigue siendo real, pero invisible. Su «ausencia» es «presencia de otra forma», porque él ya está en la existencia escatológica, definitiva, pascual;
- y la presencia de su Espíritu, que actúa de abogado y defensor, de animador de nuestra comunidad, de eficaz protagonista de los sacramentos, de maestro que hace madurar la memoria y la fe de los cristianos.
Si creyéramos en verdad esto -y hacia el final de la Pascua ya sería hora de que nos hubiéramos dejado convencer de la presencia del Resucitado entre nosotros y del protagonismo de su Espíritu- no caeríamos en el desaliento ni la tristeza, ni nos conformaríamos con una vida lánguida y perezosa.
La Eucaristía es una de las formas en que más entrañablemente podemos experimentar la presencia del Señor Resucitado en nuestra vida, nada menos que como alimento para nuestro camino. Y es el Espíritu el que hace posible que el pan y el vino se conviertan para nosotros en el Cuerpo y Sangre del Señor, y que nosotros, al participar de la comunión, podamos también irnos transformando en el Cuerpo eclesial de Cristo, unido, sin divisiones, lleno de su misma vida. La Eucaristía es el mejor cauce para que la Pascua produzca en nosotros sus frutos.
«Con alegría y regocijo demos gloria a Dios» (entrada)
«Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu» (oración)
«Daré gracias a tu nombre, por tu misericordia y tu lealtad» (salmo)
«Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma» (salmo)
Que esta Eucaristía «nos sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías eternas» (poscomunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 16,22-34
Pablo y Silas están en la cárcel por haber expulsado el espíritu de adivinación de una esclava: «El espíritu salió de ella en aquel mismo instante, pero sus amos, al ver que habían desaparecido sus expectativas de lucro, echaron mano a Pablo y a Silas y los llevaron a la plaza pública ante las autoridades» (vv. 18b-19) acusándoles de turbar el orden público.
Los «estrategas» de Filipos, sin hacer demasiadas averiguaciones, ordenan que azoten con varas a los acusados y encargan al carcelero que los vigile con cuidado. Por eso, al día siguiente, cuando los magistrados querían liberar a los prisioneros, Pablo protesta de manera vivaz y, haciéndose fuerte en su ciudadanía romana, les exige explicaciones por su acción ilegal. Lucas se muestra solícito también en esta ocasión en sacar a la luz el derecho romano, que favorece la libre circulación de la Palabra. Las persecuciones todavía están lejos.
Entre ambos episodios «policíacos» se inserta la clamorosa conversión narrada en nuestro pasaje: el testimonio sereno de los prisioneros, su lealtad, la serie de acontecimientos extraordinarios, conmueven al carcelero y le hacen plantear la pregunta: «¿Qué debo hacer para salvarme?».
La respuesta no consiste en una serie de preceptos, sino en la presentación de una persona: «Si crees en el Señor Jesús, os salvaréis tú y tu familia». Así, a la «prosélito judía» se añade un «funcionario romano»: dos conversiones que entran a formar parte de una comunidad muy querida por Pablo. En efecto, los cristianos de Filipos le habían «robado» a Pablo el corazón.
Evangelio: Juan 16,5b-11
El tema fundamental que nos propone el evangelista es el Espíritu Santo, testigo de Jesús y acusador del mundo. Los versículos introductorios recogen el tema de la tristeza de los discípulos. Jesús ha hablado de las persecuciones que deberán padecer los suyos, y éstos se sienten turbados frente a esos acontecimientos. Las palabras dirigidas por Jesús a los discípulos, recogidas en los vv. 5-7, sacan a la luz su cierre. Los discípulos, atemorizados por el inminente futuro de sufrimiento que les espera, son incapaces de confiarse al que es el único que puede hacerles superar toda tristeza y angustia.
Por eso les reprocha Jesús el hecho de que ninguno le pregunte qué significa su partida al Padre y su próxima pasión y muerte, de las que ya les ha hablado otras veces (cf. 7,33; 13,33; 14,2-5.12). Si hubieran comprendido el sentido de su misión de sufrimiento redentor, se habrían tranquilizado con el pensamiento de que su «ascenso» al Padre tendría como consecuencia la venida del Espíritu, quien reforzará su convicción en torno a la victoria de su fe y les dará la comprensión plena de la verdad del Evangelio.
¿Cuál será, entonces, la tarea del Espíritu? Dar testimonio contra el mundo, que está en pecado por haber rechazado a Cristo. Él, como abogado en un proceso, revelará a los creyentes, a lo largo del desarrollo de la historia, el error del mundo. Lo pondrá en situación de acusado por su pecado de incredulidad. Probará al mundo la justicia de Cristo. Demostrará que el juicio de condena contra Jesús es inconsistente; más aún: que se ha resuelto con la condena para siempre del «que tiraniza a este mundo», sobre el que ha triunfado Cristo con su muerte-exaltación (v. 11).
MEDITATIO
Mientras el mundo condena a los discípulos porque siguen a Cristo, el Espíritu dará la vuelta a la situación, revelando el verdadero ser del mundo, su error, su nulidad. Es una luz que procede del criterio del juicio divino, diferente e incluso opuesto al del mundo. Los discípulos, perseguidos y condenados por los tribunales del mundo, pueden juzgar y condenar en lo íntimo de su conciencia al mundo, en espera del juicio final, que pondrá de manifiesto los términos exactos de la eterna lid.
De este Espíritu que refuerza los corazones, que hace evidentes las razones del creer, que da el valor necesario para oponerse a la mentalidad de este mundo, de este Espíritu -decía- tenemos hoy una extrema necesidad. Y tenemos tanta necesidad porque se trata de un mundo cada vez más seguro de sí mismo, más persuasivo, más seductor. Tenemos necesidad, sobre todo, de este Espíritu que muestra al corazón y a la mente de cuantos creen que sectores completos del mundo «mundano» tienen en sí mismos componentes diabólicos, que la batalla entre Cristo y el Príncipe de este mundo continúa, que nosotros participamos en esta lucha decisiva, dentro de nosotros, entre nosotros y en el ambiente que nos rodea.
ORATIO
Envía tu Espíritu, Señor, para que podamos resistir al poder del mundo. Estás viendo lo débiles que somos, cómo disminuyen nuestras fuerzas, cómo disminuyen nuestras filas, cómo se vuelven cada vez más tímidos tus discípulos y cómo las razones del mundo están conquistando el corazón de no pocos de nuestros jóvenes y de los que ya no lo son. ¿Qué podremos oponer al poder del mundo si tu Espíritu no está con nosotros? Nuestros argumentos no interesan demasiado, y apenas arañan las seguridades de pocos. Sin tu Espíritu corremos el riesgo de ser homologados con el sentir común.
Tenemos una extrema necesidad de una dosis masiva de tu Espíritu para no sentirnos los últimos defensores de una causa que, a los ojos de muchos, no tiene futuro. Envía a tu Paráclito, a tu Abogado, a tu Argumentador, a tu Defensor, a tu Consolador, para que no huyamos de la lucha, para que no nos quedemos sin armas, para que no nos veamos sumergidos en la envolvente mentalidad que proclama un tranquilo paganismo. Envía tu Espíritu para convertirnos en profetas críticos de este mundo, profetas entusiastas de tu mundo, de tu verdad.
CONTEMPLATIO
«Se acerca el príncipe de este mundo» (Jn 14,30). ¿Quién es ese príncipe de este mundo, sino aquel de quien ya había hablado antes, diciendo: «Se acerca el príncipe de este mundo. Aunque no tiene ningún poder sobre mí», es decir, no encuentra nada que le dé derecho alguno, nada que le pertenezca, o sea, ningún pecado en absoluto? Gracias al pecado se ha convertido el diablo en el príncipe de este mundo.
El diablo no es, ciertamente, príncipe del cielo y de la tierra y de todas las cosas que están en el cielo y en la tierra, es decir, no es príncipe del mundo en el sentido en que se entiende el mundo con estas palabras: «Y el mundo fue hecho por él». Es príncipe de ese mundo del que el mismo evangelista dice inmediatamente después: «Y el mundo no lo reconoció», a saber: los hombres infieles, de los que el mundo —esto es, la superficie de la tierra— está lleno, y en medio de los cuales gime el mundo de los fieles, que fueron elegidos de en medio del mundo por aquel por cuya mediación fue hecho el mundo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 79,2).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Cuando venga el Paráclito, pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado» (Jn 16,8).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿Qué signos caracterizan a los verdaderos profetas? ¿Quiénes son esos revolucionarios? Los profetas críticos son personas que atraen a los otros con su fuerza interior. Los que se encuentran con ellos quedan fascinados y quieren saber más de ellos, porque tienen la impresión irresistible de que toman su fuerza de una fuente escondida, fuerte y abundante. Fluye de ellos una libertad interior que les concede una independencia que no es soberbia ni separación, pero que les hace capaces de estar por encima de las necesidades inmediatas y de las realidades más apremiantes.
Estos profetas críticos son movidos por lo que sucede a su alrededor, pero no dejan que eso los oprima o los destruya. Escuchan con atención, hablan con segura autoridad, pero no son gente que se incline al apresuramiento y al entusiasmo con facilidad. En todo lo que dicen y hacen parece como si hubiera ante ellos una visión viva, una visión que los que les escuchan pueden presumir, aunque no ver. Esta visión guía sus vidas y la obedecen. Por medio de ella saben cómo distinguir entre lo que es importante y lo que no lo es. Muchas cosas, que parecen de una apremiante inmediatez, no les agitan, y atribuyen una gran importancia a algunas cosas a las que los otros no prestan atención. No viven para mantener el status quo, sino que fabrican un mundo nuevo, cuyos rasgos ven. Ese mundo tiene para ellos tal aliciente que ni siquiera el miedo a la muerte ejercen sobre ellos un poder decisivo (H. J. M. Nouwen, A mani aperte, Brescia 1997, pp. 57ss).