Semana Santa: Lunes Santo – Homilías
/ 20 marzo, 2016 / Semana Santa, Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 42, 1-7: No gritará, no voceará por las calles
Sal 26, 1. 2. 3 y 13-14: El Señor es mi luz y mi salvación
Jn 12, 1-11: Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)
El Rostro de Dios: Sólo hay una unción que vence la muerte
La historia de la unción en Betania parece, a primera vista, que corresponde al campo de lo anecdótico. Pero el mismo Jesús añade en el evangelio: «En verdad os digo: dondequiera que se predique el evangelio, en todo el mundo se hablará de lo que ésta ha hecho, para memoria de ella» (Mc 14,9). ¿Pero en qué radica esta afirmación que dura a través de los tiempos? El mismo Jesús nos ofrece una interpretación, cuando dice: «Lo ha hecho... anticipándose a ungir mi cuerpo para la sepultura» (Mc 14,8; cf. Jn 12,7). Así, pues, él compara lo que ocurre aquí con el embalsamamiento de los muertos, que era corriente entre los reyes y los potentados. Tal unción era una tentativa de salir al paso a la muerte: solamente en la putrefacción, en la destrucción del cuerpo, así se creía, completa la muerte su obra. Mientras queda el cuerpo, el hombre no se ha deshecho, no ha muerto totalmente. Según eso, Jesús ve en el rasgo o gesto de María la tentativa de asestar un golpe a la muerte. El reconoce ahí un esfuerzo malogrado, pero no inútil, que es esencial de todo amor: el comunicar la vida a los demás, la inmortalidad. Pero lo ocurrido en los días siguientes muestra la impotencia de tal esfuerzo humano; no existe ninguna posibilidad de proporcionarse a sí mismo la inmortalidad. Ni el poder de los ricos ni la abnegación de los que aman pueden conseguir esto. En fin de cuentas, tal tentativa de «unción» es más una conservación que una superación de la muerte. Sólo una unción es suficientemente fuerte para oponerse a la muerte, a saber, el Espíritu Santo, el amor de Dios. La pascua es su victoria, en la que Jesús se muestra como el Cristo, como el «ungido» de Dios.
Sin embargo, la acción de María sigue siendo algo permanente, algo simbólico y modélico, puesto que siempre debe existir el esfuerzo para mantener vivo a Cristo en este mundo y para oponerse a los poderes que le hacen enmudecer, que pretenden matarlo.
¿Pero cómo puede ocurrir esto? Por cada acción de la fe y del amor. Una frase del evangelio puede dar, tal vez, más color a esta afirmación. Juan nos cuenta que, por la unción, toda la casa se llenó del aroma del aceite o perfume (12,3). Eso nos recuerda una frase de san Pablo: «Porque somos para Dios permanente olor de Cristo en los que se salvan» (2 Cor 2,15). La vieja idea pagana de que los sacrificios alimentan a los dioses con su buen olor, se halla aquí transformada en la idea de que la vida cristiana hace que el buen aroma de Cristo y la atmósfera de la verdadera vida se difunda en el mundo. Pero también hay otro punto de vista. Junto a María, la servidora de la vida, se halla en el evangelio Judas, el cual se convierte en el cómplice de la muerte: respecto a Jesús, primeramente, y también, luego, respecto a sí mismo. Él se opone a la unción, al gesto del amor que suministra la vida. A esa unción contrapone él el cálculo de la pura utilidad. Pero, detrás de eso, aparece algo más profundo: Judas no era capaz de escuchar efectivamente a Jesús, y de aprender de él una nueva concepción de la salvación del mundo y de Israel.
Él había acudido a Jesús con una esperanza bien determinada; según ella, le midió a él y por ella le negó. Así representa él no sólo el cálculo frente al desinterés del amor, sino también a la incapacidad de escuchar, de oír y obedecer frente a la humildad del aro que se deja conducir incluso a donde no quiere. «La casa se llenó del aroma del perfume» ¿ocurre así con nosotros? ¿Exhalamos el olor del egoísmo, que es el instrumento de la muerte, o el aroma de la vida, que procede de la fe y lleva al amor?
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Isaías 42,1-7: No gritará ni voceará por las calles. El poema presenta a un hombre, el Siervo de Yahvé, elegido por Él. Su espíritu lo consagra para establecer el derecho entre los pueblos, que es la ley de Dios. El Siervo se presenta humilde, sencillo, manso, delicado, pero en su actuación es firme, tenaz, fiel hasta conseguir la aceptación de su mensaje. Dios lo guía amorosamente, lo pone como alianza para las naciones, luz de los pueblos, liberador de los oprimidos. Es bien clara la tradición eclesial de atribuir a Jesucristo las cualidades del Siervo de Yahvé.
El Papa Juan Pablo II decía
«Quizá una vez el Señor nos haya llamado con sus palabras al propio Corazón. Y ha puesto de relieve este único rasgo: mansedumbre y humildad. Como si quisiera decir que solo por ese camino quiere conquistar al hombre; que quiere ser el Rey de los corazones mediante la mansedumbre y la humildad. Todo el misterio de su reinado está expresado en estas palabras. La mansedumbre y la humildad encubren en cierto sentido, toda la riqueza del Corazón del Redentor, sobre la que escribió San Pablo a los Efesios. Pero, también esa mansedumbre y humildad lo desvelan plenamente; y nos permiten conocerlo y aceptarlo mejor; lo hacen objeto de suprema admiración» (Alocución 20-VI-79).
–En el Salmo 26 tenemos un canto de confianza y seguridad en Dios, aun en medio de las pruebas más duras. Por ello, es la oración del Siervo de Yahvé, probado, sí, pero no abandonado. Es también la oración de los que deseamos seguir a Cristo y aprender de Él a ser manso y humilde de corazón: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Cuando me asaltan los malvados para devorar mi carne, ellos, enemigos y adversario, tropiezan y caen. Si un ejército acampa contra mí mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor».
–Juan 12,1-11: ¡Déjala! Tenía guardado este perfume para el día de mi sepultura. Con ocasión de un banquete en casa del resucitado Lázaro, su hermana María unge a Jesús los pies con perfume. Judas critica tal gesto, pero Jesús ve en él un vaticinio de su embalsamamiento. Comenta San Agustín:
«Hemos oído el hecho; busquemos ahora su significado. ¡Oh alma, cualquiera que seas! si quieres ser fiel, unge con María los pies del Señor con precioso ungüento. Aquel ungüento significa justicia –por eso pesaba una libra– y era de gran precio –pístico–. Esta palabra no está desprovista de misterio, sino que está muy en consonancia con él. Pistis en griego significa fe. Querías obrar la justicia; el justo vive de la fe. Unge los pies de Jesús. Con tu buena vida sigue las huellas del Señor. Sécalos con tus cabellos; si tienes cosas superfluas, repártelas a los pobres, y así enjugas los pies del Señor... Tienes en qué emplear lo que te sobra; para ti son cosas superfluas, mas son necesarias a los pies del Señor... La casa se llenó de olor y el mundo se llena con la buena fama, porque la buena fama es un olor agradable. Quienes bajo el nombre de cristianos viven mal, injurian a Cristo...» (Trat. sobre el Evangelio de San Juan 50,6-7).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. En esta Semana Santa como primera lectura leemos los cuatro cantos del Siervo de Yahvé, del profeta Isaías. Los tres primeros, del lunes al miércoles. El cuarto, en la impresionante celebración del Viernes Santo. Son cantos que nos van anunciando la figura de ese Siervo, que podría referirse al mismo pueblo de Israel, pero que, poco a poco, se va interpretando como el Mesías enviado por Dios con una misión muy concreta en medio de las naciones.
El primer canto, que escuchamos hoy, presenta al Siervo como el elegido de Dios, lleno de su Espíritu, enviado a llevar el derecho a las naciones y abrir los ojos de los ciegos y liberar a los cautivos. Se describe el estilo con el que actuará: «la caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará».
Como la misión de ese Siervo no se prevé que sea fácil -y así aparecerá en los cantos siguientes- el salmo ya anticipa la clave para entender su éxito: «el Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?... Cuando me asaltan los malvados, me siento tranquilo: espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor».
2. La entrañable escena de Betania sucedió «seis días antes de la Pascua», en Betania, y por eso se lee precisamente hoy.
La queja de Judas sirve para señalar la intención del gesto simbólico: Jesús es consciente de que su fin se precipita, e interpreta el gesto de María como una unción anticipada que presagia su muerte y sepultura.
La muerte de Jesús ya se ve cercana. Además, sus enemigos deciden matar también a Lázaro.
3. Jesús es el Siervo verdadero. El enviado de Dios para anunciar su salvación a todos los pueblos. El Mesías que demuestra ser el Siervo entregando su propia vida por los demás.
El pasaje que hemos leído en Isaías resuena casi al pie de la letra en los relatos que los evangelistas nos hacen del bautismo de Jesús en el Jordán: también allí se oye la voz de Dios diciendo que es su siervo o su hijo querido, y aparece el Espíritu sobre él, y empieza una misión de justicia y buena noticia.
También de él se puede decir que no quebró la caña que estaba a punto de romperse, sino que se mostró siempre lleno de paciencia y tolerancia (no como Santiago y Juan, que quieren hacer llover fuego del cielo sobre el pueblo que no les recibe, o como Pedro, que saca su espada y hiere a los que detienen al Maestro). Más tarde Pedro, con un conocimiento mucho más profundo de Jesús, podrá decir que «pasó haciendo el bien» (Hch 10).
También de él se podrá decir que devolvió la vista a los ciegos y se preocupó de liberar de sus males a toda persona que encontraba sufriendo. Y de esto somos más conscientes precisamente en vísperas de celebrar el Triduo de su muerte en la Cruz y su resurrección a la nueva existencia.
Ayer celebrábamos con él su entrada en Jerusalén, con un gesto decidido de asumir sobre sus hombros el destino que nos hubiera correspondido a nosotros. El Siervo camina hacia su muerte. Con unción previa incluida. Nuestros ojos estarán fijos en él estos próximos días, llenos de admiración. Dispuestos a imitar también nosotros, en su seguimiento, sus mismas actitudes de fidelidad a Dios y de tolerante cercanía para con los demás. Dispuestos a vivir como él «entregados por».
«No gritará, no clamará, no voceará por las calles» (1a lectura).
«Te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones» (1a lectura).
«El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?» (salmo).
«María le ungió los pies a Jesús y la casa se llenó de la fragancia del perfume» (evangelio).