Lc 1, 26-38: La Anunciación
/ 2 agosto, 2013 / San LucasTexto Bíblico
26 En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. 28 El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». 29 Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. 30 El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». 34 Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». 35 El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. 36 También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, 37 porque para Dios nada hay imposible». 38 María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Homilía: Reina del mundo y de la paz
«Reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,33)Homilía 7: SC 72, 188. 190.192. 200
SC
Observa cuán adecuadamente brilló por toda la tierra, ya antes de la asunción, el admirable nombre de María y se difundió por todas partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su majestad sobre los cielos. Convenía, en efecto, que la Madre virgen, por el honor debido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego gloriosa en el cielo; convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar luego, llena de santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del Señor.
Así pues, durante su vida mortal, gustaba anticipadamente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con inefable sublimidad, como también descendiendo hacia sus prójimos con indescriptible caridad. Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su veneración. Gabriel y los ángeles la asistían con sus servicios; también los apóstoles cuidaban de ella, especialmente san Juan, gozoso de que el Señor, en la cruz, le hubiese encomendado su Madre virgen, a él, también virgen. Aquéllos se alegraban de contemplar a su Reina, éstos a su Señora, y unos y otros se esforzaban en complacerla con sentimientos de piedad y devoción.
Y ella, situada en la altísima cumbre de sus virtudes, inundada como estaba por el mar inagotable de los carismas divinos, derramaba en abundancia sobre el pueblo creyente y sediento el abismo de sus gracias, que superaban a las de cualquiera otra criatura. Daba la salud a los cuerpos y el remedio para las almas, dotada como estaba del poder de resucitar de la muerte corporal y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o deprimido de su lado, o ignorante de los misterios celestiales. Todos volvían contentos a sus casas, habiendo alcanzado por la Madre del Señor lo que deseaban.
Plena hasta rebosar de tan grandes bienes, la Esposa, Madre del Esposo único, suave y agradable, llena de delicias, como una fuente de los jardines espirituales, como un pozo de agua viva y vivificante, que mana con fuerza del Líbano divino, desde el monte de Sión hasta las naciones extranjeras, hacía derivar ríos de paz y torrentes de gracia celestial. Por esto, cuando la Virgen de las vírgenes fue llevada al cielo por el que era su Dios y su Hijo; el Rey de reyes, en medio de la alegría y exultación de los ángeles y arcángeles y de la aclamación de todos los bienaventurados, entonces se cumplió la profecía del Salmista, que decía al Señor: De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
Tiempo de Adviento: Domingo IV (Ciclo B)Tiempo de Adviento: V (Ciclo )
por hacer
por hacer
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda
26-27. Como la encarnación de Cristo debía tener lugar en la sexta edad del mundo y había de aprovechar para el cumplimiento de la ley, el ángel enviado a María anuncia oportunamente, en el sexto mes de la concepción de Juan, al Salvador que había de nacer. Por eso se dice: «En el sexto mes». El sexto mes es el de marzo, en cuyo día 25 nuestro Señor fue concebido y se dice que padeció. Así como nació el día 25 de diciembre por lo que si, según algunos creen, en este día tiene lugar el equinoccio de la primavera, o si en aquél creemos que se verifica el solsticio del invierno, conviene que sea concebido y nazca con el incremento de la luz Aquel que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,9). Mas si alguno objetare que los días crecen o son mayores que la noche antes del tiempo del nacimiento y de la concepción de nuestro Señor, le contestamos que San Juan anunciaba el reino de los cielos antes de su advenimiento.
Digno principio de la restauración humana ha sido que se enviare por Dios un Angel a la Virgen, que había de ser consagrada con un parto divino. Porque la primera causa de la perdición humana fue que la serpiente fuese enviada a la mujer por el espíritu de la soberbia. De aquí se sigue, que el Angel fue enviado a una virgen. (Homilia de Fest. Annunt)
Lo cual no sólo se refiere a San José, sino también a la Virgen María. Estaba mandado por la ley que cada uno tomase mujer de su propia tribu o familia. Prosigue el mismo evangelista: «Y el nombre de la Virgen era María». (Homil. de Annunt. Sup)
La palabra María en hebreo quiere decir «estrella del mar», y en siríaco «Señora». Y con razón, porque mereció llevar en sus entrañas al Señor del mundo y a la luz constante de los siglos.
30-33. Como había visto que la Virgen se había turbado con aquella salutación no acostumbrada, la llama por su nombre, como si la conociese más familiarmente, y le dice que no debe temer. Por ello se añade: «Y el Angel le dijo: No temas, María».
La palabra Jesús quiere decir «Salvador» o «saludable».
Llama casa de Jacob a toda la Iglesia. Esta, o bien ha nacido de buena raíz, o bien, siendo un olivo silvestre, fue injerto por medio de la fe en una oliva buena (Rom 11).
Que deje ya Nestorio de decir que el hombre sólo ha nacido de la Virgen y que éste no ha sido recibido por el Verbo de Dios en unidad de persona. Cuando dice que el mismo que tiene por padre a David será llamado «Hijo del Altísimo», demuestra la unidad de persona de Cristo en dos naturalezas. No emplea el ángel palabras que se refieran al tiempo futuro, como dicen algunos herejes, que creen que Jesucristo no existió antes que María, sino que en una sola persona el Hombre-Dios recibe el nombre de Hijo.
34-35. No concebirás, pues, en virtud de la obra de un hombre sino que concebirás por virtud del Espíritu Santo, de quien serás llena. No se darán en ti los ardores de la concupiscencia, puesto que el Espíritu Santo te hará sombra.
36-38. Así pues, recibe el ejemplo de la anciana estéril no porque haya desconfiado de que una virgen pueda dar a luz, sino para que comprenda que para Dios todo es posible, aun cuando parezca contrario al orden de la naturaleza. Por esto sigue: «Porque no hay cosa alguna imposible para Dios».
Recibido el consentimiento de la Virgen, el ángel regresó inmediatamente al cielo, de donde prosigue: «Y el ángel se separó de ella».
San Ambrosio
26-27. Dijo bien ambas cosas la Sagrada Escritura: que sería desposada y Virgen. Prosigue, pues, diciendo «desposada». Virgen, para que constase que desconocía la unión marital. Desposada, para que quedase ilesa de la infamia de una virginidad manchada, cuando su fecundidad pareciese signo de corrupción. Quiso más bien el Señor que algunos dudasen de su nacimiento que de la pureza de su Madre. Sabía que el honor de una Virgen es delicado y la reputación del pudor, frágil. Y no estimó conveniente que la fe de su nacimiento se demostrase con las injurias de su Madre. Se sigue también que, así como la Santísima Virgen fue íntegra por su pudor, así su virginidad debió ser inviolable en la opinión. No convenía dejar a las vírgenes que viven en mala reputación esa apariencia de excusa, es decir, que la Madre misma del Señor pareciese difamada. ¿Qué se hubiera podido reprochar a los judíos y a Herodes si hubiese parecido que perseguían el fruto de un adulterio? ¿Cómo hubiera podido decir El mismo: «No vine a destruir la ley, sino a cumplirla» (Mt 5,17), si hubiese parecido comenzar por una violación de la ley, que condena el parto de la que no está casada? ¿Qué, por otra parte, da más fe a las palabras de la Virgen y remueve todo pretexto de mentira? Madre, sin estar casada, hubiera querido ocultar su falta con una mentira. Pero casada, no tenía motivo para mentir, puesto que la fecundidad es el premio y la gracia de las bodas. Tampoco es pequeña causa que la virginidad de María engañase al príncipe del mundo, el cual, viéndola desposada con un hombre, nada pudo sospechar respecto de su parto.
Sin embargo, engañó más a los diablos. Porque la malicia de los demonios descubre hasta las cosas ocultas. Mas los que se ocupan en las vanidades del mundo no pueden conocer las cosas divinas. Por eso Dios se sirve del marido -el testigo más seguro del pudor- que hubiese podido quejarse de la injuria y vengar el oprobio, si no conociese el misterio. Se dice de él: «Se llamaba José, de la casa de David».
28-29. Conoce aquí a la Virgen por sus costumbres. Sola en sus habitaciones, a quien ningún hombre veía, sólo un ángel podía encontrarla. Por ello se dice: «Y habiendo entrado el ángel a donde estaba María». Y para que no fuese manchada con un coloquio indigno de ella, es saludada por el ángel.
Conoced a la Virgen por la vergüenza, porque se turbó, pues sigue: «Y cuando ella esto oyó, se turbó». Temblar es propio de las vírgenes, y el sobresaltarse cuando se acerca un hombre y temer todo trato de los hombres. Aprended, vírgenes, a evitar toda licencia de palabras. María se conturbaba hasta de la salutación del ángel.
Admiraba también la nueva fórmula de salutación, que nunca se había oído hasta entonces, pues estaba reservada solamente para María.
30-33. No todos son como María, que cuando conciben al Verbo del Espíritu Santo, lo dan a luz. Hay de aquellos que abortan al Verbo antes de dar a luz (Lc 22), y hay de aquellos que tienen a Cristo en su seno pero que todavía no lo han formado.
Se ha dicho también respecto de San Juan que sería grande. Pero aquél fue grande como hombre y Este es grande como Dios. Porque la virtud de Dios se difunde ampliamente, así como la grandeza de la sustancia no varía con el tiempo.
34-35. Ni María debió rehusar de creer al ángel, ni usurpar temerariamente las cosas divinas. Por eso se dice: «Dijo María al ángel: ¿Cómo se hará esto?» Esta respuesta fue más oportuna que la del sacerdote. Esta dice: «¿Cómo se hará esto?» y aquél dijo: «¿Cómo podré saber esto?». Aquél se niega a creer y parece como que busca otro motivo que confirme su fe, éste no duda que debe hacerse, puesto que pregunta cómo se hará. María había leído (Is 7,14): «He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo» y, por tanto, creyó que iba a suceder. Pero no había oído antes el cómo había de suceder. No se había revelado -ni aun al Profeta- cómo aquello se había de llevar a cabo. Tan gran misterio debía ser proclamado, no por la boca de un hombre, sino por la de un ángel.
36-38. Ved la humildad de la Virgen, ved su devoción. Prosigue, pues: «Y dijo María: He aquí la sierva del Señor». Se llama sierva la que es elegida como Madre, y no se enorgullece con una promesa tan inesperada. Porque la que había de dar a luz «al manso» y «al humilde», debió ella misma manifestarse humilde. Llamándose también a sí misma sierva, no se apropió la prerrogativa de una gracia tan especial, porque hacía lo que se le mandaba. Por ello sigue: «Hágase en mí según tu palabra». Tienes el obsequio, ves el voto. «He aquí la sierva del Señor», es su disposición a cumplir con su oficio. «Hágase en mí según tu palabra», es el deseo que concibe.
Griego
28-29. Este es el complemento de toda la embajada: el Verbo de Dios como Esposo que se une de una manera superior a la razón, como engendrando El mismo y siendo engendrado, adaptó a sí mismo toda la naturaleza humana. Al final se pone como complemento perfectísimo: «Bendita eres entre las mujeres», a saber, una sola entre todas las mujeres. Para que también sean bendecidas en ti las mujeres como los hombres serán bendecidos en tu Hijo, o más bien en los dos unos y otros. Porque así como por medio de una mujer y un hombre entraron en el mundo el pecado y la tristeza, así ahora por una mujer y por un hombre vuelven la bendición y la alegría, y se derraman sobre todos.
Como ella estaba acostumbrada a aquella clase de apariciones, el Evangelista no atribuye la turbación a lo que ve, sino a lo que oye, diciendo: «Se turbó con las palabras de él». Considerad el pudor y la prudencia de la Virgen y su alma, al mismo tiempo que su voz. Oída la alegre noticia, examinó lo que se le había dicho y no resiste abiertamente por incredulidad, ni se somete al punto por ligereza, evitando a la vez la ligereza de Eva y la resistencia de Zacarías. Por esto continúa: «Y pensaba qué salutación sería ésta», no la concepción. Porque todavía ignoraba la profundidad del misterio. ¿Mas la salutación es por ventura libidinosa, como dirigida por un hombre a una Virgen? ¿Es divina, puesto que se hace mención de Dios, diciendo: «El Señor es contigo»?
30-33. Como si dijese: No he venido a engañarte, sino más bien a dar la absolución del engaño. No he venido a robarte tu virginidad inviolable, sino a preparar tu seno para el autor y el defensor de la pureza. No soy ministro de la serpiente, sino enviado del que aplasta la serpiente. Vengo a contratar esponsales, no a maquinar asechanzas. Así, pues, no la dejó atormentarse con alarmantes consideraciones, a fin de no ser juzgado como ministro infiel de su negociación.
La Virgen encontró gracia delante de Dios porque, adornando su propia alma con el brillo de la pureza, preparó al Señor una habitación agradable. Y no sólo conservó inviolable la virginidad, sino que también custodió su conciencia inmaculada.
Dice, pues: «Tú lo llamarás». No el padre, porque carece de padre en cuanto a la generación humana, así como carece de madre respecto de la generación divina.
Mas como este nombre le es común con el sucesor de Moisés (Jos 1), insinuando el ángel que no será semejante a aquél, añade: «Este será grande».
Ni la asunción de la carne humilla la grandeza de la divinidad, sino que más bien se sublima la humildad de la carne. Por ello sigue: «Y se llamará Hijo del Altísimo». No eres tú quien le impones el nombre, sino que será llamado. ¿Por quién sino por su Padre consustancial? Nadie conoce al Hijo sino el Padre (Mt 11,27). Quien tiene conocimiento infalible del Engendrado es el único verdadero intérprete, respecto de la imposición del nombre del Hijo; por quien se dice: «Este es mi hijo muy amado». (Mt 17,5) Existe desde la eternidad, aunque ahora para nuestra inteligencia se manifiesta su nombre. Y por esto dice «será llamado», no «será hecho» ni «será engendrado», porque ya antes de los siglos era consustancial al Padre. Concebirás, pues, a Este, serás su Madre. Tu vientre virginal contendrá a Aquel que el espacio del cielo no puede contener.
Y para recordar a la Virgen los profetas, añade: «Y le dará el Señor Dios el trono de David,…». Para que se sepa con claridad que el que había de nacer de Virgen era el mismo Cristo que los profetas prometieron que nacería de la descendencia de David.
Sólo Dios puede reinar eternamente. Por esto sucede que aunque se diga que toma el trono de David por la encarnación, en cuanto Dios es reconocido como Rey eterno. Prosigue: «Y su reino no tendrá fin». No sólo en cuanto Dios, sino también en cuanto hombre. Y al presente reina sobre muchos y finalmente reinará sobre todos porque todas las cosas le están sometidas (1Cor 15).
34-35. Mas considerad cómo el ángel deshace la duda a la Virgen y le explica su misión inmaculada y el parto inefable. Pues sigue: «El Angel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti,…».
San Basilio
26-27. Los espíritus celestiales no vienen a nosotros por sí mismos, sino cuando conviene para nuestra utilidad, porque atienden al decoro de la divina sabiduría; de donde sigue: «Fue enviado el ángel Gabriel».
30-33. El Señor no se sienta en el trono material de David, puesto que el reino judío había pasado a Herodes. Pero llama trono de David a aquel en que se sienta el Señor para gobernar un reino indisoluble. Por ello sigue: «Y reinará en la casa de Jacob». (Epistola 2,36)
34-35. El conocimiento se entiende de muchas maneras. Se llama conocimiento la sabiduría de nuestro Señor; también la noticia de su grandeza; el cumplimiento de sus mandatos; los caminos que conducen a El y la unión nupcial, como aquí se entiende. (Epistola 2,35)
De donde San Pablo dice: Envió Dios a su Hijo nacido, no por medio de una mujer, sino de mujer (Gál 4,4). Porque si dijese que por medio de una mujer, podía entenderse que se refería a un concepto transitorio de natividad. Pero como dice que nació de mujer, manifiesta la comunidad de la naturaleza del Engendrado respecto de la Madre. (lib.de Spiritu Sancto, 5)
San Gregorio Magno
26-27. A María Virgen no se envía un ángel cualquiera, sino el arcángel San Gabriel. Procedía que viniese un ángel de los primeros a anunciar los misterios. Se le designa por su propio nombre, el cual muestra lo que vale en sus obras, pues el nombre de Gabriel significa «fortaleza de Dios» [1]. Por la fortaleza de Dios había de ser anunciado el que, siendo Dios de las virtudes y poderoso en la guerra para vencer en todas las batallas, venía a destruir las potestades del infierno. (Homiliae in Evangelia, 34)
34-35. Por las palabras: «Te hará sombra», se significan las dos naturalezas de Dios encarnado. Pues la sombra se hace con la luz y con el cuerpo. El Señor es la luz por su divinidad. Y como la luz incorpórea había de tomar cuerpo en las entrañas de la Virgen, oportunamente se dice que la virtud del Altísimo le haría sombra, esto es, en ti el cuerpo de la humanidad recibirá la luz incorpórea de la divinidad. Se dice también esto a María por el dulce consuelo dado por el cielo. (Moralia 10,18)
A diferencia de nuestra santidad, se asegura singularmente que Jesucristo nacerá Santo. Pues nosotros, aunque nos hagamos santos, no nacemos tales, sino constreñidos por la condición de una naturaleza culpable, pudiendo decir con el profeta: «He aquí que he sido concebido en pecado,…» (Sal 50). Aquél verdaderamente ha nacido el sólo Santo, que no ha sido concebido de unión carnal alguna; que no -como neciamente creen los herejes- es uno en la humanidad y otro en la divinidad de modo que siendo un simple hombre concebido, luego Dios hubiera asumido su cuerpo. Sino que, anunciando el ángel y viniendo el Espíritu Santo, Verbo al punto en el seno, es decir, al instante es Verbo carne dentro del vientre; de donde sigue: «Será llamado,…».(Moralia 18,34)
36-38. Por un misterio profundo, a causa de su concepción santa y su parto inefable, la misma Virgen fue Sierva del Señor y Madre, según la verdad de las dos naturalezas.(Moralia 18,34)
Notas
[1] Gabriel: hombre de Dios o Dios se ha mostrado fuerte.
San Agustín
26-27. Sólo la virginidad pudo decentemente dar a luz a Aquel que en su nacimiento no pudo tener igual. Convenía, pues, que nuestro Redentor naciese, según la carne, de una Virgen por medio de un milagro insigne para dar a entender que sus miembros debían nacer de la Iglesia virgen, según el espíritu. (De sancta virginitate, 5)
28-29. Más que contigo, El está en tu corazón, se forma en tu seno, llena tu espíritu, llena tu vientre. (En el serm. de Nativit. Dom. 4)
36-38. Si alguno dice: si Dios es omnipotente, que haga que no suceda lo que ya ha sucedido, no se da cuenta que lo que está diciendo es: que haga que aquellas cosas que son verdaderas, sean verdaderas y falsas a la vez. El puede hacer que no exista algo que antes existía, como cuando alguno que empieza a existir cuando nace, deja de existir muriendo. Pero ¿quién dirá: que haga que no sea aquello que ya no existe? Pues, todo lo que ha pasado, ya no existe. Si puede hacerse algo de ello, aún hay materia de la cual puede hacerse. Y si hay materia, ¿cómo puede decirse que ya ha pasado? Así, aquello que dijimos que ha sido, en realidad no es. Pero es verdad aquello que ha sido, porque lo verdadero no está en la cosa que ya no es, sino en nuestra sentencia sobre ella. Dios no puede hacer que esta sentencia sea falsa. No llamamos a Dios omnipotente en este sentido, según el cual creamos que El también puede morir. Aquél se llama con toda propiedad el sólo Omnipotente que verdaderamente existe y de quien únicamente procede todo lo que es. (Contra Faustum, 26,5)
San Juan Crisóstomo, varios
26-27. No anuncia el Angel a la Virgen después del parto, para que entonces no se turbe en demasía, sino que le habla antes de la concepción. No en sueños, sino presentándose de una manera visible. Porque como había de recibir una gran revelación, necesitaba de una visión solemne antes del cumplimiento. (Homiliae in Matthaeum, 4)
30-33. Quien merece gracia delante de Dios, nada tiene que temer; así, prosigue: «Hallaste gracia delante de Dios». ¿Cómo puede encontrar esta gracia cualquiera que sea, sino por medio de la humildad? Pues Dios da la gracia a los humildes (Stgo 4; 1Pe 5).
Acaso parecerá a algunos enorme -o indecente- que Dios habite un cuerpo. ¿Mas por ventura el sol, cuyo cuerpo es sensible, mancha su propia pureza a cualquier parte que envíe sus rayos? Pues con mucha más razón el Sol de justicia, tomando un cuerpo purísimo de las entrañas de la Virgen, no sólo no se manchó sino que antes, por el contrario, santificó más a la Madre.
Llama aquí casa de Jacob a todos aquéllos del número de los judíos que creyeron en El. Porque como dice San Pablo (Rom 9,6), no todos los que pertenecen a Israel son israelitas; sino solamente se consideran como pertenecientes a Israel los que son hijos de promisión. (Homiliae in Matthaeum, 7)
34-35. Como si dijese: No te fijes en el orden natural cuando se trata de cosas que traspasan y superan el orden de la naturaleza. Tú dices: «¿Cómo se hará esto, puesto que no conozco varón?» Pues por lo mismo que no conoces varón sucederá esto, porque si hubieras conocido varón, no serías considerada digna de este misterio. No porque el matrimonio sea malo, sino porque la virginidad es más perfecta. Convenía, pues, que el Señor de todos participase con nosotros en el nacimiento y se distinguiese en él. Tuvo de común entre nosotros el nacer del vientre de una mujer y nos superó naciendo sin que aquélla se uniese a un hombre. (Homiliae in Gen., 49)
36-38. Como lo que se ha dicho superaba a lo que la Virgen podía comprender, el ángel habló de cosas humildes, para persuadirla por medio de cosas sensibles, y por ello le dice: «Y he aquí que Isabel, tu parienta». Observa la prudencia de Gabriel. No le recuerda a Sara, ni a Rebeca, ni a Raquel, porque estos ejemplos eran ya antiguos, sino que cita un hecho reciente para robustecer su inteligencia. Y por esto hace mención de la edad, cuando dice: «También ella ha concebido un hijo en su vejez», dando a entender su incapacidad natural. Prosigue: «Y está en el sexto mes». No anunció desde el principio el embarazo de Isabel, sino después de transcurridos seis meses, a fin de que la hinchazón del vientre sirviese de prueba. (Homiliae in Gen., 49)
Pues como El es el Señor de la naturaleza, puede todo lo que quiere, puesto que hace y dispone todas las cosas gobernando las riendas de la vida y de la muerte.
San Gregorio Niseno
26-27. En contraposición de la voz dirigida a la primera mujer, ahora se dirige la palabra a la Virgen. En aquélla se castiga con los dolores del parto la causa del pecado, en ésta se destierra la tristeza por medio del gozo. Así el ángel anuncia con razón la alegría a la Virgen, diciendo: «Dios te salve». Según otros comentaristas, el ángel atestigua que es digna de ser desposada cuando dice: «Llena de gracia». Esta abundancia de gracias se muestra al esposo como una dote o arras, de las cuales se dice: Estas son de la esposa, aquéllas del esposo. (Orat. in Christi Nativit)
30-33. Y como acontece especialmente que es concebido el Divino Espíritu y ella da a luz al Espíritu de salvación, según anunciara el profeta, el ángel añade: «Y dará a luz un Hijo».
Como la expectación del parto infunde temor a las mujeres, el anuncio de un parto dulce apaga esa aprehensión de temor cuando se dice: «Y llamarás su nombre Jesús». La venida del Salvador es el alejamiento de todo temor. (Orat. in diem Nat. Domini)
34-35. [Considerad también las palabras de la purísima Virgen. El ángel le anuncia el parto; pero ella insiste en su virginidad creyendo que ésta podría mancharse con sólo el aspecto de un ángel. Por eso dice: «Porque no conozco varón».
Estas palabras de la Virgen son indicio de aquellas que encerraba en el secreto de su inteligencia. Porque si hubiese querido desposarse con José a fin de tener cópula, ¿por qué razón había de admirarse cuando se le hablase de concepción, puesto que esperaría ser madre un día según la ley de la naturaleza? Mas como su cuerpo, ofrecido a Dios como una hostia sagrada, debía conservarse inviolable, dice: «Puesto que no conozco varón». Como diciendo: Aun cuando tú seas un ángel, sin embargo, como no conozco varón, esto parece imposible. ¿Cómo, pues, seré madre si no tengo marido? A José sólo lo conozco como esposo.
¡Cuán bienaventurado aquel cuerpo que por la exuberante pureza de la Virgen María se vinculó a sí mismo el don del alma! En cada uno de los demás, apenas el alma sincera conseguirá la presencia del Espíritu Santo; mas ahora la carne resulta ser la mansión del Divino Espíritu.
El verdadero Legislador fabricó nuevamente de nuestra tierra las tablas de la naturaleza que la culpa había roto, creando -sin unión carnal- el cuerpo que toma su divinidad y que esculpe el dedo divino, a saber, el Espíritu Santo que viene sobre la Virgen
Dice: «Te hará sombra» porque, así como la sombra de un cuerpo toma su forma de lo que está delante de ella, así los signos de la divinidad del Hijo de Dios brillarán con el milagro de su generación. Así como en nosotros se observa cierta virtud vivificante en la materia corpórea con la que se forma el hombre, así en la Virgen, la virtud del Altísimo, por medio del Espíritu Santo vivificante, tomó de un cuerpo virginal materia de carne inherente al cuerpo para formar un hombre nuevo. Por lo cual sigue: «Por eso, lo que nacerá de ti,…».]. (Orat. in diem Nat. Christi)
Además: «La virtud del Altísimo te hará sombra». La virtud del Rey altísimo es Cristo, formado en la Virgen por la venida del Espíritu Santo. (lib. De Vita Moysis)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Sofronio de Jerusalén, obispo
Homilía: María, “llena de gracia” en su Inmaculada Concepción
Homilía para la Anunciación, 2: PG 87, 3, 3241.
«Darás a luz un Hijo» (Lc 1,31).
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. ¿Puede haber algo más grande que este gozo, oh Virgen Madre? ¿Puede haber algo por encima de esta gracia que solo tú tienes recibida de parte de Dios? ¿Se puede concebir algo más gozoso y más luminoso? Todo queda lejos detrás de tus maravillas; todo se encuentra por debajo de tu gracia. Los privilegios más ciertos no ocupan más que el segundo lugar y no poseen sino un resplandor más pequeño.
“El Señor está contigo”. ¿Quién se atrevería a rivalizar contigo sobre este punto? Dios nace de ti. ¿Quién no te cederá, pues, gozosamente y de inmediato el primer lugar y la excelencia del mismo? Por eso cuando te contemplo situada por encima de todas las criaturas, proclamo altamente tus alabanzas: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. El gozo que emana de ti no solamente se concede a los hombres sino a todas las potestades angélicas del cielo…
Dios mismo habita corporalmente en tu seno; y sale de él como el Esposo (Sl 18,6) para llevar a todos los hombres el gozo y la luz divinas. Es en ti, oh Virgen, que Dios, como en un cielo purísimo y luminoso “ha puesto su morada” (cf Sal 75,3). De ti “sale como el esposo de su alcoba”, imitando la carrera de un gigante, “a recorrer su camino”, el de su vida, que llevará la salvación a todos los vivientes. Extendiéndose “por un extremo del cielo… llega al otro extremo” como el sol (Sl 18, 6-6), y llenará todas las cosas con su calor divino y su luz vivificante.
San Efrén, diácono
Himno:
Himno mariano.
«Concebida sin la falta original, puesto que tú la habías escogido para ser madre del Salvador» (Propio de la plegaria eucarística).
¡Hijo de Dios, dame tu Don admirable, que yo celebre la belleza maravillosa de tu madre amada!. La Virgen dio a luz a su hijo conservando su virginidad, alimentó al que nutre las naciones, en su seno inmaculado lleva a aquel que en su mano lleva al universo. Es virgen y es madre ¿qué es lo que no es desde entonces? Santa de cuerpo, bellísima de alma, pura de espíritu, recta de inteligencia, perfecta de sentimientos, casta y fiel, pura de corazón y llena de toda virtud.
Que en Maria se gocen los coros de las vírgenes, puesto que de ella nació el que libró al género humano entregado a una terrible esclavitud. Que en María se regocije el viejo Adán, herido por la serpiente; María da a Adán una descendencia que le permite aplastar a la maldita serpiente y le cura de su herida mortal (Gn 3,15). Que los sacerdotes se regocijen en la Virgen bendita; ella que ha dado al mundo al Gran Sacerdote que él mismo se ha hecho la víctima dando por terminados los sacrificios de la antigua alianza… Que en María se regocijen todos los profetas puesto que en ella se han cumplido sus visiones, se han realizado sus profecías, se han confirmado sus oráculos. Que en María se regocijen todos los patriarcas, porque ella ha recibido la bendición que les había sido prometida, ella que, en su hijo, las ha hecho perfectas…
María es el nuevo árbol de la vida que da a los hombres, en lugar del fruto amargo atrapado por Eva, el fruto dulcísimo del que se alimenta el mundo entero.
San Juan Damasceno, monje y doctor de la Iglesia
Homilía:
Homilía para la Natividad de la Virgen.
«Ahora hago el universo nuevo» (Ap 21,5).
Hoy, el Creador de todas las cosas, el Verbo de Dios, ha hecho una obra nueva, salida del corazón del Padre para ser escrita, como con una caña, por el Espíritu que es la lengua de Dios… Hija santísima de Joaquín y Ana, que has escapado a las miradas de los Principados y de las Fuerzas y «de las flechas incendiarias del Maligno» (Col 1,16; Ef 6,16), has vivido en la cámara nupcial del Espíritu, y has sido guardada intacta para ser la esposa de Dios y Madre de Dios a través de la naturaleza… Hija amada de Dios, honor de tus padres, generaciones y generaciones te llamaran bienaventurada, como con verdad lo has afirmado (Lc 1,48). ¡Digna hija de Dios, belleza de la naturaleza humana, rehabilitación de Eva nuestra primera madre! Porque por tu nacimiento se ha levantado la que había caído… Si por la primera Eva «entró el pecado en el mundo» (Sab 2,24; Rm 5,12), porque se puso al servicio de la serpiente, María, que se hizo la servidora de la voluntad divina, engañó a la serpiente engañosa e introdujo en el mundo la inmortalidad.
Tú eres más preciosa que toda la creación, porque sólo de ti compartió las primicias de nuestra humanidad. Su carne fue hecha de tu carne, su sangre de tu sangre; Dios se alimentó de tu leche, y tus labios tocaron los labios de Dios… En la presciencia de tu dignidad, el Dios del universo te amó; tal como te amó, te predestinó y «al final de os tiempos» (1P 1,20) te llamó a la existencia…
Que Salomón, el gran sabio, se calle; que ya no vuelva a decir:«No hay nada nuevo bajo el sol» (Eccl 1,9).
San Epifanio de Salamina, obispo
Homilía:
Homilía nº 5; PG 43, 491.494.502.
«Te saludo, llena de gracia» (Lc 1,28).
¿Cómo hablar? ¿Qué elogio podré yo hacer de la Virgen gloriosa y santa? Ella está por encima de todos los seres, exceptuando a Dios; es, por naturaleza, más bella que los querubines y todo el ejército de los ángeles. Ni la lengua del cielo, ni la de la tierra, ni incluso la de los ángeles sería suficiente para alabarla. ¡Bienaventurada Virgen, paloma pura, esposa celestial…, templo y trono de la divinidad! Tuyo es Cristo, sol resplandeciente en el cielo y sobre la tierra. Tú eres la nube luminosa que hizo bajar a Cristo, él, el rayo resplandeciente que ilumina al mundo.
Alégrate, llena de gracia, puerta de los cielos; es de ti que habla el Cantar de los Cantares… cuando exclama: «Tú eres huerto cerrado, hermana mía, esposa mía, huerto cerrado, fuente sellada (4,12)… Santa Madre de Dios, cordera inmaculada, de ti ha nacido el Cordero, Cristo, el Verbo encarnado en ti… ¡Qué sorprendente maravilla en los cielos: una mujer, revestida de sol (Ap 12,1), llevando la luz en sus brazos!… Qué asombrosa maravilla en los cielos: el Señor de los ángeles hecho hijo de la Virgen. Los ángeles acusaban a Eva; ahora llenan de gloria a María porque ella ha levantado a Eva de su caída y hace entrar en los cielos a Adán echado fuera del Paraíso…
Es inmensa la gracia concedida a esta Virgen santa. Por eso Gabriel, le dirige primeramente este saludo: «Alégrate, llena de gracia», resplandeciente como el cielo. «Alégrate, llena de gracia», Virgen adornada con toda clase de virtudes… «Alégrate, llena de gracia», tú sacias a los sedientos con la dulzura de la fuente eterna. Alégrate, santa Madre inmaculada; tú has engendrado a Cristo que te precede. Alégrate, púrpura real; tú has revestido al rey de cielo y tierra. Alégrate, libro sellado; tú has dado al mundo poder leer al Verbo, el Hijo del Padre.
Eadmer, monje inglés
Homilía:
La Concepción de María.
«Llena de gracia» (Lc 1,28).
Oh María, Madre nuestra, el Señor te hizo su madre única, constituyéndote también madre y soberana del universo. Por esto te formó por obra de su Espíritu, desde el primer instante de tu concepción en el seno de tu madre. Madre nuestra, esto es lo que nos alegra hoy. Y te preguntamos, dulcísima María, reina prudente y noble, ¿es posible colocarte al mismo nivel o por debajo de otras criaturas?
El apóstol de la verdad afirma con certeza que todos los hombres pecaron en Adam (Rm 5,12)… Pero considerando la calidad eminente de la gracia divina que hay en ti, observo que estás colocada de modo inestimable; a excepción de tu Hijo, estás por encima de todo lo que ha sido hecho. Y concluyo que, en tu concepción, no debiste estar ligada a la misma ley de la naturaleza humana que otros seres humanos. Por la gracia eminente que te ha sido concedida, quedaste completamente liberada de la amenaza de todo pecado. ¡Gracia singular y acción divina impenetrable a la inteligencia humana!
Sólo el pecado puede alejar a los hombres de la paz de Dios. Para quitar este pecado, para devolver al género humano la paz de Dios, el Hijo de Dios quiso hacerse hombre, pero de tal manera, que en él nada participara de lo que separaba al hombre de Dios. Para realizar esto, convenía que su madre estuviera pura de todo pecado. Si no, ¿cómo nuestra carne habría podido unirse tan íntimamente a la pureza suprema, y el hombre asumido en una unidad tan grande con Dios, que todo aquello que es de Dios pertenecía al hombre y todo lo que es del hombre pertenecería a Dios?
San Juan Pablo II, papa
Redemptoris Mater:
Carta Encíclica “Redemptoris Mater”, n. 7, 10.
«Alégrate, llena de gracia» (Lc 1,28).
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo, por cuanto nos ha eligió en él antes de la fundación del mundo.” (Ef 1,3-4) La carta a los Efesios, hablando de la “riqueza de gracia” con que el Padre nos ha bendecido (cf Ef 1,7) añade: “En él tenemos por medio de su sangre la redención”. Según la doctrina formulada en los documentos solemnes de la Iglesia, esta “gloria de la gracia” se ha manifestado en la Madre de Dios por el hecho que ella ha sido “rescatada de manera sobre eminente”. (Papa Pío IX)
En virtud de la riqueza de la gracia del Hijo Bienamado, en virtud de los méritos redentores de aquel que debía ser su Hijo, María fue preservada de la herencia del pecado original. Así, desde el primer momento de su concepción, es decir, desde su existencia, pertenece a Cristo, participa de la gracia salvífica y santificante y del amor que tiene su fuente en el “Hijo bienamado”, en el Hijo del Padre eterno que, por la encarnación, es su propio Hijo. Por esto, por el Espíritu en el orden de la gracia, es decir, de la participación en la naturaleza divina, María recibe la vida de aquel al que ella misma, en el orden de la generación terrena, da la vida como madre… Y porque María recibe esta vida nueva en una plenitud que conviene al amor del Hijo hacia su Madre –y pues a la dignidad de la maternidad divina- el ángel de la Anunciación la llama “llena de gracia.»
Catecismo de la Iglesia Católica
490-493.
«¡Alégrate!, llena de gracia» (Lc 1,28).
Para ser la Madre del Salvador, María fue «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante» (Vaticano II LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como «llena de gracia». En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios.
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María «llena de gracia» por había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX: «… la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género.
Esta «resplandeciente santidad del todo singular» de la que ella fue «enriquecida desde el primer instante de su concepción» (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo» (LG 53). El Padre la ha «bendecido […] con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo» (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha «elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor» (cf. Ef 1, 4).
Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios «la Toda Santa» (Panaghia), la celebran «como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo» (LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.