Lc 11, 14-23: Jesús contra Beelzebul
/ 27 marzo, 2014 / San LucasTexto Bíblico
14 Estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, 15 pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». 16 Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. 17 Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. 18 Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. 19 Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. 20 Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. 21 Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, 22 pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín. 23 El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
De la Unidad de la Iglesia: Todo reino divido va a la ruina
«El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama» (Lc 11,23)[Falta referencia]
Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre... El Señor nos lo advierte cuando dice: «Quien no está conmigo está contra mí, quien no recoge conmigo, desparrama.» El que rompe la paz y la concordia de Cristo actúa contra Cristo. El que recoge fuera de la Iglesia, desparrama la Iglesia de Cristo.
El Señor dice: «El Padre y yo somos uno.» (Jn 10,30) Está escrito, a propósito del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: «... los tres están de acuerdo.» (cf 1Jn 5,7) ¿Quién, a partir de aquí, creerá que la unidad que tiene su origen en esta armonía divina, pueda ser rota en pedazos en la Iglesia...por conflictos de la voluntad? El que no observa esta unidad no observa la ley de Dios ni la fe en el Padre ni en el Hijo; no obtendrá ni la vida ni la salvación.
Este sacramento de la unidad, este lazo de concordia en una cohesión indisoluble se nos muestra en el evangelio por la túnica del Señor. No puede ser dividida ni rota, sino que echarán la suerte para saber a quién le toca revestirse de Cristo. (cf Jn 19,24)... Es el símbolo de la unidad que viene de arriba.
Homilía: Una mano llena de remedios diversos
«Por el dedo de Dios expulso yo los demonios» (Lc 11,20)Mariana: SC 72
«Que tu mano salvadora me ayude porque he elegido tus decretos» (cf Sal 118,173). El Hijo único del Padre es llamado mano de Dios porque por él todo fue hecho. Esta mano actuó en la encarnación, no sólo dejando a su madre sin herida alguna, sino, según el testimonio de los profetas, asumiendo nuestras enfermedades y cargando con nuestros sufrimientos (cf Is. 53,4).
Ciertamente, esta mano, llena de remedios diversos, ha curado toda enfermedad. Ha alejado todas las causas de la muerte; ha resucitado a los muertos; ha derrocado las puertas del infierno; ha encadenado al fuerte y lo ha desarmado; ha abierto los cielos; ha derramado el Espíritu de amor en les corazones de los suyos. Esta mano libera a los presos y devuelve la luz a los ciegos; levanta a los caídos; ama a los justos y guarda a los forasteros; acoge al huérfano y a la viuda. Saca de la tentación a los que están a punto de caer; reconforta a los que sufren; devuelve la alegría a los afligidos; abriga bajo su sombra a los pobres; escribe para los que quieren meditar su ley; toca y bendice los corazones que oran; los robustece en el amor por su contacto; los hace progresar y perseverar en su empeño. En fin, los conduce a la patria; los lleva al Padre.
Porque se hizo carne para atraer al hombre a través de su Humanidad, para reconducir en el amor a la oveja descarriada al Padre todopoderoso e invisible. Porque la oveja perdida, por haberse alejado de Dios, había caído «en la carne», era necesario que esta mano, hecha hombre, la levante por su humanidad, para conducirla al Padre, en el Espíritu del amor.
Catequesis: Recoger con Cristo es vivir como Él vivió
«El que no recoge conmigo,desparrama» (Lc 11, 23)27 : SC 113,116-118
Los que son amigos de Dios y le aman, los que lo poseen en su interior como un tesoro inviolable, acogen los insultos y las humillaciones con una alegría y una felicidad indecibles (Mt 5,10-12). Rebosan amor y un amor sincero hacia los que les hacen sufrir todo esto, como bienhechores... El que no conoció caída alguna, el Señor Jesús nuestro Dios, fue golpeado, para que los pecadores que le imitan no sólo reciban el perdón sino que lleguen a participar de su divinidad por su obediencia. El que no acepta las afrentas con humildad de corazón, el que se avergüenza de imitar los sufrimientos de su Maestro, entonces, también Cristo se avergonzará de él, en presencia de los ángeles (Lc 9,26) ...
Fue abofeteado, cubierto de escupitajos, crucificado: estremeceos, hombres, temblad, y soportad también vosotros con alegría los insultos que Dios sufrió por nuestra salvación. Dios recibe una bofetada del último de sus siervos (Jn 18,22) para darte un ejemplo de victoria; ¿y tú no aceptas el mismo tratamiento por parte de uno de tus semejantes? Si te averguenzas de llegar a ser imitador de Dios, ¿cómo reinarás con él? Si, esperándolo, no eres paciente en las vejaciones, ¿cómo serás glorificado con él en el Reino de los cielos?
Sobre Josué: El combate espiritual
«Estaba Jesús echando un demonio mudo» (Lc 11,14)15, 1-4: SC 71, 331-345
En la guerra contra los moabitas y amonitas, Josué [que lleva el mismo nombre que Jesús] «mató a todos los reyes con la espada» (Jos 11,12). Estábamos todos «bajo el domino del pecado» (Rm 6,12); todos, todos estábamos bajo el dominio de las malas pasiones… Cada uno mantenía en sí un rey particular que reinaba en él y le dominaba. Por ejemplo, a uno le dominaba la avaricia, a otro el orgullo, a otro la mentira; a uno le dominaban las pasiones carnales, otro sufría el reino de la cólera… Había, pues, en cada uno de nosotros y antes de tener fe, un reino de pecado.
Pero cuando vino Jesús, mató a todos los reyes que detentaban en nosotros los reinos del pecado, y nos enseñó a matarlos a todos sin dejar escapar a ninguno. Si se conserva en vida, aunque sea uno tan sólo, no se podrá pertenecer al ejercito de Jesús… Porque el Señor Jesús nos ha purificado de toda clase de pecado; los ha destruido a todos. En efecto, todos «nosotros con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera de camino; éramos esclavos de pasiones y placeres de todo género, nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros» (Tt 3,3), con todas las clases de pecados que se encontraban en los hombres antes de creer. Es muy verdadero decir que Jesús mató a todos los que salían para armar guerra; porque no hay pecado tan grande que Jesús no pueda poner sus pies encima, él que es el Verbo y la «Sabiduría de Dios» (1Co, 1,24). Él triunfa de todo, es vencedor de todo.
¿No creemos que todos los pecados, cualesquiera que sean, son echados fuera de nosotros cuando venimos al bautismo? Es lo que dice el apóstol Pablo quien después de haber enumerado todas las clases de pecados, añade finalmente: «Así erais algunos. Pero os lavaron, os consagraron, os perdonaron invocando al Señor Jesucristo y al Espíritu de nuestro Dios» (1Co 6,11).
Si las guerras (del Antiguo Testamento) no fueran símbolo de las guerras espirituales, pienso que nunca los libros históricos de los judíos se hubieran transmitido a los discípulos de Cristo que ha venido para traer la paz. Nunca los hubieran transmitido los apóstoles como lectura pública en las asambleas. ¿A qué servirían tales descripciones de guerras a aquellos que oyen a Jesús que dice: «La paz os dejo, mi paz os doy», (Jn 14,27) a aquellos a quienes manda Pablo: «No os toméis la justicia por vuestra mano.» (Rm 12,19) y «¿No sería preferible soportar la injusticia y permitir ser despojados?» (1Cor 6,7)
Pablo sabe muy bien que ya no tenemos que ganar batallas materiales sino que hay que luchar con gran esfuerzo en nuestra alma contra nuestros adversarios espirituales. Como un jefe de ejército, nos da este precepto a los soldados de Cristo: «Revestios de las armas que Dios os ofrece para que podáis resistir a las asechanzas del diablo.» (Ef 6,11) Y para poder aprovecharnos de los ejemplos de nuestros antepasados en las guerras espirituales, quiso que sea leído en la asamblea el relato de sus hazañas. Así, si somos hombres espirituales, nosotros que sabemos que la ley es «espiritual» (cf Rm 7,14) nos acercamos en estas lecturas a las realidades espirituales en términos espirituales. (cf 1Cor 2,13) Así contemplamos a través de estas naciones que atacaron materialmente al pueblo de Israel, el poder de las «naciones espirituales» enemigas interiores, los espíritus malos que están en el aire (cf Ef 6,12) que levantan las guerras contra la Iglesia del Señor, el nuevo Israel.
El Reino de Jesús: El Reino de Dios ocurre “en” nosotros
«El reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc 14,20)3, 4 (Liturgia de las Horas, Viernes XXXIII Tiempo Ordinario)
Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los consume y complete en nosotros y en toda su Iglesia. Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico (Ef 5,30).
El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido, quiere completarlos en nosotros. Por esto, san Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud (Ef 4,13)... El mismo apóstol dice, en otro lugar, que él completa en su carne los dolores de Cristo (Col 1,24)...
De este modo, el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos los estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en nosotros los misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos una vida espiritual e interior, escondida con él en Dios.
Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con él y en él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal…
Según esto, los misterios de Cristo no estarán completos hasta el final de aquel tiempo que él ha destinado para la plena realización de sus misterios en nosotros y en la Iglesia, es decir, hasta el fin del mundo.
Audiencia General: Reconocer la gravedad el pecado
«El que no está conmigo está contra mí» (Lc 11,23)nn. 1-4, 25-08-1999
[…] El Nuevo Testamento subraya con fuerza la autoridad de Jesús sobre los demonios, que expulsa «por el dedo de Dios» (Lc 11, 20). Desde la perspectiva evangélica, la liberación de los endemoniados (cf. Mc 5, 1-20) cobra un significado más amplio que la simple curación física, puesto que el mal físico se relaciona con un mal interior. La enfermedad de la que Jesús libera es, ante todo, la del pecado…
Para combatir el pecado que anida dentro de nosotros y en nuestro entorno, debemos seguir los pasos de Jesús y aprender el gusto del «sí» que él dijo continuamente al proyecto de amor del Padre. Este «sí» requiere todo nuestro esfuerzo, pero no podríamos pronunciarlo sin la ayuda de la gracia, que Jesús mismo nos ha obtenido con su obra redentora.
2. Al dirigir nuestra mirada ahora al mundo contemporáneo, debemos constatar que en él la conciencia del pecado se ha debilitado notablemente. A causa de una difundida indiferencia religiosa, o del rechazo de cuanto la recta razón y la Revelación nos dicen acerca de Dios, muchos hombres y mujeres pierden el sentido de la alianza de Dios y de sus mandamientos. Además, muy a menudo la responsabilidad humana se ofusca por la pretensión de una libertad absoluta, que se considera amenazada y condicionada por Dios, legislador supremo.
El drama de la situación contemporánea, que da la impresión de abandonar algunos valores morales fundamentales, depende en gran parte de la pérdida del sentido del pecado. A este respecto, advertimos cuán grande debe ser el camino de la «nueva evangelización». Es preciso hacer que la conciencia recupere el sentido de Dios, de su misericordia y de la gratuidad de sus dones, para que pueda reconocer la gravedad del pecado, que pone al hombre contra su Creador. Es necesario reconocer y defender como don precioso de Dios la consistencia de la libertad personal, ante la tendencia a disolverla en la cadena de condicionamientos sociales o a separarla de su referencia irrenunciable al Creador.
3. También es verdad que el pecado personal tiene siempre una dimensión social. El pecador, a la vez que ofende a Dios y se daña a sí mismo, se hace responsable también del mal testimonio y de la influencia negativa de su comportamiento. Incluso cuando el pecado es interior, empeora de alguna manera la condición humana y constituye una disminución de la contribución que todo hombre está llamado a dar al progreso espiritual de la comunidad humana...
4. La «nueva evangelización» afronta este desafío. Debe esforzarse para que todos los hombres recuperen la certeza de que en Cristo es posible vencer el mal con el bien. Es preciso educar en el sentido de la responsabilidad personal, vinculada íntimamente a los imperativos morales y a la conciencia del pecado. El camino de conversión implica la exclusión de toda connivencia con las estructuras de pecado que hoy particularmente condicionan a las personas en los diversos ambientes de vida.
Audiencia General: Victoria sobre el poder del mal
«El reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc 11,20)15-06-1998
[...] 4. Jesús dio a conocer de varias formas a sus oyentes la venida del reino de Dios. Son sintomáticas las palabras que pronunció a propósito de la "expulsión del demonio" fuera de los hombres y del mundo: "... si por el dedo de Dios expulso yo a los demonios..., es que ha llegado a vosotros el reino de Dios" (Lc 11, 20). El reino de Dios significa, realmente, la victoria sobre el poder del mal que hay en el mundo y sobre aquel que es su principal agente escondido. Se trata del espíritu de las tinieblas, dueño de este mundo; se trata de todo pecado que nace en el hombre por efecto de su mala voluntad y bajo el influjo de aquella arcana y maléfica presencia. Jesús, que ha venido para perdonar los pecados, incluso cuando cura de las enfermedades, advierte que la liberación del mal físico es señal de la liberación del mal más grave que arruina el alma del hombre...
Catecismo de la Iglesia Católica
Catecismo de la Iglesia Católica: El problema fundamental que Jesús vino a resolver
«Cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín» (Lc 14,22)nn. 547-550
547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).
549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. Lc 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.
550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: Regnavit a ligno Deus ("Dios reinó desde el madero de la Cruz", [Venancio Fortunato, Hymnus "Vexilla Regis": MGH 1/4/1, 34: PL 88, 96]).
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
Tiempo de Cuaresma: Jueves IIICatena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Cirilo
14-16. Una vez hecho este milagro el pueblo lo ensalzaba haciéndolo público y dándole la gloria que conviene a Dios. Por esto sigue: «Y todas las gentes quedaron muy admiradas» (in Cat. graec. Patr).
Otros, estimulados por los mismos aguijones de la envidia, le pedían que hiciese milagros; por esto sigue: «Y otros por tentarle le pedían les hiciese ver algún prodigio del cielo». Como diciendo: Aun cuando arrojas los demonios del cuerpo de un hombre, no es prueba suficiente de la obra divina; todavía no hemos visto algo que pueda compararse con los primitivos milagros: Moisés pasó al pueblo de Israel por medio del mar (Ex 12); Josué, que le sucedió, detuvo al sol en Gabaón (Jos 10). Pero tú no nos has hecho ver nada de esto. Al pedir, pues, milagros estupendos, daban a conocer cuáles eran entonces sus pensamientos respecto de Jesucristo (in Cat. graec. Patr).
17-20. Fueron judíos los discípulos de Jesucristo, pues procedían de los judíos según la carne, los cuales habían recibido de Cristo poder sobre los espíritus inmundos, y en el nombre de Cristo libraban de ellos a los poseídos. Por tanto, cuando vuestros hijos venzan a Satanás en mi nombre, ¿no es una gran insensatez decir que yo tengo este poder de Beelzebub? Así vosotros seréis condenados por la fe de vuestros hijos. De aquí sigue: «Por esto serán ellos vuestros jueces» (in Cat. graec. Patr).
Luego si lo que dices tiene carácter de calumnia, resulta que yo arrojo los demonios por medio del Espíritu de Dios. Por esto sigue: «Mas si con el dedo de Dios lanzo los demonios, ciertamente llegó a vosotros el reino de Dios» (in Cat. graec. Patr).
O bien es llamado el Espíritu Santo dedo de Dios, como el Hijo es llamado la mano y el brazo del Padre; pues el Padre lo hace todo por El. Como el dedo no está separado de la mano sino que está unido naturalmente a ella, así el Espíritu Santo está unido al Hijo consustancialmente, y el Hijo todo lo hace por El (in Thesauro, lib. 13, cap. 2).
Por esto se dice muy oportunamente: «El reino de Dios ha llegado a vosotros»; esto es, si yo, siendo hombre, en virtud del Espíritu divino arrojo los demonios, la naturaleza humana ha sido enriquecida en mí y viene el Reino de Dios (in Cat. graec. Patr).
21-23. Como era necesario por muchas razones rebatir las palabras de sus detractores, utiliza un ejemplo clarísimo, por medio del cual demuestra a los que lo quieran comprender que el príncipe de este mundo es vencido por el poder que El tiene, por eso dice diciendo: «Cuando el fuerte armado guarda su atrio», etc (in Cat. graec. Patr).
Antes de la venida del Salvador usó de mucha violencia en el mundo robando los rebaños ajenos -esto es, los de Dios- y conduciéndolos, por decirlo así, a su propio redil (in Joan, lib. 10, cap. 11).
Después que el Verbo del sumo Dios, dador de toda fortaleza y Señor de todas las virtudes, se hizo hombre, lo acometió y le quitó sus armas (in Joan, lib. 10, cap. 11).
Porque los judíos que desde hacía tiempo habían sido seducidos por él por el error y la ignorancia acerca de Dios, han sido llamados por los Santos apóstoles hacia el anuncio de la verdad y ofrecidos a Dios Padre por la fe que prestaban al Hijo (in Joan, lib. 10, cap. 11).
Como diciendo (Mt 12,45): Yo he venido a reunir a los hijos de Dios dispersados por el demonio; y el mismo Satanás, como no está conmigo, procura esparcir lo que yo he reunido y salvado. ¿Cómo, pues, ha de darme el poder el que combate todos mis designios? (in Joan, lib. 10, cap. 11)
San Juan Crisóstomo, hom. 42, in Matth
17-20. Siendo inconveniente la sospecha de los fariseos, no se atrevían a publicarla por miedo a la muchedumbre, sino que la desenvolvían dentro de su conciencia. Por esto sigue: «El, cuando vio los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, será asolado».
No respondía según las Escrituras, porque no les prestaban atención, falseándolas en su explicación, sino según lo que generalmente sucede. Porque la casa y la ciudad, una vez divididas, se destruyen prontamente, y lo mismo un reino que es lo que hay de más fuerte, siendo la unión de los súbditos la que afirma los reinos y las casas. Ahora bien, dice, si yo lanzo a los demonios por arte del demonio, los demonios están divididos y concluye su poder. Por esto añade: «Pues si Satanás está también dividido contra sí mismo, ¿cómo ha de subsistir?», etc. Porque Satanás no lucha contra sí mismo, ni hace daño a sus satélites, sino más bien afirma su reino. Luego sólo resta decir que yo destruyo a Satanás por poder divino.
Esta es la primera solución, pero la segunda (que se refiere a los discípulos) es la que da en seguida diciendo: «Y si yo por virtud de Beelzebub lanzo los demonios: ¿vuestros hijos por quién los lanzan?». No dice mis discípulos, sino vuestros hijos, queriendo calmar su furor.
Porque, puesto que hay entre vosotros quien me obedece, claro es que condenará a los que obran en contrario.
Dice «sobre vosotros», para atraerlos. Como diciendo: Si os vienen los días de la prosperidad, ¿por qué os hastiáis de vuestros bienes?
21-23. Llama fuerte al diablo, no porque lo sea por naturaleza, sino dando a conocer su antigua tiranía, causada por nuestra debilidad.
Después pone la cuarta solución cuando añade: «Quien no está conmigo está contra mí». Como diciendo: yo quiero ofrecer los hombres a Dios y Satanás todo lo contrario. ¿Cómo, pues, el que no coopera conmigo, sino que disipa lo que es mío, puede estar conforme conmigo para arrojar a los demonios? Prosigue: «Y el que no recoge conmigo, desparrama».
Pero si el que no coopera es adversario, mucho más lo es el que se me opone. Me parece que en esta alegoría alude a los judíos igualándolos con el demonio, pues ellos obraban contra El y dispersaban a los que El congregaba.
Beda
14-16. Admirándose siempre las turbas -que parecían menos instruídas- de los hechos del Señor, los escribas y los fariseos se esforzaban en negarlos o en darles mala interpretación, haciéndolos aparecer no como obra de la divinidad, sino del espíritu inmundo. Por esto sigue el evangelista: «Mas no faltaron allí algunos que dijeron»: «Por arte de Beelzebub, príncipe de los demonios, echa El los demonios». Beelzebub era el dios de Accaron [1]; Beel es lo mismo que Baal y Zebub quiere decir mosca. Por tanto, Beelzebub viene a significar el señor de las moscas [2], de cuyo asqueroso rito tomó el nombre el príncipe de los demonios.
17-20. No responde a lo que han dicho sino a lo que piensan, para que se viesen compelidos a creer en el poder de Aquel que veía los secretos del corazón.
El reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo tampoco está dividido, sino que está establecido con estabilidad eterna. Renuncien, pues, los arrianos a sostener que el Hijo es menor que el Padre, y el Espíritu Santo menor que el Hijo, porque los que tienen el mismo reino tienen la misma majestad.
O bien, designa como hijos de los judíos a los exorcistas de aquella gente que arrojaban a los demonios invocando a Dios; como diciendo: si la expulsión de los demonios en vuestros hijos se atribuye a Dios y no a los demonios, ¿por qué cuando se trata de mí no ha de reconocer igual causa la misma obra? Luego ellos mismos serán vuestros jueces, no por poder sino por comparación; porque ellos atribuyen a Dios la expulsión de los demonios y vosotros a Beelzebub, príncipe de los demonios.
21-23. Llama su atrio [3] al mundo, porque está ocupado por la malicia (1Jn 5,19) teniendo en él todo poder hasta la venida del Salvador, como que descansaba en los corazones de los infieles sin contradicción ninguna, pero fue vencido por uno más fuerte en poder, Cristo, que al liberar a todos los hombres lo expulsó del mismo, por esto añade: «Pero si sobreviniendo otro más fuerte que él lo venciere», etc.
Sus armas son la astucia, el engaño y la torpeza espiritual; y sus restos son los hombres engañados por él.
Jesucristo como vencedor distribuye los restos -lo cual es señal de triunfo-, porque conduciendo cautiva a la cautividad, repartió sus dones a los hombres; esto es, ordenando que unos sean apóstoles, otros evangelistas, otros profetas y otros pastores y doctores (Ef 4).
Notas
[1] Accaron o Eqrón: ciudad filistea.
[2] O también: señor del estiércol.
[3] Por extensión se refiere a la casa.
San Ambrosio
17-20. También da a conocer en esto que su reino es indisoluble y eterno; y por tanto, a los que no esperan en Jesucristo, sino que creen que arroja a los demonios en virtud del príncipe de los demonios, les niega que sean de su reino eterno, lo cual se refiere también al pueblo judío. En efecto, ¿cómo puede ser eterno el reino de los judíos, el pueblo guardián de la ley, cuando niega a Jesús anunciado por ella? Y así la fe del pueblo judío se contradice; contradiciéndose se divide; dividiéndose se destruye; y por tanto, el reino de la Iglesia subsistirá siempre, porque su fe es indivisible y su cuerpo es uno solo.
Por la unión de nuestros miembros, además, no puede dividirse nuestra fuerza, puesto que no puede haber división en lo que es indivisible; y por tanto, el nombre de dedo debe referirse a la unidad y no a la división del poder.
También manifiesta el fuerte poder que hay en el Espíritu Santo en quien está el Reino de Dios; y como el Espíritu Santo habita en nosotros, venimos a ser real morada suya.
Teofilato
14-16. Se llama mudo κωφος, (cofos), al que no habla y también al que no oye. Pero con más propiedad al que ni oye, ni habla. El que no ha oído desde que nació, necesariamente no habla porque se nos enseña a hablar por medio del oído. Pero si alguno pierde el oído por cualquier accidente, conserva, sin embargo, la facultad de hablar. Pero el que se presentó al Señor era mudo y sordo.
21-23. Sus armas son los pecados de toda clase, en los que confía para prevalecer contra los hombres.
Tito Bostrense, in Matth
14-16. Llama mudo y sordo al demonio, porque infunde las pasiones para que no se oiga la divina palabra; porque los demonios privando a los hombres de la aptitud para obrar bien, cierran el oído de nuestra alma. Por esto vino Jesucristo a arrojar al demonio, para que podamos oír la palabra de la verdad. Curó a uno para dar a todos la salud. Por esto sigue: «Y así que hubo echado al demonio, habló el mudo».
17-20. O bien dice: «el reino de Dios ha llegado a vosotros», para dar a entender que ha llegado contra vosotros y no a favor vuestro; terrible será la segunda venida de Jesucristo para los malos cristianos.
Remigio
14-16. Este endemoniado, según San Mateo, no sólo era mudo sino también ciego. Luego hizo tres milagros en un solo hombre. Siendo ciego ve, siendo mudo habla, estando poseído por el demonio queda libre. Esto se verifica todos los días en la conversión de los creyentes. Primeramente, expulsado el demonio, ven la luz de la fe y después se desatan en alabanzas al Señor aquellas bocas que antes eran mudas.
San Agustín
17-20. Lo que San Lucas llama dedo de Dios, San Mateo llama Espíritu de Dios. Y, sin embargo, no hay en esto disparidad; sino que más bien enseña que debemos conocer el sentido en que debemos entender las palabras «dedo de Dios» en cualquier lugar que las hallemos de la Sagrada Escritura (De cons. Evang., lib. 2, cap. 38).
Se llama al Espíritu Santo dedo de Dios, por la equitativa distribución de sus dones entre los hombres y los ángeles; puesto que en ningún miembro nuestro se hace la división más patente que en los dedos (De quaest. Evang. lib. 2, q. 17).
San Atanasio, orat. 2, contra Arrianos
17-20. Pero ahora, en razón de su humanidad, quiere el Señor aparecer menor al Espíritu Santo, diciendo que echa los demonios en virtud del citado Espíritu. Con ello da a conocer que no es suficiente la naturaleza humana para arrojar a los demonios; solo puede en virtud del Espíritu Santo.
San Basilio, in Esai, 18
21-23. Distribuyó también sus restos, mostrando el fiel amparo de los ángeles para la salud de los hombres.