Lc 11, 47-54: Advertencias a fariseos y escribas (iii) – Ni entráis ni dejáis entrar
/ 17 octubre, 2013 / San LucasTexto Bíblico
47 ¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres! 48 Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis mausoleos. 49 Por eso dijo la Sabiduría de Dios: “Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos de ellos los matarán y perseguirán”; 50 y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; 51 desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os digo: se le pedirá cuenta a esta generación. 52 ¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido!».
53 Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, 54 tendiéndole trampas para cazarlo con alguna palabra de su boca.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Orsiesio
Libro: Somos hombres de fe para salvar el alma
«Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos de ellos los matarán y perseguirán» (Lc 11,49)Libro que, al morir, legó a los hermanos, nn. 23, 35. 38: ed. Lefort, Louvain 1932, 124-125; 132-134.
Seamos iguales, hermanos, desde el más pequeño hasta el mayor, tanto el rico como el pobre, perfectos en la concordia y la humildad, para que también de nosotros pueda decirse: Al que recogía mucho, no le sobraba; y al que recogía poco, no le faltaba. Que nadie busque su propio regalo, mientras ve al hermano pasar apuros, no sea que tenga que oír el reproche del profeta: ¿No os creó el mismo Dios? ¿No tenemos todos un solo Padre? ¿Por qué, pues, cada cual se desentiende de su hermano profanando la alianza de vuestros padres? Judá traiciona, en Israel se cometen abominaciones Por eso y de acuerdo con lo que el Señor y Salvador ordenó a sus apóstoles, diciendo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado; y en esto conoceréis que sois discípulos míos, nosotros debemos amarnos mutuamente y dar pruebas de que realmente somos siervos de nuestro Señor Jesucristo y discípulos de los cenobios.
El que camina de día no tropieza; en cambio, el que camina en la noche tropieza, porque carece de luz. Pero nosotros —como dice el Apóstol— no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Y en otro lugar: Todos sois hijos de la luz e hijos de Dios; no lo sois de la noche ni de las tinieblas Luego si somos hijos de la luz, debemos conocer lo que es propio de la luz y producir frutos de luz fructificando en toda obra buena: porque lo que se manifiesta, luz es.
Si volvemos al Señor de todo corazón y con corazón sencillo seguimos los mandatos de sus, santos y de nuestro Padre, abundaremos en toda clase de obras buenas. Pero si nos dejamos vencer por los placeres de la carne, en pleno día iremos palpando la pared como si de medianoche se tratara, y no encontraremos el camino de la ciudad donde habitamos, de la que se dice: Pasaban hambre y sed, se les iba agotando la vida, por haber despreciado la ley que Dios les entregó, y no haber escuchado la voz de los profetas; por eso no pudieron llegar al descanso prometido.
Siendo tan grande la clemencia de nuestro Señor y Salvador, que nos incita a la salvación, volvamos a él nuestros corazones, pues ya es hora de espabilarse. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Hijitos míos, amemos en primer lugar a Dios con todo el corazón, y luego amémonos mutuamente unos a otros, acordándonos de los mandamientos de nuestros Dios y Salvador, en los que nos dice: La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Cirilo, in Cat. graec. Patr
47-48. Después que reprendió las duras prácticas de los doctores de la ley, dirige sus cargos contra todos los príncipes de los judíos, diciéndoles: «¡Ay de vosotros que fabricáis mausoleos a los profetas, después que vuestros mismos padres los mataron!»
Aunque dice terminantemente a esta generación, no se refiere sólo a los que están presentes y lo oyen, sino a todos los homicidas; puesto que comprende a todos los que son semejantes.
52. La llave de la ciencia es la misma ley, porque era la sombra y la figura de la justicia de Jesucristo. Convenía, por tanto, que los doctores que examinaban la ley de Moisés y los testimonios de los profetas, abriesen, digámoslo así, las puertas del conocimiento de Jesucristo al pueblo judío. Sin embargo no lo hicieron; más bien, por el contrario, desacreditaban los milagros divinos y clamaban contra su doctrina: ¿Por qué lo oís? Así, pues, se alzaron con la llave de la ciencia (esto es, la quitaron). Por lo cual dice: «Vosotros mismos no habéis entrado, y a los que iban a entrar se lo habéis prohibido». Pero también la fe es la llave de la ciencia, porque el conocimiento de la verdad se alcanza por la fe, según las palabras de Isaías ( Is 7,9): «Si no creyereis, no entenderéis». Los doctores de la ley, por tanto, se habían apoderado de la llave de la ciencia, no permitiendo que creyesen los hombres en Jesucristo.
53-54. Se toma la palabra insistir por instar, amenazar o embravecerse. Empezaron, pues, a interrumpir la palabra del Señor de muchos modos; por esto sigue: «Y a pretender taparle la boca de muchas maneras».
San Ambrosio
47-48. Este pasaje es muy oportuno contra la muy vana superstición de los judíos, que, fabricando sepulcros a los profetas, condenaban las acciones de sus padres; y sin embargo, imitando los pecados de sus padres, atraían sobre sí su condenación. Aquí no reprende la edificación, sino la emulación del crimen. Por esto añade: «Verdaderamente dais a entender que aprobáis», etc.
Beda
47-51. Fingían, en efecto, para captarse el amor del pueblo, que miraban con horror la perfidia de sus padres, adornando con magnificencia los sepulcros de los profetas que ellos habían muerto; pero en esto mismo manifiestan cuánto consentían en la iniquidad de sus padres, injuriando al Señor anunciado por los profetas. Por lo cual dice: «Por eso dijo también la sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y matarán a unos y perseguirán a otros».
Si, pues, la misma sabiduría de Dios es la que ha enviado profetas y apóstoles, dejen de sostener los herejes que Jesucristo tiene su principio en la Virgen, y que uno es el Dios de la ley y los profetas y otro distinto el del Nuevo Testamento. Aunque también muchas veces los apóstoles llaman profetas en sus escritos no sólo a los que anuncian la futura encarnación de Jesucristo, sino a los que predicen las futuras alegrías del reino de los cielos. Pero de ningún modo creo que éstos deban ser considerados de rango superior a los apóstoles.
Se pregunta ¿por qué razón se exige de esta generación de judíos la sangre de todos los profetas y de los justos, siendo así que muchos de los santos -antes y después de la encarnación- habían sido muertos por otras naciones? Pero es costumbre en las Sagradas Escrituras el dividir a los hombres en dos generaciones, la de los buenos y la de los malos.
No es de admirar que desde la sangre de Abel, que fue el primero que sufrió el martirio, les exija su responsabilidad. Pero ¿por qué dice hasta la sangre de Zacarías, siendo así que muchos fueron muertos después de él hasta el nacimiento de Jesucristo, y aun en este mismo tiempo fueron degollados muchos inocentes? Quizá porque Abel fue pastor de ovejas y Zacarías sacerdote, habiendo sido muerto el primero en el campo y el segundo en el atrio del templo, representando con sus nombres los dos órdenes de mártires: el de los seglares y el de los sacerdotes.
53-54. Cuán verdaderos son los crímenes de perfidia, de disimulo y de impiedad -imputados a los fariseos y los doctores de la ley-, lo manifiestan ellos mismos, puesto que, en vez de arrepentirse, se oponen insidiosamente al doctor de la verdad. Sigue, pues: «Diciéndoles estas cosas, los fariseos y los doctores de la ley comenzaron a instar fuertemente».
San Agustín. De quaest. Evang., lib. 2, quaest. 23
52. También puede decirse que la llave de la ciencia es la humildad de Jesucristo, la que no querían conocer los doctores de la ley, ni permitían que la conociesen los demás.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Francisco, papa.
Homilía (17-10-2013): Discípulos de Cristo y no de la ideología.
Misa Matutina en la Domus Sanctae Marthae. Jueves 17 de octubre de 2013.
«Le tendían trampas para cazarlo con alguna palabra en su boca» (Lc 11,54).
Cuando un cristiano se convierte en discípulo de la ideología, ha perdido la fe y ya no es discípulo de Jesús. Y el único antídoto contra tal peligro es la oración.
«Ay de vosotros, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia; vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido». En esto podemos ver la imagen de una iglesia cerrada en la que la gente que pasa delante no puede entrar y de donde el Señor que está dentro no puede salir. De aquí la referencia a esos cristianos que tienen en su mano la llave y se la llevan, no abren la puerta; o peor, se detienen en la puerta y no dejan entrar.
¿Pero cuál es la causa de todo ello? La falta de testimonio cristiano, que se presenta aún más grave si el cristiano en cuestión es un sacerdote, un obispo, un Papa. Por lo demás, Jesús es muy claro cuando dice: «Id, salid hasta los confines del mundo. Enseñad lo que yo he enseñado. Bautizad, id a las encrucijadas de los caminos y traed a todos dentro, buenos y malos». Así dice Jesús. ¡Todos dentro!.
En el cristiano que asume esta actitud de “llave en el bolsillo y puerta cerrada” existe todo un proceso espiritual y mental que lleva a que la fe pase por un alambique transformándola en ideología. Pero la ideología no convoca. En las ideologías no está Jesús. Jesús es ternura, amor, mansedumbre, y las ideologías, de cualquier sentido, son siempre rígidas. Se corre el riesgo de hacer al cristiano discípulo de esta actitud de pensamiento antes que discípulo de Jesús.
Por ello sigue siendo actual el reproche de Cristo: Vosotros os habéis llevado la llave del conocimiento, pues el conocimiento de Jesús se ha transformado en un conocimiento ideológico y también moralista, según el mismo comportamiento de los doctores de la ley que cerraban la puerta con tantas prescripciones. Hay al respecto otra advertencia de Cristo —contenida en el capítulo 23 del Evangelio de Mateo— contra escribas y fariseos que lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros. Es precisamente a causa de estas actitudes que se desencadena un proceso por el que la fe se convierte en ideología ¡y la ideología espanta! La ideología expulsa a la gente y aleja a la Iglesia de la gente.
Es una enfermedad grave ésta de los cristianos ideólogos; una enfermedad no nueva. Ya había hablado de ello el apóstol Juan en su primera carta, describiendo a los cristianos que pierden la fe y prefieren las ideologías: su actitud es hacerse rígidos, moralistas, “eticistas”, pero sin bondad. Entonces es necesario preguntarse qué provoca en el corazón de ese cristiano, de ese sacerdote, de ese obispo, o de ese Papa una actitud así. La respuesta es sencilla: Ese cristiano no reza. Y si no hay oración, se cierra la puerta. Así que la llave que abre la puerta a la fe es la oración. Porque cuando un cristiano no ora, su testimonio es soberbio. Y él mismo es un soberbio, es un orgulloso, es uno seguro de sí, no es humilde. Busca la propia promoción. En cambio, cuando un cristiano ora, no se aleja de la fe: habla con Jesús.
Pero el verbo orar no significa decir oraciones, porque también los doctores de la ley decían muchas oraciones, pero sólo para hacerse ver. En efecto, una cosa es orar y otra es decir oraciones. En este último caso se abandona la fe, transformándola precisamente en ideología moralista y sin Jesús.
Quienes oran como los doctores de la ley reaccionan de igual modo cuando un profeta o un buen cristiano les reprocha, utilizando el mismo método que se usó contra Jesús: «Al salir de allí los escribas y los fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, tendiéndole trampas para cazarle con alguna palabra de su boca». Porque estos ideólogos son hostiles e insidiosos. ¡No son transparentes! Y, pobrecitos, ¡son gente ensuciada por la soberbia!.
Pidamos al Señor la gracia de no dejar nunca de orar para no perder la fe y de permanecer humildes a fin de no transformarse en personas cerradas que cierran el camino al Señor.
San Balduino de Ford, abad
Obras: Muriendo, mató el odio.
El Sacramento del altar, II, 1.
«Empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con preguntas capciosas» (Lc 11,53).
«Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único» (Jn 3,16). Este Hijo único «se entregó a sí mismo», no porque haya prevalecido la voluntad de sus enemigos, sino «porque él mismo quiso» (Is 53, 10-11). Amó a los suyos, y los amó hasta el fin» (Jn 13,1). El fin es la muerte aceptada por los que ama; este es el fin de toda perfección, el fin del amor perfecto, porque «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).
Los que han derramado la sangre de Cristo no lo han hecho con el fin de borrar los pecados del mundo… Pero, inconscientemente, han sido servidores del plan de salvación. La salvación del mundo que se seguiría, no era debida a su poder, ni a su voluntad, ni a su intención, ni a su acto, sino únicamente al poder, a la voluntad, a la intención y al acto de Dios. En efecto, en esta efusión de sangre, no era sólo el odio de sus perseguidores quien actuaba, sino también el amor del Salvador. El odio ha hecho su propia obra de odio, el amor ha hecho su obra de amor. No es el odio sino el amor el que realiza la salvación.
Este amor de Cristo ha sido, en su muerte, más poderoso que el odio de sus enemigos; el odio tan sólo pudo hacer lo que el amor le permitió. Judas, o los enemigos de Cristo, lo entregaron a la muerte por un malvado odio. El Padre entregó a su Hijo, el Hijo se entregó a sí mismo por amor (Rm 8,32; Gal 2,20). Sin embargo, el amor no es el culpable de la traición; es inocente incluso cuando Cristo muere por amor. Porque tan sólo el amor puede hacer impunemente lo que le parece bien. Tan sólo el amor puede constreñir a Dios y, por decirlo de alguna manera, mandarle. Es el amor lo que le ha hecho descender del cielo y ponerlo en la cruz, es el amor el que ha hecho derramar la sangre de Cristo por la remisión de los pecados en un acto tan inocente como saludable. Nuestra acción de gracias por la salvación del mundo se debe, pues, al amor. Y es él mismo el que nos impele, por una lógica que constriñe, a amar a Cristo tanto como se le ha podido odiar.
Derramando la sangre de Cristo, el odio se derramó él mismo, «para que se revelaran los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,35). También el amor, derramando la sangre de Cristo, se derramó él mismo para que el hombre sepa cuánto Dios le ama: «hasta el punto de no ahorrar a su propio Hijo» (Rm 8,32). «Porque tanto amó Dios al mundo que le ha entregado su Hijo único» (Jn 3,16).
Este Hijo único ha sido ofrecido, no porque la voluntad de sus enemigos haya prevalecido, sino porque él mismo lo ha querido. «Ha amado a los suyos, y los ha amado hasta el fin» (Jn 13,1). El fin es la muerte aceptada en bien de los que ama : éste es el fin de toda perfección, el fin del amor perfecto. «Porque no hay amor más grande que el que da la vida por los que ama» (Jn 15,13).
San Gregorio Nacianceno, obispo y doctor de la Iglesia
Discurso: No desprecies a Cristo.
Tercer discurso teológico.
«A algunos los matarán y los perseguirán» (Lc 11,49).
Aquel que desprecias ahora fue en su momento superior a ti. Aquel que es hombre ahora fue eternamente perfecto anteriormente. Está en el principio sin causa. Luego se sometió a las contingencias de este mundo… Para salvarte, tú que le insultas, tú que desprecias a Dios porque ha tomado tu basta naturaleza…
Lo envolvieron en pañales… se levantó de la tumba y se liberó de las vendas de la muerte… Lo acostaron en un pesebre y fue glorificado por los ángeles, anunciado por una estrella, adorado por los magos… Huyó a Egipto, pero liberó a los egipcios de sus supersticiones… Ha conocido la fatiga y es el descanso para todos los que acuden a él… Se deja llamar “samaritano y poseído por el diablo” pero él cura al que cae en manos de bandoleros y salva a los hombres de los espíritus malignos… Él ora y escucha las oraciones de los hombres. Llora y enjuga las lágrimas de los otros. Fue vendido por un precio y rescata el mundo a un precio: su propia sangre.
Como una oveja que se lleva al matadero, él conduce a las ovejas de Israel a buenos pastizales. Como una oveja que no abre la boca, siendo él la Palabra anunciada por la voz de aquel que llama en el desierto. Fue herido y llagado y cura toda enfermedad y toda debilidad. Fue levantado en el madero, clavado en la cruz, él que restauró nuestra dignidad en el árbol de la vida… Muere pero da vida destruyendo la muerte. Fue sepultado pero resucitó y, subiendo a los cielos, libra a las almas del infierno.
San Juan Pablo II, papa
Catequesis (14-03-1990): La idolatría lleva al odio contra Dios.
Audiencia General, Miércoles 14 de marzo de 1990.
«A esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas» (Lc 11,50).
1. La experiencia de los profetas del Antiguo Testamento pone de manifiesto de manera especial el vínculo existente entre la palabra y el espíritu. El profeta habla en nombre de Dios y gracias al Espíritu. La misma Escritura es palabra que viene del Espíritu, su registración de duración perenne. La Escritura es santa (“Sagrada”) por razón del Espíritu que, mediante la palabra oral o escrita, ejerce su eficacia.
Incluso en algunos que no son profetas, la intervención del espíritu suscita la palabra. Así en el primer libro de las Crónicas, donde se recuerda la adhesión a David de los “valientes” que reconocieron su realeza, se lee que “el espíritu revistió a Amasay, jefe de los Treinta (valientes), y le hizo dirigir a David las palabras: “¡Contigo!… ¡Paz, paz a ti! ¡Y paz a los que te ayuden, pues tu Dios te ayuda a ti!”. Y “David los recibió y los puso entre los jefes de sus tropas” (1 Cro 12, 19). Más dramático es otro caso, narrado en el segundo libro de las Crónicas, y que será recordado por Jesús (cf. Mt 23, 25; Lc 11, 51). Dicho episodio tiene lugar en un período de decadencia del culto en el templo y de caída en las tentaciones de la idolatría en Israel. Al no haber escuchado los israelitas a los profetas enviados por Dios para que volviesen a Él, “entonces el espíritu de Dios revistió a Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá, el cual, presentándose delante del pueblo, les dijo: ‘así dice Dios: ¿Por qué traspasáis los mandamientos de Yahveh? No tendréis éxito; pues por haber abandonado a Yahveh, Él os abandonará a vosotros’. Mas ellos conspiraron contra Él, y por mandato del rey la apedrearon en el atrio de la Casa de Yahveh” (2 Cro 24, 20-21).
Son manifestaciones significativas de la conexión entre espíritu y palabra, presente en la mentalidad y en el lenguaje de Israel.
Comentarios exegéticos
Próximamente…