Lc 12, 1-7: Contra la hipocresía y el temor
/ 11 octubre, 2015 / San LucasTexto Bíblico
1 Mientras tanto, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, 2 pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. 3 Por eso, lo que digáis en la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digáis al oído en las recámaras se pregonará desde la azotea.
4 A vosotros os digo, amigos míos: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. 5 Os voy a enseñar a quién tenéis que temer: temed al que, después de la muerte, tiene poder para arrojar a la gehenna. A ese tenéis que temer, os lo digo yo. 6 ¿No se venden cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno solo de ellos se olvida Dios. 7 Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pájaros.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Juan Eudes, presbítero
Obras: Apoyémonos en la sola misericordia de Dios.
El Reino de Jesús, II, 30.
«Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis» (Lc 12,7a).
Nuestro amantísimo Salvador en diversos pasajes de las Sagradas Escrituras nos asegura que constantemente cuida de nosotros con desvelo; que nos lleva y llevará siempre en su regazo, sobre su corazón y en sus entrañas; y no se conforma con decírnoslo una o dos veces, sino que lo afirma y repite hasta cinco veces en el mismo pasaje.
Y en otro texto de Isaías nos asegura que si una madre llegara a olvidarse del hijo que un día llevó en su seno, El, sin embargo, jamás nos olvidaría y que ha escrito nuestro nombre en sus manos para no olvidarnos nunca; que si alguno nos tocara, lo heriría a El en la niña de sus ojos; que no tenemos por qué preocuparnos de lo necesario para la vida y el vestido, pues El en persona lo hace por nosotros ya que de sobra conoce nuestras necesidades ; que ha contado todos los cabellos de nuestra cabeza y que ninguno de ellos caerá sin su licencia; que su Padre nos ama igual que a El, y que su propio amor a nosotros es idéntico al que profesa a su Padre; Que El desea estemos en donde El esté, es decir que anhela vernos reposar en el mismo regazo de su Padre; que quiere vernos sentados con El en el mismo trono; y que, en una palabra, no seamos con El sino una misma y sola persona unida a la del Padre.
Tengamos cuidado de no apoyarnos nunca, ni en el poder o el favor de nuestros amigos, ni en nuestros bienes, ni en nuestro espíritu, ni en nuestro saber, ni en nuestras fuerzas, ni en nuestros buenos deseos y propósitos, ni en nuestra oración, ni siquiera en la confianza que podemos tener en Dios, ni en los medios humanos, ni en cosa alguna creada, sino únicamente en la sola misericordia de Dios. No quiero decir que no hayamos de servirnos de todas estas cosas, y hacer de nuestra parte todo lo que esté en nuestro poder para vencer los vicios, para ejercitarnos en la virtud y para llevar y cumplir las tareas que Dios nos ha confiado y cumplir con las obligaciones que derivan de nuestro estado. Pero debemos renunciar a todo apoyo y confianza que podamos tener en las cosas mencionadas, y fiarnos de la pura bondad de Nuestro Señor. De manera que debemos esforzarnos tanto y trabajar según nuestras fuerzas, como si nada esperáramos de Dios; y no obstante, no debemos apoyarnos en nuestro trabajo y cuidado, sino, como si no hiciéramos nada, esperar todo únicamente de la misericordia de Dios.
San Rafael Arnaiz Barón, monje trapense español
Escritos: Todo es necesario, todo está bien hecho.
Escritos del 11-08-1934 (Obras completas – Editorial Monte Carmelo, pp. 287.288.289, § 207.208).
«Temed al que tiene poder de arrojar en la gehenna» (Lc 12,5).
Dios me envía la cruz […], bendita sea, pues si, como dice Job «recibimos alegremente de la mano de Dios los bienes ¿por qué no recibir los males?» (2,10). Todo nos viene de Él, salud y enfermedad, bienes temporales, desgracias y reveses en la vida…, todo, absolutamente todo, lo tiene ordenado con perfección, y si alguna vez la criatura se rebela contra lo que Dios le manda, comete un pecado, pues todo es necesario y todo está bien hecho; y son necesarias las risas y las lágrimas, y de todo podemos sacar provecho para nuestra perfección, siempre que con espíritu de fe, veamos la obra de Dios en todo, y quedemos como niños en las manos del Padre, pues nosotros solos, ¿dónde vamos a ir? […]
Claro, que no trato de arrancarme esos sentimientos, solamente lo que Dios quiere de mí es perfeccionarlos, y para eso me lleva de aquí a allí como un juguete y dejando pedazos de corazón en todas partes. ¡¡Qué grande es Dios […], y que bien lo hace todo!! ¡Cuánto me quiere y qué mal correspondo! Su providencia es infinita y a ella nos debemos entregar sin reservas…
San [Padre] Pío de Pietrelcina, capuchino
Carta: Hacer el vacío de sí mismo.
Epistolario 979-980.
«No temáis» (Lc 12,7).
La verdadera razón por la cual no llegas a poder meditar, es ésta – ¡y no me equivoco! – Comienzas la meditación agitado y lleno de ansiedad.
Esto es suficiente para que nunca alcances lo que buscas, porque tu espíritu no está concentrado sobre la verdad que meditas y no hay amor en tu corazón. Esta ansiedad es vana. No sacarás de ella más que un gran cansancio espiritual y una cierta frialdad de alma, sobre todo a nivel afectivo. Contra ello no conozco otro remedio que este: salir de ese estado de ansiedad. Ello es, en efecto, uno de los mayores obstáculos para la práctica religiosa y la vida de oración. Nos pone en apuro para hacernos tropezar.
De ninguna manera quiero dispensarte de la meditación simplemente porque te parece que no sacas ningún provecho de ella. A medida que irás haciendo el vacío en ti mismo, verás como te iras desprendiendo de este apego a la humildad, y el Señor te hará el don de la oración que tiene guardado en su mano derecha.
Juan Pedro de Caussade, jesuita
El abandono a la Providencia divina.
Falta referencia.
«Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. No tengáis miedo» (Lc 12,7).
Cuando alguien es conducido por un guía que le lleva a un país desconocido, de noche, a través de los campos, sin camino trazado, según su intuición, sin consultar a otros y sin querer conocer su propósito, ¿puede escoger otro partido que el del abandono? ¿De qué sirve mirar dónde está, preguntar a los que pasan, consultar al mapa y a los viajeros? La intención… de un guía que quiere que se confíe en él será contraria a todo ello; se gozará confundiendo la inquietud y la desconfianza de un alma; quiere una entrega total a él…
La acción divina es esencialmente buena, no quiere, en absoluto, ser confirmada ni controlada; comienza desde la creación del mundo y desde aquel instante, desarrolla nuevas pruebas; no limita, en absoluto, sus operaciones ni se agota su fecundidad; ayer hizo aquello, hoy hace esto; es la misma acción que aplica en cada momento y con efectos siempre nuevos, y así se desplegará eternamente.
Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia, co-patrona de Europa
Diálogos: Bondad infinita de Dios.
Diálogo, 18.
«Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados» (Lc 12,7).
Dios me dijo: “Nadie se escapa de mi mano, porque yo soy el que soy. (Ex 3,14) y vosotros no sois por vosotros mismos. Existís por mí. Soy el creador de todas las cosas que participan de mi ser y no del pecado que no es creación mía. Por tanto el pecado no es digno de ser amado. La criatura me ofende porque ama lo que no tiene que amar, el pecado… Al hombre le es imposible de salir de mi ser. O bien, permanece en mí bajo el peso de la justicia que castiga sus faltas, o bien permanece en mí guardado por mi misericordia. Abre, pues, los ojos de tu inteligencia y mira mi mano: verás que digo la verdad.
Entonces, al abrir los ojos del espíritu para obedecer al Padre que es tan grande, vi el universo entero enfermo metido en la mano del Padre. Y Dios me dijo: “Hija mía, mira ahora y sé que nadie puede escapar de mi mano. Todos están cogidos por la justicia o por la misericordia, porque todos me pertenecen, son creados por mí, y los amo infinitamente. Sea la que fuera su malicia, les haré misericordia a causa de mis siervos; escucharé la petición que me presentas con tanto amor y tanto dolor…”
Entonces, mi alma, como embriagada y fuera de sí en un infinito ardor de amor, sintió a la vez felicidad y dolor. Feliz por la unión con Dios, gustando su gozo y su bondad sumergida en su misericordia y sufriendo por ver ofendida una tan gran bondad.
Benedicto XVI, papa
Encíclica: La gran esperanza que sostiene toda la existencia.
Encíclica «Spes salvi», 27.
«A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo» (Lc 12,4).
El que no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, está, en el fondo, sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda existencia (cfr Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza que se mantiene a pesar de todas las desilusiones, tan sólo puede ser Dios –el Dios que nos ha amado y nos ama siempre «hasta el fin», hasta el «todo se ha cumplido» (Jn 13,1; 19,30).
El que ha sido tocado por el amor comienza a comprender lo que sería precisamente «la vida». Comienza a comprender lo que quieren decir las palabras de esperanza en el rito del bautismo: «De la fe espero la vida eterna», la vida verdadera, la que, totalmente y sin conminaciones, es simplemente la vida en toda su plenitud. Jesús, que ha dicho «he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10), nos ha explicado qué significa «la vida»: «La vida eterna es que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). La vida en el sentido verdadero, no se tiene en sí misma, de sí misma, ni tan sólo por sí misma: es una relación. Y la vida en su totalidad es relación con Aquel que es la fuente de la vida. Si estamos en relación con aquel que no muere, que él mismo es la Vida y el Amor, entonces estamos en la vida. Entonces vivimos.
San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús
Carta: Que nuestra flaqueza se apoye en su omnipotencia.
Carta del 17 de noviembre de 1555.
«No temáis» (Lc 12,7).
Paréceme debería V. decidirse, haciendo lo que puede suavemente. Del resto no se tenga inquietud, dejando a la divina providencia aquello que la suya no puede disponer. Y si bien es a Dios grato nuestro esmero y moderada solicitud en proveer a las cosas que por cargo debemos atender, no le es grata la ansiedad y aflicción de ánimo, porque quiere que nuestra limitación y flaqueza se apoyen en la fortaleza y omnipotencia suya, esperando en su bondad suplirá donde nuestra imperfección falta.
A quien trata en muchos negocios, bien que con intención santa y buena, le es necesario resolverse a hacer la parte que podrá, no afligiéndose si no puede cumplirlos todos como desea, y haciendo, según el dictamen de la conciencia, aquello que el hombre puede y debe hacer. Si otras cosas se dejan, precisa haber paciencia y no pensar que pretende Dios Nuestro Señor lo que no puede hacer el hombre, ni por ello quiere que se aflija; y satisfaciendo a Dios, que importa más que la satisfacción de los hombres, no es necesario mucho fatigarse; mas, haciendo competente esfuerzo para satisfacer, se deja el resto a quien puede toda cosa que quiere.
Plega a su divina bondad siempre comunicar la luz de su sapiencia para siempre ver y cumplir su beneplácito en nosotros y en los demás.
Isaac el Sirio, monje
Discurso: Dios no nos abandona nunca.
Discursos espirituales, 1ª serie, n. 36.
«No temáis, valéis más que muchos pájaros.» (Lc 12,7).
No es necesario desear o buscar signos visibles, ya que el Señor está siempre a punto para socorrer a sus santos. No manifiesta, sin necesidad, su poder en una obra o con un signo sensible, a fin de no debilitar la ayuda que de él recibimos, y para no hacernos más débiles. Es así como atiende a sus santos. Les quiere demostrar que les mira secretamente, y no los deja ni un instante, pero también en todo momento les deja que luchen según la medida de sus fuerzas y de su oración.
Ahora bien, si cuando están enfermos o descorazonados una dificultad les derrota porque su naturaleza es débil, él mismo hace, com es debido y como sabe, todo lo que está en su mano para ayudarlos. Tanto como puede les sostiene secretamente, a fin de que tengan la fuerza suficiente para soportar las dificultades que les llegan. Porque con la confianza que les da, desbarata su pena, y por la visión de la fe, les mueve a glorificarle… Sin embargo, cuando es necesario que su ayuda secreta sea conocida, lo hace, pero sólo por necesidad. Son caminos de una gran sabiduría; se prodigan cuando conviene y hay necesidad, pero no de cualquier manera.
Comentarios exegéticos
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