Lc 16, 1-8: El administrador infiel
/ 8 noviembre, 2013 / San LucasTexto Bíblico
1 Decía también a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. 2 Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”. 3 El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. 4 Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. 5 Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: 6 “¿Cuánto debes a mi amo?”. Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”. 7 Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él dijo: “Cien fanegas de trigo”. Le dice: “Toma tu recibo y escribe ochenta”. 8 Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Juan Crisóstomo
1-2. Una opinión errónea, agravada en los hombres, que aumenta sus pecados y disminuye sus buenas obras, consiste en creer que todo lo que tenemos para las atenciones de la vida debemos poseerlo como señores y, por consiguiente, nos lo procuramos como el bien principal. Pero es todo lo contrario, porque no hemos sido colocados en la vida presente como señores en su propia casa, sino que somos huéspedes y forasteros llevados a donde no queremos ir y cuando no pensamos. El que ahora es rico, en breve será mendigo. Así que, seas quien fueres, has de saber que eres sólo dispensador de bienes ajenos y se te ha dado de ellos uso transitorio y derecho muy breve. Lejos, pues, de nosotros el orgullo de la dominación y abracemos la humildad y la modestia del arrendatario o casero.
Entonces se le quita la administración, conforme a lo que sigue: «Y le llamó y le dijo: ¿Qué es esto que oigo decir de ti? Da cuenta de tu administración, porque ya no podrás ser mi mayordomo». Todos los días nos dice lo mismo el Señor, poniéndonos como ejemplo al que gozando de salud a mediodía muere antes de la noche y al que expira en un festín. Así es como dejamos la administración de varios modos. Pero el buen administrador, que tiene confianza debida a su administración, desea ser separado de este mundo y estar con Cristo, como San Pablo (Flp 3,20), mientras que el que se fija en los bienes de la tierra, se encuentra lleno de angustia a la hora de su salida de este mundo.
3-4. Por tanto, se dice de este mayordomo: «Entonces el mayordomo dijo entre sí: ¿Qué haré yo, porque mi señor me quita la administración? Cavar no puedo, de mendigar tengo vergüenza». Cuando falta fuerza para trabajar es porque se lleva una vida perezosa. Nada hubiera temido en esta ocasión si se hubiese acostumbrado al trabajo. Si tomamos esta parábola en sentido alegórico, comprendemos que después que hayamos salido de esta vida, no será ya tiempo de trabajar. La vida presente es para el cumplimiento de los mandamientos y la venidera para el consuelo. Si aquí no hacemos nada, en vano esperamos merecer en la otra vida, porque ni el mendigar nos servirá. Prueba de esto son las vírgenes imprevisoras que en su necedad pidieron a las que eran prudentes, pero nada alcanzaron (Mt 25). Cada uno, pues, se reviste de sus obras como de una túnica y no puede quitársela, ni cambiarla por otra. Pero el mayordomo infiel perdona a los deudores, sus compañeros, lo que deben, para tener en ellos el remedio de sus males.
Sigue, pues: «Yo sé lo que he de hacer para que cuando fuere removido de la mayordomía me reciban en sus casas»; porque todo el que, previendo su fin, alivia el peso de sus pecados con buenas obras (perdonando al que debe o dando a los pobres buenas limosnas) y da generosamente los bienes del señor, se granjea muchos amigos, que habrán de dar buen testimonio de él delante de su juez, no con palabras sino manifestando sus buenas obras. Y habrán de prepararle además con su testimonio, la mansión del consuelo. Nada hay que sea nuestro, pues todo es del dominio de Dios. Prosigue: «Llamó, pues, a cada uno de los deudores de su señor y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Y él le respondió: Cien barriles de aceite».
Beda
1-2. Después que el Salvador reprendió en tres parábolas a los que murmuraban porque daba buena acogida a los penitentes, ahora añade la cuarta y después la quinta para aconsejar la limosna y la moderación en los gastos, porque la buena doctrina enseña que la limosna debe de seguir a la penitencia. Por esto continúa: «Decía a sus discípulos: Había un hombre rico…»
El arrendatario es el que gobierna la granja o caserío, por lo que toma el nombre de ella. El ecónomo es el administrador, tanto del dinero como de los frutos y de todo lo que tiene el Señor.
5-7. Un barril es entre los griegos el ánfora que contenía dos cántaros [ref] Cada cántaro es equivalente aproximadamente a 13,13 litros.[/ref]. Prosigue: Y le dijo: «Toma tu escritura y siéntate luego y escribe cincuenta», perdonándole así la mitad. Prosigue: «Después dijo a otro: ¿Y tú, cuánto debes? Y él respondió: Cien coros de trigo». Un coro tiene treinta modios o celemines. «El le dijo: Toma tu vale y escribe ochenta», perdonándole la quinta parte. Este pasaje da a entender que al que alivia la miseria del pobre en la mitad o en la quinta parte, se le recompensará por su misericordia.
8. Se llaman hijos de la luz e hijos de este siglo, como hijos del reino e hijos de la perdición, porque cada uno se llama hijo de aquél cuyas obras hace.
San Agustín, De quaest. Evang. 2,34
5-7. Respecto a lo que dice que de cien barriles de aceite hizo que el deudor escribiese sólo cincuenta y que al que debía cien coros de trigo le hizo escribir sólo ochenta, creo que debe entenderse en el sentido de que lo que cada judío daba a los sacerdotes y a los levitas debe aumentarse en la Iglesia de Cristo. Es decir, que si aquéllos daban la décima parte, éstos den la mitad, como hizo de sus bienes Zaqueo ( Lc 19), quien daba dos décimas partes (o una quinta) para superar a los judíos.
8. El señor alabó al mayordomo a quien despedía de su administración, porque había mirado al porvenir. Prosigue: «Alabó el señor al mayordomo infiel, porque lo hizo prudentemente». No debemos, sin embargo, imitarlo en todo, porque no debemos defraudar a nuestro señor para dar limosnas de lo que le quitemos.
Estas parábolas se llaman contradictorias para que comprendamos que si pudo ser alabado por su amo aquél que defraudó sus bienes, deben agradar a Dios mucho más los que hacen aquellas obras según sus preceptos.
Teofilacto
1. Ahora bien, cuando en vez de administrar a satisfacción del Señor los bienes que nos han sido confiados, abusamos de ellos para satisfacer nuestros gustos, nos convertimos en arrendatarios culpables. Y prosigue: «Y éste fue acusado delante de él…»
8. Llama hijos de este siglo a los que piensan en adquirir las comodidades de la tierra, e hijos de la luz a los que obran espiritualmente, mirando sólo al amor divino. Sucede, pues, que en la administración de las cosas humanas disponemos con prudencia de nuestros bienes y andamos solícitos en alto grado para tener un refugio en nuestra vida si llega a faltarnos la administración, pero cuando debemos tratar las cosas divinas, no meditamos lo que para la vida futura nos conviene.
Orígenes
8. Pero como los gentiles dicen que la prudencia es una virtud y la definen como el conocimiento de lo bueno, de lo malo y de lo indiferente, o el conocimiento de lo que se debe hacer o dejar de hacer, es preciso considerar si esta definición significa muchas cosas o una sola. Se dice, pues, que Dios dispuso los cielos con prudencia. Entonces es cierto que es buena la prudencia, porque con ella dispuso el Señor los cielos. Se dice también en el libro del Génesis (Gén 3,1) según los Setenta, que la serpiente era prudentísima, y no se llama virtud a esta prudencia, sino astucia que se inclina a obrar mal. En este sentido, pues, se dice que el amo alabó al mayordomo porque obró con prudencia, esto es, con astucia y ligereza. Y acaso se usó por error la palabra alabó y no en su verdadera significación; como cuando decimos que alguno se deja llevar por cosas mediocres e indiferentes y que deben admirarse las disputas y agudezas en que brilla el vigor del ingenio.
Los hijos de este siglo se dice que no son más sabios, pero sí más prudentes que los hijos de la luz esto no en sentido absoluto ni sencillamente, sino en su generación. Sigue pues: «Porque los hijos de este siglo son más prudentes en su generación».
San Ambrosio
2b. «…Dame cuenta de tu administración…» En esto conocemos que no somos los dueños, sino más bien arrendatarios de bienes ajenos.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Benedicto XVI, papa
Homilía (23-09-2007): Astucia por el Reino.
En Velletri el 23 de septiembre 2007
En los domingos pasados, san Lucas, el evangelista que más se preocupa de mostrar el amor que Jesús siente por los pobres, nos ha ofrecido varios puntos de reflexión sobre los peligros de un apego excesivo al dinero, a los bienes materiales y a todo lo que impide vivir en plenitud nuestra vocación y amar a Dios y a los hermanos.
También hoy, con una parábola que suscita en nosotros cierta sorpresa porque en ella se habla de un administrador injusto, al que se alaba (cf. Lc 16, 1-13), analizando a fondo, el Señor nos da una enseñanza seria y muy saludable. Como siempre, el Señor toma como punto de partida sucesos de la crónica diaria: habla de un administrador que está a punto de ser despedido por gestión fraudulenta de los negocios de su amo y, para asegurarse su futuro, con astucia trata de negociar con los deudores. Ciertamente es injusto, pero astuto: el evangelio no nos lo presenta como modelo a seguir en su injusticia, sino como ejemplo a imitar por su astucia previsora. En efecto, la breve parábola concluye con estas palabras: «El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido» (Lc 16, 8).
Pero, ¿qué es lo que quiere decirnos Jesús con esta parábola, con esta conclusión sorprendente? Inmediatamente después de esta parábola del administrador injusto el evangelista nos presenta una serie de dichos y advertencias sobre la relación que debemos tener con el dinero y con los bienes de esta tierra. Son pequeñas frases que invitan a una opción que supone una decisión radical, una tensión interior constante.
En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. Es incisiva y perentoria la conclusión del pasaje evangélico: «Ningún siervo puede servir a dos amos: porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo». En definitiva —dice Jesús— hay que decidirse: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16, 13). La palabra que usa para decir dinero —»mammona»— es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo con tal de lograr el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona.
Por consiguiente, es necesaria una decisión fundamental para elegir entre Dios y «mammona»; es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. Cuando prevalece la lógica del lucro, aumenta la desproporción entre pobres y ricos, así como una explotación dañina del planeta. Por el contrario, cuando prevalece la lógica del compartir y de la solidaridad, se puede corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo, para el bien común de todos.
En el fondo, se trata de la decisión entre el egoísmo y el amor, entre la justicia y la injusticia; en definitiva, entre Dios y Satanás. Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo accesorio y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y última de toda nuestra vida, es necesario saber hacer opciones fundamentales, estar dispuestos a renuncias radicales, si es preciso hasta el martirio. Hoy, como ayer, la vida del cristiano exige valentía para ir contra corriente, para amar como Jesús, que llegó incluso al sacrificio de sí mismo en la cruz.
Así pues, parafraseando una reflexión de san Agustín, podríamos decir que por medio de las riquezas terrenas debemos conseguir las verdaderas y eternas. En efecto, si existen personas dispuestas a todo tipo de injusticias con tal de obtener un bienestar material siempre aleatorio, ¡cuánto más nosotros, los cristianos, deberíamos preocuparnos de proveer a nuestra felicidad eterna con los bienes de esta tierra! (cf. Discursos 359, 10).
Ahora bien, la única manera de hacer que fructifiquen para la eternidad nuestras cualidades y capacidades personales, así como las riquezas que poseemos, es compartirlas con nuestros hermanos, siendo de este modo buenos administradores de lo que Dios nos encomienda. Dice Jesús: «El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho» (Lc 16, 10).
San Basilio, obispo y doctor de la Iglesia
Homilía: Mostrarse hábil.
Homilía 6, sobre la riqueza : PG 31,261ss.
«¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? » (Lc 16,3).
¡Considera, oh hombre, a aquel que te ha colmado de bienes! ¡Recuérdate de ti mismo! ¡Recuerda quién eres, qué asuntos llevas entre manos, quién te los ha confiado, por qué razón has sido preferido entre muchos! Eres servidor de Dios que es bueno. Tienes a tu cargo compañeros de servicio. ¡No creas que todos estos bienes están destinados a tu disfrute! ¡Dispón de los bienes que tienes como si pertenecieran a otro! Disfrutarás de ellos durante un tiempo, luego se desvanecerán y desaparecerán. Pero tendrás que dar cuenta por menudo de todos ellos.
¿Qué harás? La respuesta es simple: Saciaré a los hambrientos, abriré mis graneros e invitaré a los pobres. ¡Vosotros todos, que estáis faltos de pan, venid a mí! Que cada uno tome una ración colmada de los dones que Dios me ha acordado. ¡Venid, aprovisionaros como de la fuente pública.
San Francisco Javier, presbítero
Carta: Vivir como buen gerente de los dones de Dios.
Carta del 15-01-1544.
«Dame cuenta de tu administración» (Lc 16,2).
De estas regiones [India y Sri Lanka] no sé escribiros nada más si no es esto: son tan grandes las consolaciones comunicadas por Dios nuestro Señor a los que van por entre los paganos para convertirlos a la fe en Cristo, que si hay algún gozo en esta vida, es este, ciertamente. A menudo me ocurre oír decir a alguno que está entre estos cristianos: «¡Señor, no me des tantas consolaciones en esta vida! Pero, puesto que en vuestra bondad y misericordia infinitas me las dais, ¡llevadme a vuestra santa gloria!
¡Tanta es la pena que se tiene de vivir sin veros, una vez que os habéis manifestado así a vuestra criatura!» ¡Oh, si los que buscan conocerlo a través del saber en los estudios se esforzaran tanto para buscarlo en estas consolaciones del apostolado, no pasarían día y noche buscando el saber! Si los gozos que busca un estudiante en lo que aprende, los buscara haciendo sentir a su prójimo lo que le es necesario para conocer a Dios, cuanto más consolado y mejor preparado se encontraría par dar cuenta de sí mismo cuando Cristo volverá y le pedirá; «Dame cuenta de tu gestión»…
Acabo pidiendo a Dios nuestro Señor… que nos reúna en su santa gloria. Y para obtenernos este beneficio, tomemos por intercesoras y abogadas todas las almas santas de las regiones en que me encuentro… A todas estas santas almas, les pido que obtengan de Dios nuestro Señor, todo el tiempo que nos queda de separación, la gracia de sentir en lo íntimo de nuestras almas su santísima voluntad y cumplirla perfectamente.
Santa Teresa del Niño Jesús, doctora de la Iglesia
Carta: La banca del amor.
Carta 142.
« Ya sé lo que voy a hacer…» (Lc 16,4).
«Mis pensamientos no son los vuestros», dice el Señor (Is 55,8). El mérito no consiste ni en hacer mucho ni en dar mucho, sino más bien en recibir, en amar mucho. Se dice que es mucho más agradable dar que recibir (Hch 20,35), y es verdad, pero entonces, cuando Jesús quiere ser él quien tiene el placer de dar, no seria bueno rechazarlo. Dejémosle tomar y dar todo lo que él quiera; la perfección consiste en hacer su voluntad, y el alma que se entrega enteramente a él, Jesús mismo la llama «su madre, su hermana» y toda su familia (Mt 12,50). Y en otra parte: «El que me ama guardará mi palabra, es decir, hará mi voluntad y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23). Oh, cuán fácil es complacer a Jesús, alegrar su corazón, no hay más que amarle sin mirarse a sí mismo, sin examinar demasiado sus defectos.
Tu Teresa, en este momento, no se encuentra en las cumbres pero Jesús le enseña a sacar provecho de todo, del bien y del mal que ella misma encuentra en sí misma. Le enseña a jugar en la banca del amor, o mejor dicho, no, es él quien juega por ella sin decirle como, sino que hace lo que quiere porque es asunto suyo y no de Teresa, lo que es asunto de ella es abandonarse, entregarse sin reservarse nada, ni tan sólo el gozo de saber cuanto gana en la banca…
En efecto, los directores hacen adelantar en la perfección haciendo hacer gran cantidad de actos de virtud, y hacen bien, pero mi director, que es Jesús, no me enseña a contar mis actos sino que me enseña a hacerlo todo por amor, a no rechazar nada de lo que me da, a estar contenta cuando me da una ocasión de darle pruebas de que le amo, pero esto se hace en la paz, en el abandono, es Jesús quien lo hace todo y yo no hago nada.
Manuscrito: El buen uso de las riquezas
Manuscrito autobiográfico B, 4rº
«… los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz» (Lc 16,8).
¡Oh Jesús! Sé que el amor sólo con amor se paga. Por eso, he buscado, he hallado el modo de desahogar mi corazón devolviéndote amor por amor. “Emplead las riquezas que hacen al hombre injusto en granjearos amigos que os reciban en las moradas eternas.”(Lc 16,9) Este es, Señor, el consejo que das a tus discípulos después de haberles dicho que “los hijos de las tinieblas son más sagaces en sus negocios que los hijos de la luz.” Hija de la luz, comprendí que mis deseos de serlo todo, de abrazar todas las vocaciones, eran las riquezas que podrían hacerme injusta. Por eso las he empleado en granjearme amigos… Acordándome de la súplica de Eliseo a su Padre Elías, cuando se atrevió a pedirle su “doble espíritu” (2R 2,9), me presenté ante los ángeles y los santos, y les dije: “Soy la más pequeña de las criaturas. Conozco mi miseria y mi debilidad. Pero sé también cuánto gustan los corazones nobles y generosos de hacer el bien. Os suplico, pues, oh, bienaventurados moradores del cielo, os suplico que me adoptéis por hija. Sólo vuestra será la gloria que me hagáis adquirir, pero dignaos escuchar mi súplica. Es temeraria, lo sé; sin embargo, me atrevo a pediros que me obtengáis: vuestro doble amor”.
San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), presbítero
Obras: Santificar el trabajo.
Es Cristo que pasa. Cap. 5.
«Trabaja con tus manos para hacer el bien» (cf. Lc 16,8).
Conviene no olvidar, por tanto, que esta dignidad del trabajo está fundada en el Amor. Por eso el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor. Reconocemos a Dios no sólo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas. Es justo que se nos diga: «Ora comáis, ora bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios» (1Co 10,31).
El trabajo profesional es también apostolado, ocasión de entrega a los demás hombres, para revelarles a Cristo y llevarles hacia Dios Padre, consecuencia de la caridad que el Espíritu Santo derrama en las almas. Entre las indicaciones, que San Pablo hace a los de Éfeso, sobre cómo debe manifestarse el cambio que ha supuesto en ellos su conversión… encontramos ésta: el que hurtaba, no hurte ya, antes bien trabaje, ocupándose con sus manos en alguna tarea honesta, para tener con qué ayudar a quien tiene necesidad. Los hombres tienen necesidad del pan de la tierra que sostenga sus vidas, y también del pan del cielo que ilumine y dé calor a sus corazones. Con vuestro trabajo mismo, con las iniciativas que se promuevan a partir de esa tarea, en vuestras conversaciones, en vuestro trato, podéis y debéis concretar ese precepto apostólico.
Si trabajamos con este espíritu, nuestra vida, en medio de las limitaciones propias de la condición terrena, será un anticipo de la gloria del cielo, de esa comunidad con Dios y con los santos, en la que sólo reinará el amor, la entrega, la fidelidad, la amistad, la alegría. En vuestra ocupación profesional, ordinaria y corriente, encontraréis la materia —real, consistente, valiosa— para realizar toda la vida cristiana, para actualizar la gracia que nos viene de Cristo.
Concilio Vaticano II
Constitución (GS):.
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual «Gaudium et spes», n. 34.
«Llenad la tierra y sometedla» (Gn 1,28).
Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo a sí la tierra y cuanto en ella se contiene, y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas al hombre sea admirable el nombre de Dios en el mundo.
Esta enseñanza vale igualmente para los quehaceres más ordinarios. Porque los hombres y mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y su familia, realizan su trabajo de forma que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia.
Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están, por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio.
Otros escritos
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Subida al Monte Carmelo
3, 19
De los daños que se le pueden seguir al alma de poner el gozo en los bienes temporales.
1. Si los daños que al alma cercan por poner el afecto de la voluntad en los bienes temporales hubiésemos de decir, ni tinta ni papel bastaría, y el tiempo seria corto. Porque desde muy poco puede llegar a grandes males y destruir grandes bienes: así, como de una centella de fuego, si no se apaga, se pueden encender grandes fuegos que abrasen el mundo.
Todos estos daños tienen raíz y origen en un daño privativo principal que hay en este gozo, que es apartarse de Dios; porque, así como allegándose a él el alma por la afección de la voluntad de ahí le nacen todos los bienes, así apartándose de él por esta afección de criatura, dan en ella todos los daños y males a la medida del gozo y afección con que se junta con la criatura, porque eso es el apartarse de Dios. De donde, según el apartamiento que cada uno hiciere de Dios en más o en menos, podrá entender ser sus daños en más o en menos extensiva o intensivamente, y juntamente de ambas maneras, por la mayor parte.
2. Este daño privativo, de donde decimos que nacen los demás privativos y positivos, tiene cuatro grados, uno peor que otro. Y cuando el alma llegare al cuarto, habrá llegado a todos los males y daños que se pueden decir en este caso. Estos cuatro grados nota muy bien Moisés en el Deuteronomio (Dt 32,15) por estas palabras, diciendo: Empachóse el amado y dio trancos hacia atrás. Empachóse, engrosóse y dilatóse. Dejó a Dios su hacedor, y alejóse de Dios, su salud.
3. El empacharse el alma que era amada antes que se empachara, es engolfarse en este gozo de criaturas.
Y de aquí sale el primer grado de este daño, que es volver atrás; lo cual es un embotamiento de la mente acerca de Dios, que le oscurece los bienes de Dios, como la niebla oscurece al aire para que no sea bien ilustrado de la luz del sol. Porque, por el mismo caso que el espiritual pone su gozo en alguna cosa y da rienda al apetito para impertinencias, se entenebrece acerca de Dios y anubla la sencilla inteligencia del juicio, según lo enseña el Espíritu Divino en el libro de la Sabiduría (Sg 4,12), diciendo: El uso y juntura de la vanidad y burla oscurece los bienes, y la instancia del apetito trastorna y pervierte el sentido y juicio sin malicia. Donde da a entender el Espíritu Santo que, aunque no haya malicia concebida en el entendimiento del alma, sólo la concupiscencia y gozo de éstas basta para hacer en ella este primer grado de este daño, que es el embotamiento de la mente y la oscuridad del juicio para entender la verdad y juzgar bien de cada cosa como es.
4. No basta santidad y buen juicio que tenga el hombre para que no deje de caer en este daño, si da lugar a la concupiscencia o gozo de las cosas temporales; que por eso dijo Dios por Moisés (Ex 23,8), avisándonos, estas palabras: No recibas dones, que hasta los prudentes ciegan. Y esto era hablando particularmente con los que habían de ser jueces, porque han menester tener el juicio limpio y despierto, lo cual no tendrían con la codicia y gozo de las dádivas. Y también por eso mandó Dios al mismo Moisés (Ex 18,21-22) que pusiese por jueces a los que aborreciesen la avaricia, porque no se les embotase el juicio con el gusto de las pasiones. Y así dice que no solamente no la quieran, sino que la aborrezcan. Porque, para defenderse uno perfectamente de la afección de amor, hase de sustentar en aborrecimiento, defendiéndose con el un contrario del otro. Y así, la causa por que el profeta Samuel fue siempre tan recto e ilustrado juez es porque, como él dijo en el libro de los Reyes (1S 12,3), nunca había recibido de alguno alguna dádiva.
5. El segundo grado de este daño privativo sale de este primero; el cual se da a entender en aquello que se sigue de la autoridad alegada, es a saber: Empachóse, engrosóse y dilatóse. Y así, este segundo grado es dilatación de la voluntad ya con más libertad en las cosas temporales; la cual consiste en no se le dar ya tanto ni penarse, ni tener ya en tanto el gozarse y gustar de los bienes criados. Y esto le nació de haber primero dado rienda al gozo; porque, dándole lugar, se vino a engrosar el alma en él, como dice allí, y aquella grosura de gozo y apetito le hizo dilatar y extender más la voluntad en las criaturas. Y esto trae consigo grandes daños; porque este grado segundo le hace apartarse de las cosas de Dios y santos ejercicios y no gustar de ellos, porque gusta de otras cosas y va dándose a muchas imperfecciones e impertinencias y gozos y vanos gustos.
6. Y totalmente este segundo grado, cuando es consumado, quita al hombre los continuos ejercicios que tenía, y que toda su mente y codicia ande ya en lo secular. Y ya los que están en este segundo grado, no solamente tienen oscuro el juicio y entendimiento para conocer las verdades y la justicia como los que están en el primero; mas aun tienen ya mucha flojedad y tibieza y descuido en saberlo y obrarlo, según de ellos dice Isaías (Is 1,23) por estas palabras: Todos aman las dádivas y se dejan llevar de las retribuciones, y no juzgan al pupilo, y la causa de la viuda no llega a ellos para que de ella hagan caso. Lo cual no acaece en ellos sin culpa, mayormente cuando les incumbe de oficio; porque ya los de este grado no carecen de malicia como los del primero carecen. Y así, se van más apartando de la justicia y virtudes, porque van más extendiendo la voluntad en la afección de las criaturas. Por tanto, la propiedad de los de este grado segundo es gran tibieza en las cosas espirituales y cumplir muy mal con ellas, ejercitándolas más por cumplimiento o por fuerza, o por el uso que tienen en ellas, que por razón de amor.
7. El tercer grado de este daño privativo es dejar a Dios del todo, no curando de cumplir su ley por no faltar a las cosas y bienes del mundo, dejándose caer en pecados mortales por la codicia. Y este tercer grado se nota en lo que se va siguiendo en la dicha autoridad, que dice: «Dejó a Dios su hacedor» (Dt 32,15).
En este grado se contienen todos aquellos que de tal manera tienen las potencias del alma engolfadas en las cosas del mundo y riquezas y tratos, que no se dan nada por cumplir con lo que les obliga la ley de Dios; y tienen grande olvido y torpeza acerca de lo que toca a su salvación, y tanta más viveza y sutileza acerca de las cosas del mundo; tanto, que los llama Cristo en el Evangelio (Lc 16,8) hijos de este siglo; y dice de ellos que son más prudentes en sus tratos y agudos que los hijos de la luz en los suyos. Y así en lo de Dios no son nada y en lo del mundo lo son todo. Y éstos propiamente son los avarientos, los cuales tienen ya (tan) extendido y derramado el apetito y gozo en las cosas criadas, y tan afectadamente, que no se pueden ver hartos, sino que antes su apetito crece tanto más y su sed cuanto ellos están más apartados de la fuente que solamente los podía hartar, que es Dios; porque de éstos dice el mismo Dios por Jeremías (Jr 2,13), diciendo: Dejáronme a mí, que soy fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas rotas, que no pueden tener aguas. Y esto es porque en las criaturas no halla el avaro con qué apagar su sed, sino con qué aumentarla. Estos son los que caen en mil maneras de pecados por amor de los bienes temporales, y son innumerables sus daños. Y de éstos dice David (Ps 72,7): Transierunt in affectum cordis (Su gordura rebosa malicia, de artimañas desborda su corazón»).
8. El cuarto grado de este daño privativo (se nota) en lo último de nuestra autoridad, que dice: Y alejóse de Dios, su salud. A lo cual vienen del tercer grado que acabamos de decir, porque, de no hacer caso de poner su corazón en la ley de Dios por causa de los bienes temporales, viene el alejarse mucho de Dios el alma del avaro, según la memoria, entendimiento y voluntad, olvidándose de él como si no fuese su Dios; lo cual es porque ha hecho para sí dios del dinero y bienes temporales, como dice san Pablo (Col 3,5), diciendo que la avaricia es servidumbre de ídolos. Porque este cuarto grado llega hasta olvidar a Dios y poner el corazón, que normalmente debía poner en Dios, formalmente en el dinero, como si no tuviesen otro Dios.
9. De este cuarto grado son aquellos que no dudan de ordenar las cosas sobrenaturales a las temporales como a su dios, como lo debían hacer al contrario, ordenándolas a ellas a Dios, si le tuvieran por su Dios, como era razón. De éstos fue el inicuo Balam, que la gracia que Dios le había dado vendía (Nb 22,7); y también Simón Mago, que pensaba estimarse la gracia de Dios por el dinero (queriéndola comprar (Ac 8,18-19). En lo cual estimaba en más el dinero, pues le parecía que había quien lo estimase en más dándole gracia por el dinero).
Y de este cuarto grado en otras muchas maneras hay muchos al día de hoy, que allá con sus razones, oscurecidas con la codicia en las cosas espirituales, sirven al dinero y no a Dios, y se mueven por el dinero y no por Dios, poniendo delante el precio y no el divino valor y premio, haciendo de muchas maneras al dinero su principal dios y fin, anteponiéndole al último fin, que es Dios.
10. De este último grado son también todos aquellos miserables que, estando tan enamorados de los bienes, los tienen tan por su dios, que no dudan de sacrificarles sus vidas cuando ven que este su dios recibe alguna mengua temporal, desesperándose y dándose ellos la muerte (por miserables fines), mostrando ellos mismos por sus manos el desdichado galardón que de tal dios se consigue; que, como no hay que esperar de él, da desesperación (y muerte. Y a los que no persigue hasta este último daño de muerte, los hace morir viviendo en penas de solicitud y otras muchas miserias, no dejando entrar alegría en su corazón y que no les luzca bien ninguno en la tierra, pagando siempre el tributo de su corazón al dinero en tanto que penan por él, allegándolo a él para la última calamidad suya de justa perdición, como lo advierte el Sabio (Qo 5,12), diciendo que las riquezas están guardadas para el mal de su señor.
11. Y de este cuarto grado son aquellos que dice san Pablo (Rm 1,28) que tradidit illos in reprobum sensum; porque hasta estos daños trae al hombre el gozo cuando se pone en las posesiones últimamente. Mas a los que menos daños hace es de tener harta lástima, pues, como habemos dicho, hace volver al alma muy atrás en la vía de Dios. Y por tanto, como dice David (Ps 48,17-18): No temas cuando se enriqueciere el hombre, esto es, no le hayas envidia, pensando que te lleva ventaja, porque, cuando acabare, no llevará nada, ni su gloria y gozo bajarán con él).
Santo Tomás de Aquino
Suma Teológica
¿Puede darse prudencia en los pecadores? (II-II, q. 47, a. 13)
Objeciones por las que parece que puede darse prudencia en los pecadores:
Objeciones: 1. El Señor se expresa en la Escritura en estos términos: Los hijos de este mundo son más astutos para sus cosas que los hijos de la luz (Lc 16,8). Ahora bien, los hijos de este mundo son los pecadores. Luego puede darse en ellos la prudencia.
2. La fe es virtud más excelente que la prudencia. En los pecadores puede haber fe; luego también la prudencia.
3. Lo propio de la prudencia es aconsejar bien, como enseña el Filósofo en VI Ethic. Pero hay muchos pecadores de buen consejo. Luego muchos pecadores tienen prudencia.
Contra esto: está el testimonio de lo que escribe el Filósofo en VI Ethic.: Es imposible ser prudente sin ser bueno. Ningún pecador es bueno. Luego ningún pecador es prudente.
Respondo:La prudencia puede tener tres sentidos.
Hay, en efecto, una prudencia falsa por su semejanza con la verdadera. En efecto, ya que es prudente quien dispone lo que hay que hacer en orden a un fin, tiene prudencia falsa quien, por un fin malo, dispone cosas adecuadas a ese fin, pues lo que toma como fin no es realmente bueno, sino sólo por semejanza con él, como se habla, por ejemplo, de buen ladrón. De este modo, por semejanza, se puede llamar buen ladrón al que encuentra el camino adecuado para robar. Es la prudencia de que habla el Apóstol cuando escribe: La prudencia de la carne es la muerte (Rm 8,6), porque pone su fin último en los placeres de la carne.
Hay un segundo tipo de prudencia, la verdadera, porque encuentra el camino adecuado para conseguir el fin realmente bueno. Resulta, sin embargo, imperfecta por dos razones. La primera, porque el bien que toma como fin no es el fin común de toda vida humana, sino solamente de un nivel especial de cosas. Por ejemplo, cuando uno encuentra el camino adecuado para negociar o para navegar, se dice de él que es un negociante o un marinero prudente. La segunda, porque falla en el acto principal de la prudencia. Es, por ejemplo, el caso de quien posee consejo y juicio rectos en los negocios referentes a toda la vida, pero no impera con eficacia.
Pero hay un tercer tipo de prudencia que es verdadera y perfecta; es la que aconseja, juzga e impera con rectitud en orden al fin bueno de toda la vida. Es la única prudencia propiamente tal; la prudencia que no puede darse en los pecadores.
La primera, en realidad, la poseen solamente los pecadores; la segunda, la imperfecta, es común a buenos y malos, sobre todo la prudencia imperfecta por algún fin particular, porque la que lo es por defecto del acto principal es exclusiva de los pecadores.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Las palabras citadas del Señor se aplican solamente al primer tipo de prudencia. No se dice, pues, que sean sin más prudentes, sino en el trato con los suyos.
2. La fe no implica, en su esencia, conformidad de la voluntad con las buenas obras; lo específico de la fe está en el plano del conocimiento. La prudencia, en cambio, conlleva relación con la voluntad recta por varias razones: o porque los principios de la prudencia son los fines virtuosos, cuya recta estimación la tiene el hombre por los hábitos de las virtudes morales que rectifican la voluntad, y por eso no puede darse la prudencia sin las virtudes morales, como hemos expuesto (I-II 58,5), o también porque la prudencia preceptúa las buenas obras, lo cual no puede darse sin una voluntad recta. Por eso, aunque la fe, por su objeto, sea más excelente que la prudencia, ésta, sin embargo, en sí misma es más opuesta al pecado, que tiene su origen en la perversión de la voluntad.
3. Los pecadores, en efecto, pueden tener capacidad de aconsejar bien respecto de algún fin malo, o de algún bien particular; pero no son buenos consejeros respecto al bien total de la vida, porque no lo llevan a efecto. De ahí que no se da en ellos la prudencia, que trata solamente del bien. En esas personas, como afirma el Filósofo en VI Ethic., se da una habilidad natural que puede emplearse en el bien y en el mal; o la astucia, que se emplea solamente en el mal, y a la que en otro lugar hemos llamado falsa prudencia o prudencia de la carne.
¿Es pecado la prudencia de la carne? (II-II, q. 55, a. 1)
Objeciones por las que parece que la prudencia de la carne no es pecado:
Objeciones: 1. La prudencia es la más noble de las virtudes morales, porque las dirige a todas. Ahora bien, ninguna justicia ni templanza son pecado. Luego tampoco lo es la prudencia.
2. Obrar con prudencia en orden a un fin lícitamente amado no es pecado. Pues bien, es lícito amar la carne, ya que nadie aborrece jamás su propia carne (Ep 5,29). Luego la prudencia de la carne no es pecado.
3. Tanto como la carne tientan al hombre el mundo y el diablo. Pues bien, entre los pecados no figura el de la prudencia del mundo ni del diablo. En consecuencia, tampoco la prudencia de la carne debe figurar entre los pecados.
Contra esto: está el hecho de que nadie es enemigo de Dios sino por el pecado, según el testimonio que nos ofrece la Escritura: Igualmente son abominables a Dios el impío y su impiedad (Ps 14,9), y en otro lugar: El apetito de la carne es enemistad con Dios (Rm 8,7). En consecuencia, la prudencia de la carne es pecado.
Respondo: La prudencia –según hemos expuesto (II-II 47,13) – se ocupa de los medios ordenados al fin de toda la vida. De ahí que por imprudencia de la carne se entiende el proponer los bienes carnales como el fin último de la vida. Esto, manifiestamente, es pecado, ya que introduce en el hombre el desorden respecto al fin último, que no consiste en los bienes del cuerpo, como ya hemos expuesto (I-II 2,5). La prudencia, pues, de la carne es pecado.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La justicia y la templanza implican en sí mismas el patrimonio de alabanza de la virtud, es decir, la igualdad y el freno de la concupiscencia; por eso nunca tienen un sentido malo. El sustantivo prudencia, en cambio, viene de la palabra providencia o previsión, como hemos dicho (II-II 49,6 ad 1), acción que puede referirse también al mal. De ahí que, aunque la prudencia propiamente tal haga referencia al bien, añadiéndole algo se la puede entender también con referencia al mal; en este segundo sentido se dice que la prudencia de la carne es pecado.
2. La carne se ordena al alma como la materia a la forma y el instrumento al agente. Por eso, en tanto será lícito el amor de la carne en cuanto vaya ordenado al bien del alma. Pero si se pone el último fin en el bien carnal mismo, tal amor será desordenado e ilícito. De este modo se ordena al amor de la carne la prudencia carnal.
3. El demonio nos tienta no como objeto apetecible, sino por sugestión. Por eso, dado que la prudencia implica relación a un fin apetecible, no hay lugar para hablar de prudencia del diablo en el sentido de prudencia respecto de un fin malo, como nos tientan el mundo y la carne al proponernos como apetecibles los bienes de ambos. Por esa razón se habla de prudencia de la carne y también prudencia del mundo, según vemos en la Escritura: Los hijos de este siglo son más prudentes en el trato con los suyos (Lc 16,8). Pero el Apóstol, en la expresión prudencia de la carne, incluye toda prudencia falsa, ya que aun las cosas exteriores del mundo son apetecidas por la carne.
Puede decirse, sin embargo, que, puesto que a la prudencia se le puede llamar en cierto modo sabiduría, cabe hablar también de una triple prudencia según los tres géneros de tentaciones. Por esa razón habla el texto de la Escritura de que hay una sabiduría terrena, animal y diabólica (Jc 3,15), como expusimos al tratar el tema de la sabiduría, (q. 45 a.1 ad 1).
¿La superstición es un vicio contrario a la religión?
II-II, q. 92, a. 1
Objeciones por las que parece que la superstición no es un vicio contrario a la religión.
Objeciones: 1. Un contrario no entra en la definición de otro contrario. Pero la religión entra en la definición de la superstición, pues se dice que la superstición es el exceso en la práctica de la religión, conforme a las palabras de la Glosa sobre aquel texto de Col 2,23): Son cosas que para la superstición implican cierta especie de sabiduría. Luego la superstición no es un vicio opuesto a la religión.
2. San Isidoro escribe en el libro de las Etimologías: Se ha dado el nombre de supersticiosos, dice Cicerón, a los que se pasaban los días suplicando y ofreciendo sacrificios para que sus hijos les «sobreviviesen» = «superstites» fierent. Pero esto puede hacerse igualmente en el culto del Dios verdadero.
Luego la superstición no es un vicio opuesto a la religión.
3. La superstición parece implicar algún exceso. Pero en la religión no puede haber exceso, porque, como antes se dijo (q. 81 a.3 ad 3), no nos es posible, ateniéndonos a las exigencias de la religión, pagar con igualdad a Dios todo lo que le debemos. Luego la superstición no es un vicio opuesto a la religión.
Contra esto: está lo que dice San Agustín en el libro De decem chordis: Tocas la primera cuerda, aquella con la que damos culto a Dios, y cae por tierra la bestia de la superstición. Pero el culto al único Dios es algo propio de la religión.
Luego la superstición se opone a la religión.
Respondo: Que, como antes expusimos (q. 81 a.5 ad 3), la religión es una virtud moral. Y que toda virtud moral, conforme a lo dicho (I-II 64,1), consiste en el justo medio, por lo que a las virtudes morales se oponen dos clases de vicios: unos por exceso y otros por defecto. Ahora bien: el exceso con respecto al justo medio de las virtudes puede darse no tan sólo en la circunstancia de cantidad, sino también en las otras. De ahí el que en algunas virtudes, por ejemplo, en la magnanimidad y en la magnificencia, el vicio excede el justo medio de la virtud, no por tender a un bien mayor que el que busca la virtud, pues más bien se orienta hacia un bien menor. Sobrepasa, sin embargo, el justo medio de la virtud, en cuanto que hace algo a favor de quien no debe o cuando no debe, o falta en alguna otra circunstancia en casos por el estilo, como consta por lo que dice el Filósofo en el IV Ethic.. Así, pues, la superstición es un vicio opuesto a la religión por exceso, no porque ofrezca a Dios más, en lo que a culto divino se refiere, que lo que la verdadera religión le ofrece, sino por el hecho de rendir culto divino a quien no debe o del modo que no debe.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Lo mismo que, metafóricamente hablando, llamamos bueno a lo malo, por ejemplo, cuando decimos buen ladrón, de la misma manera aplicamos alguna vez los nombres de las virtudes en sentido traslaticio a hábitos malos. Tal sucede cuando llamamos a veces prudencia a la astucia, como en aquel texto de Lc 16,8: Los hijos de este siglo son más prudentes que los hijos de la luz. Y así es como a la superstición se la llama religión.
2. Una cosa es la etimología del nombre y otra su significado. La etimología estudia el origen del nombre impuesto para significar algo; la significación, en cambio, se fija en lo que con el nombre se quiere decir. A veces estos aspectos difieren. Así, el nombre «lapis», piedra, proviene de «laesio pedis», lesión de pie, que, en realidad, no es lo que significa. De ser así, llamaríamos piedra a un hierro, porque también un hierro podría lesionar el pie. Por igual razón, tampoco es necesario que la palabra superstición signifique aquello de donde procede.
3. En la religión no caben excesos de cantidad absoluta; pero sí de cantidad proporcional, es decir, en cuanto que en el culto se hace alguna cosa que no se debe hacer.