Lc 17, 5-10 – Subida a Jerusalén: Poder de la fe y humilde servicio
/ 27 septiembre, 2016 / San LucasTexto Bíblico
5 Los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe».6 El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.
7 ¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?8 ¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?9 ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?10 Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Francisco de Sales, obispo
Conversaciones Espirituales: Dios nos conoce
«Siervos inútiles somos...» (Lc 17,10)VI, 415
Nosotros no podemos tener una continua presencia de Dios, eso pertenece a los ángeles; basta con que la mantengamos lo más posible y que elevemos a menudo nuestro espíritu a Dios.
Con esto no quiero decir que tengamos el espíritu atado. Si lo que estamos haciendo nos quita la presencia de Dios y es necesario hacerlo, no debemos preocuparnos, basta con hacer todas nuestras acciones sencillamente por Dios.
Y si no pensaste antes ni al comenzar a hacerla, en elevar el pensamiento a Dios, basta con que lo hagas después sin que os deje el menor escrúpulo. La intención general que hemos hecho por la mañana nos basta.
Si hacemos algo por Dios, es estar en su presencia; el mismo deseo que tenemos de estar en su presencia es como una llamada de atención a la presencia de su Bondad. Pero no debemos sorprendernos de no mantenernos siempre en esta santa presencia, como desearíamos.
Ya es mucha suerte el tener el santo afecto de servir a Dios, sin preocuparse demasiado por no tener los sentimientos que quisiéramos para servirle. Y si os parece que os arrepentís de vuestros defectos más por la aversión que tenéis a que se os reprenda, que por Dios, tampoco hagáis caso de esa idea.
Aunque vuestras faltas las cometáis por agitación de vuestros sentimientos, no las examinéis tan de cerca, y desechad todas esas reflexiones. Hay que tender a dar en el blanco de la perfección sin asombrarse de no haberlo hecho todo lo bien que hubiéramos deseado...
... En todas vuestras acciones estaréis en la presencia de Dios si las hacéis todas por Él. Comer, dormir, trabajar por Él, eso es estar en su presencia...
Al hacer trabajos en los que hay que poner toda la atención, debemos, de vez en cuando, volver nuestro espíritu hacia Dios. Y si nos hemos olvidado, debemos humillarnos; y de la humildad ir a Dios y de Dios a la humildad; con toda confianza, hablándole como un hijo habla a su madre, pues Él conoce muy bien cómo somos.
Francisco, papa
Ángelus (06-10-2013): Fe pequeña y auténtica
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza...» (Lc 17,6)Plaza de San Pedro
domingo 6 de octubre de 2013
[...] Hoy, el pasaje del Evangelio comienza así: «Los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe»» (Lc 17, 5). Me parece que todos nosotros podemos hacer nuestra esta invocación. También nosotros, como los Apóstoles, digamos al Señor Jesús: «Auméntanos la fe». Sí, Señor, nuestra fe es pequeña, nuestra fe es débil, frágil, pero te la ofrecemos así como es, para que Tú la hagas crecer. ¿Os parece bien repetir todos juntos esto: «¡Señor, auméntanos la fe!»? ¿Lo hacemos? Todos: Señor, auméntanos la fe. Señor, auméntanos la fe. Señor, auméntanos la fe. ¡Que la haga crecer!
Y, ¿qué nos responde el Señor? Responde: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería» (v. 6). La semilla de la mostaza es pequeñísima, pero Jesús dice que basta tener una fe así, pequeña, pero auténtica, sincera, para hacer cosas humanamente imposibles, impensables. ¡Y es verdad! Todos conocemos a personas sencillas, humildes, pero con una fe muy firme, que de verdad mueven montañas. Pensemos, por ejemplo, en algunas mamás y papás que afrontan situaciones muy difíciles; o en algunos enfermos, incluso gravísimos, que transmiten serenidad a quien va a visitarles. Estas personas, precisamente por su fe, no presumen de lo que hacen, es más, como pide Jesús en el Evangelio, dicen: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 10). Cuánta gente entre nosotros tiene esta fe fuerte, humilde, que hace tanto bien.
En este mes de octubre, dedicado en especial a las misiones, pensemos en los numerosos misioneros, hombres y mujeres, que para llevar el Evangelio han superado todo tipo de obstáculos, han entregado verdaderamente la vida; como dice san Pablo a Timoteo: «No te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios» (2 Tm 1, 8). Esto, sin embargo, nos atañe a todos: cada uno de nosotros, en la propia vida de cada día, puede dar testimonio de Cristo, con la fuerza de Dios, la fuerza de la fe. Con la pequeñísima fe que tenemos, pero que es fuerte. Con esta fuerza dar testimonio de Jesucristo, ser cristianos con la vida, con nuestro testimonio.
¿Cómo conseguimos esta fuerza? La tomamos de Dios en la oración. La oración es el respiro de la fe: en una relación de confianza, en una relación de amor, no puede faltar el diálogo, y la oración es el diálogo del alma con Dios. Octubre es también el mes del Rosario, y en este primer domingo es tradición recitar la Súplica a la Virgen de Pompeya, la Bienaventurada Virgen María del Santo Rosario. Nos unimos espiritualmente a este acto de confianza en nuestra Madre, y recibamos de sus manos el Rosario: el Rosario es una escuela de oración, el Rosario es una escuela de fe.
Santa Teresa de Calcuta, religiosa
No hay alegría más grande: Ante el fracaso y la gloria
«Somos unos servidores inútiles: no hemos hecho otra cosa que nuestro deber» (Lc 17,10)[fr]
Sé siempre fiel en las cosas pequeñas, porque en ellas reside nuestra fuerza. Para Dios no hay nada pequeño. Nada disminuye. Para él todas las cosas son infinitas. Practica la fidelidad en las cosas más mínimas, no por su propia virtud, sino porque la cosa más grande es la voluntad de Dios –y que yo misma respeto infinitamente-.
No busques actos espectaculares. Deliberadamente debemos renunciar a todo deseo de contemplar el fruto de nuestra labor, cumplir solamente lo que podemos, de la mejor manera que podamos, y dejar el resto en manos de Dios. Lo que importa es el don de ti misma, el grado de amor que pones en cada una de tus acciones.
No te permitas desalentarte frente a un fracaso, si has hecho lo mejor que has podido. Rechaza también la gloria cuando consigues éxito en tu empresa. Dáselo todo a Dios con la más profunda gratitud. Si te sientes abatida, es señal de orgullo que manifiesta cuanto crees en tu propio poder. No te preocupe lo más mínimo lo que piensa la gente. Sé humilde y nada te molestará jamás. El Señor me ha puesto en este trance donde estoy, él mismo me librará.