Mc 2, 23-28: Jesús en Galilea: discusión sobre el Sábado
/ 21 enero, 2014 / San MarcosTexto Bíblico
23 Sucedió que un sábado atravesaba él un sembrado, y sus discípulos, mientras caminaban, iban arrancando espigas. 24 Los fariseos le preguntan: «Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?». 25 Él les responde: «¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre, 26 cómo entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes de la proposición, que solo está permitido comer a los sacerdotes, y se los dio también a quienes estaban con él?». 27 Y les decía: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; 28 así que el Hijo del hombre es señor también del sábado».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Disertación: El sábado que Dios quiere
«Jesucristo es Señor del sábado» (Mc 2, 28)Disertación 13, 1-2. 13
El Señor, por medio de Moisés, su servidor pidió a los hijos de Israel que observaran el sábado. Les dijo: «Trabajarás durante seis días pero el día séptimo es el sábado, un día de reposo dedicado al Señor tu Dios» (Ex 20,9). Y les advirtió: «Descansarás tú, tu esclavo, tu esclava, tus bueyes y tu asno». Y añadió: «Igualmente descansarán el mercenario y el extranjero y todo animal que trabaja a tu servicio» (Ex 23,12). El sábado no ha sido impuesto como una prueba, una opción entre la vida y la muerte, entre la justicia y el pecado igual que los demás preceptos según los cuales el hombre puede escoger entre la vida y la muerte. No, el sábado es el día que se ha dado al pueblo para su descanso, no sólo el de los hombres sino también el de los animales.
Escucha ahora, pues, cual es el sábado que Dios quiere. Isaías lo ha dicho: «Dad descanso a los abatidos» (28,12). Y en otra parte: «Los que observan el sábado sin profanarlo, se verán reconfortados por mi alianza y son los que escogen lo que a mí me place» (56,4). El sábado no hace ningún provecho a los malvados, los asesinos, los ladrones. Pero los que escogen hacer lo que Dios quiere y alejan de sus manos el hacer el mal, Dios habita en ellos y hace su morada en ellos, tal como lo dice su palabra: «Habitaré en ellos y caminaré junto a ellos» (Lv 26,12; 2Co 6,16). Nosotros, pues, guardemos fielmente el sábado de Dios, es decir, lo que es grato a su corazón. Así entraremos en el sábado del gran descanso, el sábado del cielo y de la tierra en el que toda criatura descansará.
Sobre el Sacramento del Altar: Felicidad verdadera
«El sábado se hizo para el hombre» (Mc 2,27)3, 2
La felicidad verdadera consiste en el santo reposo y la santa saciedad de los cuales el sábado y el maná son símbolos. El Señor, después de haber dado el sábado y el maná a su pueblo, con el descanso y el alimento que prefiguraban la verdadera dicha que dará a los que le obedecen, les reprocha su desobediencia que puede hacerles perder los bienes más deseables: «¿Hasta cuándo rechazaréis guardar mis mandamientos y mi Ley?» (Ex 16,28). Después de esta pregunta del Señor, Moisés invita a sus hermanos a considerar los beneficios de Dios: «Fijaos en que el Señor os ha dado el sábado y doble porción del maná el sexto día para que consintáis en servirle». Esta advertencia significa que Dios dará a sus elegidos el descanso por su trabajo, y las consolaciones de la vida presente y de la vida futura.
Pero además, en este pasaje se nos sugieren dos formas de vida: la vida activa, en la que es preciso trabajar ahora, y la vida contemplativa por la cual se trabaja, en la cual nos emplearemos únicamente en la contemplación de Dios. La vida contemplativa, aunque sobre todo pertenece al mundo venidero, debe, sin embargo, estar representada en esta vida por el santo descanso del sábado. Refiriéndose a este descanso Moisés añade: «Que cada uno se quede en su casa; nadie debe salir el sábado». Dicho de otra manera: Que cada uno descanse en su casa y el sábado no salga para ninguna clase de trabajo. Esto nos enseña que en el tiempo de la contemplación debemos permanecer en casa, no salir a través de deseos prohibidos, sino recoger toda nuestra intención «por la pureza de corazón» [como dice san Benito] para pensar en solo Dios y amarle solo a él.
Espejo de la Caridad: Reposar en la paz de nuestra conciencia
«El Señor del sábado» (Mc 2,28)Espejo de la caridad, III, 3. 4. 6
Cuando el hombre se aleja de la barahúnda exterior, se recoge en el secreto de su corazón, cierra la puerta a la multitud de vanidades ruidosas, cuando se aparta de sus tesoros, cuando ya no queda en él nada agitado o desordenado, cuando sus afanes cesan, nada le constriñe, al contrario: cuando todo en el hombre es serenidad, armonía, paz, tranquilidad, y cuando todos sus pequeños pensamientos, palabras y acciones sonríen como se sonríe al padre de familia que está reunida en paz, entonces nace en su corazón, de repente, una maravillosa seguridad. De esta seguridad viene un gozo extraordinario, y de este gozo brota un canto de alegría que se convierte en alabanza de Dios tanto más ferviente cuanto más conciencia se tiene que todo bien nos viene dado de parte de Dios.
Esta es la gozosa celebración del sábado que viene precedida de los seis días en que se realizan las obras. Primero hay que sudar en el cumplimiento de nuestras tareas y obras buenas para luego poder reposar en la paz de nuestra conciencia. En este sábado el alma gusta «cuán bueno es Jesús» (cf. Sal 33).
Carta (14-10-1604): El Espíritu de libertad
«Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?» (Mc 2,24)A la Baronesa de Chantal
Os explicaré lo que es el espíritu de libertad. Todo hombre es libre respecto a actos que sean pecado mortal, sino apega a ellos su afecto: y esta es una libertad absolutamente necesaria para su salvación; pero no hablo de ella ahora. La libertad de la que yo hablo es la de los hijos amados. Y ¿cuál es? Es una liberación del corazón cristiano de todas las cosas, para poder seguir la voluntad de Dios reconocida. ... Pedimos a Dios, ante todo, que su Nombre sea santificado, que venga su Reino, que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo. Todo esto no es otra cosa sino libertad de espíritu porque, con tal que el nombre de Dios sea santificado, que su Majestad reine en nosotros, que se haga su voluntad, el espíritu ya no se preocupa de otra cosa.
El corazón que posee esta libertad, no pierde su alegría por ninguna privación, ni se entristece quien tiene su corazón desapegado de todo. No digo que a veces no sea así pero suele durarle poco.
Los efectos de esta libertad son: una gran suavidad de espíritu, gran dulzura y condescendencia a todo lo que no es pecado o peligro de pecado; es ese humor dulce y que se pliega a todo acto de virtud y caridad.
Por ejemplo, un alma aficionada con mucho apego a los ejercicios de meditación, si se la interrumpe, la veréis dejarlos apenada, con apresuramiento y asombro. La que tiene la verdadera libertad, saldrá con un rostro sereno y de buena gana irá donde quiera el importuno que la ha molestado, pues para ella es lo mismo servir a Dios meditando, que servirle soportando al prójimo; en uno u otro caso ve la voluntad de Dios, pero en este momento lo necesario es aguantar al prójimo.
La ocasión de ejercer esta libertad se encuentra en cada cosa que sucede contra nuestra inclinación, pues quien no está apegado a sus inclinaciones no se impacienta cuando se las contrarían.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda, in Marcum, 1,13
23-26. Leemos en lo que sigue que eran muchos los que iban y venían, y no tenían ni tiempo para comer, y por tanto tenían hambre como hombres que eran.
No hay ninguna contradicción en esto, puesto que cuando llegó David y, pidiendo los panes comió, estaban allí ambos: Abimelech, príncipe de los sacerdotes, y Abiatar su hijo. Muerto Abimelech por Saúl, huyó Abiatar con David, y fue su compañero durante su destierro. Después, reinando David, recibió la investidura de sumo sacerdote. Y como fue mucho mejor que su padre, se hizo digno en vida de que el Señor lo hiciese sumo sacerdote.
27-28. «Y añadióles: El sábado se hizo para el hombre…» El cuidado que merece la salud y la vida del hombre es mayor que la observancia del sábado. Así es que está mandado guardar el sábado, pero, si hay necesidad, no debe considerarse reo al que lo quebrante; por esta razón no estaba prohibido circuncidar en ese día, porque era necesario hacerlo. Por lo mismo los macabeos peleaban en sábado. Por eso los discípulos que tenían hambre podían hacer, obligados por esta necesidad, lo que estaba prohibido por la ley; así como no habría razón hoy para considerar culpable al enfermo que no ayunase. «En fin el Hijo del hombre -continúa- aun del sábado es dueño», que es como si dijera: Si David, rey, es excusado por haber comido el pan de los sacerdotes, ¿cuánto más deberá serlo el Hijo del hombre, verdadero Rey y Sacerdote y Señor del sábado, por haber permitido arrancar espigas en sábado?
En sentido místico los discípulos pasan por los campos sembrados, cuando los santos doctores, llenos de una piadosa solicitud, observan a los que han educado en la fe, y cuya hambre debemos interpretar por su deseo de salvar a los hombres. El arrancar las espigas es sacar al hombre de las intenciones mundanas; el refregarlas entre las manos es librar a la pureza del espíritu -con el ejemplo de las virtudes- de la concupiscencia de la carne, como de ciertas cáscaras. El comer los granos es incorporar a los miembros de la Iglesia al que se purifica de sus vicios por la palabra de la predicación. Y con razón, adelantándose hacia su maestro los discípulos recuerdan haber hecho esto, porque es necesario que la palabra del que enseña preceda, y así se ilustra el corazón del oyente: siguiendo a la gracia de la visita superior de arriba. Y está bien que sea en sábado, porque los mismos maestros trabajan predicando por la esperanza del futuro descanso, y amonestan a sus oyentes a que trabajen por el descanso eterno.
Los que se deleitan meditando en las pláticas sagradas marchan también por los sembrados con el Señor: tienen hambre, cuando desean hallar en ellas el pan de vida. Y esto en sábado cuando el descanso es un gozo para el hombre libre de pensamientos turbulentos. Restriegan las espigas y las limpian de las cáscaras hasta poder comerlas, cuando llegan leyendo y meditando los testimonios de las Escrituras, las discuten hasta encontrar en ellas la médula del amor: alimento del espíritu desagradable a los necios, pero aprobado por el Señor.
Pseudo Crisóstomo Vict. Ant. e Cat in Marc
23-24. Los discípulos de Cristo, libres de lo aparente y unidos a la verdad, no guardan la fiesta del sábado, entendido como mero formalismo legal por apariencia. «En otra ocasión, caminando el Señor…»
25. El Señor libra a sus discípulos de esta acusación, con el ejemplo de David, el cual faltó a la ley alguna vez comiendo de lo destinado a los sacerdotes. «Y El les respondió: ¿No habéis vosotros jamás leído lo que hizo David?»
28. El se llama Señor del sábado e Hijo del hombre, cuando, siendo verdaderamente Hijo de Dios, se digna llamarse Hijo del hombre por amor nuestro. La ley no obliga al legislador ni al rey, siéndole permitido al rey más que lo que prescriben las leyes que han sido dictadas para los que las necesitan, no para los que están sobre ellas.
San Juan Crisóstomo
23-24. Hambrientos, pues, comían frugalmente por necesidad y no por gula. Sin embargo, los escribas, dados a la apariencia y a la sombra, acusaban a los discípulos de obrar mal. «Sobre lo cual, continúa, le decían los fariseos: «¿Por qué hacen en sábado lo que no es lícito?».
San Agustín de opere monach. cap. 22
23-24. Se ordenaba al pueblo de Israel por la ley escrita que no se considerase ladrón en sus campos sino al que quisiera llevarse algo consigo, y que se dejara ir libre y sin castigo al que no tocase más que lo que comiera. Así los judíos acusaron a los discípulos del Señor diciendo que habían quebrantado la fiesta del sábado, y no porque hubieran cometido un hurto comiendo las espigas.
Teofilacto
25. Huyendo David de Saúl, fue a casa del Príncipe de los sacerdotes, comió de los panes de proposición, y cogió la espada de Goliat, ofrendas todas hechas a Dios (1Sam 21). Pero preguntan algunos cómo el Evangelista llama ahora Abiatar al príncipe de los sacerdotes, cuando en el libro de los Reyes se le llama Abimelech (ver comentario de Beda 23-26).
Documentos catequéticos
San Juan Pablo II
Dies Domini: La observancia del sábado.
Carta apostólica Dies Domini (31-05-1998), n. 59.63.65.
59. Este aspecto festivo del domingo cristiano pone de relieve de modo especial la dimensión de la observancia del sábado veterotestamentario. En el día del Señor, que el Antiguo Testamento vincula a la creación (cf. Gn 2, 1-3; Ex 20, 8-11) y del Éxodo (cf. Dt 5, 12-15), el cristiano está llamado a anunciar la nueva creación y la nueva alianza realizadas en el misterio pascual de Cristo. La celebración de la creación, lejos de ser anulada, es profundizada en una visión cristocéntrica, o sea, a la luz del designio divino de « hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra » (Ef 1,10). A su vez, se da pleno sentido también al memorial de la liberación llevada a cabo en el Éxodo, que se convierte en memorial de la redención universal realizada por Cristo muerto y resucitado. El domingo, pues, más que una « sustitución » del sábado, es su realización perfecta, y en cierto modo su expansión y su expresión más plena, en el camino de la historia de la salvación, que tiene su culmen en Cristo.
63. Cristo vino a realizar un nuevo « éxodo », a dar la libertad a los oprimidos. El obró muchas curaciones el día de sábado (cf. Mt 12,9-14 y paralelos), ciertamente no para violar el día del Señor, sino para realizar su pleno significado: « El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado » (Mc 2, 27). Oponiéndose a la interpretación demasiado legalista de algunos contemporáneos suyos, y desarrollando el auténtico sentido del sábado bíblico, Jesús, « Señor del sábado » (Mc 2,28), orienta la observancia de este día hacia su carácter liberador, junto con la salvaguardia de los derechos de Dios y de los derechos del hombre. Así se entiende por qué los cristianos, anunciadores de la liberación realizada por la sangre de Cristo, se sintieran autorizados a trasladar el sentido del sábado al día de la resurrección. En efecto, la Pascua de Cristo ha liberado al hombre de una esclavitud mucho más radical de la que pesaba sobre un pueblo oprimido: la esclavitud del pecado, que aleja al hombre de Dios, lo aleja de sí mismo y de los demás, poniendo siempre en la historia nuevas semillas de maldad y de violencia.
65. Por otra parte, la relación entre el día del Señor y el día de descanso en la sociedad civil tiene una importancia y un significado que están más allá de la perspectiva propiamente cristiana. En efecto, la alternancia entre trabajo y descanso, propia de la naturaleza humana, es querida por Dios mismo, como se deduce del pasaje de la creación en el Libro del Génesis (cf. 2,2-3; Ex20,8-11): el descanso es una cosa « sagrada », siendo para el hombre la condición para liberarse de la serie, a veces excesivamente absorbente, de los compromisos terrenos y tomar conciencia de que todo es obra de Dios. El poder prodigioso que Dios da al hombre sobre la creación correría el peligro de hacerle olvidar que Dios es el Creador, del cual depende todo. En nuestra época es mucho más urgente este reconocimiento, pues la ciencia y la técnica han extendido increíblemente el poder que el hombre ejerce por medio de su trabajo.
Catequesis (14-10-1987): Autoridad divina.
Audiencia general, 14 de octubre de 1987.
10. Finalmente hay que recordar la respuesta que dio Jesús a los fariseos que reprobaban a sus discípulos el que arrancasen las espigas de los campos llenos de grano para comérselas en día de sábado, violando así la Ley mosaica. Primero Jesús les cita el ejemplo de David y de sus compañeros, que no dudaron en comer los “panes de la proposición” para quitarse el hambre, y el de los sacerdotes que el día de sábado no observan la ley del descanso porque desempeñan las funciones en el templo. Después concluye con dos afirmaciones perentorias, inauditas para los fariseos: “Pues yo os digo, que lo que hay aquí es más grande que el templo…”; y “El Hijo del Hombre es señor del sábado” (Mt 12, 6, 8; cf. Mc 2, 27-28). Son declaraciones que revelan con toda claridad la conciencia que Jesús tenía de su autoridad divina. El que se definiera “como superior al templo” era una alusión bastante clara a su trascendencia divina. Y proclamarse “señor del sábado”, o sea, de una Ley dada por Dios mismo a Israel, era la proclamación abierta de la propia autoridad como cabeza del reino mesiánico y promulgador de la nueva Ley. No se trataba, pues, de simples derogaciones de la Ley mosaica, admitidas también por los rabinos en casos muy restringidos, sino de una reintegración, de un complemento y de una renovación que Jesús enuncia como inacabables: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35). Lo que viene de Dios es eterno, como eterno es Dios.
León XIII, papa
Rerum novarum: No es lícito violar la dignidad humana.
Carta Encíclica «Rerum novarum», n. 32
«Recuerda el día del sábado para santificarlo» (Ex 20,8)
La vida del cuerpo siendo tan valiosa y apreciada no es el fin último de nuestra existencia. Es un camino y medio para llegar, por el conocimiento de la verdad y del amor al bien, a la perfección de la vida del alma. Es el alma que lleva impresa la imagen y semejanza de Dios. En ella reside esta soberanía del hombre que le fue concedido cuando recibió el mandato de someter la naturaleza inferior y de poner a su servicio la tierra y los mares (cf Gn 1,28)… En este sentido, todos los hombres son iguales. No ha diferencia alguna entre ricos y pobres, amos y siervos, gobernantes y súbditos: “Todos sirven al mismo Señor” (cf Rm 10,12).
A nadie le está permitido violar impunemente la dignidad humana, de la que Dios mismo dispone con gran reverencia; ni ponerle trabas en la marcha hacia su perfeccionamiento, que lleva a la sempiterna vida de los cielos…
De ahí se desprende la necesidad del reposo y la interrupción del trabajo en el día del Señor. El descanso, por otra parte, no debe entenderse como un tiempo dedicado a la ociosidad estéril y menos como una holgazanería que provoca vicios y malgasta los salarios, antes bien como un tiempo de reposo santificado por la religión…Esta es la característica y la razón de este descanso del séptimo día, prescrito por Dios en uno de los principales artículos de su ley: “Recuerda el día del sábado para santificarlo” (Ex 20,8). El mismo Dios dio ejemplo de este reposo cuando descansó después de la creación del hombre: “…y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera” (Gn 2,2).
[…] De igual manera hay muchas cosas en el obrero que se han de tutelar con la protección del Estado, y, en primer lugar, los bienes del alma, puesto que la vida mortal, aunque buena y deseable, no es, con todo, el fin último para que hemos sido creados, sino tan sólo el camino y el instrumento para perfeccionar la vida del alma con el conocimiento de la verdad y el amor del bien. El alma es la que lleva impresa la imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26), en la que reside aquel poder mediante el cual se mandó al hombre que dominara sobre las criaturas inferiores y sometiera a su beneficio a las tierras todas y los mares. «Llenad la tierra y sometedla, y dominad a los peces del mar y a las aves del cielo y a todos los animales que se mueven sobre la tierra» (Gn 1,28). En esto son todos los hombres iguales, y nada hay que determine diferencias entre los ricos y los pobres, entre los señores y los operarios, entre los gobernantes y los particulares, «pues uno mismo es el Señor todos» (Rom. 10).
De aquí se deduce la necesidad de interrumpir las obras y trabajos durante los días festivos. Nadie, sin embargo, deberá entenderlo como el disfrute de una más larga holganza inoperante, ni menos aún como una ociosidad, como muchos desean, engendradora de vicios y fomentadora de derroches de dinero, sino justamente del descanso consagrado por la religión… Este es, principalmente, el carácter y ésta la causa del descanso de los días festivos, que Dios sancionó ya en el Viejo Testamento con una ley especial: «Acuérdate de santificar el sábado» (Ex 20,8), enseñándolo, además, con el ejemplo de aquel arcano descanso después de haber creado al hombre: «Descansó el séptimo día de toda la obra que había realizado» (Gn 2, 2)
Benedicto XVI, papa
Sacramentum caritatis: El dueño del sábado.
Exhortación apostólica Sacramentum caritatis n. 72.74.
«El sábado se ha hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Mc ,).
«Iuxta dominicam viventes» – Vivir según el domingo
72. Esta novedad radical que la Eucaristía introduce en la vida del hombre ha estado presente en la conciencia cristiana desde el principio. Los fieles percibieron en seguida el influjo profundo que la Celebración eucarística ejercía sobre su estilo de vida. San Ignacio de Antioquía expresaba esta verdad definiendo a los cristianos como « los que han llegado a la nueva esperanza », y los presentaba como los que viven « según el domingo » (iuxta dominicam viventes).[204] Esta fórmula del gran mártir antioqueno pone claramente de relieve la relación entre la realidad eucarística y la vida cristiana en su cotidianidad. La costumbre característica de los cristianos de reunirse el primer día después del sábado para celebrar la resurrección de Cristo —según el relato de san Justino mártir[205]— es el hecho que define también la forma de la existencia renovada por el encuentro con Cristo. La fórmula de san Ignacio —« vivir según el domingo »— subraya también el valor paradigmático que este día santo posee con respecto a cualquier otro día de la semana. En efecto, su diferencia no está simplemente en dejar las actividades habituales, como una especie de paréntesis dentro del ritmo normal de los días. Los cristianos siempre han vivido este día como el primero de la semana, porque en él se hace memoria de la radical novedad traída por Cristo. Así pues, el domingo es el día en que el cristiano encuentra aquella forma eucarística de su existencia que está llamado a vivir constantemente. « Vivir según el domingo » quiere decir vivir conscientes de la liberación traída por Cristo y desarrollar la propia vida como ofrenda de sí mismos a Dios, para que su victoria se manifieste plenamente a todos los hombres a través de una conducta renovada íntimamente.
Es particularmente urgente a nuestra época recordar que el domingo, el Día del Señor, es también día de descanso en lo que se refiere al trabajo. Deseamos vivamente que esto sea reconocido como tal por la sociedad civil, de manera que sea posible estar libre de las actividades del trabajo sin estar, por otra parte, penalizado. En efecto, los cristianos, en relación con el significado del sábado en la tradición judía, siempre han visto igualmente en el Día del Señor, el día de descanso del trabajo cotidiano.
Esto tiene un sentido preciso, constituyendo una relativización del trabajo, el cual está ordenado al hombre: el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo. Es fácil, pues, comprender la protección que de ello se desprende para el mismo hombre, que así se emancipa de una posible forma de esclavitud. Tal como he tenido ocasión de afirmar, “el trabajo es de primera importancia para la realización del hombre y para el desarrollo de la sociedad, y por eso es conveniente que sea siempre organizado y llevado a cabo dentro del pleno respeto a la dignidad humana y al servicio del bien común. Es importante, al mismo tiempo, que el hombre no se deje dominar por el trabajo, que no haga de él un ídolo, con la pretensión de encontrar en él el sentido último y definitivo de la vida”. Es en el día consagrado a Dios que el hombre comprende el sentido de su existencia así como de su trabajo.
Notas
[204] A los Magnesios, 9,1-2: PG 5, 670.
[205] Cf. I Apología 67, 1-6; 66: PG 6, 430 s. 427. 430.
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 450-454
TERCER MANDAMIENTO: SANTIFICARÁS LAS FIESTAS
450. ¿Por qué Dios «ha bendecido el día del sábado y lo ha declarado sagrado» (Ex20,11)?
CCE: 2168-2172; 2189
Dios ha bendecido el sábado y lo ha declarado sagrado, porque en este día se hace memoria del descanso de Dios el séptimo día de la creación, así como de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto y de la Alianza que Dios hizo con su pueblo.
451. ¿Cómo se comporta Jesús en relación con el sábado?
CCE: 2173
Jesús reconoce la santidad del sábado, y con su autoridad divina le da la interpretación auténtica: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2, 27).
452. ¿Por qué motivo, para los cristianos, el sábado ha sido sustituido por el domingo?
CCE: 2174-2176; 2190-2191
Para los cristianos, el sábado ha sido sustituido por el domingo, porque éste es el día de la Resurrección de Cristo. Como «primer día de la semana» (Mc 16, 2), recuerda la primera Creación; como «octavo día», que sigue al sábado, significa la nueva Creación inaugurada con la Resurrección de Cristo. Es considerado, así, por los cristianos como el primero de todos los días y de todas las fiestas: el día del Señor, en el que Jesús, con su Pascua, lleva a cumplimiento la verdad espiritual del sábado judío y anuncia el descanso eterno del hombre en Dios.
453. ¿Cómo se santifica el domingo?
CCE: 2177-2185 ;2192-2193
Los cristianos santifican el domingo y las demás fiestas de precepto participando en la Eucaristía del Señor y absteniéndose de las actividades que les impidan rendir culto a Dios, o perturben la alegría propia del día del Señor o el descanso necesario del alma y del cuerpo. Se permiten las actividades relacionadas con las necesidades familiares o los servicios de gran utilidad social, siempre que no introduzcan hábitos perjudiciales a la santificación del domingo, a la vida de familia y a la salud.
454. ¿Por qué es importante reconocer civilmente el domingo como día festivo?
CCE: 2186-2188; 2194-2195
Es importante que el domingo sea reconocido civilmente como día festivo, a fin de que todos tengan la posibilidad real de disfrutar del suficiente descanso y del tiempo libre que les permitan cuidar la vida religiosa, familiar, cultural y social; de disponer de tiempo propicio para la meditación, la reflexión, el silencio y el estudio, y de dedicarse a hacer el bien, en particular en favor de los enfermos y de los ancianos.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2168-2173
EL TERCER MANDAMIENTO
«Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo» (Ex 20, 8-10; cf Dt 5, 12-15).
«El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es Señor del sábado» (Mc 2, 27-28).
I. El día del sábado
2168 El tercer mandamiento del Decálogo proclama la santidad del sábado: “El día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor” (Ex 31, 15).
2169 La Escritura hace a este propósito memoria de la creación: “Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo hizo sagrado” (Ex 20, 11).
2170 La Escritura ve también en el día del Señor un memorial de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto: “Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado” (Dt 5, 15).
2171 Dios confió a Israel el sábado para que lo guardara como signo de la alianzainquebrantable (cf Ex 31, 16). El sábado es para el Señor, santamente reservado a la alabanza de Dios, de su obra de creación y de sus acciones salvíficas en favor de Israel.
2172 La acción de Dios es el modelo de la acción humana. Si Dios “tomó respiro” el día séptimo (Ex 31, 17), también el hombre debe “descansar” y hacer que los demás, sobre todo los pobres, “recobren aliento” (Ex 23, 12). El sábado interrumpe los trabajos cotidianos y concede un respiro. Es un día de protesta contra las servidumbres del trabajo y el culto al dinero (cf Ne13, 15-22; 2Cro 36, 21).
2173 El Evangelio relata numerosos incidentes en que Jesús fue acusado de quebrantar la ley del sábado. Pero Jesús nunca falta a la santidad de este día (cf Mc 1, 21; Jn 9, 16), sino que con autoridad da la interpretación auténtica de esta ley: “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27). Con compasión, Cristo proclama que “es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla” (Mc 3, 4). El sábado es el día del Señor de las misericordias y del honor de Dios (cf Mt 12, 5; Jn 7, 23). “El Hijo del hombre es Señor del sábado” (Mc 2, 28).
Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)
Jesús de Nazaret I: La disputa sobre el sábado
Sigamos el diálogo de Neusner [1], el judío creyente, con Jesús y comencemos con el sábado, cuya observancia escrupulosa es para Israel la expresión central de su existencia como vida en la Alianza con Dios. Incluso quien lee los Evangelios superficialmente sabe que el debate sobre lo que es o no propio del sábado está en el centro del contraste de Jesús con el pueblo de Israel de su tiempo. La interpretación habitual dice que Jesús acabó con una práctica legalista restrictiva introduciendo en su lugar una visión más generosa y liberal, que abría las puertas a una forma de actuar razonable, adaptada a cada situación. Como prueba se utiliza la frase: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Mc 2, 27), y que muestra una visión antropocéntrica de toda la realidad, de la cual resultaría obvia una interpretación «liberal» de los mandamientos. Así, precisamente del conflicto en torno al sábado, se ha sacado la imagen del Jesús liberal. Su crítica al judaísmo de su tiempo sería la crítica del hombre de sentimientos liberales y razonables a un legalismo anquilosado, en el fondo hipócrita, que degradaba la religión a un sistema servil de preceptos a fin de cuentas poco razonables, que serían un impedimento para el desarrollo de la actuación del hombre y de su libertad. Es obvio que una concepción semejante no podía generar una imagen muy atrayente del judaísmo; sin embargo, la crítica moderna —a partir de la Reforma— ha visto representado en el catolicismo este elemento «judío», así concebido.
En cualquier caso, aquí se plantea la cuestión de Jesús —quién era realmente y qué es lo que de verdad quería— y también toda la cuestión sobre judaísmo y el cristianismo: ¿fue Jesús en realidad un rabino liberal, un precursor del liberalismo cristiano? ¿Es el Cristo de la fe y, por consiguiente, toda la fe de la Iglesia, un gran error?
Con sorprendente rapidez, Neusner deja a un lado este tipo de interpretación; puede hacerlo porque pone al descubierto de un modo convincente el verdadero punto central de la controversia. Con respecto a la discusión con los discípulos que arrancaban las espigas tan sólo afirma: «Lo que me inquieta no es que los discípulos incumplan el precepto de respetar el sábado. Eso sería irrelevante y pasaría por alto el núcleo de la cuestión» (p. 69). Sin duda, cuando leemos la controversia sobre las curaciones en el sábado, y los relatos sobre el dolor lleno de indignación del Señor por la dureza de corazón de los partidarios de la interpretación dominante del sábado, podemos ver que en estos conflictos están en juego las preguntas más profundas sobre el hombre y el modo correcto de honrar a Dios. Por tanto, tampoco este aspecto del conflicto es algo simplemente «trivial». Pero Neusner tiene razón cuando ve el núcleo de la controversia en la respuesta de Jesús a quien le reprochaba que los discípulos recogieran las espigas en sábado.
Jesús defiende el modo con el cual sus discípulos sacian su hambre, primero con la referencia a David, que con sus compañeros comió en la casa del Señor los panes de la ofrenda «que ni a él ni a los suyos les estaba permitido comer, sino sólo a los sacerdotes». Luego añade: «¿Y no habéis leído en la Ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es más grande que el templo. Si comprendierais lo que significa «quiero misericordia y no sacrificio» (cf. Os 6, 6; 1 S 15, 22), no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el hijo del hombre es señor del sábado» (Mt 12, 4-8). Neusner añade: «Él [Jesús] y sus discípulos pueden hacer en sábado lo que hacen, porque se han puesto en el lugar de los sacerdotes en el templo: el lugar sagrado se ha trasladado. Ahora está en el círculo del maestro con sus discípulos» (p. 68s).
Aquí nos tenemos que detener un momento para ver lo que significaba el sábado para Israel y entender así lo que está en juego en esta disputa. En el relato de la creación, se dice que Dios descansó el séptimo día. «En ese día celebramos la creación», deduce Neusner con razón (p. 59). Y continúa: «No trabajar en sábado significa algo más que cumplir escrupulosamente un rito. Es un modo de imitar a Dios» (p. 60). Por tanto, del sábado forma parte no sólo el aspecto negativo de no realizar actividades externas, sino también lo positivo del «descanso», que implica además una dimensión espacial: «Para respetar el sábado hay que quedarse en casa. No basta con abstenerse de realizar cualquier tipo de trabajo, también hay que descansar, restablecer en un día de la semana el círculo de la familia y el hogar, cada uno en su casa y en su sitio» (p. 66). El sábado no es sólo un asunto de religiosidad individual, sino el núcleo de un orden social: «Ese día convierte al Israel eterno en lo que es, en el pueblo que, al igual que Dios después de la creación, descansa al séptimo día de su creación» (p. 59).
Aquí podríamos reflexionar sobre lo saludable que sería también para nuestra sociedad actual que las familias pasaran un día juntas, que la casa se convirtiera en hogar y realización de la comunión en el descanso de Dios. Pero dejemos esta idea de momento y sigamos en el diálogo entre Jesús e Israel, que es también inevitablemente un diálogo entre Jesús y nosotros, así como nuestro diálogo con el pueblo judío de hoy.
El tema del «descanso» como elemento constitutivo del sábado permite a Neusner ponerse en relación con el grito de júbilo de Jesús, que en el Evangelio de Mateo precede a la narración de la recogida de espigas por parte de los discípulos. Es el llamado grito de júbilo mesiánico, que comienza: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla…» (Mt 11,25 -3 0). En nuestra interpretación habitual, éstos aparecen como dos textos evangélicos muy diferentes entre sí: uno habla de la divinidad de Jesús, el otro de la disputa en torno al sábado. Neusner deja claro que ambos textos están estrechamente relacionados, pues en los dos casos se trata del misterio de Jesús, del «Hijo del hombre», del «Hijo» por excelencia.
Las frases inmediatamente precedentes a la narración sobre el sábado son: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11,28-30). Generalmente estas palabras son interpretadas desde la idea del Jesús liberal, es decir, desde un punto de vista moralista: la interpretación liberal de la Ley que hace Jesús facilita la vida frente al «legalismo judío». Sin embargo, en la práctica, esta lectura no resulta muy convincente, pues seguir a Jesús no resulta cómodo, y además Jesús nunca dijo nada parecido. ¿Pero entonces qué?
Neusner nos muestra que no se trata de una forma de moralismo, sino de un texto de alto contenido teológico, o digámoslo con mayor exactitud, de un texto cristológico. A través del tema del descanso, y el que está relacionado con el de la fatiga y la opresión, el texto se conecta con la cuestión del sábado. El descanso del que se trata ahora tiene que ver con Jesús. Las enseñanzas de Jesús sobre el sábado aparecen ahora en perfecta consonancia con este grito de júbilo y con las palabras del Hijo del hombre como señor del sábado. Neusner resume del siguiente modo el contenido de toda la cuestión: «Mi yugo es ligero, yo os doy descanso. El Hijo del hombre es el verdadero señor del sábado. Pues el Hijo del hombre es ahora el sábado de Israel; es nuestro modo de comportarnos como Dios» (p. 72).
Ahora Neusner puede decir con más claridad que antes: «¡No es de extrañar, por tanto, que el Hijo del hombre sea señor del sábado! No es porque haya interpretado de un modo liberal las restricciones del sábado… Jesús no fue simplemente un rabino reformador que quería hacer la vida «más fácil» a los hombres… No, aquí no se trata de aligerar una carga… Está en juego la reivindicación de autoridad por parte de Jesús.» (p. 71). «Ahora Jesús está en la montaña y ocupa el lugar de la Torá» (p. 73). El diálogo del judío observante con Jesús llega aquí al punto decisivo. Ahora, desde su exquisito respeto, el rabino no pregunta directamente a Jesús, sino que se dirige al discípulo de Jesús: «»¿Es realmente cierto que tu maestro, el Hijo del hombre, es el señor del sábado?». Y como lo hacía antes, vuelvo a preguntar: «Tu maestro ¿es Dios?»» (p. 74).
Con ello se pone al descubierto el auténtico núcleo del conflicto. Jesús se ve a sí mismo como la Torá, como la palabra de Dios en persona. El grandioso Prólogo del Evangelio de Juan —«En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios»— no dice otra cosa que lo que dice el Jesús del Sermón de la Montaña y el Jesús de los Evangelios sinópticos. El Jesús del cuarto Evangelio y el Jesús de los Evangelios sinópticos es la misma e idéntica persona: el verdadero Jesús «histórico».
El núcleo de las disputas sobre el sábado es la cuestión sobre el Hijo del hombre, la cuestión referente a Jesucristo mismo. Volvemos a ver cuánto se equivocaban Harnack y la exégesis liberal que le siguió con la idea de que en el Evangelio de Jesús no tiene cabida el Hijo, no tiene cabida Cristo: en realidad, Él es siempre su centro.
Pero ahora tenemos que fijarnos en otro aspecto de la cuestión que encontraremos más claramente al tratar el cuarto mandamiento: lo que al rabino Neusner le inquieta del mensaje de Jesús sobre el sábado no es sólo la centralidad de Jesús mismo; la expone claramente pero, con todo, no es eso lo que objeta, sino sus consecuencias para la vida concreta de Israel: el sábado pierde su gran función social. Es uno de los elementos primordiales que mantienen unido al pueblo de Israel como tal. El hacer de Jesús el centro rompe esta estructura sacra y pone en peligro un elemento esencial para la cohesión del pueblo.
La reivindicación de Jesús comporta que la comunidad de los discípulos de Jesús es el nuevo Israel. ¿Acaso no debe inquietar esto a quien lleva en el corazón al «Israel eterno»? También se encuentra relacionada con la cuestión sobre la pretensión de Jesús de ser Él mismo la Torá y el templo en persona, el tema de Israel, la cuestión de la comunidad viva del pueblo, en el cual se realiza la palabra de Dios. Neusner ha destacado precisamente este segundo aspecto en la parte más extensa de su libro, como veremos a continuación.
Ahora se plantea también para el cristiano la siguiente cuestión: ¿era justo poner en peligro la gran función social del sábado, romper el orden sacro de Israel en favor de una comunidad de discípulos que sólo se pueden definir, por así decirlo, a partir de la figura de Jesús? Esta cuestión se podría y se puede aclarar sólo en la comunidad de discípulos que se ha ido formando: la Iglesia. Pero no podemos seguir aquí su desarrollo. La resurrección de Jesús «el primer día de la semana» hizo que, para los cristianos, ese «primer día» —el comienzo de la creación— se convirtiera en el «día del Señor», en el cual confluyeron por sí mismos —mediante la comunión de la mesa con Jesús— los elementos esenciales del sábado veterotestamentario.
Que en el curso de este proceso la Iglesia haya asumido así de modo nuevo la función social del sábado —orientada siempre al «Hijo del hombre»— se vio claramente cuando Constantino, en su reforma jurídica de inspiración cristiana, asoció también a este día algunas libertades para los esclavos e introdujo así en el sistema legal basado en principios cristianos el día del Señor como el día de la libertad y el descanso. A mí me parece sumamente preocupante que los modernos liturgistas quieran dejar de nuevo a un lado esta función social del domingo, que está en continuidad con la Torá de Israel, considerándola una desviación de Constantino. Pero aquí se plantea todo el problema de las relaciones entre fe y orden social, entre fe y política. A esto prestaremos atención en el próximo parágrafo.
Notas
[1] Jacob Neusner es un erudito judío que escribió el libro titulado A Rabbi Talks with Jesús [Un rabino habla con Jesús]. Este libro es citado por el Joseph Ratzinger en su libro Jesús de Nazaret.
Sermón: Retorno a los orígenes.
Sermones de Cuaresma 1981.
«El sábado está hecho para los hombres» (Mc 2,27).
En el relato de la creación, el sábado se describe como el día en que, en libertad y adoración, el hombre participa de la libertad, del reposo y de la paz de Dios. Celebrar el sábado es celebrar la alianza. Esto significa un retorno a los orígenes, la eliminación de las impurezas que nuestras actividades múltiples han dejado en nuestro interior. Quiere decir ponerse en marcha hacia el mundo nuevo donde no habrá ya esclavos ni amos sino únicamente hijos de Dios libres, ponerse en marcha hacia un mundo en el que el hombre, los animales y la tierra participarán conjuntamente y como hermanos en la paz y en la libertad de Dios…
Pero el hombre ha rechazado el reposo, el descanso que venía de Dios, la adoración con su paz y su libertad y, por fin, se ha sometido a la acción. Ha esclavizado al mundo con su actividad y se ha hecho esclavo él mismo. Por esto, Dios dio al hombre el sábado que aquel había rechazado. Al rechazar el hombre el ciclo de la libertad y del reposo que vienen de Dios, se alejó de su condición de imagen de Dios pisando así la dignidad del mundo. Por esto hacía falta arrancar al hombre de su esclavitud que le tenía atado a su propio trabajo. Por esto, Dios quiso que el hombre reencontrara su autenticidad, liberándolo del domino de la acción. “No preferir nada al servicio de Dios”, decía San Benito. En primer lugar, la adoración, la libertad y el reposo que viene de Dios. Así, y sólo así, el hombre puede vivir verdaderamente.