Mc 3, 7-12: Jesús en Galilea – La muchedumbre le sigue
/ 23 enero, 2014 / San MarcosTexto Bíblico
7 Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea. 8 Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón. 9 Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío. 10 Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. 11 Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante él y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». 12 Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda
7. Como hombre que huye de las asechanzas de los que lo persiguen, porque no había llegado aún la hora de su pasión, y porque el lugar de su pasión no era fuera de Jerusalén. Con lo cual dio el ejemplo a los suyos de que cuando sufriesen persecución en una ciudad huyesen a otra.
9. Ellos lo perseguían en vista de sus virtuosas obras y de la bondad de su doctrina, pero los extranjeros atraídos sólo por la fama de sus milagros venían en gran número a oírlo y alcanzar de El la salud. «Y así dijo a sus discípulos que le tuviesen dispuesta una barca», etc.
11-12. Unos y otros se arrojaban a los pies del Señor, los que tenían mal de enfermedades corporales, y los que estaban atormentados por los espíritus inmundos; los primeros con la intención de obtener la salud; los últimos, es decir, los poseídos, o mejor, los demonios que en ellos estaban, obligados por el temor a su divinidad no sólo a arrojarse a sus pies, sino también a confesar su majestad. «Y gritaban diciendo: Tú eres el Hijo de Dios». ¡Qué asombrosa es por tanto la ceguedad de los arrianos que después de la gloria de la resurrección niegan al Hijo de Dios, a quien los demonios mismos confiesan Hijo de Dios aun viéndole en carne mortal!
«Mas El los apercibía con graves amenazas para que no le descubriesen». Dios dijo al pecador ( Sal 49,16), «¿Por qué refieres mis justicias?» Se prohíbe al pecador que anuncie al Señor, para que no se sigan oyendo sus errores. Perverso maestro es el diablo, que mezcla muchas veces lo falso con lo verdadero para encubrir con apariencia de verdad el testimonio del engaño. Se prohíbe también anunciar al Señor no sólo a los demonios, sino a los curados por Cristo y los apóstoles, a fin de que no se retardase su pasión por la publicidad de su majestad divina.
El Señor, que sale de la sinagoga para retirarse a la ribera del mar, alegóricamente figura la salvación del mundo, por la que se dignó venir para inspirarle la fe, abandonando la Judea por su insidia. Y son comparadas con mucha propiedad a un mar inestable las naciones lanzadas en las multiplicadas revueltas de los errores. Una gran muchedumbre venida de diversas provincias lo seguía, porque recibió benignamente a muchas naciones que venían a El por la predicación de los apóstoles. Esta barca, que sirve al Señor en el mar, es la Iglesia formada de la congregación de las gentes. Entra en la barca para que no lo sofoque la turba porque, alejándose de la muchedumbre agitada, se complace en ir a los que menosprecian la gloria del siglo y a estar junto a ellos. Hay diferencia, pues, entre estrechar y sofocar al Señor y tocarlo: lo sofocan los que con sus hechos o con sus pensamientos carnales turban la paz en que reside la verdad; lo tocan los que lo reciben en el corazón por la fe y el amor siendo estos últimos de quienes puede asegurarse la salvación.
Teofilacto
7. Se retira además para hacer bien a muchos, abandonando a los ingratos. Muchos sin embargo, lo siguieron, y El los curó. «Y le fue siguiendo mucha gente de Galilea», etc. Los de Tiro y de Sidón, como extranjeros, reciben beneficios de Cristo, en tanto que sus más allegados, a saber, los judíos lo perseguían. Así es que no hay parentesco útil si no hay bondad en los parientes.
9. Ved, pues, oculta su gloria, porque para que no le ofenda la turba pide una barca en la que subiendo permanecerá ileso. «Todos los que tenían males», etc.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Bernardo, abad
Escritos: Misericordia de Dios.
Los grados de la humildad y el orgullo, c. 3, n. 6.12
«Cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle» (Mc 3, 10)
Seguid el ejemplo de nuestro Salvador que quiso sufrir su Pasión con el fin de aprender compasión; sujetarse a la miseria, con el fin de comprender a los miserables. Lo mismo que » aprendió a obedecer, por lo que aguanto » (He 5,8), quiso aprender también la misericordia… Posiblemente encontrarás extraño lo que acabo de decir sobre Cristo: Él, que es la sabiduría de Dios (1Co 1,24), ¿qué pudo aprender?…
Reconocéis que es Dios y hombre en una sola persona. Como Dios eterno, siempre tuvo conocimiento de todo; como hombre, nacido en el tiempo, aprendió muchas cosas en el tiempo. Cuando empezó a estar en nuestra carne, también comenzó a enterarse, por experiencia, de las miserias de la carne. Habría sido más feliz y más sabio con nuestros primeros padres, de no haber hecho esta experiencia, pero su creador » vino a buscar lo que estuvo perdido » (Lc 19,10). Tuvo lastima de su obra y vino a rescatarla, descendiendo misericordiosamente, allí dónde ésta había perecido miserablemente…
No era simplemente para compartir su desgracia, sino para compadecerse de su miseria y liberarlos: para llegar a ser misericordioso, no como un Dios en su bondad eterna, sino como un hombre que comparte la situación de los hombres… ¡Maravillosa lógica del amor! ¿Cómo habríamos podido conocer esta admirable misericordia, si no conociera la miseria existente? ¿Cómo habríamos podido entender la compasión de Dios, si no conociera el sufrimiento?… A la misericordia de un Dios, Cristo unió la de un hombre, sin cambiarla, pero multiplicándola, como está escrito: «salvarás a hombres y animales, Señor. ¡Mi Dios, cómo hiciste sobreabundar tu misericordia!» (Sal. 35,7-8)
San Ireneo de Lyon, obispo y mártir
Obras: Dios mismo vino a nuestro encuentro.
Demostración de la predicación apostólica, 92-95.
«Mucha gente, al enterarse de las cosas que hacía, acudía a él» (Mc 3,8).
En el profeta Isaías se dice que, el mismo Verbo, la Palabra de Dios, dice que él debía manifestarse viviendo entre nosotros –en efecto, el Hijo de Dios se hizo hijo del hombre- y dejarse encontrar por nosotros al cual no conocíamos anteriormente: «Me he hecho encontradizo de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije: «Aquí estoy, aquí estoy» a gente que no invocaba mi nombre» (Is 65,1)… Es ese mismo el sentido de lo que dijo Juan Bautista: «Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras» (Mt 3,9). En efecto, después de haber sido arrancados, por la fe, del culto a unas piedras, nuestros corazones ven a Dios y se hacen hijos de Abrahán que fue justificado por la fe…
El Verbo de Dios se encarnó y planto su tienda entre nosotros, según nos lo dice Juan, su discípulo (Jn 1,14). Gracias a él, y por la nueva vocación, cambió el corazón de los paganos. Desde entonces la Iglesia da mucho fruto en aquellos que se salvan; y ya no es un intercesor como Moisés, ni un mensajero como Elías, sino el mismo Señor el que nos salva dando a la Iglesia más hijos que los antiguos a la sinagoga, tal como lo había predicho Isaías diciendo: «Alégrate, la estéril que no dabas a luz» (Is 54,1 ; Ga 4,27)… Dios encuentra su felicidad dando su heredad a las naciones insensatas, a los que no formaban parte de la ciudad de Dios y ni tan sólo sabían quien era Dios. Ahora que, gracias a esta llamada, se nos ha dado la vida y que Dios nos ha conducido hasta llevar en nosotros la fe de Abrahán a su plenitud, no debemos volver atrás, quiero decir a la primera legislación, porque hemos recibido al Señor de la Ley, al Hijo de Dios, y, por la fe en él, aprendemos a amar a Dios con todo nuestro corazón y al prójimo como a nosotros mismos.
San Atanasio de Alejandría, obispo y doctor de la Iglesia
Tratado: Todo lo hizo por amor.
Sobre la Encarnación del Verbo.
«Todos los que sufrían algún mal se abalanzaban sobre él para tocarle» (Mc 3,10).
El Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial, llegó a nuestra región, aunque ya antes no estaba lejos de ella. En efecto, a ninguna parte de la creación había dejado privada de su presencia, porque él, que permanece junto a su Padre, lo llenaba todo. Pero, a causa de su amor por nosotros, se abajó, se hizo presente y se nos manifestó. Tuvo piedad de nuestra raza, tuvo compasión de nuestra debilidad y condescendió tomando nuestra condición corruptible.
No aceptó que la muerte dominara sobre nosotros; no quiso ver perecer lo que había comenzado, ni dejar fracasar lo que su Padre había llevado a cabo creando a los hombres. Tomó, pues, un cuerpo que no es diferente del nuestro. En el seno de la Virgen se construyó para sí el templo de su cuerpo; hizo de él el instrumento apto para hacerse conocer y para estar en él. Después de haber tomado de entre nuestros cuerpos, un cuerpo de la misma especie, puesto que nosotros estamos todos sumisos a la corrupción de la muerte, entregó su cuerpo a la muerte por todos, y lo ofreció a su Padre. Hizo esto por amor a todos los hombres.
Juliana de Norwich, reclusa inglesa
Escritos: Dios está siempre.
Revelaciones del amor divino, cap. 36.
«Todos los que padecían algún mal, se le acercaban para tocarlo» (Mc 3,10).
Mientras vivimos, cuando locamente nos inclinamos hacia lo que no está permitido, Dios nuestro Señor, nos toca con ternura y nos llama con gran alegría, diciéndole a nuestra alma: «deja allí lo que te gusta, hijo querido, vuélvete hacia mí; yo soy todo lo que tú deseas. Regocíjate en tu Salvador y en tu salvación». Estoy segura de que el alma iluminada por la gracia verá y sentirá que nuestro Señor obra así en nosotros. Porque si esta obra concierne a la humanidad en general, todo hombre en particular no queda excluido de esto…
Más aún, Dios iluminó especialmente mi inteligencia y me enseñó el modo en que hace los milagros: «Sabéis que hice ya aquí abajo muchos milagros, brillantes y maravillosos, gloriosos y grandes. Lo que hice entonces, lo hago todavía ahora, y lo haré en los tiempos venideros». Sabemos que todo milagro va precedido de sufrimientos, angustias, tribulaciones. Es para que nos demos cuenta de nuestra debilidad y las tonterías que cometemos a causa de nuestro pecado y, para que volvamos humildes y gritemos a Dios, implorando su socorro y su gracia. Los milagros surgen luego; provienen del gran poder, sabiduría y bondad de Dios y revelan su fuerza y las alegrías del cielo, tanto como esto es posible en esta vida pasajera. Así nuestra fe se fortifica y nuestra esperanza crece en el amor. He aquí porque le gusta a Dios ser conocido y glorificado por los milagros. Quiere que no nos agobiemos por la tristeza y las tempestades que nos amenazan ¡Él está allí siempre, aún antes de los milagros!
San Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón: Dios en persona viene a salvarnos.
Sermón 5º para la novena de Navidad.
«Todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo» (Mc 3,10).
«Decid a los cobardes de corazón: Sed fuertes, no temáis… el mismo Dios vendrá a salvaros» (Is 35,4). Se ha realizado esta profecía: que me esté permitido, pues, dar ahora gritos de alegría: ¡Alegraos, hijos de Adán, alegraos; lejos de vosotros todo desánimo! Viendo vuestra debilidad e impotencia para resistir a tantos enemigos «desterrad de vosotros todo temor, Dios mismo vendrá y os salvará». ¿Cómo vino él mismo y os ha salvado? Dándoos la fuerza necesaria para hacer frente y superar todos los obstáculos para vuestra salvación. ¿Y cómo el Redentor os ha procurado esta fuerza? Siendo fuerte y todopoderoso, se hizo débil; cargó sobre él nuestra debilidad, y nos comunicó su fuerza…
Dios es todopoderoso: «Señor, gritaba Isaías, ¿quién resistirá la fuerza de tu brazo?» (40,10)… Pero las heridas que el pecado provocó en el hombre lo debilitaron de tal manera que se quedó incapaz de resistir a sus enemigos. ¿Qué es lo que ha hecho el Verbo eterno, la Palabra de Dios? De fuerte y todopoderoso que era, se hizo débil; se revistió de la debilidad corporal del hombre para procurar al hombre, a través de sus méritos, la necesaria fuerza de alma…; se hizo niño… Finalmente, al término de su vida, en el Huerto de los Olivos cargó con vínculos de los que no se pudo desprender. En el pretorio, fue atado a una columna para ser flagelado. Después, con la cruz sobre sus hombros, faltado de fuerzas, cae a menudo a lo largo del camino. Clavado en la cruz, no puede liberarse… ¿Somos débiles nosotros? Pongamos toda nuestra confianza en Jesucristo y lo podremos todo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» decía el apóstol Pablo (Flp 4,13). Todo lo puedo, no por mis propias fuerzas, sino con las que me han obtenido los méritos de mi Redentor.
San Agustín de Hipona, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón: Dios se hace visible.
Sermones sobre la 1ª carta de san Juan, 1,1.
«La misma Vida se ha manifestado en la carne» (cf. Mc 3,7-12).
«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, es el Verbo, la Palabra de la vida» (1Jn 1,1), ¿Quién es el que puede tocar con sus manos a la Palabra, si no es porque «la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros»? (Jn 1,14). Esta Palabra, que se hizo carne para que pudiera ser tocada con las manos, comenzó siendo carne cuando se encarnó en el seno de la Virgen María. Pero no en ese momento comenzó a existir la Palabra, porque el mismo Juan dice que «existía desde el principio»…
Quizá alguno entienda la expresión «la Palabra de la vida» como referida a la persona de Cristo y no al mismo cuerpo de Cristo, que fue tocado con las manos. Fijaos en lo que sigue: «Pues la vida se hizo visible» (1Jn 1,2). Así, pues, Cristo es la Palabra de la vida. ¿Y cómo se hizo visible? «Existía desde el principio» pero no se había manifestado a los hombres, pero sí a los ángeles, que la contemplaban y se alimentaban de ella, como de su pan, Pero ¿qué dice la Escritura? «El hombre comió pan de ángeles» (sl 77,25).
Así, pues, la Vida misma se ha manifestado en la carne, para que, en esta manifestación, aquello que sólo podía ser visto con el corazón fuera también visto con los ojos, y de esta forma sanase los corazones. Pues la Palabra se ve sólo con el corazón, pero la carne se ve también con los ojos corporales. Éramos capaces de ver la carne, pero no lo éramos de ver la Palabra. «La Palabra se hizo carne», a la cual podemos ver, para sanar en nosotros aquello que nos hace capaces de ver la Palabra.
San Juan Casiano, abad
Homilía: Cristo nos llama constantemente.
Conferencia 13: SC 54, 156.
«Acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón» (Mc 3,8).
Dios no ha creado al hombre para que se pierda sino para que tenga vida eterna. Este designio es inmutable. .. Porque “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4). Esta es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos. Dice Jesús “que ninguno de estos pequeños se pierda” (Mt 18,14). Y en otro lugar está escrito: “Dios no desea que se pierda una sola alma; difiere el cumplimiento de la sentencia para que pueda volver el descarriado” (cf 2Sam 14,14; 2P 3,9). Dios es veraz, no miente cuando asegura con juramento: “Por mi vida, no quiero la muerte del pecador sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11).
¿Se puede, entonces, pensar sin cometer un grave sacrilegio, que Dios no quiere la salvación de todos sino sólo de unos cuantos? Quien se pierde se pierde contra la voluntad de Dios. Cada día nos llama a gritos: “Convertíos de vuestra mala conducta. ¿Por qué vais a morir, pueblo de Israel? (Ez 33,11) Y de nuevo insiste: “Por qué persisten en el engaño y se niegan a volver? Endurecieron su rostro más que la roca y se niegan a convertirse” (Jr 8,5; 5,3). La gracia de Cristo está siempre a nuestra disposición. Como quiere que todos los hombres se salven, los llama sin cesar a todos: “Venid a mí, todos los que estáis cansado y agobiados y yo os aliviaré” (Mt, 11,28).
San Efrén de Siria, diácono y doctor de la Iglesia
Diatessaron: Muriendo, abrió los tesoros de su misericordia.
Diatessaron, oración final: SC 12, 404ss.
«Muchos seguían acudiendo a él de todas partes» (Mc 3,8).
¡Oh misericordias, enviadas y derramadas sobre todos los hombres! Vienen de ti, Señor, tú que en tu compasión por todos los hombres has salido a su encuentro. Por tu muerte les has abierto los tesoros de tu misericordia… Tu ser profundo queda escondido a la mirada de los hombres, pero es anunciado en los movimientos más insignificantes. Tus obras nos dan las pistas para conocer al autor y las criaturas nos hablan de su creador (Sb 13,1; Rm 1,20), para que podamos tocar a aquel que se sustrae a la búsqueda intelectual, pero que se da a conocer en sus dones. Es difícil llegar a estar delante de él cara a cara, pero es fácil acercarse a él.
Nuestro agradecimiento es insuficiente, pero te adoramos en todas las cosas por tu amor hacia todos los hombres. Tú nos distingues a cada uno de nosotros por el fondo de nuestro ser invisible, nosotros, que estamos todos unidos fundamentalmente por la única naturaleza de Adán… Te adoramos, tú que nos has puesto en este mundo a cada uno de nosotros, que nos has confiado todo lo que hay en él y nos sacarás de él en el momento que ignoramos. Te adoramos, tú que has puesto tu palabra en nuestros labios para que pudiéramos presentarte nuestras peticiones. Adán te aclama, él que descansa en la paz, y nosotros, su posteridad, con él, ya que todos somos beneficiarios de tu gracia. Los vientos te alaban,… la tierra te canta…, los mares te bendicen…, los árboles te aclaman, las plantas y las flores te enaltecen.. Que todo lo que existe se una en una voz para alabarte, darte gracias por todas las bondades y te bendiga en la paz.
A nosotros nos conviene enaltecerte en todo momento, con toda nuestra voluntad y tú derramas sobre nosotros algo de tu plenitud, para que tu verdad nos convierta y que así desaparezca nuestra debilidad que, sin tu gracia, no puede llegar hasta ti, tú el Dador de todo don.
San Juan Pablo II, papa
Catequesis: Seguir a Cristo
Audiencia general, 06-09-2000.
«Una gran muchedumbre le seguía (Mc 3, 7)
1. El encuentro con Cristo cambia radicalmente la vida de una persona, la impulsa a la metánoia o conversión profunda de la mente y del corazón, y establece una comunión de vida que se transforma en seguimiento. En los evangelios el seguimiento se expresa con dos actitudes: la primera consiste en «acompañar» a Cristo (akoloutheîn); la segunda, en «caminar detrás» de él, que guía, siguiendo sus huellas y su dirección (érchesthai opíso). Así, nace la figura del discípulo, que se realiza de modos diferentes. Hay quien sigue de manera aún genérica y a menudo superficial, como la muchedumbre (cf. Mc 3, 7; 5, 24; Mt 8, 1. 10; 14, 13; 19, 2; 20, 29). Están los pecadores (cf. Mc 2, 14-15); muchas veces se menciona a las mujeres que, con su servicio concreto, sostienen la misión de Jesús (cf. Lc 8, 2-3; Mc 15, 41). Algunos reciben una llamada específica por parte de Cristo y, entre ellos, una posición particular ocupan los Doce.
Por tanto, la tipología de los llamados es muy variada: gente dedicada a la pesca y a cobrar impuestos, honrados y pecadores, casados y solteros, pobres y ricos, como José de Arimatea (cf. Jn 19, 38), hombres y mujeres. Figura incluso el zelota Simón (cf. Lc 6, 15), es decir, un miembro de la oposición revolucionaria antirromana. También hay quien rechaza la invitación, como el joven rico, el cual, al oír las palabras exigentes de Cristo, se entristeció y se marchó pesaroso, «porque era muy rico» (Mc 10, 22).
2. Las condiciones para recorrer el mismo camino de Jesús son pocas pero fundamentales. […] Es necesario dejar atrás el pasado, cortar con él de modo determinante y realizar una metánoia en el sentido profundo del término: un cambio de mentalidad y de vida. El camino que propone Cristo es estrecho, exige sacrificio y la entrega total de sí: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mc 8, 34). Es un camino que conoce las espinas de las pruebas y de las persecuciones: «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15, 20). Es un camino que transforma en misioneros y testigos de la palabra de Cristo, pero exige de los apóstoles que «nada tomen para el camino: (…) ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja» (Mc 6, 8; cf. Mt 10, 9-10).
3. Así pues, el seguimiento no es un viaje cómodo por un camino llano. También pueden surgir momentos de desaliento, hasta el punto de que, en una circunstancia, «muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él» (Jn 6, 66), es decir, con Jesús, que se vio obligado a formular a los Doce una pregunta decisiva: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67). En otra circunstancia, cuando Pedro se rebela a la perspectiva de la cruz, Jesús lo reprende bruscamente con palabras que, según un matiz del texto original, podrían ser una invitación a «retirarse de su vista», después de haber rechazado la meta de la cruz: «¡Quítate de mi vista, Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios» (Mc 8, 33).
Aunque Pedro corre siempre el riesgo de traicionar, al final seguirá a su Maestro y Señor con el amor más generoso. En efecto, a orillas del lago de Tiberíades, Pedro hará su profesión de amor: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Y Jesús le anunciará «la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios», repitiendo dos veces: «Sígueme» (Jn 21, 17. 19. 22).
El seguimiento se expresa de modo especial en el discípulo amado, que entra en intimidad con Cristo, de quien recibe como don a su Madre y a quien reconoce una vez resucitado (cf. Jn 13, 23-26; 18, 15-16; 19, 26-27; 20, 2-8; 21, 2. 7. 20-24).
4. La meta última del seguimiento es la gloria. El camino consiste en la «imitación de Cristo», que vivió en el amor y murió por amor en la cruz. El discípulo «debe, por decirlo así, entrar en Cristo con todo su ser, debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo» (Redemptor hominis, 10). Cristo debe entrar en su yo para liberarlo del egoísmo y del orgullo, como dice a este propósito san Ambrosio: «Que Cristo entre en tu alma y Jesús habite en tus pensamientos, para cerrar todos los espacios al pecado en la tienda sagrada de la virtud» (Comentario al Salmo 118, 26).
5. Por consiguiente, la cruz, signo de amor y de entrega total, es el emblema del discípulo llamado a configurarse con Cristo glorioso. Un Padre de la Iglesia de Oriente, que es también un poeta inspirado, Romanos el Melódico, interpela al discípulo con estas palabras: «Tú posees la cruz como bastón; apoya en ella tu juventud. Llévala a tu oración, llévala a la mesa común, llévala a tu cama y por doquier como tu título de gloria. (…) Di a tu esposo que ahora se ha unido a ti: Me echo a tus pies. Da, en tu gran misericordia, la paz a tu universo; a tus Iglesias, tu ayuda; a los pastores, la solicitud; a la grey, la concordia, para que todos, siempre, cantemos nuestra resurrección» (Himno 52 «A los nuevos bautizados», estrofas 19 y 22).
San Juan XXIII, papa
Diario: La Iglesia no es un monumento histórico.
Diario del alma, 29/11/1940.
«Lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea, y Transjordania» (Mc 3,8).
“Señor, ábreme los labios y mi boca proclamará tu alabanza.” (Sal 50,17) Cuando uno advierte que estas palabras son proclamadas cada día a la hora de la alabanza matutina en nombre de la Iglesia que ora por ella misma y por el mundo entero, por miles y cientos de miles de bocas implorando esta gracia, nuestra visión se ensancha y se completa. Es la Iglesia que se anuncia, no como un monumento histórico del pasado, sino como una institución viva. La Santa Iglesia no es como un palacio que se construye en un año. Es una ciudad grande que contiene el universo entero. “La montaña de Sión está fundada sobre la alegría de toda la tierra; la ciudad del gran Rey se extiende hacia el Norte.” (Sal 47,3 Vulgata)
La fundación de la Iglesia se comenzó hace veinte siglos y sigue realizándose. Se extiende a toda la tierra hasta que el nombre de Cristo sea adorado en todas partes. A medida que prosigue su construcción, los nuevos pueblos a quienes es anunciado el nombre de Cristo exultan de gozo: “Los pueblos se alegran por el gozoso anuncio.” (cf Hch 13,48) Es bello pensar en esto, edificante para todo presbítero que recita su breviario: cada uno tiene que comprometerse a fondo en la construcción de esta Iglesia santa.
El que se dedica a la predicación, en calidad de mensajero del evangelio, diga al Señor: “Señor, ábreme los labios y mi boca proclamará tu alabanza.” (Sal 50,17) El que no es misionero, que desee ardientemente cooperar en la gran tarea de la misión. Y cuando salmodia en privado, solo en su celda, que diga también: “Señor, ábreme los labios.” Porque, por la comunión en la caridad debe considerar como suya toda lengua que anuncia el evangelio en aquel momento, siendo el evangelio la suprema alabanza divina.
Manuel Garrido B., Año Litúrgico Patrístico
Los espíritus inmundos gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Aquellos espíritus, reconociendo su derrota, manifestaban el poder salvífico de Jesucristo. ¿Reconocen ese poder cuando nos tientan a nosotros? ¿Por qué permite Dios nuestras tentaciones? Porque nos son útiles.
Oigamos a San Juan Crisóstomo: Permite Dios que seas tentado, «primero, para que te des cuenta de que ahora eres ya más fuerte. Luego, para que tengas moderación y humildad y no te engrías por los dones recibidos, pues las tentaciones pueden muy bien reprimir tu orgullo. Además de eso, la malicia del demonio, que acaso duda de si realmente le has abandonado, por las pruebas de las tentaciones puede tener certidumbre plena que te has apartado de él definitivamente. Hay un cuarto motivo: las tentaciones te hacen más fuerte que el hierro mejor templado. Y un quinto: te hacen comprobar mejor lo preciosos que son los tesoros que se te han confiado, porque si no viera el demonio que estás ahora constituido en más alto honor, no te hubiera atacado» (Homilía 13 sobre San Mateo).
El Pastor de Hermas dice que«el diablo no puede dominar a los siervos de Dios que de todo corazón confían en El. Puede, sí, combatirlos, pero no derrotarlos» (Hermas 2).Nosotros no confiemos en sus halagos y fascinaciones. A veces «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Cor 11,14).