Mc 3, 20-21: Sus parientes le buscan
/ 24 enero, 2015 / San MarcosTexto Bíblico
20 Llega a casa y de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer. 21 Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda
20-21. Conduce el Señor a la casa a los apóstoles elegidos en el monte, como para advertirles que deben volver a su conciencia después de haber recibido la dignidad del apostolado. «Llega a casa…»
«… y de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer.»¡Cuál no sería esta bienaventurada muchedumbre, para quien tanto importaba alcanzar la salvación, que ni al Autor de ella ni a los que con El estaban dejaban ni una hora libre para comer! Pero falta la estimación de sus deudos para Aquel a quien no deja la turba de los extraños. «Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo…» Como no podían comprender las sapientísimas palabras que oían, creían que había hablado como un enajenado. «… porque se decía que estaba fuera de sí.» No entienden por su escasa capacidad la palabra de Dios
Los escribas, que habían bajado de Jerusalén, blasfemaban; pero la muchedumbre que viene de aquella ciudad y de otras partes de la Judea y de los pueblos gentiles sigue al Señor. Porque la muchedumbre del pueblo judío había de precederle a Jerusalén en el tiempo de la pasión con palmas y cánticos de alabanza, mientras que los gentiles deseaban verle, y los escribas y fariseos trataban de su muerte.
Pseudo-Crisóstomo
20. «Llega a casa y de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer. Ingratas eran ciertamente las turbas de los sacerdotes, cuyo orgullo les impedía conocer a Jesús, mientras que iba a El agradecida la muchedumbre del pueblo.
Teofilacto
21. «Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.» Esto es, que estaba poseído y furioso, y por tanto querían apoderarse de El y encarcelarlo como a endemoniado. Y los que tal pretendían eran los suyos, esto es, sus deudos, sus compatriotas, o sus parientes.
Víctor Antioqueno, e Cat. in Mar
21. «Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.» Fue, pues, una verdadera locura el considerar como insensato al Autor de tantos milagros y al que había enseñado una tan celestial doctrina.
Pseudo-Jerónimo
20. «Llega a casa y de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer.» La casa a que iban es, en sentido místico, la Iglesia primitiva; las turbas que impedían hasta que comiesen, son los pecados y los vicios, porque el que come indignamente come y bebe su juicio (1Cor 2,29).
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Juan Pablo II, papa
Catequesis (29-01-1997): María en la vida oculta de Jesús
Audiencia general, 29 de enero de 1997.
3. Alguien podría pensar que a María le resultaba fácil creer, dado que vivía a diario en contacto con Jesús. Pero es preciso recordar, al respecto, que habitualmente permanecían ocultos los aspectos singulares de la personalidad de su Hijo. Aunque su manera de actuar era ejemplar, él vivía una vida semejante a la de tantos coetáneos suyos.
Durante los treinta años de su permanencia en Nazaret, Jesús no revela sus cualidades sobrenaturales y no realiza gestos prodigiosos. Ante las primeras manifestaciones extraordinarias de su personalidad, relacionadas con el inicio de su predicación, sus familiares (llamados en el evangelio «hermanos») se asumen —según una interpretación— la responsabilidad de devolverlo a su casa, porque consideran que su comportamiento no es normal (cf. Mc 3, 21).
En el clima de Nazaret, digno y marcado por el trabajo, María se esforzaba por comprender la trama providencial de la misión de su Hijo. A este respecto, para la Madre fue objeto de particular reflexión la frase que Jesús pronunció en el templo de Jerusalén a la edad de doce años: «¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49). Meditando en esas palabras, María podía comprender mejor el sentido de la filiación divina de Jesús y el de su maternidad, esforzándose por descubrir en el comportamiento de su Hijo los rasgos que revelaban su semejanza con Aquel que él llamaba «mi Padre».
4. La comunión de vida con Jesús, en la casa de Nazaret, llevó a María no sólo a avanzar «en la peregrinación de la fe» (Lumen gentium, 58), sino también en la esperanza. Esta virtud, alimentada y sostenida por el recuerdo de la Anunciación y de las palabras de Simeón, abraza toda su existencia terrena, pero la practicó particularmente en los treinta años de silencio y ocultamiento que pasó en Nazaret.
Entre las paredes del hogar la Virgen vive la esperanza de forma excelsa; sabe que no puede quedar defraudada, aunque no conoce los tiempos y los modos con que Dios realizará su promesa. En la oscuridad de la fe, y a falta de signos extraordinarios que anuncien el inicio de la misión mesiánica de su Hijo, ella espera, más allá de toda evidencia, aguardando de Dios el cumplimiento de la promesa.
La casa de Nazaret, ambiente de crecimiento de la fe y de la esperanza, se convierte en lugar de un alto testimonio de la caridad. El amor que Cristo deseaba extender en el mundo se enciende y arde ante todo en el corazón de la Madre; es precisamente en el hogar donde se prepara el anuncio del evangelio de la caridad divina.
Dirigiendo la mirada a Nazaret y contemplando el misterio de la vida oculta de Jesús y de la Virgen, somos invitados a meditar una vez más en el misterio de nuestra vida misma que, como recuerda san Pablo, «está oculta con Cristo en Dios» (Col 3, 3).
A menudo se trata de una vida humilde y oscura a los ojos del mundo, pero que, en la escuela de María, puede revelar potencialidades inesperadas de salvación, irradiando el amor y la paz de Cristo.
Catequesis (12-03-1997): La participación de María en la vida pública de Jesús
Audiencia general, 12 de marzo de 1997.
3. María, siguiendo de lejos las actividades de su Hijo, participa en su drama de sentirse rechazado por una parte del pueblo elegido. Ese rechazo, que se manifestó ya desde su visita a Nazaret, se hace cada vez más patente en las palabras y en las actitudes de los jefes del pueblo.
De este modo, sin duda habrán llegado a conocimiento de la Virgen críticas, insultos y amenazas dirigidas a Jesús. Incluso en Nazaret se habrá sentido herida muchas veces por la incredulidad de parientes y conocidos, que intentaban instrumentalizar a Jesús (cf. Jn 7, 2-5) o interrumpir su misión (cf. Mc 3, 21).
A través de estos sufrimientos, soportados con gran dignidad y de forma oculta, María comparte el itinerario de su Hijo «hacia Jerusalén» (Lc 9, 51) y, cada vez más unida a él en la fe, en la esperanza y en el amor, coopera en la salvación.
4. La Virgen se convierte así en modelo para quienes acogen la palabra de Cristo. Ella, creyendo ya desde la Anunciación en el mensaje divino y acogiendo plenamente a la Persona de su Hijo, nos enseña a ponernos con confianza a la escucha del Salvador, para descubrir en él la Palabra divina que transforma y renueva nuestra vida. Asimismo, su experiencia nos estimula a aceptar las pruebas y los sufrimientos que nos vienen por la fidelidad a Cristo, teniendo la mirada fija en la felicidad que ha prometido Jesús a quienes escuchan y cumplen su palabra.
Catequesis (05-01-2000): María, hija predilecta del Padre
Audiencia general, 5 de enero del 2000.
4. María es la única madre que puede decir, hablando de Jesús, «mi hijo», como lo dice el Padre: «Tú eres mi Hijo» (Mc 1, 11). Por su parte, Jesús dice al Padre: «Abbá», «Papá» (cf.Mc 14, 36), mientras dice «mamá» a María, poniendo en este nombre todo su afecto filial.
En la vida pública, cuando deja a su madre en Nazaret, al encontrarse con ella la llama «mujer», para subrayar que él ya sólo recibe órdenes del Padre, pero también para declarar que ella no es simplemente una madre biológica, sino que tiene una misión que desempeñar como «Hija de Sión» y madre del pueblo de la nueva Alianza. En cuanto tal, María permanece siempre orientada a la plena adhesión a la voluntad del Padre.
No era el caso de toda la familia de Jesús. El cuarto evangelio nos revela que sus parientes «no creían en él» (Jn 7, 5) y san Marcos refiere que «fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí»» (Mc 3, 21). Podemos tener la certeza de que las disposiciones íntimas de María eran completamente diversas. Nos lo asegura el evangelio de san Lucas, en el que María se presenta a sí misma como la humilde «esclava del Señor» (Lc 1, 38). Desde esta perspectiva se ha de leer la respuesta que dio Jesús cuando «le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte»» (Lc 8, 20; cf. Mt 12, 46-47; Mc 3, 32); Jesús respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8, 21). En efecto, María es un modelo de escucha de la palabra de Dios (cf. Lc2, 19. 51) y de docilidad a ella.
5. La Virgen conservó y renovó con perseverancia la completa disponibilidad que había expresado en la Anunciación. El inmenso privilegio y la excelsa misión de ser Madre del Hijo de Dios no cambiaron su conducta de humilde sumisión al plan del Padre. Entre los demás aspectos de ese plan divino, ella asumió el compromiso educativo implicado en su maternidad. La madre no es sólo la que da a luz, sino también la que se compromete activamente en la formación y el desarrollo de la personalidad del hijo. Seguramente, el comportamiento de María influyó en la conducta de Jesús. Se puede pensar, por ejemplo, que el gesto del lavatorio de los pies (cf. Jn 13, 4-5), que dejó a sus discípulos como modelo para seguir (cf. Jn 13, 14-15), reflejaba lo que Jesús mismo había observado desde su infancia en el comportamiento de María, cuando ella lavaba los pies a los huéspedes, con espíritu de servicio humilde.
Según el testimonio del evangelio, Jesús, en el período transcurrido en Nazaret, estaba «sujeto» a María y a José (cf. Lc 2, 51). Así recibió de María una verdadera educación, que forjó su humanidad. Por otra parte, María se dejaba influir y formar por su hijo. En la progresiva manifestación de Jesús descubrió cada vez más profundamente al Padre y le hizo el homenaje de todo el amor de su corazón filial. Su tarea consiste ahora en ayudar a la Iglesia a caminar como ella tras las huellas de Cristo.
Francisco, papa
Ángelus (18-08-2013): Signo de contradicción.
18 de agosto del 2013.
Jesús dice a los discípulos: «¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división» (Lc 12, 51). ¿Qué significa esto? Significa que la fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel que se lo decora con nata. No, la fe no es esto. La fe comporta elegir a Dios como criterio- base de la vida, y Dios no es vacío, Dios no es neutro, Dios es siempre positivo, Dio es amor, y el amor es positivo. Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no conociéramos a Dios. Como si fuese una cosa abstracta, vacía, de referencia puramente nominal; no, Dios tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros. Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es «signo de contradicción» (Lc 2, 34).
[…]
Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús hubo algunos que a un cierto punto no compartieron su modo de vivir y de predicar, nos lo dice el Evangelio (cf. Mc 3, 20-21). Pero su Madre lo siguió siempre fielmente, manteniendo fija la mirada de su corazón en Jesús, el Hijo del Altísimo, y en su misterio. Y al final, gracias a la fe de María, los familiares de Jesús entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana (cf. Hch 1, 14). Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a mantener la mirada bien fija en Jesús y a seguirle siempre, incluso cuando cuesta.
Manuel Garrido B.: Año Litúrgico Patrístico
Su familia decía que no estaba en sus cabales. Un grupo de familiares de Jesús sale a su encuentro, porque corría la voz de que estaba loco. Esa misma calumnia vuelve a ser aludida en ese mismo Evangelio.
Oigamos a San Gregorio Magno:«Un sector del pueblo enjuicia peyorativamente la obra y el mensaje de Cristo. Al no aceptar con sencillez su excelsa doctrina lo juzgan como a un iluso. Hasta allí llegó la humillación del Salvador, que se agrandará en la hora de la Pasión y Muerte. Hemos de aprender de la entereza de Cristo al sufrir tan gran difamación y calumnia.«¿Qué importa que los hombres nos deshonren, si nuestra conciencia nos defiende? Sin embargo, de la misma manera que no debemos excitar intencionadamente las lenguas de los que injurian para que no perezcan, debemos sufrir con ánimo tranquilo las movidas por su propia malicia, para que crezca nuestro mérito. Por eso se dice: “gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es muy grande en los cielos” (Mt 5,12)» (Sermones sobre el Evangelio 17).
Uso litúrgico de este texto (Homilías)
- Sábado II del Tiempo Ordinario