Mc 3, 31-35: El verdadero parentesco de Jesús
/ 28 enero, 2014 / San MarcosTexto Bíblico
31 Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. 32 La gente que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». 33 Él les pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». 34 Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. 35 El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Juan Crisóstomo
31-33. «Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar». Con esto se declara que no siempre estaban con El su Madre y sus hermanos o parientes. Mas como le amaban con verdad, venían a El por amor y respeto, y esperaban fuera. «Estaba mucha gente sentada alrededor de El», etc.
Otro evangelista ( Jn 7) dice que sus parientes no creían aún en El, lo cual está conforme con que lo buscasen y esperasen fuera; y por esta razón no habla el Señor de ellos como de parientes, según estas palabras: «A lo que respondió diciendo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos?» Pero no habla así como si renegara de su Madre y de sus hermanos, sino como el que enseña que es preciso valorar la propia salvación por sobre todo parentesco temporal: enseñanza que convenía mucho a aquéllos que se entretenían en conversación con sus parientes, como si esto les importara más que su salvación.
34. «Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos». En lo cual manifiesta el Señor que conviene honrar más a los que son parientes por la fe, que a los que lo son por la sangre. Todo el que anuncia a Jesús se hace como madre suya, puesto que infundiéndole en el corazón del oyente viene a darle como un nuevo nacimiento.
Beda
31. Por hermanos del Señor no se ha de entender hijos de María siempre Virgen, según Helvidio, ni tampoco hijos que tuviera San José de otra mujer, como suponen algunos, sino parientes del Señor.
34. Rogado, pues, para que renunciara al ministerio de la palabra, se reservó de hacerlo, no porque desdeñase el cuidado del amor maternal, sino porque se debía a los misterios del Padre, más que a los afectos maternales. Y no menosprecia a sus parientes, puesto que prefiriendo los deberes del espíritu -que antepone a los del parentesco-, enseña que la unión en el espíritu es más religiosa que la de los cuerpos. Y continúa: «Y dando una mirada a los que estaban sentados alrededor de sí, dijo: Veis aquí a mi madre y a mis hermanos».
En sentido místico, la madre y el hermano de Jesús son la sinagoga; y, como el pueblo judío ha salido de la sinagoga. Y no puede entrar en la casa en que enseña el Salvador, habiendo descuidado el entender el sentido espiritual de sus palabras. No obstante, entra la turba anticipándose, porque, tardando en llegar los de Judea, afluyen a Cristo los gentiles. Los parientes del Señor, que están fuera, quieren verle, mientras que los judíos, fijándose en el sentido literal, prefieren que salga Cristo a enseñar lo mundano, a entrar ellos para aprender lo espiritual. Si, pues, ellos mismos no conocen a los parientes que están fuera, ¿cómo han de conocernos a nosotros, si no queremos entrar? Dentro está el Verbo; dentro está, pues, la luz.
Teofilacto
31. Como los que estaban cerca del Señor iban a apoderarse de El porque le creían loco, llegó su Madre movida por un sentimiento de amor y de piedad. «Entretanto llegan su Madre y hermanos o parientes«, etc.
35. 35. «Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre». No habla así para negar a su Madre, sino para manifestar que no sólo es digna de honra por haber engendrado a Cristo, sino también por todas sus virtudes.
San Jerónimo
35. Sabemos, pues, que seremos sus hermanos y hermanas, si cumplimos la voluntad de su Padre, para hacernos sus coherederos; porque respecto de esto no hay diferencia en el sexo, sino en los hechos. De aquí lo que sigue: «Porque cualquiera que hiciera la voluntad de Dios, ése es mi hermano», etc.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín de Hipona, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón:
Sermón 25 sobre San Mateo: PL 46, 937.
«Éste es mi hermano, mi hermana, mi madre» (Mc ,).
Os suplico que prestéis atención a lo que dijo Cristo, el Señor, extendiendo la mano hacia sus discípulos: “Estos son mi madre y mis hermanos”. Y seguidamente: “El que cumple la voluntad de mi Padre que me ha enviado, éste es mi hermano, mi hermana, mi madre”. ¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado en ella? Ciertamente, cumplió Santa María, con toda perfección la voluntad del Padre y, por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de Madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno…
¡María fue santa, María fue dichosa! Pero más importante es la Iglesia que la misma Virgen María. ¿Por qué? Porque María es parte de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero un miembro de la totalidad del cuerpo… Por tanto, amadísimos hermanos, prestad atención a vosotros mismos: también vosotros sois miembros de Cristo, cuerpo de Cristo (1 Co 12,27). ¿Cómo lo sois? Poned atención a lo que el mismo Cristo dice: “Estos son mi madre y mis hermanos “ ¿Cómo seréis madre de Cristo? “El que escucha y cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”.
San Ireneo de Lyon, obispo y mártir
Tratado: Nuestra Señora del Sí: aquella que hace la voluntad de Dios
Contra las herejías III; 21,9- 22,1 cf. SC 211.
«» (Mc ,).
Dios había prometido que del linaje de David saldría un rey eterno que recapitularía todas las cosas en sí mismo (Sal. 131,11; Ep 1,10). Lo que Dios modeló en el origen (Gn 2,7), lo recapituló… Igual que Adán, el primer hombre ha recibido su sustancia de una tierra intacta y todavía virgen…y fue modelado por la mano de Dios (Job 10,8), es decir, por el Verbo de Dios,… del mismo modo, de María todavía virgen, el Verbo ha sido engendrado en el tiempo de forma apropiada para recapitular al primer Adán… ¿Por qué Dios no cogió para ello el barro como con Adán? ¿Por qué hizo surgir de María la obra que él había modelado? Es para que esta obra no fuera otra distinta de la primera, que fuera exactamente la misma, recapitulada, respetando toda la semejanza con el primer Adán. (Gn 1,27)
Los que creen que Cristo no ha recibido nada de la Virgen se equivocan. Para rechazar la herencia de la carne, rechazan también su semejanza… Otros diciendo que Cristo no se manifestó más que en apariencia, haciendo ver que era hombre, o que se hizo hombre sin tomar nada del hombre. Si no ha recibido su sustancia humana de ningún ser humano, entonces no se hizo hombre ni hijo de hombre. Y si no se hizo lo que somos nosotros, sus sufrimientos y sus penas no tenían ninguna importancia… El apóstol Pablo afirma claramente en la carta a los Gálatas 4,4: “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer.”
Tratado:
Sobre la virginidad, c. 5.
«Los que hacen la voluntad de Dios, son mi hermano y mi madre» (Mc ,).
Las que se consagran totalmente al Señor, no deben afligirse de que guardando su virginidad como María, no pueden ser madres según la carne… El que es fruto de una sola Virgen santa, es la gloria y el honor de todas las demás vírgenes, porque como María, son madres de Cristo, si hacen la voluntad de su Padre.
La gloria y la felicidad de María, de ser la madre de Cristo, alcanzan a todos en estas palabras del Señor: «Quien hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre». Indica así el parentesco espiritual que lo relaciona con pueblo que rescató. Sus hermanos y sus hermanas, son los varones y las mujeres santas que son coherederos con él de su herencia celeste (Rm 8,17).
Su madre es la Iglesia entera, porque ella es quien, por la gracia de Dios, da a luz a los miembros de Cristo, es decir a los que le son fieles. Su madre es también toda alma santa, que hace la voluntad de su Padre y cuya caridad fecunda se manifiesta en aquellos a los que da a luz para Él, «hasta que Él mismo, sea formado en ellos » (Ga 4,19)…
Entre todas las mujeres, María es la única que es virgen y madre al mismo tiempo, no sólo por el espíritu, sino también por el cuerpo. Es madre según el espíritu… de los miembros de Cristo, es decir de nosotros, porque cooperó por su caridad a dar a luz en la Iglesia a los fieles, que son los miembros de esto divino Maestro, nuestra cabeza (Ef 4,15-16), verdaderamente Ella es madre según la carne. Hacía falta, en efecto, que nuestro Maestro naciera, según la carne, de una virgen para enterarnos de que nosotros, sus miembros, debíamos nacer según el espíritu de otra virgen que es la Iglesia. María es pues la única, que es madre y virgen a la vez de espíritu y de cuerpo. Pero la Iglesia entera, en los santos que deben poseer el Reino de Dios, es, según el espíritu, madre de Cristo y virgen de Cristo.
San Francisco de Sales, obispo
Escritos
Conversación de la voluntad de Dios. IV, 267.
«El que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi madre» (Mc 3,31).
La voluntad de Dios se puede entender de dos maneras: una, es la voluntad de Dios significada y otra, la de su complacencia… pero referente a esta última, escuchad lo que dice el gran San Anselmo, que era muy flexible y complaciente. “Oh, hijos míos, dice el gran santo, sabed que recordando que nuestro Señor ha mandado que hagamos a los demás lo que quisiéramos que ellos nos hiciesen, yo no tengo más remedio que hacerlo así, ya que me gustaría que Dios hiciese mi voluntad y por tanto hago con gusto la de mis hermanos, para que el buen Dios se digne hacer alguna vez la mía.” Hay además otra consideración y es que después de lo que es la voluntad de Dios significada, no hay medio mejor para saber su voluntad de complacencia, ni más seguro, que la voz de mi prójimo; porque Dios no me va a hablar, ni menos me va a enviar ángeles para declararme su complacencia.
Las piedras, los animales, las plantas, no hablan: por tanto solamente el hombre es quien puede manifestarme la voluntad de Dios y por eso me adhiero a ella tanto cuanto me es posible…
Dios me ordena tener caridad para con el prójimo; es una gran caridad estar unidos unos con otros y para ello no veo medio mejor que ser dulce y condescendiente. La dulce y humilde condescendencia tiene que sobresalir en todas nuestras acciones.
Pero la consideración principal, para mí, es la de creer que Dios me manifiesta sus voluntades por las de mis hermanos y por tanto estoy obedeciendo a Dios tantas cuantas veces condesciendo en algo a los demás…
Además, ¿es que nuestro Señor no ha dicho que si no nos hacemos como niños pequeños no entraremos en el reino de los Cielos? No os extrañéis por tanto si soy dulce y de fácil condescendencia como un niño, pues con ello no hago sino lo que el Salvador me ordena.
Beato Guerrico de Igny, abad
Homilía:
Sermón 2º para la Natividad de María, 3-4.
«Estos son mi madre y mis hermanos» (Mc ,).
El Evangelio nos enseña el rostro más bello de Cristo: su vida y la enseñanza que nos ha dado a través de su palabra y de su propio ejemplo. Conocer a Cristo bajo esta forma es lo que constituye, en la vida presente, la piedad de los cristianos… Por eso Pablo, sabiendo que «la carne no sirve para nada sin el Espíritu que la vivifica» (Jn 6,63), no quiere ya conocer a Cristo según la carne (2C 5,16) sino sólo vivir para aquel que es Espíritu vivificante (1C 15,45).
Ahora bien, parece que María comparte este mismo sentimiento cuando, deseando hacer penetrar en los corazones de todos al Amado nacido de su seno, al Amado de sus deseos, le describe no según la carne sino según el Espíritu. Parece que, con Pablo, quiere decir: «Si alguna vez juzgamos a Cristo según tales criterios, ahora ya no» (2C 5,16). Efectivamente, desea ella también formar a su Hijo único en todos sus hijos de adopción. Por eso, aunque hayan ya sido engendrados a través de la palabra de la verdad (St. 1,18), María sigue igualmente engendrándolos cada día a través de los deseos y la solicitud de su ternura maternal, hasta que alcancen «el estado del Hombre perfecto, a la medida de la plenitud» de su Hijo (Ef 4,13), ella que una vez por todas lo engendró y dio a luz…
De esta manera nos hace el elogio del fruto de su seno: «Yo soy la madre del bello amor, del temor y del conocimiento, la madre de la santa esperanza» (Sir 24,24 Vulg). -¿Es pues éste tu Hijo, Virgen de las vírgenes? ¿Es éste tu Amado, oh tú, la más bella de las mujeres? (Ct 5,9). – Sí, ciertamente, así es mi Amado, es mi hijo, oh hijas de Jerusalén (v 16). Mi Amado es él mismo el bello amor, y en el que nace de él mi Amado es el bello amor, el temor, la esperanza y el conocimiento».
Isaac de la Stella, monje cisterciense
Homilía:
Homilía 51, para la Asunción: PL 194, 1862.
«El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana, mi madre» (Mc ,).
El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos, y, siendo por naturaleza único, atrajo hacia sí a muchos por la gracia, para que fuesen uno solo con él. Pues da poder para ser hijos de Dios a cuantos lo reciben (Jn 1,12). Así pues, hecho hijo del hombre, hizo a muchos hijos de Dios. Atrajo a muchos hacia sí, único como es por su caridad y su poder: y todos aquellos que por la generación carnal son muchos, por la regeneración divina son uno solo con él. Cristo es, pues, uno, formando un todo la cabeza y el cuerpo (Col 1,18).
Este Cristo único es nacido del único Dios en los cielos y de una única madre en la tierra; muchos hijos, a la vez que un solo hijo. Pues así como la cabeza y los miembros son un hijo a la vez que muchos hijos, asimismo María y la Iglesia son una madre y varias madres; una virgen y muchas vírgenes. Ambas son madres, y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad por obra del mismo Espíritu; ambas dieron a luz sin pecado la descendencia de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz la cabeza del cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados, dio a luz el cuerpo de la cabeza. Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total sin la otra. Por todo ello, en las Escrituras divinamente inspiradas, se entiende con razón como dicho en singular de la Virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia lo que en especial se dice de la virgen madre María.
San Juan Pablo II, papa
Homilía (21-11-1981)
Roma, 21 de noviembre de 1981.
«» (Mc ,).
[…] El Evangelio que acaba de ser proclamado trata de un episodio que, a primera vista, puede desconcertar. Por una parte, se nota el afecto de María y de los parientes hacia Jesús, los cuales le quieren, le siguen, viven en ansias por El, a veces incluso quedan perplejos ante sus discursos y su conducta; por otra parte, se ve la adhesión de las turbas a Jesús, anhelantes de escuchar con atención su palabra. Y Jesús, cuando le anuncian que su Madre y sus parientes desean verle, echando una mirada sobre la muchedumbre, dice: «¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3, 31-35).
Jesús con palabra serena parece apartarse de los afectos humanos y terrenos, para afirmar un tipo de parentesco espiritual y sobrenatural que deriva del cumplimiento de la voluntad de Dios. Ciertamente, Jesús con esa frase no quería eliminar el propio amor a su Madre y a sus parientes, ni mucho menos negar el valor de los afectos familiares. Más aún, precisamente el mensaje cristiano subraya continuamente la grandeza y la necesidad de los vínculos familiares. Jesús quería, en cierto modo, anticipar o explicar la doctrina fundamental de la vid y los sarmientos, esto es, de la misma vida divina que pasa entre Cristo Redentor y el hombre redimido por su «gracia». Al cumplir la voluntad de Dios, somos elevados a la dignidad suprema de la intimidad con El.
[…] Se trata de descubrir cuál es en efecto la voluntad del Altísimo. En general, se puede decir que ante todo hacer la voluntad de Dios significa acoger el mensaje de luz y de salvación anunciado por Cristo, Redentor del hombre. Efectivamente, si Dios ha querido entrar en nuestra historia, asumiendo la naturaleza humana, es signo cierto de que desea y quiere ser conocido, amado y seguido en su presencia histórica y concreta. Y, puesto que Dios es «Verdad» por esencia, al revelarse en la historia siempre mudable y contrastante, debía necesariamente, por la lógica intrínseca de la verdad, garantizar la Revelación y la consiguiente Redención mediante la Iglesia, compuesta de hombres, pero asistida por El mismo de modo particular, a fin de que la verdad revelada se mantuviese íntegra y segura en las vicisitudes de los tiempos…
Juntamente con la fe en Cristo, es también voluntad de Dios la vida de «gracia», es decir, la práctica de la «ley moral», expresión precisamente de la voluntad divina en relación con el ser racional y volitivo, creado a su imagen. Por desgracia, existe hoy la tendencia a eliminar el sentido de la culpa y de la realidad del pecado. En cambio, nosotros sabemos que la «ley moral» existe y que la preocupación fundamental del hombre debe ser la de amar sinceramente a Dios, cumpliendo su voluntad, que constituye además, realmente, la auténtica felicidad. Por, esto, la voluntad de Dios es vivir en «gracia», lejos del pecado, y retornar a la «gracia» mediante el arrepentimiento y la confesión sacramental, si se hubiera perdido. «Estamos en este mundo únicamente para salvarnos» (San Juan Bautista de La Salle).
Ángelus (04-09-1983)
Domingo 4 de septiembre de 1983.
«» (Mc ,).
[…] María Santísima es «Sede de la Sabiduría» porque acogió a Jesús, Sabiduría encarnada, en el corazón y en el seno. Con el «Fiat» de la Anunciación accedió a estar al servicio de la voluntad divina, y la Sabiduría estableció su morada en su seno y la hizo discípula ejemplar. La Virgen fue bienaventurada no tanto porque alimentó al Hijo de Dios, cuanto más bien porque Ella se alimentó de la leche saludable de la Palabra de Dios (cf. Lc 11, 27-28).
3. A imitación de María, el corazón de cada creyente se transforma en morada de Cristo-Sabiduría. A semejanza de cuanto ocurría entre el israelita sincero y la Sabiduría, también entre nosotros y el Señor se instaura una forma misteriosa de parentesco espiritual. Lo dice el mismo Jesús: «Quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mt 12, 50; cf. Mc 3, 35 y Lc 8, 21).
Nos guíe María y nos ayude a vivir así nuestras relaciones con Jesús Redentor.
Homilía (23-03-1988)
Nigeria, 23 de marzo de 1988.
«» (Mc ,).
[…] 4. En el evangelio de hoy, Jesús mismo nos enseña cómo se ha de entender la familia de Dios y cómo ésta puede abarcar a todos los pueblos. Nos dice: «Quien cumpla la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,35).
Con esas palabras, Jesús revela un secreto de su reino.
Nos habla de la relación con María, su madre. Aunque Jesús la amaba mucho por ser su madre, la amaba aún más porque hacía la voluntad del Padre celestial.En la Anunciación respondió «sí» a la voluntad de Dios, manifestada por el ángel Gabriel (cf. Lc Lc 1,26-38). Compartió, en todas sus etapas, la vida y la misión de su Hijo, hasta el pie de la cruz (cf. Jn Jn 19,25). Como María, también nosotros aprendemos y aceptamos que toda relación humana es renovada, elevada, purificada, y recibe nuevo significado por la gracia de Cristo: «Por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu (…), edificados hasta ser morada de Dios en el Espíritu» (Ep 2,18-22).
[…]Con el fin de edificar la casa espiritual de Dios, la Iglesia invita a todos sus miembros a tratar siempre con compasión a los necesitados: a los pobres, a los enfermos y a los ancianos, a los refugiados que se han visto obligados a huir de la violencia y de los conflictos de sus países; a los hombres, mujeres y niños afectados por el sida, que sigue causando numerosas víctimas en este continente y en todo el mundo; a todas las personas que sufren persecución, dolor y pobreza. La Iglesia enseña el respeto a toda persona, a toda vida humana. Predica la justicia y el amor, e insiste en los deberes tanto como en los derechos: los derechos y deberes de los ciudadanos, de los empresarios y de los trabajadores, del Gobierno y del pueblo.
En efecto, existen derechos humanos fundamentales, de los que ninguna persona puede jamás verse legítimamente privada, dado que están arraigados en la naturaleza de la persona humana y reflejan las exigencias objetivas e inviolables de una ley moral universal. Esos derechos sirven de fundamento y de medida para cualquier sociedad y organización humana. El respeto a toda persona humana, a su dignidad y sus derechos, debe ser siempre el principio inspirador y guía de vuestros esfuerzos por incrementar la democracia y reforzar el entramado social de vuestro país. La dignidad de cada ser humano, sus inalienables derechos fundamentales, la inviolabilidad de la vida, la libertad y la justicia, el sentido de solidaridad y el rechazo de la discriminación: son las piedras con las que se ha de construir una Nigeria nueva y mejor.
Catequesis (05-01-2000)
Audiencia general, 5 de enero del 2000.
«» (Mc ,).
[…]4. María es la única madre que puede decir, hablando de Jesús, «mi hijo», como lo dice el Padre: «Tú eres mi Hijo» (Mc 1, 11). Por su parte, Jesús dice al Padre: «Abbá», «Papá» (cf.Mc 14, 36), mientras dice «mamá» a María, poniendo en este nombre todo su afecto filial.
En la vida pública, cuando deja a su madre en Nazaret, al encontrarse con ella la llama «mujer», para subrayar que él ya sólo recibe órdenes del Padre, pero también para declarar que ella no es simplemente una madre biológica, sino que tiene una misión que desempeñar como «Hija de Sión» y madre del pueblo de la nueva Alianza. En cuanto tal, María permanece siempre orientada a la plena adhesión a la voluntad del Padre.
No era el caso de toda la familia de Jesús. El cuarto evangelio nos revela que sus parientes «no creían en él» (Jn 7, 5) y san Marcos refiere que «fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí»» (Mc 3, 21). Podemos tener la certeza de que las disposiciones íntimas de María eran completamente diversas. Nos lo asegura el evangelio de san Lucas, en el que María se presenta a sí misma como la humilde «esclava del Señor» (Lc 1, 38). Desde esta perspectiva se ha de leer la respuesta que dio Jesús cuando «le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte»» (Lc 8, 20; cf. Mt 12, 46-47; Mc 3, 32); Jesús respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8, 21). En efecto, María es un modelo de escucha de la palabra de Dios (cf. Lc 2, 19. 51) y de docilidad a ella.
5. La Virgen conservó y renovó con perseverancia la completa disponibilidad que había expresado en la Anunciación. El inmenso privilegio y la excelsa misión de ser Madre del Hijo de Dios no cambiaron su conducta de humilde sumisión al plan del Padre. Entre los demás aspectos de ese plan divino, ella asumió el compromiso educativo implicado en su maternidad. La madre no es sólo la que da a luz, sino también la que se compromete activamente en la formación y el desarrollo de la personalidad del hijo. Seguramente, el comportamiento de María influyó en la conducta de Jesús. Se puede pensar, por ejemplo, que el gesto del lavatorio de los pies (cf. Jn 13, 4-5), que dejó a sus discípulos como modelo para seguir (cf. Jn 13, 14-15), reflejaba lo que Jesús mismo había observado desde su infancia en el comportamiento de María, cuando ella lavaba los pies a los huéspedes, con espíritu de servicio humilde.
Según el testimonio del evangelio, Jesús, en el período transcurrido en Nazaret, estaba «sujeto» a María y a José (cf. Lc 2, 51). Así recibió de María una verdadera educación, que forjó su humanidad. Por otra parte, María se dejaba influir y formar por su hijo. En la progresiva manifestación de Jesús descubrió cada vez más profundamente al Padre y le hizo el homenaje de todo el amor de su corazón filial. Su tarea consiste ahora en ayudar a la Iglesia a caminar como ella tras las huellas de Cristo.
Ecclesia de Eucharistia: La fe de su madre; la fe de sus hermanos.
Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia,VI, 55.
«» (Mc ,).
En la escuela de María, la mujer “eucarística”: En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.
Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió « por obra del Espíritu Santo » era el « Hijo de Dios » (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino. « Feliz la que ha creído. » (Lc 1,45)
Benedicto XVI, papa
Discurso (29-10-2011):
A los obispos de Angola, Roma, 29 de octubre del 2011.
«» (Mc ,).
En la Iglesia, como nueva familia de todos los que creen en Cristo (cf. Mc 3, 31-35), no hay lugar para ningún tipo de división. «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo» (Juan Pablo II, Carta Novo millennio ineunte, 43). En torno al altar se reúnen los hombres y las mujeres de tribus, lenguas y naciones diversas que, compartiendo el mismo cuerpo y la misma sangre de Jesús Eucaristía, se convierten en hermanos y hermanas verdaderamente consanguíneos (cf. Rm 8, 29). Este vínculo de fraternidad es más fuerte que el de nuestras familias terrenas y que el de vuestras tribus.
Francisco, papa
Lumen fidei:
Carta Encíclica Lumen fidei, n. 58.
«El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3, 35).
En la parábola del sembrador, san Lucas nos ha dejado estas palabras con las que Jesús explica el significado de la «tierra buena»: «Son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia» (Lc 8,15). En el contexto del Evangelio de Lucas, la mención del corazón noble y generoso, que escucha y guarda la Palabra, es un retrato implícito de la fe de la Virgen María. El mismo evangelista habla de la memoria de María, que conservaba en su corazón todo lo que escuchaba y veía, de modo que la Palabra diese fruto en su vida. La Madre del Señor es icono perfecto de la fe, como dice santa Isabel: «Bienaventurada la que ha creído» (Lc1,45)
En María, Hija de Sión, se cumple la larga historia de fe del Antiguo Testamento, que incluye la historia de tantas mujeres fieles, comenzando por Sara, mujeres que, junto a los patriarcas, fueron testigos del cumplimiento de las promesas de Dios y del surgimiento de la vida nueva. En la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María, y ella la acogió con todo su ser, en su corazón, para que tomase carne en ella y naciese como luz para los hombres… En la Madre de Jesús, la fe ha dado su mejor fruto, y cuando nuestra vida espiritual da fruto, nos llenamos de alegría, que es el signo más evidente de la grandeza de la fe. En su vida, María ha realizado la peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo (Vaticano II, LG 58). Así, en María, el camino de fe del Antiguo Testamento es asumido en el seguimiento de Jesús y se deja transformar por él, entrando a formar parte de la mirada única del Hijo de Dios encarnado.