Mc 8, 11-13 : Los fariseos piden una señal del cielo
/ 19 febrero, 2014 / San MarcosTexto Bíblico
11 Se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. 12 Jesús dio un profundo suspiro y dijo: «¿Por qué esta generación reclama un signo? En verdad os digo que no se le dará un signo a esta generación». 13 Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Carta: No hace falta que Dios de un signo exterior
¿Por qué esta generación pide un signo? (Mc 8, 12)CE 57; Ep 3, 400 s
El acto de fe más bello es el que brota de los labios en plena oscuridad, en medio de los sacrificios, los sufrimientos, en el supremo esfuerzo de una voluntad firme de hacer el bien. Como el rayo, este acto de fe rasga las tinieblas de tu alma; en medio de los relámpagos de la tormenta te levanta y te conduce a Dios.
La fe viva, la certeza inquebrantable y la adhesión incondicional a la voluntad del Señor es la luz que ilumina los pasos del pueblo de Dios en el desierto. Es esta misma luz la que brilla a cada instante en todo espíritu agradable al Padre. Es esta la luz que ha conducido a los magos y les ha hecho adorar al Mesías recién nacido. Es la estrella profetizada por Balaam (Nm 24,17), la antorcha que guía los pasos de todo hombre que busca a Dios.
Ahora bien, esta estrella, esta antorcha, son las que igualmente iluminan a tu alma, la que dirige tus pasos para evitar que vacilen, la que fortalece tu espíritu en el amor de Dios. Tú no la ves, no la comprendes, pero es que no es necesario. No verás más que tinieblas, pero, ciertamente, no las de los hijos de la perdición, sino las que envuelven al Sol eterno. Ten por seguro que este Sol resplandece en tu alma; el profeta del Señor ha cantado, refiriéndose a ella: «Tu luz nos hace ver la luz» (Sal 36,10).
Sermón: Ya ha sido dado EL signo
«Los fariseos se pusieron a disputar con Él, pidiéndole, para probarle, señales del cielo» (Mc 8,11)Sermón IX, 402
La señal para encontrar a Dios y conocerle es Dios mismo. Cuando nació nuestro Salvador, los ángeles fueron a buscar a los pastores para anunciarles su llegada cantando «Gloria in excelsis Deo.» Y cuando ellos quisieron asegurarse de la verdad de esa maravilla que escuchaban, los ángeles les dijeron: Id a verle y así creeréis y tendréis por cierto lo que os anunciamos; porque no hay otro medio ni señal segura para encontrar a Dios, que Dios mismo.
Es cosa segura que los doctores, los predicadores y todos los que tienen cura de almas nunca podrán hacer nada que valga la pena mientras no envíen a sus discípulos y a quienes enseñan, a la escuela de nuestro Señor, mientras no los sumerjan en ese mar de ciencia, mientras no los convenzan y conduzcan a la busca de nuestro querido Salvador para ser instruidos por Él.
Eso es lo que quería decir el gran apóstol cuando escribía a los Corintios: «¡Hijitos míos, a quienes he concebido y ganado para Cristo Jesús en medio de tantas penas, fatigas y trabajos; por quienes he sufrido tantos dolores! os aseguro que no os enseño para atraeros a mí, sino para conduciros a mi Señor Jesucristo.» A esto deben estar atentos los Superiores, porque sólo sacarán provecho llevando y enviando sus discípulos a nuestro Señor para que Él mismo les enseñe quién es, y aprendan de Él mismo a conocer y practicar todo lo necesario para su amor y servicio.
Sin duda, la meta principal de todos los predicadores es hacer conocer a Dios. Y los que dirigen y cuidan de las almas no deben buscar ni procurar sino que Aquél de quien predican y en cuyo nombre enseñan, sea conocido por todos.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda, in Marcum, 2, 33
11. Los fariseos le piden ciertamente un prodigio del cielo para que, como había hartado por segunda vez con pocos panes a muchos miles de hombres, renueve ahora a imitación de Moisés el milagro del maná haciéndolo caer del cielo sobre todo el país para alimentar a todo el pueblo. De esta petición habla San Juan en su Evangelio diciendo: «¿Pues qué milagro haces tú para que nosotros veamos y creamos? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Dióles a comer pan del cielo» ( Jn 6,30-31).
12. «Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser…» Así como había dado gracias al dar de comer a la muchedumbre creyente, así gime ahora por la petición insensata de los fariseos. Porque abrazando en su afecto a toda la humanidad, así como se complace con la salvación de los hombres, así también se conduele de sus errores. «Mas Jesús -continúa- arrojando un suspiro de lo íntimo del corazón, dijo: ¿Por qué pedirá esta raza de hombres un prodigio? En verdad os digo que a esa gente no se le dará el prodigio». Esta negación es conforme al Salmo 88 (v. 36): «Una vez para siempre juré por mi santo nombre, que no faltaré a lo que he prometido a David».
No debía obrarse un prodigio del cielo para la generación de los que tentaban al Señor. Pero se manifestará ese prodigio a la de los que buscan al Señor, cuando suba al cielo a vista de sus apóstoles.
Teofilacto
11. «… pidiéndole una señal del cielo.» Quieren [los fariseos] que el prodigio que piden del cielo sea que haga parar al sol y a la luna, que caiga granizo y que cambie el aire, porque creían que, animado por el espíritu de Beelzebub, no podía hacer prodigios del cielo, sino solamente de la tierra.
12. «… no se dará a esta generación ninguna señal.» No los atiende el Señor, porque será otro el tiempo de los prodigios del cielo, a saber, cuando con el segundo advenimiento se conmuevan las potestades de los cielos, y se apague la luz de la luna. En el tiempo del primer advenimiento no hay nada semejante, que todo en él está lleno de mansedumbre.
13. «…y dejándolos, se embarcó de nuevo.» El Señor despide como incorregibles a los fariseos, porque se debe insistir en donde hay esperanza de corrección; pero no donde no la hay.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 51
12. No debe llamar la atención que no diga San Marcos que respondió a los que pedían un prodigio del cielo lo mismo que San Mateo de Jonás, y que se limite a decir que contestó el Señor: «Mas no se le dará el prodigio que pide» ( Mt 12,39). Esto es, el prodigio tal cual lo piden, porque omite decir de Jonás lo que refiere San Mateo.
Documentos Catequéticos
Catecismo de la Iglesia católica , n 156-159
Los que creen ven los milagros
El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos». «Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación». Los milagros de Cristo y de los santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad «son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a la inteligencia de todos», motivos de credibilidad que muestran que «el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu» (Concilio Vaticano I: DS 3008-3010).
La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero «la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural» (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q.171, a. 5, 3). «Diez mil dificultades no hacen una sola duda» (J. H. Newman, Apologia pro vita sua, c. 5).
«La fe trata de comprender» (San Anselmo de Canterbury, Proslogion, proemium: PL 153, 225A) es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado…
Fe y ciencia.«A pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede haber contradicción entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe otorga al espíritu humano la luz de la razón, Dios no puede negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo verdadero» (Concilio Vaticano I: DS 3017). «Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y según las normas morales, nunca estará realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo que son» (GS 36,2).