Mc 10, 1-12: Sobre el divorcio
/ 28 febrero, 2014 / San MarcosEl Texto (Mc 10, 1-12)
1 Y levantándose de allí va a la región de Judea, y al otro lado del Jordán, y de nuevo vino la gente donde él y, como acostumbraba, les enseñaba. 2 Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?» 3 El les respondió: ¿Qué os prescribió Moisés?» 4 Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.» 5 Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. 6 Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. 7 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, 8 y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. 9 Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.» 10 Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. 11 El les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; 12 y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda, in Marcum, 3, 40
1. Hasta aquí ha referido San Marcos lo que hizo y enseñó el Señor en Galilea. Ahora va a referir lo que hizo, lo que enseñó, y lo que sufrió en Judea. Desde ahora nos lo presenta al otro lado del Jordán, al oriente. «Y partiendo de allí, dice, llegó a los confines de Judea», etc. Es cuando partió hacia este lado del Jordán cuando fue a Jericó, a Betania y a Jerusalén. Y aunque se llame Judea en general a toda la provincia de los judíos, sin embargo, se da este nombre a la parte meridional especialmente para distinguirla de Samaria, Galilea, Decápolis y demás regiones de la misma provincia.
2. Es de notar la diferencia que hay entre el espíritu del pueblo y el de los fariseos: el primero viene a que le enseñe el Señor, para que cure a sus enfermos, como refiere San Mateo, los últimos a engañarlo tentándolo. «Vinieron entonces a El unos fariseos», etc.
6-7. «El los hizo varón y hembra.» No dice hombre y mujeres, porque hubiera sido aprobar el divorcio; sino hombre y mujer, para expresar la unidad del matrimonio.
Y también porque dice: «Y juntarse ha con su mujer», y no con sus mujeres.
8. «… y los dos se harán una sola carne.» Por tanto el término del matrimonio es formar de dos una sola carne, porque con la castidad unida al espíritu se forma un solo espíritu.
Por tanto, lo que Dios ha juntado, haciendo del hombre y la mujer una carne, sólo Dios puede separarlo, y no el hombre ( 1Cor 7,10).El hombre es quien separa, cuando por el deseo de otra mujer deja a la primera y se va con otra. Pero cuando por servir a Dios, aunque se tenga esposa se vive como si no la tuviera, es Dios quien mueve al desprendimiento.
11. «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio…» San Mateo es más explícito sobre este punto. «Cualquiera que rechazare a su mujer, dice, no siendo por fornicación» ( Mt 19,9). Por tanto sólo la fornicación es la razón carnal de abandonar a la mujer propia, y no hay otra espiritual para ello que el temor de Dios, como sabemos que les ha sucedido a muchos por causa de religión. Pero en la ley de Dios no hay ninguna causa prescrita que autorice a unirse a otra mujer después de abandonada la legítima.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 4, 62
1-10. No influye en la verdad del asunto que fueran las muchedumbres -como dice San Mateo ( Mt 19)- las que, oyendo al Señor prohibir el repudio y apoyarlo con la ley, objetasen que Moisés permitía el repudio, precediendo escritura legal. O que, según San Marcos, fuera el Salvador quien les hiciera contestar así, preguntándoles sobre el precepto de Moisés. Porque su voluntad era no darles la razón de la ley de Moisés, sin que antes la recordasen ellos. Y como la voluntad de los que hablan se manifiesta igual en ambos Evangelistas, nada significa una variante en las palabras con que uno y otro la expresan. Puede entenderse por tanto que -como dice San Marcos- les preguntó desde luego el Señor sobre el divorcio, y después qué les había mandado Moisés sobre este asunto. Al contestarle que les permitía, precediendo escritura legal, les dijo lo que refiere San Mateo, citándoles la ley dada por Moisés sobre la unión del hombre y la mujer, unión instituida por Dios: oído lo cual, repitieron la pregunta con que contestaron antes diciendo: ¿Qué fue lo que mandó Moisés?
San Agustín, contra Faustum, 19, 26.29
1-10. Aquel que había puesto este obstáculo al ánimo pronto a la discordia para impedirle el divorcio, no quería, pues, el divorcio, tanto más cuanto que entre los judíos, según parece, sólo a los escribas era permitido escribir el hebreo; y como eran hombres de espíritu conciliador y prudentes intérpretes de la justicia, la ley disponía que el que tenía que proveerse de escritura legal para repudiar a su mujer fuera a ellos. Y como sólo ellos podían escribir este documento, les daba la ocasión en estos casos de dar buenos consejos al que, obligado por la necesidad, venía de este modo a sus manos, tratando de persuadirlo a que se reconciliara con su mujer y a que la amase viviendo en paz con ella. Pero si era tal el odio, que no fuera posible extinguirlo ni apaciguarlo, entonces se le daba el documento de divorcio, considerando que hasta convenía se separase de una persona a quien odiaba de modo que había sido inútil el consejo de personas prudentes para hacerlo que la amara como debía. «A los cuales -prosiguió- replicó Jesús: En vista de la dureza de vuestros corazones os dejó mandado eso». En efecto, aquella dureza era tan grande que ni por el obstáculo del escrito, que ofrecía ocasión a hombres justos y prudentes de disuadir al sujeto, podía ser vencida ni doblegada para volver al amor y unión conyugales.
He aquí cómo convence a los judíos de que no se debe repudiar a la esposa con las palabras de Moisés, cuando ellos creían que obraban conforme a la ley de aquél repudiándola. De igual modo y por el mismo testimonio de Cristo sabemos que fue Dios quien hizo y unió al varón y la mujer, lo que niegan por su mal los maniqueos, oponiéndose así no ya a los libros de Moisés, sino al mismo Evangelio de Cristo.
San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, hom. 62, 1-2
3-4. Preguntado si era lícito, no contestó directamente que no lo era, para no causar un alboroto, sino que les dio la ley por respuesta, a fin de que ellos mismos se contestasen lo que convenía.
«Pero El en respuesta les dijo: ¿Qué os mandó Moisés? Ellos dijeron: Moisés permitió repudiarla, precediendo escritura legal de repudio». Dicen esto, o para contestar al Salvador, para incitar a los hombres contra El; porque era indiferente esto para los judíos, todos los cuales obraban así como autorizados por la ley.
6-9. Si el Señor hubiese querido el repudio, hubiese creado muchas mujeres en vez de una. Dios no solamente unió la mujer al hombre, sino que dispuso que éste abandonase por ella a sus padres, según estas palabras que puso en boca de Adán: «Por cuya razón dejará el hombre a su padre y a su madre, y juntarse ha con su mujer»: demostrando lo indisoluble del matrimonio con la expresión y juntarse ha.
Es decir que, saliendo de una raíz, se fundirán en un solo cuerpo. «De manera -continúa- que ya no son dos, sino una sola carne».
Sacando una terrible deducción de esas premisas, no dijo no separéis, sino no separe el hombre lo que Dios ha juntado.
Y si no se ha de separar a los dos a quienes Dios ha unido, mucho menos se debe separar a Cristo de la Iglesia, a la cual unió Dios con Cristo.
Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
5-6. O bien dice: «En vista de la dureza de vuestros corazones», porque, si estuviera purificado el corazón de deseos y de la ira, es posible que tolerase a la peor mujer del mundo, en tanto que multiplicadas en el corazón estas pasiones causan muchos males en un matrimonio odioso. De este modo, salva a Moisés de aquella acusación, y hace caer sobre ellos toda la culpa. Pero porque semejante acusación era grave, vuelve en seguida a la ley antigua y dice: «Pero, al principio, cuando los creó Dios, formó un solo hombre y una sola mujer».
11-12. Llama adulterio el vivir con una mujer distinta que la propia, no siendo de este hombre la que toma después de dejar a la primera, por lo que comete adulterio con ella, esto es, con la segunda que toma, sucediendo lo mismo de parte de la mujer. «Y si la mujer se aparta de su marido, dice, y se casa con otro, es adúltera»; no puede unirse a otro hombre como a su propio marido, si abandona a éste. La ley prohibía el adulterio público, pero el Salvador prohibía también el que es secreto, y por consiguiente, no conocido de todos, aunque no menos contrario por eso a la naturaleza.
Aunque, según San Mateo, dijo esto a los fariseos, y, según San Marcos, fue a los discípulos a quienes les dijo, no hay contradicción en ello, puesto que fueron palabras dichas a unos y a otros.
Teofilacto
1. Visita, pues, la Judea, que había dejado muchas veces para propiciar la emulación de los judíos, porque en ella había de verificarse su pasión. Pero no va a Jerusalén, sino a sus contornos, para provecho de sus sencillos habitantes, pues Jerusalén se había convertido en centro de toda iniquidad por la malicia de los judíos. Y así dice: «Donde concurrieron de nuevo alrededor de El los pueblos», etc.
2-12. Se llegaban a El, y no lo dejaban, para que la multitud no llegara a creer, antes bien dudara de El. Le hacían preguntas con el objeto de confundirlo. Propusiéronle, pues, una cuestión, cuya solución era comprometedora en cualquier sentido, puesto que, bien dijese que era lícito a la mujer apartarse del marido, bien dijese lo contrario, podrían acusarlo de estar en contradicción con la doctrina de Moisés. Pero Cristo, que es la misma sabiduría, les contestó de modo que burló sus intenciones.
San Jerónimo
10. Esta segunda pregunta de los Apóstoles es una repetición, porque es la que sobre el mismo asunto le hicieron los fariseos, esto es, sobre el estado del matrimonio.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Juan Pablo II, papa
Catequesis, Audiencia general, 05-03-1980
1.Al conjunto de nuestros análisis, dedicados al «principio» bíblico, deseamos añadir todavía un breve pasaje tomado del capítulo IV del libro del Génesis. Sin embargo, a este fin es necesario referirse siempre a las palabras que pronunció Cristo en la conversación con los fariseos (cf. Mt 19 y Mc 10) [1], en el ámbito de las cuales se desarrollan nuestras reflexiones; éstas miran al contexto de la existencia humana, según las cuales la muerte y la consiguiente destrucción del cuerpo (ateniéndose a ese: «al polvo volverás, del Gén 3, 19) se han convertido en la suerte común del hombre. Cristo se refiere al «principio», a la dimensión originaria del misterio de la creación, en cuanto que esta dimensión ya había sido rota por el mysterium iniquitatis, esto es, por el pecado y, juntamente con él, también por la muerte: mysterium mortis. El pecado y la muerte entraron en la historia del hombre, en cierto modo, a través del corazón mismo de esa unidad, que desde el «principio» estaba formada por el hombre y por la mujer, creados y llamados a convertirse en «una sola carne» (Gén 2, 24). Ya al comienzo de nuestras meditaciones hemos constatado que Cristo, al remitirse al «principio», nos lleva, en cierto modo, más allá del límite del estado pecaminoso hereditario del hombre hasta su inocencia originaria; él nos permite encontrar así la continuidad y el vínculo que existe entre estas dos situaciones, mediante las cuales se ha producido el drama de los orígenes y también la revelación del misterio del hombre al hombre histórico.
Notas
[1] Es necesario tener en cuenta que, en la conversación con los fariseos (cf. Mt 19, 7-9; Mc 10, 4-6), Cristo toma posición respecto a la praxis de la ley mosaica acerca del llamado «libelo de repudio». Las palabras: «por la dureza de vuestro corazón», dichas por Cristo, reflejan no sólo «la historia de los corazones», sino también la complejidad de la ley positiva del Antiguo Testamento, que buscaba siempre el «compromiso humano» en este campo tan delicado.
Catequesis, Audiencia general, 24-11-1982
1. […] Las palabras de Cristo dirigidas a los fariseos (cf. Mt 19) se refieren al matrimonio como sacramento, o sea, a la revelación primordial del querer y actuar salvífico de Dios «al principio», en el misterio mismo de la creación. En virtud de este querer y actuar salvífico de Dios, el hombre y la mujer, al unirse entre sí de manera que se hacen «una sola carne» (Gén 2, 24), estaban destinados, a la vez, a estar unidos «en la verdad y en la caridad» como hijos de Dios (cf. Gaudium et spes, 24), hijos adoptivos en el Hijo Primogénito, amado desde la eternidad. A esta unidad y a esta comunión de personas, a semejanza de la unión de las Personas divinas (cf. Gaudium et spes 24), están dedicadas las palabras de Cristo, que se refieren al matrimonio como sacramento primordial y, al mismo tiempo, confirman ese sacramento sobre la base del misterio de la redención. Efectivamente, la originaria «unidad en el cuerpo» del hombre y de la mujer no cesa de forjar la historia del hombre en la tierra, aunque haya perdido la limpidez del sacramento, del signo de la salvación, que poseía «al principio».
2. Si Cristo ante sus interlocutores, en el Evangelio de Mateo y Marcos (cf. Mt 19; Mc 10),confirma el matrimonio como sacramento instituido por el Creador «al principio» —si en conformidad con esto, exige su indisolubilidad—, con esto mismo abre el matrimonio a la acción salvífica de Dios, a las fuerzas que brotan «de la redención del cuerpo» y que ayudan a superar las consecuencias del pecado y a construir la unidad del hombre y de la mujer según el designio eterno del Creador. La acción salvífica que se deriva del misterio de la redención asume la originaria acción santificante de Dios en el misterio mismo de la creación.
3. Las palabras del Evangelio de Mateo (cf. Mt 19, 3-9 y Mc 10, 2-12), tienen, al mismo tiempo, una elocuencia ética muy expresiva. Estas palabras confirman —basándose en el misterio de la redención— el sacramento primordial y, a la vez, establecen un ethos adecuado, al que ya en nuestras reflexiones anteriores hemos llamado «ethos de la redención». El ethos evangélico y cristiano, en su esencia teológica, es el ethos de la redención. Ciertamente, podemos hallar para ese ethos una interpretación racional, una interpretación filosófica de carácter personalista; sin embargo, en su esencia teológica, es un ethos de la redención, más aún: un ethos de la redención del cuerpo. La redención se convierte, a la vez, en la base para comprender la dignidad particular del cuerpo humano, enraizada en la dignidad personal del hombre y de la mujer. La razón de esta dignidad está precisamente en la raíz de la indisolubilidad de la alianza conyugal.
4. Cristo hace referencia al carácter indisoluble del matrimonio como sacramento primordial y, al confirmar este sacramento sobre la base del misterio de la redención, saca de ello, al mismo tiempo, las conclusiones de naturaleza ética: «El que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera contra aquélla, y si la mujer repudia al marido y se casa con otro, comete adulterio» (Mc 10, 11 s.; cf. Mt 19, 9). Se puede afirmar que de este modo la redención se le da al hombre como gracia de la nueva alianza con Dios en Cristo, y a la vez se le asigna como ethos: como forma de la moral correspondiente a la acción de Dios en el misterio de la redención. Si el matrimonio como sacramento es un signo eficaz de la acción salvífica de Dios «desde el principio», a la vez —a la luz de las palabras de Cristo que estamos meditando—, este sacramento constituye también una exhortación dirigida al hombre, varón y mujer, a fin de que participen concienzudamente en la redención del cuerpo.
Homilía, 09-10-1994
[…] Creemos en Jesucristo, el cual ha confirmado y renovado el sacramento primordial del matrimonio y de la familia, como nos recuerda el pasaje evangélico que hemos escuchado (cf.Mc 10, 2-16). En él vemos cómo Cristo, en su coloquio con los fariseos, hace referencia al «principio», cuando Dios «creó al hombre —varón y mujer los creó—» para que, llegando a ser «una sola carne» (cf. Mc 10, 6-8), trasmitieran la vida a nuevos seres humanos. Cristo dice: «De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre» (Mc 10, 8-9). Cristo, testigo del Padre y de su amor, construye la familia humana sobre un matrimonio indisoluble.
… Jesucristo, que, en cuanto Redentor, es el Esposo de la Iglesia, como nos enseña san Pablo en la carta a los Efesios. Sobre este amor esponsal se fundamenta el sacramento del matrimonio y de la familia en la nueva alianza. «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella (…). Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos» (Ef 5, 25. 28). En el mismo espíritu san Juan exhorta a todos (y en particular a los esposos y a las familias) al amor recíproco: «Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud» (1 Jn 4, 12).
Catequesis, Audiencia general, 05-09-1979
… De esta expresión, «desde el principio», se sirvió el Señor Jesús en el coloquio sobre el matrimonio, referido en el Evangelio de San Mateo y en el de San Marcos. Queremos preguntarnos qué significa esta palabra: «principio». Queremos además aclarar por qué Cristo se remite al «principio» precisamente en esta circunstancia, y, por tanto, nos proponemos un análisis más preciso del correspondiente texto de la Sagrada Escritura.
2. Jesucristo se refirió dos veces al «principio» durante la conversación con los fariseos, que le presentaban la cuestión sobre la indisolubilidad del matrimonio. La conversación se desarrolló del modo siguiente:
«… Se le acercaron unos fariseos con propósito de tentarle y le preguntaron: ¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier causa? El respondió: ¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra? Y dijo: Por eso dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre. Ellos le replicaron: Entonces, ¿cómo es que Moisés ordenó dar libelo de divorcio al repudiar? Díjoles El: Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así» (Mt 19, 3 ss; cf.Mc 10, 2 ss).
Cristo no acepta la discusión al nivel en que sus interlocutores tratan de introducirla; en cierto sentido, no aprueba la dimensión que ellos han intentado dar al problema. Evita enzarzarse en las controversias jurídico-casuísticas; y, en cambio, se remite dos veces al principio». Procediendo así, hace clara referencia a las palabras correspondientes del libro del Génesis, que también sus interlocutores sabían de memoria. De esas palabras de la revelación más antigua, Cristo saca la conclusión y se cierra la conversación.
3. «Principio» significa, pues, aquello de que habla el libro del Génesis. Por tanto, Cristo cita al Génesis 1, 27 en forma resumida: «Al principio, el Creador los hizo varón y hembra», mientras que el pasaje original completo dice así textualmente: «Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y hembra». A continuación, el Maestro se remite al Génesis 2, 24: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne». Citando estas palabras casi «in extenso», por completo, Cristo les da un significado normativo todavía más explícito (dado que podría ser hipotético que en el libro del Génesis sonaran como afirmaciones de hecho «dejará… se unirá… vendrán a ser una sola carne»). El significado normativo es admisible en cuanto que Cristo no se limita sólo a la cita misma, sino que añade: «De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre». Ese «no lo separe» es determinante. A la luz de esta palabra de Cristo, el Génesis 2, 24 enuncia el principio de la unidad e indisolubilidad del matrimonio como el contenido mismo de la Palabra de Dios, expresada en la revelación más antigua.
4. Al llegar a este punto, se podría sostener que el problema está concluido, que las palabras de Jesús confirman la ley eterna formulada e instituida por Dios desde el «principio», como la creación del hombre. Incluso podría parecer que el Maestro, al confirmar esta ley primordial del Creador, no hace más que establecer exclusivamente su propio sentido normativo, remitiéndose a la autoridad misma del primer Legislador. Sin embargo, esa expresión significativa: «desde el principio», repetida dos veces, induce claramente a los interlocutores a reflexionar sobre el modo en que Dios ha plasmado al hombre en el misterio de la creación, como «varón y hembra», para entender correctamente el sentido normativo de las palabras delGénesis. Y esto es tan válido para los interlocutores de hoy, como lo fue para los de entonces. Por lo tanto, en el estudio presente, considerando todo esto, debemos meternos precisamente en la actitud de los interlocutores actuales de Cristo.
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