Mc 10, 17-27: El joven rico y peligro de las riquezas
/ 3 marzo, 2014 / San MarcosTexto Bíblico
17 Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». 18 Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. 19 Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». 20 Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». 21 Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». 22 A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
23 Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!». 24 Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! 25 Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios». 26 Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». 27 Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda, in Marcum, 3, 40
17 Un hombre, que había oído decir al Señor que los que quieren ser semejantes a los niños son dignos de entrar en el reino de los cielos, le pide que se lo explique claramente y no con parábolas, y que le diga qué méritos tiene que hacer para conseguir la vida eterna. «Así que salió para ponerse en camino, vino corriendo un joven, y arrodillado a sus pies, le preguntó: Oh buen Maestro: ¿qué debo hacer yo para conseguir la vida eterna?».
18. «Nadie es bueno sino sólo Dios.» Este único Dios bueno no es solamente el Padre, sino el Hijo, que dice: «Yo soy el buen Pastor» (Jn 10,11), y el Espíritu Santo, de quien se dice: «Vuestro Padre, que está en los cielos, dará el Espíritu bueno a los que se lo piden» (Lc 11,13); que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, forman una sola e indivisible Trinidad y un solo y buen Dios. No niega el Señor que sea bueno, pero da a entender que es Dios. No dice que no sea buen Maestro, sino que no puede serlo ninguno sin Dios.
19. Es de advertir que la observancia de la ley daba a sus discípulos, no sólo los bienes de la tierra, sino los eternos, por lo que dice al que le preguntaba sobre los medios de conseguir la vida eterna: «Ya sabes los mandamientos. No cometer adulterio, no matar», etc. Esta es la inocencia infantil que nos propone para que la sigamos, si queremos entrar en el reino de Dios. «A esto respondió él, y le dijo: Maestro, todas esas cosas las he observado desde mi mocedad». No debemos pensar que este hombre preguntó así al Señor para tentarlo, como creen algunos, ni que mintió en lo que dijo de su vida, sino que dijo sencillamente la verdad, lo que se demuestra en lo que sigue: «Y Jesús, poniendo en él los ojos, le mostró agrado», etc. Y es claro que si hubiera sido reo de mentira o disimulo no le hubiese amado quien penetra lo más secreto de los corazones.
20-21. Ama el Señor a los que guardan los mandamientos de la ley aunque son menores que los que buscan la perfección. Pero no por eso deja de manifestar que no es suficiente la observancia de la ley para los que desean ser perfectos, puesto que no vino para abolir la ley sino para darle plenitud. «Una cosa te falta aún: anda, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, que así tendrás un tesoro en el cielo, y ven después, y sígueme». Por tanto el que está llamado a ser así perfecto debe vender lo que tiene, no sólo parte de ello, como hicieron Ananías y Safira, sino todo.
Sigue al Señor aquél que le imita y marcha sobre sus huellas.
22. «A esta propuesta, entristecido el joven, fuese muy afligido». Pero es mucha la diferencia que hay entre tener riquezas y amarlas, y es por ello que no dijo Salomón «que el que tiene las riquezas, no saca fruto de ellas, sino el que las ama» (Ecle 5,9). Expone el Señor a sus asombrados discípulos el sentido de las palabras antedichas de este modo: «Pero Jesús, volviendo a hablar, les añadió: ¡Ay, hijitos míos, cuán difícil cosa es que los que ponen su confianza en las riquezas entren en el reino de Dios!» En donde es de notar que no dice: ¡Cuán imposible es! sino ¡cuán difícil es! Porque lo que es imposible no se puede hacer de ningún modo, mientras que lo difícil sí, aunque cueste mucho trabajo.
23-27. ¿Cómo, pues, vemos en el Evangelio a Mateo, a Zaqueo, a José de Arimatea, y en el antiguo Testamento, a tantos ricos que entran en el reino de Dios, sino es porque tuvieron en nada sus riquezas, o las abandonaron del todo por inspiración del Señor? En un sentido más elevado, esto significa que ha sido más fácil a Cristo padecer por los que aman, que convertirse a El quienes aman lo mundano. Y se nos ofrece bajo la figura de camello, porque llevó la carga de nuestros pecados. La aguja significa las punzadas o dolores sufridos en la pasión, y el ojo de ella sus trabajos, con las que se dignó el Señor renovar en cierto modo los gastados vestidos de nuestra naturaleza. «Con esto subía de punto su asombro y se decían unos a otros: ¿Quién podrá, pues, salvarse?» Y como el número de los pobres es incomparablemente mayor que el de los ricos, estas palabras expresan que contaba en el número de los ricos a todos los que aman las riquezas, aunque no hayan podido adquirirlas. «Pero Jesús, fijando en ellos la vista, les dijo: «A los hombres es esto imposible, mas no a Dios»; porque no se debe entender que pueden entrar en el reino de los cielos los avaros y soberbios con su avaricia y soberbia, sino que es posible para Dios convertirlos de la codicia y soberbia a la caridad y humildad.
Teofilacto
17. Causa admiración ese joven que, cuando los demás se acercan al Señor a causa de sus enfermedades, él pide la posesión de la vida eterna, a pesar de la maligna pasión de la avaricia por la cual se vio afligido después.
18. «Nadie es bueno sino sólo Dios.» Quiso, pues, el Señor elevar con estas palabras el espíritu de aquel joven para que lo reconociese como a Dios. Nos insinúa además con esto, que cuando hayamos de tratar con una persona, no lo hagamos adulándola, sino teniendo fija la atención en Dios, raíz y fuente de toda bondad, y rindiéndole honor.
21b. «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres …» Y luego que lo hubiere vendido, dar su importe a los pobres, no a los canallas y disolutos.
Pero, dado que muchos pobres en vez de ser humildes tienen el vicio de la embriaguez o cualquier otro, dice: «Y ven después, y sígueme».
No dice esto porque las riquezas sean malas, sino que lo son los que las tienen para guardarlas; por consiguiente, es preciso no atesorar, sino usar de las riquezas en lo que es necesario y útil.
25. Se debe entender por camello el animal de este nombre o el cable que usan los marineros.
27. O bien debemos entender que dice: «A los hombres es esto imposible, mas no a Dios», porque esto es posible cuando oímos a Dios, y es imposible cuando oímos a la sabiduría humana. «Pues para Dios todas las cosas son posibles», dice; y al decir todo, debe entenderse todo ente, porque el pecado es nada, como cosa sin esencia y sustancia incomunicable. O bien: el pecado no es cosa de virtud, sino de enfermedad, y por tanto, como enfermedad, es imposible para Dios. ¿Pero acaso puede hacer Dios que lo que es no sea? Dios es la verdad, y hacer que lo que ha sido hecho no haya sido hecho, es falso; ¿cómo, pues, la verdad podría hacer lo falso? Sería preciso, como dicen algunos, que destruyese su propia naturaleza. ¿Y puede Dios no ser Dios? Esto es ridículo.
San Juan Crisóstomo, in Matthaeum, 63, 1-2
18. Porque se acercó verdaderamente al Señor como un hombre a otro y como a uno de los doctores de los judíos, le contestó como hombre. «Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios». Sin embargo, aunque dice esto, no niega la bondad de los hombres, sino en comparación a la bondad divina.
21. No sin motivo hizo mención del tesoro del cielo y no de la vida eterna, diciendo: «Que así tendrás un tesoro en el cielo», porque, hablando de riquezas y de la renuncia de todo, manifiesta que da a quienes ordena que renuncien a todo, tanto más, cuanto mayor es el cielo que la tierra.
22. Y el Evangelista nos refiere la causa de su tristeza, diciendo: «Pues tenía muchos bienes»: que no se afligen de igual modo los que tienen poco que los que tienen mucho, puesto que el aumentar las riquezas ya adquiridas hace mayor la llama de la codicia.
23. Se dirigió el Señor con estas palabras a los discípulos pobres y que no poseían nada, enseñándoles a no avergonzarse de su pobreza y como excusándose de haberles dejado sin poseer nada. «Los discípulos, continúa, quedaron pasmados al oír tales palabras», ya que, como no poseían nada, es claro que su dolor era por la salvación de los demás.
24b. O bien: con la palabra difícil quiere significar lo imposible. Y esto no sencillamente, sino con cierta intención. «Más fácil es, dice, pasar un camello por el ojo de una aguja que no entrar un rico en el reino de Dios».
27. «Todo es posible para Dios…» Esta es, por tanto, obra de Dios, y así se nos manifiesta cuánta necesidad de la gracia tiene el que haya de obrar así, y que será grande la recompensa que recibirán los ricos que sigan la filosofía de Cristo.
Orígenes, homiliae in Matthaeum, hom. 8
21. «Jesús, fijando en él su mirada, le amó …» En el hecho de amarlo o de abrazarlo, se ve que aprobó Jesús la verdad con que afirmó haber cumplido los mandamientos. Penetrando en su interior, vio en él al hombre de verdad y su buena conciencia.
Pseudo-Crisóstomo, Cat in Marc. Oxon
21. «Jesús, fijando en él su mirada, le amó …» Pero se preguntará alguien cómo puede amar el Señor a quien no había de seguirle. A esto se puede responder diciendo que en un primer momento el joven fue digno del amor del Señor porque había observado la ley desde su juventud. Ya cerca al final del encuentro no hubo ninguna disminución del amor manifestado inicialmente. El joven por su parte no optó por la perfección. Pero si bien no había superado la medida humana, al no seguir la perfección que le proponía el Señor, sin embargo no había cometido ningún crimen al observar la ley según la medida humana. Es por esta observancia por la que lo amó el Señor.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Juan Crisóstomo, Homilía 3 sobre San Mateo : PG 58, 603s
«Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» (Mc 10, 17)
No era una prisa mediocre la que el joven había demostrado; era como la de un amante. Cuando los demás hombres se acercaban a Cristo para probarlo o para hablarle de sus enfermedades, de las de sus padres o aún de otras personas, él se acerca para conversar con Jesús sobre la vida eterna. El terreno era rico y fértil, pero también lleno de espinas y abrojos para ahogar la simiente (Mt 13,7). Considera cuán dispuesto está a obedecer los mandamientos: «¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?»… Nunca ningún fariseo manifestó tales sentimientos; éstos más bien estaban furiosos por verse reducidos al silencio. Nuestro joven, se marchó triste y con los ojos bajos, que es signo nada despreciable de que no había venido con malas disposiciones. Sólo era demasiado débil; tenía el deseo de la vida, pero le retuvo una pasión muy difícil se superar…
«Si quieres ser perfecto, va, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después ven, sígueme… al escuchar estas palabras, el joven se marchó muy triste». El evangelista nos muestra la causa de la tristeza: es que «tenía muchos bienes». Los que tienen poco y los que nadan en la abundancia, no poseen los bienes de la misma manera. En los últimos la avaricia puede llegar a ser una pasión violenta, tiránica. En ellos, cada nueva posesión les enciende una llama más viva todavía, y los que están afectados por ellas son más pobres que antes. Cada vez se les enciende más el deseo y, por tanto, sienten más fuerte su, digamos, indigencia. Considera en todo caso como la pasión muestra su fuerza… «¡Cuán difícil les será a los que poseen riquezas entrar en el reino de Dios!» No es que Cristo condene las riquezas, sino más bien a los que las poseen. »
San Clemente de Alejandría, Homilía: “¿Se puede salvar el rico?”
«¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?» (Mc 10, 17)
Ignorar a Dios es morir; conocerlo es vivir en Él, amarlo, tratar de parecerse a él, esa es la verdadera vida. Si deseáis la vida eterna… primero tratad de conocerlo, aun si “nadie lo conoce, si no es por el Hijo y aquel a quien el hijo considere justo revelárselo” (Mt 11,27). Después de Dios, conoced la grandeza del Redentor y su gracia inestimable; “la Ley, dijo el apóstol Juan, nos fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad nos fueron dadas por Jesucristo” (1,17)… Si la Ley de Moisés pudiera darnos la vida eterna, ¿para qué habría venido nuestro Salvador al mundo a sufrir por nosotros desde su nacimiento hasta su muerte, llevando una vida totalmente humana? ¿Por qué el hombre que cumplía tan fielmente desde su juventud los mandamientos de la Ley se lanzaría a los pies de otro para pedir la inmortalidad?
Este joven observaba toda la Ley, y había estado apegado a ella desde su juventud… Pero él bien sabe que aunque no le falte nada a su virtud, la vida aún le hace falta. Por eso va a pedirle al único que lo puede conceder; él está seguro de cumplir con la Ley, pero le implora al Hijo de Dios… Las amarras de la Ley no lo defendían bien del balanceo; inquieto, abandona estas aguas peligrosas y lanza su ancla al puerto del Salvador.
Jesús no le reprocha haber faltado a la Ley, sino que comienza a amarle, conmovido por esta muestra de dedicación. Sin embargo, se declara aún imperfecto…: es un buen obrero de la Ley, pero es perezoso en lo que respecta a la vida eterna. La santa Ley es como un pedagogo que encamina a los mandamientos perfectos de Jesús (Pablo a los Gálatas 3,24) y hacia su gracias. Jesús es “el resultado de la Ley para que sea dada la justicia a todos aquellos que creen en Él” (Rom 10,4)
San Basilio, Homilía sobre la riqueza : PG 31, 278
«Él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.» (Mc 10, 22)
El caso del joven rico y de los que se asemejan a él me hace soñar en aquel viajero que, deseando visitar una ciudad, llega hasta el pie de su muralla, encuentra allí una posada, baja hasta ella y, desalentado al ver los últimos pasos que le quedan por hacer, pierde todo el beneficio del cansancio de su viaje y se priva de ver las bellezas de la ciudad. Así mismo son los que observan los mandamientos, pero se revelan ante la idea de perder sus bienes. Conozco muchos que ayunan, oran, hacen penitencia y practican muy bien toda clase de obras de piedad, pero no sueltan ni un óbolo para los pobres. ¿De qué les sirven las demás virtudes?
Esos no entrarán en el Reino de los cielos, porque «más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de los cielos». Palabras claras, y su autor no miente, pero son raros los que se dejan afectar por ellas. «¿Cómo vamos a vivir cuando nos hayamos despojado de todo?» exclaman. «¿Qué existencia vamos a llevar cuando se haya vendido todo y no tengamos ya ninguna propiedad?» No me preguntéis qué intención profunda hay bajo los mandamientos de Dios. El que ha establecido nuestras leyes conoce también el arte de conciliar lo imposible con la ley.
Beata Teresa de Calcuta, El amor más grande, p. 41
«Se marchó triste, porque tenía muchos bienes» (Mc 10, 22)
No tenemos ningún derecho a juzgar a los ricos. Por nuestra parte, lo que buscamos no es una lucha de clases sino un encuentro de las clases, para que los ricos salven a los pobres y los pobres a los ricos.
Con respecto a Dios, nuestra pobreza es nuestro humilde reconocimiento y aceptación de nuestro pecado, impotencia y absoluta nada, así como el reconocimiento de nuestra indigencia ante Él, expresado en forma de esperanza en Él, en apertura para recibir todas las cosas de Él como de nuestro Padre. Nuestra pobreza deberá ser la verdadera pobreza evangélica: amable, tierna, alegre y generosa, siempre dispuesta a dar una expresión de amor. La pobreza es amor antes de ser renuncia. Para amar es necesario dar. Para dar es necesario estar libre de egoísmo.
Mensaje a los Jóvenes XXV JMJ, 28-03-2010
1. Jesús encuentra a un joven
«Cuando salía Jesús al camino, —cuenta el Evangelio de San Marcos— se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno mas que Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. Él replicó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo—, y luego sígueme”. Ante estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico» (Mc 10, 17-22).
Esta narración expresa de manera eficaz la gran atención de Jesús hacia los jóvenes, hacia vosotros, hacia vuestras ilusiones, vuestras esperanzas, y pone de manifiesto su gran deseo de encontraros personalmente y de dialogar con cada uno de vosotros. De hecho, Cristo interrumpe su camino para responder a la pregunta de su interlocutor, manifestando una total disponibilidad hacia aquel joven que, movido por un ardiente deseo de hablar con el «Maestro bueno», quiere aprender de Él a recorrer el camino de la vida. Con este pasaje evangélico, mi Predecesor quería invitar a cada uno de vosotros a «desarrollar el propio coloquio con Cristo, un coloquio que es de importancia fundamental y esencial para un joven» (Carta a los jóvenes,n. 2).
2. Jesús lo miró y lo amó
En la narración evangélica, San Marcos subraya como «Jesús se le quedó mirando con cariño» (Mc 10,21). La mirada del Señor es el centro de este especialísimo encuentro y de toda la experiencia cristiana. De hecho lo más importante del cristianismo no es una moral, sino la experiencia de Jesucristo, que nos ama personalmente, seamos jóvenes o ancianos, pobres o ricos; que nos ama incluso cuando le volvemos la espalda.
Comentando esta escena, el Papa Juan Pablo II añadía, dirigiéndose a vosotros, jóvenes: «¡Deseo que experimentéis una mirada así! ¡Deseo que experimentéis la verdad de que Cristo os mira con amor!» (Carta a los jóvenes, n. 7). Un amor, que se manifiesta en la Cruz de una manera tan plena y total, que san Pablo llegó a escribir con asombro: «me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20). «La conciencia de que el Padre nos ha amado siempre en su Hijo, de que Cristo ama a cada uno y siempre, —sigue escribiendo el Papa Juan Pablo II—, se convierte en un sólido punto de apoyo para toda nuestra existencia humana» (Carta a los jóvenes, n. 7), y nos hace superar todas las pruebas: el descubrimiento de nuestros pecados, el sufrimiento, la falta de confianza.
En este amor se encuentra la fuente de toda la vida cristiana y la razón fundamental de la evangelización: si realmente hemos encontrado a Jesús, ¡no podemos renunciar a dar testimonio de él ante quienes todavía no se han cruzado con su mirada!
3. El descubrimiento del proyecto de vida
En el joven del evangelio podemos ver una situación muy parecida a la de cada uno de vosotros. También vosotros sois ricos de cualidades, de energías, de sueños, de esperanzas: ¡recursos que tenéis en abundancia! Vuestra misma edad constituye una gran riqueza, no sólo para vosotros, sino también para los demás, para la Iglesia y para el mundo.
El joven rico le pregunta a Jesús: «¿Qué tengo que hacer?». La etapa de la vida en la que estáis es un tiempo de descubrimiento: de los dones que Dios os ha dado y de vuestras propias responsabilidades. También es tiempo de opciones fundamentales para construir vuestro proyecto de vida. Por tanto, es el momento de interrogaros sobre el sentido auténtico de la existencia y de preguntaros: «¿Estoy satisfecho de mi vida? ¿Me falta algo?».
Como el joven del evangelio, quizá también vosotros vivís situaciones de inestabilidad, de confusión o de sufrimiento, que os llevan a desear una vida que no sea mediocre y a preguntaros: ¿Qué es una vida plena? ¿Qué tengo que hacer? ¿Cuál puede ser mi proyecto de vida? «¿Qué he de hacer para que mi vida tenga pleno valor y pleno sentido?» (ibíd., n. 3).
¡No tengáis miedo a enfrentaros con estas preguntas! Ya que mas que causar angustia, expresan las grandes aspiraciones que hay en vuestro corazón. Por eso hay que escucharlas. Esperan respuestas que no sean superficiales, sino capaces de satisfacer vuestras auténticas esperanzas de vida y de felicidad.
Para descubrir el proyecto de vida que realmente os puede hacer felices, poneos a la escucha de Dios, que tiene un designio de amor para cada uno de vosotros. Decidle con confianza: «Señor, ¿cuál es tu designio de Creador y de Padre sobre mi vida? ¿Cuál es tu voluntad? Yo deseo cumplirla». Tened la seguridad de que os responderá. ¡No tengáis miedo de su respuesta! «Dios es mayor que nuestra conciencia y lo sabe todo» (1Jn 3,20).
4. ¡Ven y sígueme!
Jesús invita al joven rico a ir mucho más allá de la satisfacción de sus aspiraciones y proyectos personales, y le dice: «¡Ven y sígueme!». La vocación cristiana nace de una propuesta de amor del Señor, y sólo puede realizarse gracias a una respuesta de amor: «Jesús invita a sus discípulos a la entrega total de su vida, sin cálculo ni interés humano, con una confianza sin reservas en Dios. Los santos aceptan esta exigente invitación y emprenden, con humilde docilidad, el seguimiento de Cristo crucificado y resucitado. Su perfección, en la lógica de la fe a veces humanamente incomprensible, consiste en no ponerse ellos mismos en el centro, sino en optar por ir contracorriente viviendo según el Evangelio» (Benedicto XVI, Homilía en ocasión de las canonizaciones, 11 de octubre de 2009).
Siguiendo el ejemplo de tantos discípulos de Cristo, también vosotros, queridos amigos, acoged con alegría la invitación al seguimiento, para vivir intensamente y con fruto en este mundo. En efecto, con el bautismo, Él llama a cada uno a seguirle con acciones concretas, a amarlo sobre todas las cosas y a servirle en los hermanos. El joven rico, desgraciadamente, no acogió la invitación de Jesús y se fue triste. No tuvo el valor de desprenderse de los bienes materiales para encontrar el bien más grande que le ofrecía Jesús.
La tristeza del joven rico del evangelio es la que nace en el corazón de cada uno cuando no se tiene el valor de seguir a Cristo, de tomar la opción justa. ¡Pero nunca es demasiado tarde para responderle!
Jesús nunca se cansa de dirigir su mirada de amor y de llamar a ser sus discípulos, pero a algunos les propone una opción más radical. En este Año Sacerdotal, quisiera invitar a los jóvenes y adolescentes a estar atentos por si el Señor les invita a recibir un don más grande, en la vida del Sacerdocio ministerial, y a estar dispuestos a acoger con generosidad y entusiasmo este signo de especial predilección, iniciando el necesario camino de discernimiento con un sacerdote, con un director espiritual. No tengáis miedo, queridos jóvenes y queridas jóvenes, si el Señor os llama a la vida religiosa, monástica, misionera o de una especial consagración: ¡Él sabe dar un gozo profundo a quien responde con generosidad!
También invito, a quienes sienten la vocación al matrimonio, a acogerla con fe, comprometiéndose a poner bases sólidas para vivir un amor grande, fiel y abierto al don de la vida, que es riqueza y gracia para la sociedad y para la Iglesia.
5. Orientados hacia la vida eterna
«¿Qué haré para heredar la vida eterna?». Esta pregunta del joven del Evangelio parece lejana de las preocupaciones de muchos jóvenes contemporáneos, porque, como observaba mi Predecesor, «¿no somos nosotros la generación a la que el mundo y el progreso temporal llenan completamente el horizonte de la existencia?» (Carta a los jóvenes, n. 5). Pero la pregunta sobre la «vida eterna» aparece en momentos particularmente dolorosos de la existencia, cuando sufrimos la pérdida de una persona cercana o cuando vivimos la experiencia del fracaso.
Pero, ¿qué es la «vida eterna» de la que habla el joven rico? Nos contesta Jesús cuando, dirigiéndose a sus discípulos, afirma: «volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría» (Jn 16,22). Son palabras que indican una propuesta rebosante de felicidad sin fin, del gozo de ser colmados por el amor divino para siempre.
Plantearse el futuro definitivo que nos espera a cada uno de nosotros da sentido pleno a la existencia, porque orienta el proyecto de vida hacia horizontes no limitados y pasajeros, sino amplios y profundos, que llevan a amar el mundo, que tanto ha amado Dios, a dedicarse a su desarrollo, pero siempre con la libertad y el gozo que nacen de la fe y de la esperanza. Son horizontes que ayudan a no absolutizar la realidad terrena, sintiendo que Dios nos prepara un horizonte mas grande, y a repetir con san Agustín: «Deseamos juntos la patria celeste, suspiramos por la patria celeste, sintámonos peregrinos aquí abajo» (Comentario al Evangelio de San Juan, Homilía 35, 9). Teniendo fija la mirada en la vida eterna, el beato Pier Giorgio Frassati, que falleció en 1925 a la edad de 24 años, decía: «¡Quiero vivir y no ir tirando!» y sobre la foto de una subida a la montaña, enviada a un amigo, escribía: «Hacia lo alto», aludiendo a la perfección cristiana, pero también a la vida eterna.
Queridos jóvenes, os invito a no olvidar esta perspectiva en vuestro proyecto de vida: estamos llamados a la eternidad. Dios nos ha creado para estar con Él, para siempre. Esto os ayudará a dar un sentido pleno a vuestras opciones y a dar calidad a vuestra existencia.
6. Los mandamientos, camino del amor auténtico
Jesús le recuerda al joven rico los diez mandamientos, como condición necesaria para «heredar la vida eterna». Son un punto de referencia esencial para vivir en el amor, para distinguir claramente entre el bien y el mal, y construir un proyecto de vida sólido y duradero. Jesús os pregunta, también a vosotros, si conocéis los mandamientos, si os preocupáis de formar vuestra conciencia según la ley divina y si los ponéis en práctica.
Es verdad, se trata de preguntas que van contracorriente respecto a la mentalidad actual que propone una libertad desvinculada de valores, de reglas, de normas objetivas, y que invita a rechazar todo lo que suponga un límite a los deseos momentáneos. Pero este tipo de propuesta, en lugar de conducir a la verdadera libertad, lleva a la persona a ser esclava de sí misma, de sus deseos inmediatos, de los ídolos como el poder, el dinero, el placer desenfrenado y las seducciones del mundo, haciéndola incapaz de seguir su innata vocación al amor.
Dios nos da los mandamientos porque nos quiere educar en la verdadera libertad, porque quiere construir con nosotros un reino de amor, de justicia y de paz. Escucharlos y ponerlos en práctica no significa alienarse, sino encontrar el auténtico camino de la libertad y del amor, porque los mandamientos no limitan la felicidad, sino que indican cómo encontrarla. Jesús, al principio del diálogo con el joven rico, recuerda que la ley dada por Dios es buena, porque «Dios es bueno».
7. Os necesitamos
Quien vive hoy la condición juvenil tiene que afrontar muchos problemas derivados de la falta de trabajo, de la falta de referentes e ideales ciertos y de perspectivas concretas para el futuro. A veces se puede tener la sensación de impotencia frente a las crisis y a las desorientaciones actuales. A pesar de las dificultades, ¡no os desaniméis, ni renunciéis a vuestros sueños! Al contrario, cultivad en el corazón grandes deseos de fraternidad, de justicia y de paz. El futuro está en las manos de quienes saben buscar y encontrar razones fuertes de vida y de esperanza. Si queréis, el futuro está en vuestras manos, porque los dones y las riquezas que el Señor ha puesto en el corazón de cada uno de vosotros, moldeados por el encuentro con Cristo, ¡pueden ofrecer la autentica esperanza al mundo! La fe en su amor os hará fuertes y generosos, y os dará la fuerza para afrontar con serenidad el camino de la vida y para asumir las responsabilidades familiares y profesionales. Comprometeos a construir vuestro futuro siguiendo proyectos serios de formación personal y de estudio, para servir con competencia y generosidad al bien común.
En mi reciente Carta encíclica —Caritas in veritate— sobre el desarrollo humano integral, he enumerado algunos grandes retos actuales, que son urgentes y esenciales para la vida de este mundo: el uso de los recursos de la tierra y el respeto de la ecología, la justa distribución de los bienes y el control de los mecanismos financieros, la solidaridad con los países pobres en el ámbito de la familia humana, la lucha contra el hambre en el mundo, la promoción de la dignidad del trabajo humano, el servicio a la cultura de la vida, la construcción de la paz entre los pueblos, el diálogo interreligioso, el buen uso de los medios de comunicación social.
Son retos a los que estáis llamados a responder para construir un mundo más justo y fraterno. Son retos que requieren un proyecto de vida exigente y apasionante, en el que emplear toda vuestra riqueza según el designio que Dios tiene para cada uno de vosotros. No se trata de realizar gestos heroicos ni extraordinarios, sino de actuar haciendo fructificar los propios talentos y las propias posibilidades, comprometiéndose a progresar constantemente en la fe y en el amor.
En este Año Sacerdotal, os invito a conocer la vida de los santos, sobre todo la de los santos sacerdotes. Veréis que Dios los ha guiado y que han encontrado su camino día tras día, precisamente en la fe, la esperanza y el amor. Cristo os llama a cada uno de vosotros a un compromiso con Él y a asumir las propias responsabilidades para construir la civilización del amor. Si seguís su palabra, también vuestro camino se iluminará y os conducirá a metas altas, que colman de alegría y plenitud la vida.
Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, os acompañe con su protección. Os aseguro mi recuerdo en la oración y con gran afecto os bendigo.
Vaticano, 22 de febrero de 2010
Homilía (Canonización), 11-10-2009
«¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?». Con esta pregunta comienza el breve diálogo, que hemos oído en la página evangélica, entre una persona, identificada en otro pasaje como el joven rico, y Jesús (cf. Mc 10, 17-30). No conocemos muchos detalles sobre este anónimo personaje; sin embargo, con los pocos rasgos logramos percibir su deseo sincero de alcanzar la vida eterna llevando una existencia terrena honesta y virtuosa. De hecho conoce los mandamientos y los cumple fielmente desde su juventud. Pero todo esto, que ciertamente es importante, no basta —dice Jesús—; falta sólo una cosa, pero es algo esencial. Viendo entonces que tenía buena disposición, el divino Maestro lo mira con amor y le propone el salto de calidad, lo llama al heroísmo de la santidad, le pide que lo deje todo para seguirlo: «Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres… ¡y ven y sígueme!» (v. 21).
«¡Ven y sígueme!». He aquí la vocación cristiana que surge de una propuesta de amor del Señor, y que sólo puede realizarse gracias a una respuesta nuestra de amor. Jesús invita a sus discípulos a la entrega total de su vida, sin cálculo ni interés humano, con una confianza sin reservas en Dios. Los santos aceptan esta exigente invitación y emprenden, con humilde docilidad, el seguimiento de Cristo crucificado y resucitado. Su perfección, en la lógica de la fe a veces humanamente incomprensible, consiste en no ponerse ya ellos mismos en el centro, sino en optar por ir a contracorriente viviendo según el Evangelio.
…A la figura del joven que presenta a Jesús sus deseos de ser algo más que un buen cumplidor de los deberes que impone la ley, volviendo al Evangelio de hoy, hace de contraluz el hermano Rafael, hoy canonizado, fallecido a los veintisiete años como Oblato en la trapa de San Isidro de Dueñas. También él era de familia acomodada y, como él mismo dice, de «alma un poco soñadora», pero cuyos sueños no se desvanecen ante el apego a los bienes materiales y a otras metas que la vida del mundo propone a veces con gran insistencia. Él dijo sí a la propuesta de seguir a Jesús, de manera inmediata y decidida, sin límites ni condiciones. De este modo inició un camino que, desde aquel momento en que se dio cuenta en el monasterio de que «no sabía rezar», le llevó en pocos años a las cumbres de la vida espiritual, que él relata con gran llaneza y naturalidad en numerosos escritos. El hermano Rafael, aún cercano a nosotros, nos sigue ofreciendo con su ejemplo y sus obras un recorrido atractivo, especialmente para los jóvenes que no se conforman con poco, sino que aspiran a la plena verdad, a la más indecible alegría, que se alcanzan por el amor de Dios. «Vida de amor… He aquí la única razón de vivir», dice el nuevo santo. E insiste: «Del amor de Dios sale todo». Que el Señor escuche benigno una de las últimas plegarias de san Rafael Arnáiz, cuando le entregaba toda su vida, suplicando: «Tómame a mí y date tú al mundo». Que se dé para reanimar la vida interior de los cristianos de hoy. Que se dé para que sus hermanos de la trapa y los centros monásticos sigan siendo ese faro que hace descubrir el íntimo anhelo de Dios que él ha puesto en cada corazón humano.
…Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor por el don de la santidad que hoy resplandece en la Iglesia con singular belleza. A la vez que os saludo con afecto a cada uno —cardenales, obispos, autoridades civiles y militares, sacerdotes, religiosos y religiosas, fieles laicos de diversas nacionalidades que participáis en esta solemne celebración eucarística—, deseo dirigir a todos la invitación a dejarse atraer por los ejemplos luminosos de estos santos, a dejarse guiar por sus enseñanzas a fin de que toda nuestra vida se convierta en un canto de alabanza al amor de Dios. Que nos obtenga esta gracia su celestial intercesión y sobre todo la protección maternal de María, Reina de los santos y Madre de la humanidad. Amén.
Juan Pablo II, papa
Homilía (Canonización), 12-10-1997
1. «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?» (Mc 10, 17).
Esta pregunta, que plantea un joven en el texto evangélico de hoy, se la han dirigido a Cristo en el decurso de los siglos innumerables generaciones de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, clérigos y laicos.
«¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?». Es el interrogante fundamental de todo cristiano. Ya conocemos muy bien la respuesta de Cristo. Ante todo, recuerda a su interlocutor que debe cumplir los mandamientos: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no serás injusto, honra a tu padre y a tu madre» (Mc 10, 19; cf. Ex20, 12-16). El joven replica con entusiasmo: «Maestro, todo esto lo he cumplido desde pequeño » (Mc 10, 20). En ese momento —subraya el evangelio— el Señor, fijando en él su mirada, lo amó y añadió: «Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo—; luego, ven y sígueme». Pero, como prosigue el relato, el joven «abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes» (Mc 10, 21-22).
2. Los nuevos beatos, elevados hoy a la gloria de los altares, por el contrario, acogieron con prontitud y entusiasmo la invitación de Cristo: «Ven y sígueme » y lo siguieron hasta el fin. Así se manifestó en ellos el poder de la gracia de Dios y en su vida terrena llegaron a realizar incluso lo que humanamente parecía imposible. Al haber puesto en Dios toda su confianza, para ellos todo resultó posible. Precisamente por eso hoy me complace presentarlos como ejemplos del seguimiento fiel de Cristo. Son: Elías del Socorro Nieves, mártir, sacerdote profeso de la orden de San Agustín; Juan Bautista Piamarta, sacerdote de la diócesis de Brescia; Doménico Lentini, sacerdote de la diócesis de Tursi-Lagonegro; María de Jesús, en el siglo Emilia d’Hooghvorst, fundadora del instituto de las religiosas de María Reparadora; y María Teresa Fasce, monja profesa de la orden de San Agustín.
3. «Entonces Jesús, fijando en él su mirada, lo amó» (Mc 10, 21). Estas palabras del texto evangélico evocan la experiencia espiritual y apostólica del sacerdote Juan Bautista Piamarta, fundador de la congregación de la Sagrada Familia de Nazaret, al que hoy contemplamos en la gloria celestial. También él, siguiendo el ejemplo de Cristo, supo llevar a muchos niños y jóvenes a encontrarse con la mirada amorosa y exigente del Señor. ¡Cuántos, gracias a su acción pastoral, pudieron afrontar con alegría la vida por haber aprendido un oficio y sobre todo por haberse podido encontrar con Jesús y su mensaje de salvación! La labor apostólica del nuevo beato fue muy variada y abarcó muchos ámbitos de la vida social: desde el mundo del trabajo hasta el de la agricultura, desde la educación escolar hasta el sector editorial. Dejó una gran huella en la diócesis de Brescia y en la Iglesia entera.
¿De dónde sacaba este extraordinario hombre de Dios la energía necesaria para sus múltiples actividades? La respuesta es clara: la oración asidua y fervorosa era la fuente de su celo apostólico incansable y del benéfico atractivo que ejercía sobre todos las personas de su entorno. Él mismo, como recuerdan los testimonios de sus contemporáneos, afirmaba: «Con la oración obtenemos la misma fuerza de Dios… Omnia possum ». Todo es posible con Dios, por él y con él.
4. «Sácianos de tu misericordia, Señor » (Salmo responsorial). La conciencia profunda de la misericordia del Señor animaba al beato Doménico Lentini, que en su predicación itinerante proponía incansablemente la invitación a la conversión y a volver a Dios. Por esto, su actividad apostólica iba acompañada por el asiduo ministerio del confesonario. En efecto, sabía muy bien que en la celebración del sacramento de la penitencia el sacerdote se transforma en dispensador de la misericordia divina y testigo de la nueva vida que nace gracias al arrepentimiento del penitente y al perdón del Señor.
Sacerdote de corazón indiviso, supo conjugar la fidelidad a Dios con la fidelidad al hombre.Con ardiente caridad se dirigió en particular a los jóvenes, a los que enseñaba a permanecer firmes en la fe, y a los pobres, a los que ofrecía todo aquello que poseía con una confianza absoluta en la divina Providencia. Su entrega total al ministerio hizo de él, según la expresión de mi venerado predecesor el Papa Pío XI, «un sacerdote cuya única riqueza era su sacerdocio».
5. En la segunda lectura de la liturgia, hemos escuchado: «La palabra de Dios es viva (…), penetra hasta lo más íntimo del alma» (Hb 4, 12). Emilia d’Hooghvorst acogió esta palabra en lo más profundo de su corazón. Aprendiendo a someterse a la voluntad de Dios, cumplió ante todo la misión de todo matrimonio cristiano: hacer de su hogar «un santuario doméstico de la Iglesia» (Apostolicam actuositatem, 11). Habiendo quedado viuda, impulsada por el deseo de participar en el misterio pascual, la madre María de Jesús fundó la Compañía de María Reparadora. Con su vida de oración, nos recuerda que, en la adoración eucarística, donde acudimos a la fuente de la vida que es Cristo, encontramos la fuerza para la misión diaria. Ojalá que cada uno de nosotros, cualquiera que sea nuestro estado de vida, «escuche la voz de Cristo», «que debe ser la regla de nuestra existencia», como solía decir ella. Esta beatificación es también para las religiosas de María Reparadora un estímulo a proseguir su apostolado, prestando una atención renovada a los hombres de nuestro tiempo. Según su carisma específico, responderán a su misión: despertar la fe en nuestros contemporáneos y ayudarles en su crecimiento espiritual, participando así activamente en la edificación de la Iglesia.
6. A los discípulos, asombrados ante las dificultades para entrar en el Reino, Jesús les advierte: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo» (Mc 10, 27). Acogió este mensaje el padre Elías del Socorro Nieves, sacerdote agustino, que hoy sube a la gloria de los altares como mártir de la fe. La total confianza en Dios y en la Virgen del Socorro, de quien era muy devoto, caracterizó toda su vida y su ministerio sacerdotal, ejercido con abnegación y espíritu de servicio, sin dejarse vencer por los obstáculos, los sacrificios o el peligro. Este fiel religioso agustino supo transmitir la esperanza en Cristo y en la Providencia divina.
La vida y el martirio del padre Nieves, que no quiso abandonar a sus fieles a pesar del riesgo que corría, son por sí mismas una invitación a renovar la fe en Dios que todo lo puede. Afrontó la muerte con entereza, bendiciendo a sus verdugos y dando testimonio de su fe en Cristo. La Iglesia en México cuenta hoy con un nuevo modelo de vida y poderoso intercesor que le ayudará a renovar su vida cristiana; sus hermanos agustinos tienen un ejemplo más que imitar en su constante búsqueda de Dios en fraternidad y en el servicio al pueblo de Dios; para toda la Iglesia es una muestra elocuente de los frutos de santidad que el poder de la gracia de Dios produce en su seno.
7. La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, nos recuerda que la sabiduría y la prudencia brotan de la oración: «Pedí y se me concedió la prudencia; supliqué y me vino el espíritu de sabiduría» (Sb 7, 7). Estas palabras se aplican muy bien a la existencia de otra nueva beata, María Teresa Fasce, que vivió en constante contemplación del misterio de Cristo. La Iglesia la pone hoy como brillante ejemplo de síntesis viva entre vida contemplativa y testimonio humilde de solidaridad con los hombres, especialmente con los más pobres, humildes, abandonados y afligidos.
La familia agustiniana vive hoy una jornada extraordinaria, pues ve unidos en la gloria de los altares a los representantes de las dos ramas de la orden, la apostólica con el beato Elías del Socorro Nieves, y la contemplativa con la beata María Teresa Fasce. Su ejemplo constituye para los religiosos y las religiosas agustinos motivo de alegría y de legítima satisfacción. Ojalá que este día sea también ocasión providencial para un renovado compromiso en la total y fiel consagración a Dios y en el servicio generoso a los hermanos.
8. «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios» (Mc 10, 18). Cada uno de estos nuevos beatos escuchó esta esencial aclaración de Cristo y comprendió dónde debía buscar la fuente original de la santidad. Dios es la plenitud del bien que tiende por sí mismo a difundirse. «Bonum est diffusivum sui» (santo Tomás de Aquino, Summa Theol., I, q.5, a.4, ad2). El sumo Bien quiere donarse y hacer semejantes a sí mismo a cuantos lo buscan con corazón sincero. Desea santificar a los que están dispuestos a abandonarlo todo para seguir a su Hijo encarnado.
La primera finalidad de esta celebración es, por tanto, alabar a Dios, fuente de toda santidad. Demos gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, porque los nuevos beatos, bautizados en el nombre de la santísima Trinidad, colaboraron con perseverante heroísmo con la gracia de Dios. Participando plenamente de la vida divina, contemplan ahora la gloria del Señor cara a cara, gozando de los frutos de las bienaventuranzas proclamadas por Jesús en el Sermón de la montaña: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5, 3). Sí. El reino de los cielos pertenece a estos fieles siervos de Dios, que siguieron a Cristo hasta el fin, fijando su mirada en él. Con su vida han dado testimonio de Aquel que por ellos y por todos murió en la cruz y resucitó.
Se alegra la Iglesia entera, madre de los santos y los beatos, gran familia espiritual de los hombres llamados a participar en la vida divina.
Juntamente con María, Madre de Cristo y Reina de los santos; y juntamente con los nuevos beatos, proclamamos la santidad de Dios: «Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo». Amén.
Catequesis Audiencia general, 28-10-1987
…Sólo Dios, en virtud de esta exigencia de amor radical y total, puede llamar al hombre para que “lo siga” sin reservas, sin limitaciones, de forma indivisible…
En efecto, sólo Dios “es bueno” en el sentido absoluto (cf. Mc 10, 18; también Mt 19, 17). Sólo Él “es amor” (1 Jn 4, 16) por esencia y por definición. Pero aquí hay un elemento nuevo y sorprendente en la vida y en la enseñanza de Cristo.
3. Jesús llama a seguirle personalmente. Podemos decir que esta llamada está en el centro mismo del Evangelio. Por una parte Jesús lanza esta llamada; por otra oímos hablar a los Evangelistas de hombres que lo siguen, y aún más, de algunos de ellos que lo dejan todo para seguirlo.
…Seguir a Jesús significa muchas veces no sólo dejar las ocupaciones y romper los lazos que hay en el mundo, sino también distanciarse de la agitación en que se encuentra e incluso dar los propios bienes a los pobres. No todos son capaces de hacer ese desgarrón radical: no lo fue el joven rico, a pesar de que desde niño había observado la ley y quizá había buscado seriamente un camino de perfección, pero “al oír esto (es decir, la invitación de Jesús), se fue triste, porque tenía muchos bienes” (Mt 19, 22; Mc 10, 22). Sin embargo, otros no sólo aceptan el “Sígueme”, sino que, como Felipe de Betsaida, sienten la necesidad de comunicar a los demás su convicción de haber encontrado al Mesías (cf. Jn 1, 43 ss.).
Dejando a un lado de momento el lenguaje figurado que usa Jesús, nos preguntamos: ¿Quién es ese que pide que lo sigan y que promete a quien lo haga darle muchos premios y hasta “la vida eterna”? ¿Puede un simple Hijo del hombre prometer tanto, y ser creído y seguido, y tener tanto atractivo no sólo para aquellos discípulos felices, sino para millares y millones de hombres en todos los siglos?
5. En realidad los discípulos recordaron bien a autoridad con que Jesús les había llamado a seguirlo sin dudar en pedirles una dedicación radical, expresada en términos que podían parecer paradójicos, como cuando decía que había venido a traer “no la paz, sino la espada”, es decir, a separar y dividir alas mismas familias para que lo siguieran, y luego afirmaba: “El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37-38). Aún es más fuerte y casi dura la formulación de Lucas: “Si alguno viene a mí y no aborrece a (expresión del hebreo para decir: no se aparte de) su padre, su madre, su mujer, sus hermanos, sus hermanas y aún su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 26).
Ante estas expresiones de Jesús no podemos dejar de reflexionar sobre lo excelsa y ardua que es la vocación cristiana. No cabe duda que las formas concretas de seguir a Cristo están graduadas por Él mismo según las condiciones, las posibilidades, las misiones, los carismas de las personas y de los grupos. Las palabras de Jesús, como Él dice, son “espíritu y vida” (cf. Jn6, 63), y no podemos pretender concretarlas de forma idéntica para todos. Pero según Santo Tomás de Aquino, la exigencia evangélica de renuncias heroicas como las de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y renuncia de sí por seguir a Jesús —y podemos decir igual de la oblación de sí mismo en el martirio, antes que traicionar la fe y el seguimiento de Cristo— compromete a todos “secundum praeparationem animi” (cf. S. Th. II-II q. 184, a. 7, ad 1), o sea, según la disponibilidad del espíritu para cumplir lo que se le pide en cualquier momento que se le llame, y por lo tanto comportan para todos un desapego interior, una oblación, una autodonación a Cristo, sin las cuales no hay un verdadero espíritu evangélico.
6. Del mismo Evangelio podemos deducir que hay vocaciones particulares, que dependen de una elección de Cristo: como la de los Apóstoles y de muchos discípulos, que Marcos señala con bastante claridad cuando escribe: “Subió a un monte, y llamando a los que quiso, vinieron a Él, y designó a doce para que lo acompañaran…” (Mc 3, 13-14). El mismo Jesús, según Juan, dice a los Apóstoles en el discurso final: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os he elegido a vosotros…” (Jn 15, 16).
No se deduce que Él condenara definitivamente al que no aceptó seguirlo por un camino de total dedicación a la causa del Evangelio (cf. el caso de joven rico: Mc 10, 17-27). Hay algo más que pone en juego la libre generosidad de cada uno. Pero no hay duda que la vocación a la fe y al amor cristiano es universal y obligatoria: fe en la Palabra de Jesús, amor a Dios sobre todas las cosas y también al prójimo como a nosotros mismos, porque “el que no ama a su hermano a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve” (1 Jn 4, 20).
7. Jesús, al establecer la exigencia de la respuesta a la vocación a seguirlo, no esconde a nadie que su seguimiento requiere sacrificio, a veces incluso el sacrificio supremo. En efecto, dice a sus discípulos: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la salvará…” (Mt 16, 24-25).
Marcos subraya que Jesús había convocado con los discípulos también a la multitud, y habló a todos de la renuncia que pide a quien quiera seguirlo, de cargar con la cruz y de perder la vida “por mi y el Evangelio” (Mc 8, 34-35). (Y esto después de haber hablado de su próxima pasión y muerte! (cf. Mc 8, 31-32).
8. Pero, al mismo tiempo, Jesús proclama la bienaventuranza de los que son perseguidos “por amor del Hijo del hombre” (Lc 6, 22): “Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa” (Mt 5, 12).
Y nosotros nos preguntamos una vez más: ¿Quién es éste que llama con autoridad a seguirlo, predice odio, insultos y persecuciones de todo género (cf. Lc 6, 22), y promete “recompensa en los cielos”? Sólo un Hijo del hombre que tenía la conciencia de ser Hijo de Dios podía hablar así. En este sentido lo entendieron los Apóstoles y los discípulos, que nos transmitieron su revelación y su mensaje. En este sentido queremos entenderlo nosotros también, diciéndole de nuevo con el Apóstol Tomás: “Señor mío y Dios mío”.
Homilía, a los jóvenes, 01-10-1979
4. Esta tarde quiero repetiros cuanto creo debo decir a los jóvenes: vosotros sois el futuro del mundo, y «el mañana os pertenece». Deseo traer a vuestra memoria los encuentros del mismo Jesús con los jóvenes de su tiempo. Los Evangelios nos conservan el interesante relato de la conversación que mantuvo Jesús con un joven. Leemos que el joven propuso a Cristo uno de los problemas fundamentales que la juventud se propone en todas partes: ¿Qué he de hacer…?» (Mc 10, 17), recibiendo de El una respuesta precisa y penetrante: «Jesús, poniendo en él los ojos, le amó y dijo…: ven y sígueme» (Mc 10, 21). Pero mirad lo que ocurre: el joven, que había mostrado tanto interés por el problema fundamental, «se fue triste, porque tenía mucha hacienda» (Mc 10, 22). Sí, se fue y —como puede deducirse del contexto—rehusó aceptar la llamada de Cristo.
En su concisa elocuencia, este acontecimiento profundamente penetrante expresa una gran lección en pocas palabras: toca problemas sustanciales y cuestiones de fondo que no han perdido, en modo alguno, su importancia. En todas partes los jóvenes se plantean problemas importantes: problemas sobre el significado de la vida, sobre el modo recto de vivir, sobre la verdadera escala de valores: «¿Qué he de hacer? ¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?». Estas preguntas dan testimonio de vuestros pensamientos, de vuestras conciencias, de vuestros corazones, y de vuestras voluntades. Dicen al mundo que vosotros, vosotros los jóvenes, lleváis en vosotros mismos una apertura especial a todo cuanto es bueno y verdadero. Esta apertura, en cierto sentido, constituye una «revelación» del espíritu humano. Y en esta apertura a la verdad, a la bondad y a la belleza, cada uno de vosotros puede encontrarse a sí mismo; por este motivo en esta apertura todos vosotros podéis experimentar de alguna manera lo que experimentó el joven del Evangelio: «Jesús, poniendo en él los ojos, le amó» (Mc 10, 21).
5. Por esto os digo a cada uno de vosotros: escuchad la llamada de Cristo, cuando sentís que os dice: «Sígueme». Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado! ¡Permanece en mi amor! Es una opción que se hace: ¡la opción por Cristo y por su modelo de vida, por su mandamiento de amor!
El mensaje de amor que trae Cristo es siempre importante, siempre interesante. No es difícil ver cómo el mundo de hoy, a pesar de su belleza y grandeza, a pesar de las conquistas de la ciencia y de la tecnología, a pesar de los apetecidos y abundantes bienes materiales que ofrece, está ávido de más verdad, de más amor, de más alegría. Y todo esto se encuentra en Cristo y en su modelo de vida.
el joven del Evangelio, vemos que oye la llamada: «Sígueme», pero «se fue triste, porque tenía mucha hacienda».
La tristeza de este joven nos lleva a reflexionar. Podremos tener la tentación de pensar que poseer muchas cosas, muchos bienes de este mundo, puede hacernos felices. En cambio, vemos en el caso del joven del Evangelio que las muchas riquezas se convirtieron en obstáculo para aceptar la llamada de Jesús a seguirlo. ¡No estaba dispuesto a decir sí a Jesús, y no a sí mismo, a decir sí al amor, y no a la huida!
El amor verdadero es exigente. No cumpliría mi misión si no os lo hubiera dicho con toda claridad. Porque fue Jesús —-nuestro mismo Jesús— quien dijo: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando» (Jn 15, 14). El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios. Significa disciplina y sacrificio, pero significa también alegría y realización humana.
Queridos jóvenes, no tengáis miedo a un esfuerzo honesto y a un trabajo honesto; no tengáis miedo a la verdad. Con la ayuda de Cristo y a través de la oración, vosotros podéis responder a su llamada, resistiendo a las tentaciones, a los entusiasmos pasajeros y a toda forma de manipulación de masas. Abrid vuestros corazones a este Cristo del Evangelio, a su amor, a su verdad, a su alegría. ¡No os vayáis tristes!
¡Seguid a Cristo! Vosotros, jóvenes o viejos. ¡Seguid a Cristo! Vosotros enfermos o ancianos; vosotros, los que sufrís o estáis afligidos; los que notáis la necesidad de cuidados, la necesidad de amor, la necesidad de un amigo: ¡seguid a Cristo!
En nombre de Cristo extiendo a todos vosotros la llamada, la invitación, la vocación: ¡Ven y sígueme! [Él nos invita] a todos y a cada uno de vosotros a vivir en su amor, hoy y siempre.