Mt 9, 14-17: Discusión sobre el ayuno
/ 20 febrero, 2015 / San MateoTexto Bíblico
14 Los discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?». 15 Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán. 16 Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. 17 Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Jerónimo
14. «Los discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».» Pregunta soberbia y vanidad digna de reprensión lo del ayuno. Bajo ningún concepto los discípulos de Juan podían excusarse de pecado, que de esta manera se unían a los fariseos condenados por Juan y que -como los mismos discípulos sabían- calumniaban a Aquel que les fue anunciado por la voz de su maestro.
15. «Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán.» El esposo es Cristo y la esposa la Iglesia; de este espiritual matrimonio han nacido los Apóstoles, que no pueden estar tristes mientras ven al Esposo en el lecho nupcial y saben que está en compañía de la Esposa. Pero cuando hayan pasado las bodas y llegare el tiempo de la pasión y de la resurrección, entonces los hijos del Esposo ayunarán. Y esto es lo que significa: «Vendrán días», etc.
De estas palabras quieren algunos sacar como consecuencia que se deben consagrar al ayuno los cuarenta días de la pasión, ignorando que los días de Pentecostés y del Espíritu Santo que vienen después nos indican su carácter de alegría. Fundados en este testimonio Montano, Prisca y Maximila, renuevan la Cuaresma después de Pentecostés, porque dicen que muerto el Esposo, los hijos deben ayunar. Pero la costumbre de la Iglesia consiste en prepararse mediante la humillación de la carne a la celebración de la pasión y de la resurrección, a fin de que estemos dispuestos por la abstinencia a la restauración espiritual.
También, cuando alguno se ha separado de nosotros por sus pecados, entonces se debe ayunar y estar triste.
17. «Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan».» Debemos entender por vestido viejo y vasijas viejas a los fariseos. Las piezas del vestido nuevo son los preceptos evangélicos que no podían imponerse a los judíos, para que la abertura no fuera mayor y parecida a la que deseaban hacer los gálatas mezclando el Evangelio con los preceptos de la Ley y echando el vino nuevo en vasijas viejas. Pero el Apóstol les escribe en estos términos: «¡Oh Gálatas insensatos!, ¿quién os ha fascinado para que no obedezcáis a la verdad?» ( Gál 3). La palabra del Evangelio penetró antes en el corazón de los Apóstoles que en el de los escribas y fariseos, que corrompidos por las tradiciones de sus mayores, no podían guardar la palabra sincera del Evangelio, porque es distinta la pureza del alma virgen, que jamás ha conocido el pecado, a la de aquel que se ha entregado a la licencia de muchas pasiones.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 30,3-4
14-15. «Los discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».» Lo que dicen es de esta manera: «Sea. Tú como médico lo haces así; pero ¿por qué tus discípulos reprobando el ayuno buscan semejantes mesas?» Ellos, para excusarse mejor que los fariseos, se ponen los primeros y dejan en segundo término a los fariseos, siendo así que estos últimos ayunaban por obedecer a la Ley, como lo dijo el fariseo en el templo: «Ayuno dos veces el sábado» ( Lc 18,12) y por obedecer a Juan.
San Lucas dijo que fueron los fariseos quienes dijeron esas palabras y aquí se dice que fueron los discípulos de Juan, porque los fariseos llevaron a éstos, a fin de que promovieran la cuestión, como hicieron después con los herodianos. Pero debe tenerse presente que cuando hablaba de los extraños y de los publicanos, a fin de moderar sus ánimos exaltados, contesta con más fuerza a las acusaciones a las que ellos mismo dan lugar y les responde con suavidad cuando ultrajaban a sus discípulos, como se ve por las palabras: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?». Primero se llama médico y aquí esposo; de esta manera nos recuerda las palabras de Juan: el que tiene esposa es esposo ( Jn 3,29).
«Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán.» Lo que El dice es así: el tiempo presente es el tiempo del gozo y de la alegría; no debe mezclarse con él la tristeza. Porque el ayuno es triste, no en sí, sino para aquellos que aun son endebles, esto es, para aquellos que no han llegado a la fuerza de la perfección espiritual. Pero es suave para los que desean entregarse a la contemplación de la sabiduría o al trabajo de la perfección. De los primeros es de quienes habla aquí y en lo que dice, como se ve claramente, no hace concesión alguna a la gula.
16. De nuevo apoya Jesús su palabra en comparaciones sencillas, cuando dice: «Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor.» Como si dijera: «Aun mis discípulos no son bastante fuertes y por eso necesitan aún de condescendencia; aun no están renovados por el Espíritu y no conviene imponer todo el peso de los preceptos a espíritus así dispuestos». De esta manera enseña a los Apóstoles a recibir con cariño a sus discípulos, sea cualquiera la región a la que pertenezcan.
De esta manera se explica la causa de hablarles Jesús muchas veces en términos familiares, para acomodarse a su flaqueza.
San Agustín
14. «Los discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».» Mateo nos refiere las anteriores palabras como si sólo las hubiera dicho para los discípulos de Juan. En el modo en que Marcos ( Mc 2), en cambio, da a entender que las dijo a los unos y a los otros, esto es a los invitados de entre los discípulos de Juan y de entre los fariseos. Concepto más claramente manifestado por San Lucas cuando dice que Jesús dirigió su palabra a los unos y otros. ¿Con qué razón dice San Mateo: «Entonces se aproximaron», etc., sino porque efectivamente todos estaban presentes y todos a porfía, como lo podía hacer cada uno en particular, le hicieron esa objeción? (De consensu evangelistarum, 2,27).
15-17. El que ayuna como debe, se humilla en el gemido de las oraciones, o en la mortificación de su cuerpo, o se aleja de los atractivos de la carne con el placer de la sabiduría espiritual. El Señor nos habla aquí de las dos clases de ayuno. El primero es el que humilla el espíritu cuando dice: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?». El otro es el que se dirige al convite del alma en aquellas palabras: «Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor.» Luego nosotros debemos llorar con razón, porque se nos ha arrebatado el Esposo. Lloraremos con tanta mayor razón, cuanto más encendidos estemos en el deseo de poseerle. Alégrense quienes pudieron gozar de su presencia antes de su pasión, preguntarle como querían y escucharle como debían. Nuestros antepasados desearon ver esos días anteriores a su venida y no los vieron; porque estaban dispuestos de manera que ellos anunciasen su venida; no tuvieron la dicha de escucharle: pero en nosotros se cumplió aquello de San Lucas (17,22): «Vendrán días en que desearéis ver uno de esos días y no podréis». ¿Quién no llorará, pues? ¿Quién no dirá: Mis lágrimas han llegado a ser mi pan durante el día y la noche: diciéndome todos los días: «Dónde está tu Dios?» ( Sal 41,4) Con razón, pues, deseaba el Apóstol ser desatado de su cuerpo y estar con Cristo ( Flp 1) (sermones 210, 4-5).
Cuando San Mateo dijo: «estad tristes» y San Marcos y San Lucas: «ayunad», nos indicaron la clase de ayuno de la que habló el Señor, que no es otro más que el que se refiere a la humillación del corazón atribulado. Con comparaciones posteriores simbolizó aquel otro ayuno que está en relación a la alegría del corazón que se eleva en las cosas espirituales. Estas comparaciones nos hacen ver cómo para aquellos hombres que se ocupan sólo de las cosas del cuerpo y que de esta manera perseveran en su antiguo error, es imposible practicar esta clase de ayuno (de consensu evangelistarum, 2, 27).
Remigio
16. «Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor.» Nos da a entender por el vestido viejo a sus discípulos, porque aun no están renovados en todo. Por el paño fuerte, esto es nuevo a la gracia, es decir, a la doctrina evangélica, de la que el ayuno forma una pequeña parte. Por eso no era prudente imponerles los más severos preceptos del ayuno, no fuera que desmayasen con su rigor y perdiesen la fe que habían recibido; por eso añade: «Quita la perfección al vestido».
17. «Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan».»
Añade Jesús a las dos comparaciones ya dichas, es decir, a la de las bodas y a la del paño fuerte y del vestido nuevo, otra nueva comparación, esto es, la de la vasija y la del vino, cuando dice: «Ni ponen vino nuevo en vasijas viejas», etc. Vasijas viejas llama a sus discípulos, porque aun no estaban completamente renovados; llama vino nuevo a la plenitud del Espíritu Santo y a los profundos misterios del cielo, que entonces no podían comprender los discípulos. Pero después de la resurrección quedaron hechos vasijas nuevas y cuando el Espíritu Santo llenó sus corazones, recibieron el vino nuevo. De aquí es que algunos dijeron: «Todos ésos están llenos de vino nuevo» ( Hch 2,13).
San Hilario, in Matthaeum, 9
15. «Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán.» En sentido místico, la respuesta de que los discípulos no tienen necesidad de ayunar estando presente el esposo, enseña que con la alegría de su presencia y el sacramento del santo alimento nadie tendrá necesidad de ayunar, es decir, conservando en el alma la presencia de Cristo. Dice, además, que, después de su partida de este mundo sus discípulos ayunarán. Los que no creen en la resurrección de Cristo, no comerán el pan de la vida porque el Sacramento del pan celestial se nos da como premio de nuestra fe en la resurrección.
15-17.Todos estos ejemplos nos prueban que la enfermedad que los antiguos pecados comunican al alma y al cuerpo, es incapaz de los Sacramentos de la nueva gracia.
Rábano
14. «Los discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».» Porque Juan no bebe vino ni cerveza ( Lc 1), lo que aumenta el brillo de su abstinencia es el no tener poder alguno sobre la naturaleza. Mas el Señor, que tiene poder para perdonar los pecados, ¿por qué había de evitar el comer con ellos, siendo así que de esta manera puede hacerlos más justos que los que practican la abstinencia? Cristo ayuna para que no faltéis al precepto y come con los pecadores para que comprendáis su gracia y su poder.
15-17. Aunque todas las comparaciones tienen el mismo objeto, son, sin embargo, diferentes; porque el vestido, que nos cubre por el exterior, representa las buenas obras que practicamos exteriormente y el vino que nos da fuerzas interiores es el fervor de la fe y de la caridad, que renueva el fondo de nuestra alma.
Glosa
16. «Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor.» Como si dijera: «Por eso no debe ponerse en vestido viejo una pieza de paño fuerte, porque generalmente lo rompe más y entonces son peores las aberturas». Así, también destruye muchas veces la pesada carga de un nuevo deber el bien que existía antes.
Por eso decimos que los Apóstoles, que estaban llenos de la nueva gracia, no debían estar sujetos a las antiguas observancias.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Pedro Crisólogo
Sermón: Los amigos del Esposo
Sermón sobre Marcos 2; PL 52, 287
«El ayuno de los amigos del Esposo» (cf. Mt 9,15)
¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos frecuentemente, mientras que, tus discípulos no ayunan? ¿Por qué? Porque para vosotros, el ayuno es un asunto de la ley y no un don espontáneo. En sí mismo el ayuno no tiene sentido, lo que cuenta es la intención de aquel que ayuna. ¿Que provecho pensáis sacar, vosotros que ayunáis contrariados y forzados? El ayuno es un arado maravilloso para labrar el campo de la santidad, cambia los corazones, desarraiga el mal, arranca el pecado, quita el vicio, siembra la caridad; mantiene la fecundidad y prepara la siega del inocente. Los discípulos de Cristo, ellos están colocados en el corazón mismo del campo maduro de la santidad, reúnen los gérmenes de las virtudes, alegran el Pan de la nueva recolección; no pueden pues practicar ayunos en adelante pasados de moda…
«¿Por qué tus discípulos no ayunan?» El Señor les responde: «¿los amigos del Esposo, pueden ayunar mientras el Esposo está con ellos?» Aquel que se casa deja el ayuno de lado, deja la austeridad; se entrega por entero a la alegría, participa en el banquete; se muestra en todo afable, amable y contento; hace todo lo que le sale del cariño que siente por su mujer. Cristo celebraba entonces sus bodas con su Iglesia; también aceptaba participar en sus comidas; no rechazaba aquellas que le invitaban; lleno de benevolencia y de amor, se mostraba humano; accesible, amable. Lo que quería era unir al hombre con Dios y hacer de sus compañeros miembros de la familia divina.
San Romano el Meloda (o el Cantor)
Himno «Adán y Eva»
Himno 1-5; SC 99
«Entonces ayunarán» (Mt 9,15b)
Entrégate, alma mía, al arrepentimiento; únete a Cristo por el pensamiento; grita gimiendo: «Concédeme el perdón de mis malas acciones, con el fin de que reciba de ti, que sólo eres bueno (Mc 10,18), la absolución y la vida eterna «… Moisés y Elías, estas torres de fuego, eran grandes en sus obras… Son los primeros entre los profetas, hablaban libremente a Dios, les gustaba acercársele para rogarle y dialogar con él cara a cara (Ex 34,5 1R 19,13) – cosa asombrosa e increíble. Sin embargo, procuraban recurrir al ayuno, que los llevaba a Dios (Ex 34,28; 1R 19,8). El ayuno, con las obras, proporciona pues la vida eterna.
Por el ayuno, los demonios son rechazados como por una espada, porque no soportan las alegrías; lo que les gusta, es el jugador y el borracho. Pero si miran de cara el ayuno, no lo pueden ver; huyen muy lejos, como nos enseña Cristo, nuestro Dios, diciendo: «Por el ayuno y la oración caen los demonios» (cf Mc 9,29). Por eso nos enseña que el ayuno les da a los hombres la vida eterna…
El ayuno conduce a los que lo practican, a la casa paternal de donde Adán fue expulsado… Es Dios mismo, el amigo de los hombres (Sb 1,6), quien primero había confiado al ayuno, al hombre al que había creado, como a una madre cariñosa, como a un maestro. De un solo árbol le prohibió comer (Gn 2,17). Y si el hombre hubiera observado este ayuno, habría vivido con los ángeles. Pero lo rechazó y encontró penas y muerte, la aspereza de las espinas y de las zarzas, y la angustia de una vida dolorosa (Gn 3,17s). ¡Entonces, si en el Paraíso el ayuno se revela provechoso, cuánto más lo es aquí abajo, para proporcionarnos la vida eterna!
San Gregorio Magno, papa
Homilía: El ayuno que agrada a Dios
Homilía sobre los evangelios, n° 16
Comiendo la fruta del árbol prohibido, Adán transgredió los preceptos de vida (Gn 3,6). En cuanto a nosotros, reduciendo lo que comemos, en cuanto no es posible, nos levantaremos y recobraremos la alegría del Paraíso. Que nadie crea que esta abstinencia puede bastar. Por el profeta, Dios nos dice al respecto: «¿no sabéis cuál es el ayuno que me agrada? Comparte tu pan con el hambriento, alberga a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, no te desentiendas de los tuyos» (Is 58,5-7). Este es el ayuno que Dios aprueba: el que presenta sus manos llenas de limosnas, un corazón lleno de amor hacia los otros, un ayuno totalmente amasado por la bondad. Aquello de lo que te privas personalmente, dalo a otro. Así tu penitencia corporal contribuirá al mayor bienestar corporal de los que están necesitados.
Comprende por otra parte este reproche del Señor por boca del profeta: «¿cuándo ayunasteis ó gemisteis, era por amor a mi? Cuando comíais y bebíais ¿no comíais y bebíais en provecho propio? «(Za 7,5-6) esto es comer y beber para sí mismo, no compartir con los pobres, los alimentos destinados a alimentar el cuerpo; son dones hechos por el Creador a la comunidad de los hombres. También es ayunar para sí mismo, el hecho de privarse por un tiempo, pero reservarse lo que se ha privado para consumirlo más tarde. «Santificad vuestro ayuno», dice el profeta (Jl 1,14)… ¡Qué cese la cólera; qué desaparezcan las disputas! La mortificación del cuerpo es vana, si el corazón no se impone una disciplina para refrenar sus deseos desordenados… El profeta dijo: «el día del ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores. Ayunáis para querellas y litigios y herís con furibundos puñetazos” (Is 58,3-4)… En efecto sólo si perdonamos, Dios no nos devolverá nuestra propia injusticia.
San Juan de la Cruz
Llama de amor viva: El Esposo
Estrofa 3, 6
«El Esposo está con ellos» (cf. Mt 9,15)
Cuando uno ama y hace bien a otro, hácele bien y ámale según su condición y propiedades; y así tu Esposo, estando en ti, como quien él es te hace las mercedes.
Porque, siendo él omnipotente, hácete bien y ámate con omnipotencia; y siendo sabio, sientes que te hace bien y ama con sabiduría; y siendo infinitamente bueno, sientes que te ama con bondad; y siendo santo, sientes que te ama y hace mercedes con santidad; y siendo él justo, sientes que te ama y hace mercedes justamente; siendo él misericordioso, piadoso y clemente, sientes su misericordia y piedad y clemencia; y siendo fuerte y subido y delicado ser, sientes que te ama
fuerte, subida y delicadamente; y como sea limpio y puro, sientes que con pureza y limpieza te ama; y, como sea verdadero, sientes que te ama de veras.
Y como él sea liberal, conoces que te ama y hace mercedes con liberalidad sin algún interese, sólo por hacerte bien; y como él sea la virtud de la suma humildad, con suma bondad y con suma estimación te ama, e igualándote consigo, mostrándosete en estas vías de sus noticias alegremente, con este su rostro lleno de gracias y diciéndote en esta unión suya, no sin gran júbilo tuyo: Yo soy tuyo y para ti, y gusto de ser tal cual soy por ser tuyo y para darme a ti. ¿Quién dirá, pues, lo que sientes, ¡oh dichosa alma!, conociéndote así amada y con tal estimación engrandecida?
San Juan Pablo II, papa
Catequesis: El ayuno penitencial
Audiencia general (21-03-1979)
1. “¡Proclamad el ayuno!” (Jl1, 14). Son las palabras que escuchamos en la primera lectura del miércoles de ceniza. Las escribió el Profeta Joel, y la Iglesia, en conformidad con ellas, establece la práctica de la Cuaresma, disponiendo el ayuno. Hoy la práctica de la Cuaresma, determinada por Pablo VI en la Constitución Poenitemini, está notablemente mitigada respecto a la de tiempos pasados. En esta materia el Papa dejó mucho a la decisión de las Conferencias Episcopales de cada país, a las que corresponde, por tanto, el deber de adaptar las exigencias del ayuno según las circunstancias en que se encuentran las sociedades respectivas. Pero él recordó que la esencia de la penitencia cuaresmal está constituida no sólo por el ayuno, sino también por la oración y la limosna (obras de misericordia). Es preciso, pues, decidir, según las circunstancias, en qué puede ser “sustituido” el mismo ayuno por obras de misericordia y por la oración. El fin de este período particular en la vida de la Iglesia es siempre y en todas partes la penitencia, es decir, la conversión a Dios. En efecto, la penitencia, entendida como conversión, esto es, metánoia, forma un conjunto que la tradición del Pueblo de Dios ya en la Antigua Alianza y después el mismo Cristo han vinculado, en cierto modo, a la oración, a la limosna y al ayuno.
¿Por qué al ayuno?
En este momento quizá nos vienen a la mente las palabras con que Jesús respondió a los discípulos de Juan Bautista, cuando le preguntaban: “¿Cómo es que tus discípulos no ayunan?”. Jesús les contestó: “¿Por ventura pueden los compañeros del novio llorar mientras está el novio con ellos? Pero vendrán días en que les será arrebatado el esposo, y entonces ayunarán” (Mt 9, 15). De hecho, el tiempo de Cuaresma nos recuerda que el esposo nos ha sido arrebatado. Arrebatado, arrestado, encarcelado, abofeteado, flagelado, coronado de espinas, crucificado… El ayuno en el tiempo de Cuaresma es la expresión de nuestra solidaridad con Cristo. Tal ha sido el significado de la Cuaresma a través de los siglos y así permanece hoy.
“Mi amor está crucificado y no existe en mí más el fuego que desea las cosas materiales”, como escribía el obispo de Antioquía, Ignacio, en la Carta a los romanos (Ign. Antioq. Ad Romanos, VII, 2).
2. ¿Por qué el ayuno? Es necesario dar una respuesta más amplia y profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la “metánoia”, esto es, esa transformación espiritual que acerca el hombre a Dios. Trataremos, pues, de concentrarnos no sólo en la práctica de la abstinencia de comida o bebida —efectivamente, esto significa “el ayuno” en el sentido corriente—, sino en el significado más profundo de esta práctica que, por lo demás, puede y debe a veces ser “sustituida” por otras. La comida y la bebida son indispensables al hombre para vivir, se sirve y debe servirse de ellas; sin embargo, no le es lícito abusar de ellas de ninguna forma. El abstenerse, según la tradición, de la comida o bebida, tiene como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir “actitud consumística”. Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización, y en particular de la civilización occidental. ¡La actitud consumística! El hombre orientado hacia los bienes materiales, múltiples bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. Cuando el hombre se orienta exclusivamente hacia la posesión y el uso de los bienes materiales, es decir, de las cosas, también entonces toda la civilización se mide según la cantidad y calidad de las cosas que están en condición de proveer al hombre, y no se mide con el metro adecuado al hombre. Esta civilización, en efecto, suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más… para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer momentáneo, una multiplicidad de sensaciones cada vez mayor.
A veces se oye decir que el aumento excesivo de los medios audiovisuales en los países ricos no favorece siempre el desarrollo de la inteligencia, particularmente en los niños; al contrario, tal vez contribuye a frenar su desarrollo. El niño vive sólo de sensaciones, busca sensaciones siempre nuevas… Y así llega a ser, sin darse cuenta de ello, esclavo de esta pasión de hoy. Saciándose de sensaciones, queda con frecuencia intelectualmente pasivo; el entendimiento no se abre a la búsqueda de la verdad; la voluntad queda atada por la costumbre a la que no sabe oponerse.
De esto resulta que el hombre contemporáneo debe ayunar, es decir, abstenerse no sólo de la comida o bebida, sino de otros muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse, renunciar a algo.
3. ¿Por qué renunciar a algo? ¿Por qué privarse de ello? Ya hemos respondido en parte a esta cuestión. Sin embargo, la respuesta no será completa si no nos damos cuenta de que el hombre es él mismo también porque logra privarse de algo, porque es capaz de decirse a sí mismo: “no”. El hombre es un ser compuesto de cuerpo y alma. Algunos escritores contemporáneos presentan esta estructura compuesta del hombre bajo la forma de estratos; hablan, por ejemplo, de estratos exteriores en la superficie de nuestra personalidad, contraponiéndolos a los estratos en profundidad. Nuestra vida parece estar dividida en tales estratos y se desarrolla a través de ellos. Mientras los estratos superficiales están ligados a nuestra sensualidad, los estratos profundos, en cambio, son expresión de la espiritualidad del hombre, es decir, de la voluntad consciente, de la reflexión, de la conciencia, de la capacidad de vivir los valores superiores.
Esta imagen de la estructura de la personalidad humana puede servir para comprender el significado para el hombre del ayuno. No se trata aquí solamente del significado religioso, sino de un significado que se expresa a través de la así llamada “organización” del hombre como sujeto-persona. El hombre se desarrolla normalmente cuando los estratos más profundos de su personalidad encuentran una expresión suficiente, cuando el ámbito de sus intereses y de sus aspiraciones no se limita sólo a los estratos exteriores y superficiales, unidos a la sensualidad humana. Para favorecer tal desarrollo, debemos a veces desprendernos conscientemente de lo que sirve para satisfacer la sensualidad, es decir de los estratos exteriores superficiales. Debemos, pues, renunciar a todo lo que los “alimenta”.
He aquí brevemente la interpretación del ayuno hoy día.
La renuncia a las sensaciones, a los estímulos, a los placeres y también a la comida y bebida, no es un fin en sí misma. Debe ser, por así decirlo, allanar el camino para contenidos más profundos de los que “se alimenta” el hombre interior. Tal renuncia, tal mortificación debe servir para crear en el hombre las condiciones en orden a vivir los valores superiores, de los que está “hambriento” a su modo.
He aquí el significado “pleno” del ayuno en el lenguaje de hoy. Sin embargo, cuando leemos a los autores cristianos de la antigüedad o a los Padres de la Iglesia, encontramos en ellos la misma verdad, expresada frecuentemente con lenguaje tan “actual” que nos sorprende. Por ejemplo, dice San Pedro Crisólogo: “El ayuno es paz para el cuerpo, fuerza de las mentes, vigor de las almas” (Sermo VII: de ieiunio, 3), y más aún: “El ayuno es el timón de la vida humana y rige toda la nave de nuestro cuerpo” (Sermo VII: de ieiunio, 1). Y San Ambrosio responde así a las objeciones eventuales contra el ayuno: “La carne, por su condición mortal, tiene algunas concupiscencias propias: en sus relaciones con ella te está permitido el derecho de freno. Tu carne te está sometida (…): no seguir las solicitaciones de la carne hasta las cosas ilícitas, sino frenarlas un poco también por lo que respecta a las lícitas. En efecto, el que no se abstiene de ninguna cosa lícita, está muy cercano a las ilícitas” (Sermo de utilitate ieiunii III. V. VI). Incluso escritores que no pertenecen al cristianismo declaran la misma verdad. Esta verdad es de valor universal. Forma parte de la sabiduría universal de la vida.
4. Ahora ciertamente es más fácil para nosotros comprender por qué Cristo Señor y la Iglesia unen la llamada al ayuno con la penitencia, es decir, con la conversión. Para convertirnos a Dios es necesario descubrir en nosotros mismos lo que nos vuelve sensibles a cuanto pertenece a Dios, por lo tanto: los contenidos espirituales, los valores superiores que hablan a nuestro entendimiento, a nuestra conciencia, a nuestro “corazón” (según el lenguaje bíblico). Para abrirse a estos contenidos espirituales, a estos valores, es necesario desprenderse de cuanto sirve sólo al consumo, a la satisfacción de los sentidos. En la apertura de nuestra personalidad humana a Dios, el ayuno —entendido tanto en el modo “tradicional” como en el “actual”—, debe ir junto con la oración, porque ella nos dirige directamente hacia Él.
Por otra parte, el ayuno, esto es, la mortificación de los sentidos, el dominio del cuerpo, confieren a la oración una eficacia mayor, que el hombre descubre en sí mismo. Efectivamente, descubre que es “diverso”, que es más “dueño de sí mismo”, que ha llegado a ser interiormente libre. Y se da cuenta de ello en cuanto la conversión y el encuentro con Dios, a través de la oración, fructifican en él.
Resulta claro de estas reflexiones nuestras de hoy que el ayuno no es sólo el “residuo” de una práctica religiosa de los siglos pasados, sino que es también indispensable al hombre de hoy, a los cristianos de nuestro tiempo. Es necesario reflexionar profundamente sobre este tema, precisamente durante el tiempo de Cuaresma.
Catequesis: la figura del Esposo
Audiencia general (23-11-1994)
[…]
2. En el ambiente de la tradición de su pueblo, Jesús toma esa imagen para decir que él mismo es el esposo anunciado y esperado: el Esposo-Mesías (cf. Mt 9, 15; 25, 1). Insiste en esta analogía y en esta terminología, también para explicar qué es el reino que ha venido a traer. «El reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo» (Mt 22, 2). Parangona a sus discípulos con los compañeros del esposo, que se alegran de su presencia, y que ayunarán cuando se les quite el esposo (cf. Mc 2, 19-20). También es muy conocida la otra parábola de las diez vírgenes que esperan la venida del esposo para una fiesta de bodas (cf. Mt 25, 1-13); y, de igual modo, la de los siervos que deben vigilar para acoger a su señor cuando vuelva de las bodas (cf. Lc 12, 35-38). En este sentido, puede decirse que es significativo también el primer milagro que Jesús realiza en Caná, precisamente durante un banquete de bodas (cf. Jn 2, 1-11).
Jesús, al definirse a sí mismo con el título de Esposo, expresó el sentido de su entrada en la historia, a la que vino para realizar las bodas de Dios con la humanidad, según el anuncio profético, a fin de establecer la nueva Alianza de Yahveh con su pueblo y derramar un nuevo don de amor divino en el corazón de los hombres, haciéndoles gustar su alegría. Como Esposo, invita a responder a este don de amor: todos están llamados a responder con amor al amor. A algunos pide una respuesta más plena, más fuerte, más radical: la de la virginidad o celibato por el reino de los cielos.
Benedicto XVI, papa
Mensaje de Cuaresma 2009: Valor y sentido del ayuno
Publicado el 11-12-2008
«Jesús, después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre» (Mt 4,2)
¡Queridos hermanos y hermanas!
Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor —la oración, el ayuno y la limosna— para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón pascual). En mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno. En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mt 4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.
Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gn 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que “el ayuno ya existía en el paraíso”, y “la primera orden en este sentido fue dada a Adán”. Por lo tanto, concluye: “El ‘no debes comer’ es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia” (cfr. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98). Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar “para humillarnos —dijo— delante de nuestro Dios” (8,21). El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: “A ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos” (3,9). También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.
En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18). Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de “no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”, con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.
La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del “viejo Adán” y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: “El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica” (Sermo 43: PL 52, 320, 332).
En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica Pænitemini de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no “vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos” (cfr. Cap. I). La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22,34-40).
La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía “retorcidísima y enredadísima complicación de nudos” (Confesiones, II, 10.18), en su tratado La utilidad del ayuno, escribía: “Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura” (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708). Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.
Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. Enc. Deus caritas est, 15). Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.
Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: “Utamur ergo parcius, / verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arctius / perstemus in custodia – Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención”.
Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios (cfr. Enc. Veritatis Splendor, 21). Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical. Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma. Que nos acompañe la Beata Virgen María, Causa nostræ laetitiæ, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en “tabernáculo viviente de Dios”. Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.
Comentarios exegéticos
Autores Varios: Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Plenitud de los tiempos.
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 979-980
La conducta de los discípulos de Jesús con relación al ayuno fue interpretada por el Maestro como una parábola en acción. Indica que ha llegado ese tiempo futuro en el que se cumplirían todas las esperanzas judías, el tiempo del reino de Dios.
Jesús se presenta, implícitamente, como el Mesías esperado. Precisamente en esta afirmación recae la enseñanza de la primera de estas tres parábolas. En el lenguaje simbólico oriental, la boda simbolizaba el tiempo de la salud. Y los días del Mesías eran descritos en la literatura rabínica mediante el recurso a los festejos propios de las bodas. Cristo sé presenta como el novio, el portador de los bienes salvíficos.
La imagen del matrimonio no era nueva en la Biblia. Lo verdaderamente sorprendente y nuevo era que Jesús se presentase realizando en su persona el contenido de un símbolo utilizado por Dios para describir su relación de amor con el pueblo elegido (Os 2,18-20; Is 54,5-6). ¿No estaba anunciado que llegaría un día en el que se presentaría a Israel como el esposo fiel, como su verdadero marido? Pues bien, la esperanza se ha realizado, la promesa se ha cumplido. Lo que importa es entrar a formar parte de los amigos del novio para alegrarse en su boda. Es tiempo de alegría, no de llanto, luto y ayuno. Al llegar la plenitud de los tiempos se invita a todos a la alegría.
La segunda parábola tiene como base el simbolismo del paño o del manto: era una figura del mundo. Los cielos y la tierra envejecerán y Dios los recogerá como un manto (He 1,10-12). En el gran mantel que bajaba del cielo ve simbolizado Pedro el mundo nuevo, la nueva creación (He 10,11ss).
La religión del tiempo de Cristo no podía ponerse al día con un remiendo que le pusiera el joven rabino de Galilea. Imposible. El mensaje de Cristo contiene una novedad absoluta, un espíritu totalmente nuevo, entrañas de misericordia, compasión, fraternidad. En esta parábola dice Jesús: Con mi persona y mi mensaje han comenzado los tiempos mesiánicos, ha llegado el Mesías esperado para enrollar, por inservible, el manto viejo y extender otro que no envejezca nunca. Con la aparición de Jesús se ha cumplido la antigua promesa, «creará (Dios) algo nuevo sobre la tierra». Una creación que tiene lugar cada día.
La novedad radical que implica la presencia del Reino rompe los moldes tradicionales. En esta dirección debe buscarse también la enseñanza de la parábola del vino y los odres. Tanto en la Biblia (Gen 49,8-12; Jn 2,1-12) como, sobre todo, en el judaismo, era frecuente, para describir los días del Mesías, recurrir al vino que se daría en cantidades fabulosas. El vino alegra el corazón…
En esta tercera parábola afirma Jesús la incompatibilidad entre la fe en él —portador de la salud— y la adhesión fanática a unas prácticas insustanciales de las que se esperaba la salud. Para aceptar el mensaje cristiano era necesario un continente nuevo, hombres nuevos, libres de prejuicios, no aferrados a un sectarismo peligroso e infructuoso, que se dejasen moldear por el Espíritu. La adhesión fanática a los moldes viejos tuvo como consecuencia última la ruptura entre la Iglesia y la Sinagoga.
Novedad radical. Pasó lo antiguo. Esto podía entenderse en el sentido de que nada de lo antiguo valía. No era esa la intención de Jesús. Por eso añade muy atinada e intencionadamente Mateo: «así se conservan los dos».
Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: Ebriedad
Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 78-80
Génesis 27, 1-5,15-29
He aquí a una familia que no tiene nada de simpática:se espían unos a otros, se tienen celos, se mienten. El aspecto físico de Esaú no tiene nada de atrayente, las mentiras de la pareja Rebeca-Jacob rozan casi la blasfemia (v. 20b). No puede extrañarnos que la historia acabe con la dispersión de la familia: Jacob se verá obligado a dirigirse a Mesopotamia para huir de su hermano mayor. En este relato hay toda clase de matices: social, político, cósmico y religioso, mágico también. Social, porque Esaú evoca inequívocamente al hombre de los bosques y Jacob al sedentario refinado. Cósmico, puesto que el hombre agreste representa a las fuerzas caóticas que pesan siempre sobre el hombre, mientras que el ciudadano sugiere por el contrario el esfuerzo creativo, la civilización en marcha. Finalmente, lo mágico, como indica la buena comida que tienen que ofrecer al anciano, símbolo de las buenas condiciones en que debe transmitirse la bendición paterna, y también la posibilidad que se le ofrece a Rebeca de que se desvíe hacia ella la maldición que podría alcanzar a su hijo menor (v. 13). Aspecto religioso también, pues, pese a las fuerzas mágicas, las intrigas humanas y las leyes sucesorias hacen que la libertad divina permanezca intacta.
Dios otorga su bendición a quien quiere. Promesa de una tierra, duplicada por una promesa de hegemonía, pues la primacía del hijo menor sobre el primogénito justificará, en tiempos de David, la supremacía del reino judío sobre los idumeos, descendientes de Esaú. De igual modo, las estratagemas de Rebeca sugieren las luchas llevadas a cabo por Betsabé para asegurar a Salomón el trono de David, su padre.
Salmo 134
El salmo invita a dar gracias a Dios por sus grandes hechos: su elección de las tribus descendientes de Jacob.
Mateo 9 14-17
¿Quién es este Jesús que tiene el poder de perdonar sus pecados al paralítico? El Médico atento a las enfermedades del hombre. El Siervo que vencerá a la muerte por el poder de la cruz— Para hablar de Dios, la Biblia ha utilizado también la alegoría conyugal.
En la persona de Jesús, en efecto, Dios ha desposado de modo definitivo a la humanidad; en adelante, ya nada será igual. ¿Pero, cuándo se ha visto llorar a un matrimonio, si no es de emoción? Llegará un día, en efecto, en que los discípulos estarán sumidos en la aflicción, pues Jesús habrá derramado su sangre como pago al precio exigido para la purificación de la Iglesia.
Palabras nuevas, un lenguaje que inquieta… Es cierto que aquellas comidas de Jesús, en compañía de los publícanos, debieron de dar que hablar a las «gentes de bien». ¿Es posible que venga de Dios este Jesús que lleva cabo tales acciones? Pero ¿es que no ve que son pecadores? ¿Es normal que se mezcle con ellos? Estas comidas, símbolo de acogida y reconciliación, eran tan interrogantes como las Bienaventuranzas.
¡Vuestro maestro es un glotón!
Observando los caminos de Jesús a través de los Evangelios, vamos de comida en comida. Hemos estudiado tanto la Cena del Jueves Santo, que hemos olvidado, a veces, esta larga secuencia de encuentros en torno a una mesa. Esas comidas de Jesús suscitan el escándalo y el asombro a su alrededor. Comía con cualquiera, incluso con aquéllos a quienes la sociedad rechazaba! No faltan motivos para el rechazo violento de los hombres religiosos.
Incluso los discípulos de Juan Bautista protestan. Su amo acaba de ser ejecutado y llevan duelo por él. Esa fiesta alrededor del Enviado, que no tiene reparo en frecuentar plazas y en sentarse a la mesa de los publicanos, les choca.
Hermanos, conozco como vosotros el peso que se cierne sobre el mundo; tendríamos derecho a llevar duelo a perpetuidad. Y sin embargo, Jesús responde: «¿Se puede ayunar cuando el Esposo está aquí»? Nuestro mundo muere de asfixia, su envejecimiento sin remedio se ha hecho ya mórbido. ¿Para qué ponerse un trozo de tela nueva sobre un viejo vestido? Sólo queda una solución: poner el mundo del revés… Reaprender a bailar al ritmo loco que nos marca Dios.
¡Nosotros, los pecadores amados hasta la locura, nosotros, los invitados a una boda que es la nuestra, tenemos el porvenir del mundo en nuestras manos! Un porvenir donde sólo la contemplación de lo imposible y el despliegue de la ternura arrasarán nuestra máscara mortuoria. Poco importa que nos traten de ingenuos. No es un vino nuevo el que nos hace soñar, ¡es el fervor del Espíritu, que nos pone la cabeza del revés!
«Llegará un día en que ayunarán, cuando el Esposo les haya sido arrebatado». Sí, ayunamos hoy, pero no es porque desdeñemos la vida, ¡al revés, quizá es porque la amamos demasiado! Ayunamos, porque el inmenso deseo que nos embarga no será nunca saciado. Ayunamos, porque la ternura y el amor son todavía demasiado desdeñados. Ayunamos, porque nuestra razón de vivir no es todavía una evidencia reconocida: la esperanza no es aún más que un riesgo y una apuesta. Ayunamos, pero es porque Cristo nos ha sido arrebatado: el mundo lo crucifica una y otra vez. Ayunamos, pero es en la fe; y nada impedirá que la danza embargue nuestro corazón, porque nuestro Esposo no cesa de decirnos palabras de gracia y de salvación.
¡Señor, nos falta el vino,
y nuestro corazones están sedientos, ten piedad de nosotros!
Hemos escuchado demasiado
a los profetas de la desdicha
y nuestra vida es mortalmente triste ¡Ten piedad de nosotros!
Giorgio Zevini: Lectio Divina (Mateo): Vino nuevo en odres nuevos
Verbo Divino (2008), pp. 134-144.
La Palabra se ilumina
La persona de Jesús esta destinada a suscitar las reacciones mas diversas: asombro y alegría en los corazones abiertos, hostilidad y escándalo en el que se considera justo. Esta también el que, perplejo y desorientado, emprende un camino de búsqueda: los discípulos de Juan, que practicaban ayunos suplementarios para apresurar la venida del Reino, interrogan a Jesús sobre el comportamiento anómalo de sus seguidores. La respuesta de Jesús, que alude a sí mismo como al esposo, representa el punto focal del fragmento. Desde ahora se revela que su acción salvífica esta unida inseparablemente a la perspectiva de una suerte trágica que le arrancará con violencia de sus discípulos (cf. Is 53, en particular el v. 8).
Vienen, a continuación, las dos sentencias parabólicas del remiendo de paño nuevo al vestido viejo y del vino nuevo puesto en odres viejos (vv. 16s): ambas manifiestan que la novedad del evangelio no puede ser encerrada en los esquemas religiosos precedentes. Jesús comunica una nueva vida que supera y derriba todas las barreras, incluso la de la muerte. Lo experimenta el que cree en la eficacia de su palabra, como atestiguan los dos milagros referidos en los versículos siguientes: la curación de la mujer que sufría perdidas de sangre y la resurrección de la hija del jefe de la sinagoga. Los relatos, despojados de todo detalle anecdótico, hacen converger la mirada sobre Jesús, el único Salvador.
La Palabra me ilumina
El camino nos llevará a revivir también el momento en que el Esposo será perseguido, condenado y ejecutado. Es la hora de la cruz, la hora de la fidelidad a toda prueba, la hora de la gracia suprema, porque es precisamente en el momento de la mayor debilidad cuando Jesús se hace reconocer como fuerza de vida, capaz de hacer resucitar incluso a los muertos.
A nosotros se nos pide una fe sencilla y perseverante; una fe -como la de la hemorroísa y la del jefe de la sinagoga- simultáneamente audaz e indiferente a ser objeto de mofa, una fe que encuentra su fuerza en mantenerse adherida de una manera tenaz al «manto de Jesús», es decir, a la lectura y a la relectura del evangelio, segura de que sólo en Cristo hay salvación y de que sólo él tiene derecho a ser el «Señor» de nuestra vida.
La palabra en el corazón de los Padres
Mas el justo pretende juzgar a Dios porque se «inclina» hacia el hombre, porque se vuelve al pecador, porque esta ávido del penitente, porque tiene sed del retorno del pecador, porque bebe la copa de la piedad. Hermanos, Cristo vino a la comida, vino al convite de la Vida, para que resucitaran de los sepulcros aquellos que yacían muertos; se sienta a la mesa de la indulgencia para aliviar a los pecadores con el perdón. La divinidad vino a la humanidad para que la humanidad llegara a la divinidad; vino el juez a la comida del reo para que el reo consiguiera una sentencia humanitaria; vino el médico entre los languidescentes para restablecer, comiendo con ellos, a los extenuados. Inclino sus hombros el buen pastor para llevar de nuevo al redil salutífero a la oveja descarriada.
Sin embargo, el fariseo detesta todo esto; se mete en sutilezas; considera que la comida del Señor no es del espíritu, sino de la carne; de lujo terreno y no de gracia celestial. Así, así ve el que no ve (Pedro Crisólogo, «Sermoni», 28, 30, passim, en G. Banterle [ed.], Opere di san Pietro Crisologo, 1: Sermoni 1-62 bis, Biblioteca Ambrosiana – Citta Nuova, Milan – Roma 1996).
Biblia Nácar-Colunga Comentada
Los discípulos tanto del Bautista como de los fariseos “ayunan frecuentemente” (Lc). Pero, en cambio, los discípulos de Cristo “no ayunan.” La pregunta no se refiere, de seguro, a los ayunos oficiales del judaísmo; v.gr., el gran ayuno del día de Kippur, preceptuado en la Ley (Lev 16:29) y llamado por excelencia el ayuno (Act 27:9). Pero los fariseos habían establecido especialmente dos días de ayuno en la semana — lunes y jueves —, porque, según su tradición, Moisés había subido al Sinaí un jueves y bajado un lunes según nuestra nomenclatura.
La pregunta que le hacen los discípulos del Bautista (Mt) es ésta: ¿Por qué ayunan frecuentemente los fariseos y nosotros, y tus discípulos no ayunan?
La respuesta de Cristo se presenta doble en los tres evangelistas:
1) No pueden ayunar porque están con el Esposo.
2) a) No se une un vestido nuevo con otro viejo.
b) No se puede echar vino nuevo en odres viejos.
La respuesta de Cristo, sintetizada en este esquema, es de una gran portada teológica.
1) Sus discípulos no ayunaban ahora porque se encuentran en presencia “del Esposo.” La imagen está tomada del ambiente palestino.
En las bodas palestinenses se citan los “hijos del esposo,” lo que corresponde al hebreo bene hahuppah, literariamente “hijos de la cámara nupcial.” En hebreo la relación de una cosa con otra se la suele expresar por el antropomorfismo “hijo” (ben). Así, esta frase se refiere a los que tienen alguna relación con la boda. La Mishna dice que los bene huppah son todos los invitados. Acaso se llamase preferentemente “hijos de la cámara nupcial” a un grupo especial de convidados o amigos más íntimos (Jue 14:11.12), que tuviesen por misión mantener la alegría en aquellos actos (1 Mac 9:39). Pero éstos son distintos de los “amigos del esposo” (shoshbiním o “paraninfos”), que eran sólo dos, al menos en Judea; eran los más íntimos amigos del esposo; servían de intermediarios de los cónyuges antes de la boda y atendían a todo en la fiesta.
Cristo toma la imagen de un festín de bodas. Los “hijos del esposo,” sus invitados, preferentemente sus íntimos, no pueden entristecerse. Es la hora de la fiesta. El Talmud recomienda a los invitados en un banquete de bodas, como un deber, el saber comportarse allí, tener una alegre expansión festiva, y les dispensa incluso a este propósito de diversas obligaciones “legales” 25. Por eso, mientras los discípulos están en esta fiesta — y la boda es símbolo bíblico del establecimiento del reino y de la salvación (Ap 19:7.9, etc.) —, estos invitados predilectos a la misma no pueden “entristecerse” (Mt), es decir, “ayunar” (Mc-Lc), puesto que el ayuno es señal de penitencia y de luto. Precisamente el substratum hebreo hith’anoth significa a la vez entristecerse y ayunar.
Pero vendrán días en que el “Esposo” será “quitado” (άπαρθτ). El Esposo, Cristo, toma ahora un carácter no sólo de comparación, sino de identificación. Anuncia su muerte. Es la profecía de su muerte mesiánica. Los autores notan la importante coincidencia filológica de esta expresión de los sinópticos con lo que se dice del Mesías paciente en el poema del “Siervo de Yahvé” (Is 53:8), en donde se dice que “fue arrebatado por un juicio inicuo. de la tierra de los vivientes.”
Cuando termine la fiesta de estos desposorios mesiánicos temporales, que será breve, como lo sugiere su comparación con un banquete de bodas, entonces será la hora de sus ayunos y tristezas. Cuál sea la razón última de que los apóstoles no ayunen, sin estar obligados a ello, no se dice. Acaso Cristo quiere eludir la respuesta a una cuestión basada en exigencias farisaicas.
Posiblemente el pasaje tuviese un interés especial en la Iglesia primitiva para justificar los ayunos de supererogación.
2) La segunda respuesta de Cristo, que se expresa con dos imágenes sinónimas, acaso procedentes de otros contextos y usadas aquí por una cierta relación con lo anterior, no es una ilustración parabólica de lo enunciado; es una nueva enseñanza. Se hace ver, desde otro punto de vista, el porqué de esta actitud de Cristo ante el caso concreto del no ayuno temporal de sus discípulos. Es una cuestión de principio, es el nuevo espíritu evangélico frente a la conducta y espíritu farisaico. Principio que los apóstoles lo irán gradualmente aplicando y que lo expresa con las dos imágenes del paño viejo y nuevo, y el vino nuevo y los odres viejos. Lo viejo se rompe con lo nuevo, tomado como molde intangible. El nuevo espíritu del Evangelio y la plenitud de su contenido rompe, no le valen los viejos moldes de la Ley, y más aún del fariseísmo. Bien se ve lo que dieron que hacer a este propósito en la Iglesia primitiva los “judaizantes.” El Ν. Τ., el fruto, que es la expansión plena de la simiente, no cabe en la vieja forma de ésta, el A.T. Lucas añade una nueva sentencia, procedente de otro contexto, y que debe de ser usada aquí en un sentido muy distinto del primitivo (cf. Comentario a Lc 5:39).
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): El ayuno y el tiempo mesiánico
Herder (1980), Tomo I, pp. 206-209
14 Entonces se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: ¿Por qué tus discípulos no ayunan cuando nosotros y los fariseos estamos ayunando?
Esta vez se plantea la cuestión de los discípulos de Juan, que según el ejemplo de su maestro llevaban una vida severa de penitencia. Como la secta de Qumran, junto al mar Muerto, los discípulos de Juan también procuraban cumplir radicalmente la voluntad de Dios. También ellos se parecían a los fariseos en*que además de lo mandado con carácter general, se imponían obras no prescritas. Si Jesús igual que ellos enseña una perfección superior a la que está prescrita con carácter general, ¿por qué no guarda con el grupo de sus seguidores un ayuno más severo? No había motivos para tildar a Jesús de incumplimiento de sus obligaciones religiosas, pero subsistía en ellos la duda de si hacía realmente lo que enseñaba.
15a Jesús les respondió: ¿Acaso van a estar afligidos los invitados a bodas mientras el esposo está con ellos?
La respuesta de Jesús de nuevo es desconcertante. No parece que penetre en el núcleo de la cuestión. Todo el sermón de la montaña ya muestra que Jesús tiene en su manera de pensar una orientación totalmente distinta .
Aquí Jesús da una respuesta mucho más general: el sentido interno del ayuno es la aflicción, pero ahora es tiempo de alegría. En la comparación se dice que cuando el esposo invita a sus amigos a bodas, no vienen para celebrar un funeral. Ahora el novio está presente, y se rodea de invitados para celebrar con alegría la fiesta. El ayuno no tendría ningún sentido, estaría en contradicción con esta hora única. Ahora es tiempo de júbilo y de felicidad.
15b Tiempo llegará en que les sea arrebatado el esposo, y entonces ayunarán.
Este estado de dicha no continuará siempre, porque el esposo solamente está presente por un tiempo determinado, hasta que les sea arrebatado. El verbo «arrebatar» es duro e indica la separación violenta, el corte doloroso. Bajo el velo de la imagen, pero en forma clara para la mentalidad creyente. Jesús habla aquí por primera vez de su doloroso fin. En el Evangelio de san Juan dice el Señor: «Os conviene que yo me vaya. Pues si no me fuera, no vendría a vosotros el Paráclito» (Jn 16,7). La presencia de Jesús nos es dada en la eucaristía y en el Espíritu: «Porque donde están dos o tres congregados por razón de mi nombre, allí estoy yo entre ellos» (18,20). No obstante sigue siendo doloroso que Jesús no esté corporalmente con nosotros, sino que se haya ocultado hasta las bodas del Cordero (cf. Ap 21, 9ss).
En el tiempo entre la desaparición y la parusía el ayuno ha adquirido un nuevo significado: no es solamente la obra de la penitencia, sino la expresión del dolor por haberse separado del esposo celestial y por la privación de su proximidad corpórea.
16-17En un vestido viejo, nadie echa un remiendo de paño sin encoger; porque este añadido tiraría del vestido y el desgarrón se haría mayor. «Ni se echa vino nuevo en odres viejos; porque, si no, reventarían los odres, y el vino se derramaría y los odres se echarían a perder. El vino nuevo se echa en odres nuevos, y así ambos se conservan.
Jesús añade a su respuesta dos cortas comparaciones, las dos son gráficas y populares. Dan testimonio de sentido práctico y de hábil prudencia. A ninguna circunspecta madre de familia se le ocurre remendar su vestido gastado con un pedazo de tejido nuevo y resistente. De lo contrario se experimenta que este pedazo que se ha intercalado, todavía causa más perjuicios al desgarrar el tejido viejo por todas partes. El agujero se hace todavía mucho mayor que antes, el vestido es enteramente inservible.
Lo mismo dice la segunda imagen. El vinicultor se guardará de echar vino nuevo espumante y generoso en odres quebradizos. No resisten la fuerza del vino, se hienden, y los dos, el vino y los odres se echan a perder. Al vino nuevo le corresponden odres nuevos.
Las dos imágenes contraponen lo viejo y lo nuevo. Ahora es el tiempo nuevo, el tiempo del Mesías. Es generoso como el vino reciente, y resistente como el paño sin encoger. Tiene su ley propia, la ley de la alegría y de la plenitud rebosante. Al tiempo del Mesías no se le acomodan las antiguas formas, las producirá nuevas. Son dos comparaciones que dan testimonio de inquebrantable confianza en la victoria y de luminosa esperanza.
¿No contradice esta oposición entre lo viejo y lo nuevo a otras palabras que hacen resaltar la coherencia de lo antiguo con lo nuevo? Las dos cosas han de tener validez, pero con un sentido distinto. La revelación de Jesús continúa gradualmente la revelación del Antiguo Testamento y la cumple (5,17). Pero el cumplimiento en sí es nuevo, incomparable e irrepetible. El tiempo de la actividad mesiánica tiene su propia plenitud y su fuerza efectiva, como nunca antes la hubo ni la habrá hasta el fin del mundo. Con referencia a esta época se ha dicho: «Dichosos los ojos que ven lo que estáis viendo» (Lc 10,23). La historia nos ofrece ejemplos de quienes pretendieron aplicar a su propia actividad aquellas valientes palabras de Jesús. Pero esto equivale a abusar de ellas. Propio de nuestro comedimiento es saber respetar en su unicidad el tiempo del Mesías.
Salvador Carrillo Alday, El evangelio según san Mateo
Verbo Divino (2010), pp. 141-142.
Los discípulos de Juan Bautista se acercan y, sin mencionar la conducta propia de Jesús, le preguntan por qué sus discípulos no ayunan. Tanto los fariseos como los discípulos de Juan practicaban ayunos voluntarios para apresurar la venida del Reino de Dios. La respuesta de Jesús es en dos partes.
Jesús compara su presencia actual con la celebración de una boda. Mientras el novio está con los invitados, éstos no deben ayunar, pero, cuando el novio les sea arrebatado, entonces sí ayunarán. Jesús es el novio de las bodas mesiánicas. Mientras esté con sus discípulos, éstos no deben ayunar, pero lo harán cuando Jesús les haya sido arrebatado por la muerte.
El vestido viejo y los pellejos viejos son el judaísmo en lo que tiene de caduco en la economía de la salvación; el paño sin tundir y el vino nuevo representan el espíritu nuevo del Reino de Dios, aportado por Jesús. Las añadiduras piadosas de los discípulos de Juan y de los fariseos no consiguen rejuvenecer el antiguo régimen. Al rechazar las añadiduras y los pellejos viejos, Jesús quiere hacer algo totalmente nuevo, sublimando el espíritu mismo de la Ley. “Así ambos se conservan”. La economía antigua es buena y tiene que conservarse (Mt 5,17), pero con la novedad aportada por Jesús.
Uso litúrgico de este texto (Homilías)
- Viernes después de Ceniza (Mt 9, 14-15) – Tiempo de Cuaresma
- Sábado XIII Tiempo Ordinario (Mt 9, 14-17)