Mt 11, 11-15: Testimonio de Jesús sobre Juan Bautista
/ 12 diciembre, 2013 / San MateoEl Texto
11 «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. 12 Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. 13 Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. 14 Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. 15 El que tenga oídos, que oiga.
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 37,2-3
11. No se contentó con la recomendación que anteriormente hizo de Juan, diciendo, según el testimonio del Profeta, sino que expone la propia opinión que de él tiene en las palabras: «En verdad os digo no nació uno mayor», etc.
A fin de que el exceso de las alabanzas no dé lugar a que los judíos prefieran más a Juan más que a Cristo, rechaza El esta preferencia, diciendo: «Pero el que es menor en el reino de los cielos, es mayor que él».
El dice: «En el reino de los cielos», es decir, en las cosas espirituales y en todo lo que está conforme con las cosas del cielo. Opinan algunos que Cristo habló aquí de los Apóstoles.
12-15. Todos aquellos que se apresuran a venir a Cristo, arrebatan el reino de Dios por la fe de Cristo. Por eso dice: «Desde el tiempo de Juan hasta ahora». Y de esta manera empuja y hace correr hacia su fe y confirma al mismo tiempo todo lo que había dicho antes Juan; porque si se han cumplido todas las cosas hasta Juan, él es el que debe venir. Por eso añade: «Todos los profetas hasta Juan».
Pone otra conjetura sobre su venida, diciendo: Y si queréis comprender lo que os digo, él es Elías que ha de venir. Dice el Señor por Malaquías: «Os enviaré a Elías Thesbiten» (Mal 4,5), de quien se dice: «Mirad, yo envío mi ángel delante de tu rostro».
Y dijo bien, si se le quiere comprender, demostrando de esta manera libertad y exigiendo una inteligencia voluntaria, porque aquel es éste y éste es aquel, puesto que los dos han sido precursores.
Rábano
11. Como si dijera: ¿Para qué hacer un detallado elogio de Juan? «En verdad os digo entre los nacidos…» Dice entre los nacidos de mujeres y no de vírgenes, porque la palabra mujer significa propiamente la que ha tenido relaciones conyugales. Y si alguna vez en el Evangelio se llama a María mujer, como en el pasaje: «Mujer, ve ahí tu Hijo» (Jn 19), es preciso tener en cuenta que el intérprete le da ese nombre para designar su sexo.
San Jerónimo
11. Es superior a todos los hombres nacidos de mujeres y del concurso del hombre, mas no es preferido a Aquel que nació de una Virgen y del Espíritu Santo. Aunque en las palabras «No se levantó entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan», no puso a Juan por encima de los demás profetas y patriarcas y de todos los hombres, sino que lo igualó. Porque, de que otros no sean mayores que él, no se sigue inmediatamente que él sea mayor que los otros.
Mas nosotros comprendemos simplemente que todo santo que está ya con el Señor es más grande que aquel que aún está en medio de los combates, porque una cosa es ceñir la corona de la victoria y otra luchar aún en el combate.
12-15. Si Juan fue el primero que anunció la penitencia a los pueblos, diciendo: «Haced penitencia, porque se aproxima el reino de los cielos» (Mt 3,2) con razón se dice, que desde su tiempo padece violencia el reino de los cielos y que los que se violentan son quienes lo toman. Debemos hacernos gran violencia los que hemos sido engendrados en la tierra para alcanzar el trono de los cielos y poseerlo por una virtud, que no tuvimos por nuestra naturaleza.
No hay razón para excluir, después de Juan, a otros profetas, pues leemos en los Hechos de los Apóstoles (Hch 11), que Agabo y cuatro vírgenes, hijas de Filipo, profetizaron (Hch 21,8-11). Pero todo lo que profetizaron la Ley y los Profetas, cuyos escritos leemos, ha sido cumplido por Cristo. Luego cuando se dice: profetizaron hasta Juan, se designa el tiempo de Cristo, porque el que aquellos anunciaron que había de venir, Juan le anuncia como que ha venido.
A Juan, pues, se le llama Elías, no como lo entienden los filósofos necios y algunos herejes, que sostienen la vuelta de las almas, sino que ha venido, según otro pasaje del Evangelio, en el espíritu y en el poder de Elías ( Lc 1) y tuvo la misma gracia y la misma medida del Espíritu Santo. También son iguales la austeridad de vida y severidad de espíritu de Elías y de Juan, uno y otro ceñían un cinto en el desierto. Aquel se vio obligado a huir por haber reprendido el rey Acab y a Jezabel por sus impiedades ( 1Re 19): y éste es decapitado por haber reprendido a Herodes y a Herodias, por sus bodas ilícitas ( Mc 6).
En las palabras «éste es Elías», nos da a conocer que hay en ellas un misterio y que para entenderlo es preciso una comprensión particular. Por eso añade: «El que tenga oídos para oír, oiga».
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 28
11. Pero siendo tan elevada la justicia de Dios, que en ella sólo Dios puede ser perfecto, pienso que todos los santos son los unos superiores de los otros o todos inferiores con respecto a la mirada sutil de Dios; de donde resulta que el que no se tiene a sí mismo por mayor, es mayor que todos.
San Agustín, contra adversarium legis et prophetarum, 2,5
11. El hereje deduce de lo anterior, que Juan no pertenece al reino de los cielos y por consiguiente, mucho menos los demás Profetas de aquel pueblo, que son inferiores a Juan. Dos interpretaciones pueden darse a las palabras del Señor. O bien llamó reino de los cielos aquello que aún no hemos recibido y de que se dirá al fin: «Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino» (Mt 25,34), como lo habitan los ángeles, el menor de los cuales es mayor que cualquier justo que lleva sobre la tierra un cuerpo corruptible. O bien puede entenderse por reino de los cielos la Iglesia, de quien son hijos todos los justos que ha habido desde el principio del mundo hasta nuestros días. El Señor quiso dar a entender que El era menor que Juan en la edad, pero mayor que Juan por la eternidad de su Divinidad y por su soberano poder. Por consiguiente, según la primera interpretación debe admitirse desde luego que «Aquel que es menor en el reino de los cielos» y en seguida, «es mayor que él». Y según la segunda interpretación: «El que es menor» y en seguida, «en el reino de los cielos es mayor que él».
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 20
12-15. Por el reino de los cielos se entiende aquí el trono sobrenatural, al que los pecadores, manchados con la maldad, vuelven mediante la penitencia y la conversión; los pecadores vienen como a un país extranjero y toman el reino de los cielos con violencia.
San Hilario, in Matthaeum, 11
12-15. O de otra manera: Mandó Jesús a sus Apóstoles que fueran a buscar las ovejas perdidas de Israel ( Mt 10) y toda su predicación aprovechó a los publicanos y a los pecadores. De esta manera es como el reino de los cielos sufre la violencia y los que se violentan lo consiguen, porque la gloria de Israel, debida a los patriarcas, anunciada por los profetas y ofrecida por Cristo, la arrebatan y la obtienen las naciones con su fe.
Remigio
12-15. Como si dijera, el que tenga los oídos del corazón para oír, esto es, para entender, que oiga, esto es, que entienda, porque no dijo que Juan era Elías en persona, sino en espíritu.
Glosa
12-15. Porque dijo antes que el menor en el reino de los cielos es más grande que Juan, a fin de que no pareciese que Juan quedaba excluido del reino de los cielos, añade: «Desde el tiempo de Juan hasta el presente».
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Gregorio Magno (hacia 540-604), papa y doctor de la Iglesia, Homilía 20 sobre los Evangelios, n. 14
« El Reino de los cielos hace fuerza; y los esforzados se apoderan de él»
Juan Bautista nos recomienda cumplir cosas grandes: «Producid el fruto que la conversión pide», y también «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tengo comida, haga lo mismo» (Lc 3,8.11). ¿Acaso no es dar a conocer claramente con ello lo que afirma aquel que es la misma Verdad: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos hace fuerza; y los esforzados se apoderan de él»? Estas palabras nos vienen de lo alto; debemos meditarlas con mucha atención. Es preciso buscar cómo el Reino de los cielos se puede tomar con fuerza. ¿Quién puede hacer violencia al cielo? Y si es verdad que el Reino de los cielos se toma esforzándonos, ¿por qué no es verdad hasta después de Juan Bautista y no antes?
La Ley antigua… castigaba a los pecadores con penas rigurosas, pero sin reconducirlos a la vida por la penitencia. Pero Juan Bautista, anunciando la gracia del Redentor, predica la penitencia para que el pecador, muerto por haber pecado, viva a causa de su conversión: es verdad, pues, que desde entonces el Reino de los cielos está abierto a los esforzados. ¿Qué es el Reino de los cielos sino la mansión de los justos?… Son los humildes, los castos, los pacíficos, los misericordiosos los que alcanzan los gozos de lo alto. Pero cuando los pecadores se convierten de sus faltas por la penitencia, también ellos obtienen la vida eterna y entran en este país que les era extranjero. Así…, ordenando la penitencia a los pecadores, Juan les enseña a arrebatar el Reino de los cielos.
Amados hermanos, reflexionemos, pues, todo el mal que hemos cometido y lloremos. Por la penitencia, arrebatemos la herencia de los justos. El Todopoderoso quiere aceptarnos esta violencia: quiere que, por nuestras lágrimas, arrebatemos el Reino que, por nuestros méritos, no nos era debido.
Beato Guerrico de Igny (hacia 1080-1157), abad cisterciense, Sermón II sobre san Juan Bautista
«Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos hace fuerza»
«Estuvo luchando alguien con él hasta rayar el alba…, Jacob le dijo: ‘No te suelto hasta que no me hayas bendecido’» (Gn 32,25.27). Para vosotros, hermanos, que habéis emprendido la tarea de arrebatar el cielo y os habéis comprometido en la lucha contra el ángel encargado de guardar el acceso al árbol de la vida (Gn 3,4), os es absolutamente necesario luchar con constancia y tenacidad…, no solamente hasta llegar a la parálisis de vuestra cadera…, sino hasta la muerte de vuestro ser carnal. De todas formas con vuestra ascesis no podréis llegar hasta allí a no ser que el poder divino os toque y os haga esta gracia…
¿No te parece que es luchar contra el ángel, o mejor aún, contra Dios mismo cuando, cada día, se atraviesa a tus deseos más fogosos?… Le gritas y no te escucha. Quieres acercarte a él y te rechaza. Decides alguna cosa, y hace que llegue la contraria. Y así, casi en todos los planes, lucha contigo con mano dura. ¡Oh bondad escondida, disfrazada de dureza, con qué ternura, Señor, luchas para aquellos con quienes luchas! Te gusta «esconderlos en tu corazón», «sé muy bien que amas a los que te aman», y que no tiene límite «la bondad tan grande que tú reservas a los que a ti se acogen» (Jb 10,13; Pr 8,17; Sl 30,20).
Entonces hermano, ¡no desesperes, actúa valientemente tú que has emprendido la tarea de luchar con Dios! En realidad, él quiere que le resistas, desea que le venzas. Incluso cuando está irritado y extiende su brazo para castigar, busca, como él mismo lo dice, un hombre semejante a Moisés que sepa hacerle resistencia… Jeremías probó de resistirle pero no pudo detener su cólera implacable, su sentencia inflexible; por eso le dijo con amargo llanto: «Me has seducido, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido» (20,7).
San Macario de Egipto (?-405), monje, Homilías espirituales, n° 19
«Hacerse violencia para llegar a ser morada del Señor»
El que quiera acercarse al Señor, ser digno de la vida eterna, llegar a ser morada de Cristo, ser inundado por el Santo Espíritu, con el fin de tener los frutos de este Espíritu… debe primero creer firmemente en el Señor y luego entregarse sin reserva a sus mandatos… Debe hacerse violencia para ser humilde ante todo hombre, como dice el Señor: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso» (Mt 11,29).
De igual manera, debe ejercitarse con todas sus fuerzas en ser siempre misericordioso, dulce, compasivo y bueno, como dice el Señor: «Sed buenos y comprensivos como vuestro Padre celeste es compasivo» (Lc 6,36; Mt 5,48). Y también: «Si me amáis, guardareis mis mandos» (Jn 14,15). Y «Haceos violencia, porque de los que se hacen violencia es el Reino de los cielos». Y «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha» (Lc 13,24). En todo, debe seguir el modelo de humildad, conducta, dulzura, y manera de vivir del Señor… Que persevere en la oración, que pida sin cansarse que el Señor venga y permanezca en él, lo restaure y le dé la fuerza para observar todos sus mandatos, y que el Salvador haga morada en su alma. Y entonces, lo que cumple haciéndose violencia, sin inclinación de la naturaleza, lo cumplirá de buen grado, porque se acostumbrará completamente al bien, se acordará sin cesar del Señor y lo esperará con gran amor.
Cuando el Señor vea tal resolución, tendrá lastima de él, le librará de sus enemigos y del pecado que vive en él, y lo llenará del Santo Espíritu. Y así, en lo sucesivo, observará todos los mandatos del Señor con verdad, sin violencia ni
cansancio – o más bien, será el Señor mismo quien cumplirá en él sus propios preceptos y producirá con toda pureza los frutos del Espíritu (cf. Ga 5,22).
San Juan Crisóstomo, Homilía 37 sobre Mareo
Cuando éstos se hubieron ido, comenzó Jesús a hablar de Juan a la muchedumbre: ¿Qué habéis ido a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué habéis ido a ver? ¿A un hombre vestido muellemente? Mas los que visten muellemente están en las moradas de los reyes. Pues ¿qué habéis ido a ver? ¿A un profeta? ¡Sí! Yo os digo que más que a un profeta (Mt 11,7-9).
PERFECTAMENTE procedieron las cosas y las ordenó Cristo en lo tocante a los discípulos de Juan; y ellos se volvieron perfectamente confirmados en la fe por los milagros que ahí al punto se verificaron. Restaba, pues, curar las opiniones de la multitud acerca de Juan. Los discípulos de Juan nada más sospechaban de lo que se ha dicho de su maestro. Pero la turba, por las preguntas de los discípulos de Juan, sospechó muchas cosas absurdas, porque ignoraba la mente del que los había enviado. Es verosímil que en su interior las turbas discurrieran así: Aquel que tantos y tan grandes testimonios dio de Cristo, ¿ahora duda y ha cambiado de parecer sobre si éste es o es otro el que ha de venir? ¿Es que al hablar así quiere introducir división con los seguidores de Jesús? ¿O se ha acobardado por el encarcelamiento? ¿O dijo sin fundamento lo que antes afirmaba? Como era verosímil que las turbas sospecharan estas y otras cosas parecidas, observa en qué forma corrige las debilidades del pueblo y suprime semejantes sospechas.
Cuando éstos se hubieron ido, comenzó a decir a las turbas. ¿Por qué lo hace cuando éstos se habían ido? Para no parecer que adulaba a Juan. Pero al corregir las opiniones populares, no saca a relucir las sospechas del pueblo; sino que solamente da la solución a las dudas y raciocinios que perturban las mentes, demostrando así que conocía los secretos de los corazones de todos. No les dijo, como lo hizo con los judíos: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque aún cuando así pensaran, no lo hacían por malicia, sino por no tener noticia de las cosas que se trataban. Por lo mismo no les habla con dureza, sino que solamente corrige sus pensamientos y defiende a Juan y demuestra que éste no había abandonado su primer modo de pensar ni lo había cambiado. Como si dijera: No es él un hombre voluble, sino firme y constante. Y de tal manera dispone las cosas que no abre al punto su parecer, sino que lo declara mediante el parecer del propio pueblo. Así les demuestra no sólo con las palabras de ellos, sino con las obras propias que han testificado en favor de la constancia de Juan.
Por esto les dice: ¿Qué habéis ido a ver al desierto? Como si les dijera: ¿Por qué abandonando las ciudades y las mansiones os habéis reunido todos en el desierto? ¿Fue acaso para ver a un hombre mísero y voltario? ¡Esto sería una locura! Pero esta no se deduce del íntimo anhelo con que corristeis al desierto. No habríais concurrido con tan gran empeño tanto pueblo y tantas ciudades al desierto y al Jordán, si no hubierais esperado ver a un hombre grande, admirable, constantísimo. No salisteis a ver una caña agitada por el viento; porque los hombres ligeros que se dejan llevar a una y otra parte y a veces afirman una cosa y a veces otra y en ninguna se afirman, son semejantes a las cañas.
Observa cómo, dejando a un lado toda acusación de malicia, trata únicamente de la sospecha de ligereza que los preocupaba, y procura quitarla. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido muellemente? Los que muellemente se visten están en las moradas de los reyes. Lo que significa: Juan no es por naturaleza ligero, y así lo demostrasteis vosotros con vuestro interés por él. Ni puede asegurarse que él al principio estuvo constante, pero que luego, por una vida entre delicias, se tornó muelle y delicado. Es cierto que entre los hombres los hay que nacen con ese natural; hay otros que después cambian y se tornan de otro modo. Así por ejemplo sucede que uno sea por naturaleza iracundo; otro, a causa de una larga enfermedad en la. que contrajo ese vicio. Del mismo modo, unos por naturaleza son inconstantes, ligeros; otros lo son porque se entregaron a la voluptuosidad y a los placeres. Pero Juan no lo es por su natural: no habéis salido a ver una caña, ni ha perdido su firmeza natural de alma por haberse entregado a los placeres.
Y que no se ha entregado a la voluptuosidad, lo demuestra su vestido, el desierto, la cárcel. Si hubiera querido vestir muellemente, no habría habitado en el desierto ni en la cárcel, sino en el palacio real. Porque estaba en su mano, con sólo callar. gozar de grandes honores. Puesto que si Herodes a él encarcelado y de él reprendido, estando en prisiones, así lo reverenciaba, ciertamente si hubiera callado, aun lo habría adulado. Habiendo pues dado con sus obras un testimonio experimental de su firmeza y constancia ¿con qué derecho se puede sospechar de su ligereza?
Una vez que tanto por el lugar como por el vestido y el concurso del pueblo ha descrito las costumbres de Juan, luego lo presenta como profeta. Pues habiendo dicho: ¿Qué salisteis a ver? ¿A un profeta? En verdad os digo, y más que profeta, añadió: Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero delante de tu faz, que preparará tus caminos delante de ti. Tras del testimonio de los judíos, presenta al profeta. Más aún: pone primero el juicio de los judíos, testimonio de enemigos, que es el argumento de más fuerza por ser de enemigos; luego propone el género de vida que llevaba Juan; en tercer lugar, su propio juicio; en cuarto lugar el de Malaquías, cerrando así la boca a los judíos por todos lados. Y para que no alegaran y dijeran: bien está, pero ¿si después acá ha cambiado? añadió lo del vestido, la cárcel y finalmente la profecía.
Tras de decir que Juan era más que profeta, explica en qué es mayor. ¿En qué, pues, es mayor? En que está cercano al que viene. Pues dice: Enviaré mi mensajero delante de ti, es decir junto a Cristo. Así como sucede con los reyes que los que van junto a la carroza real tienen mayor dignidad, así se ve a Juan ir junto a Cristo, que ya llega. Observa cómo por aquí declara su excelencia; mas no se detiene en esto, sino que al punto manifiesta su propio parecer diciendo: En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no ha aparecido uno más grande que Juan Bautista. Es decir que ninguna mujer ha dado a luz a otro mayor.
Basta con semejante parecer. Pero si quieres por las cosas mismas conocerlo, considera la mesa de Juan, su alimento, la alteza de su mente. Vivía como si ya estuviera en el cielo; y como si fuera superior a las naturales necesidades, llevaba un camino admirable y pasaba el tiempo íntegro en himnos y oraciones, hablando sólo con Dios y con ninguno de los mortales. No conocía a ninguno de los consiervos, no se daba a ver, no se alimentaba de leche, no disfrutaba del lecho ni del techo ni del foro ni de cosa humana alguna; y era al mismo tiempo lleno de vehemencia y de mansedumbre. Oye con cuánta mansedumbre habla a sus discípulos y con cuánta fuerza a los judíos y con qué libertad a los reyes. Por tal motivo decía Cristo: Entre los nacidos de mujer no ha aparecido uno más grande que Juan el Bautista.
Mas con el objeto de que las alabanzas no fueran a engendrar algún error y que los judíos no lo fueran a preferir a Cristo, mira cómo también esto lo endereza. Pues así como de las cosas con que los discípulos de Juan quedaban confirmados en la fe de ahí recibían daño las turbas, pensando que Juan era voltario, así con las que las turbas se confirmaban en la fe se les acrecía a aquéllos el daño, pues, por lo dicho, pensaban ser Juan superior a Cristo. Corrige Cristo todo esto y toda sospecha al decirles: Pero el más pequeño en el reino de los cielos, es mayor que él. El menor, es decir en la edad y en la opinión de muchos, pues a Jesús lo llamaban glotón y bebedor de vino. Y decían de El: ¿No es éste el hijo del carpintero? y por doquiera lo trataban con desprecio. Preguntarás: entonces Jesús comparado con Juan ¿era mayor? De ninguna manera. Pues tampoco Juan cuando dice: Es más fuerte que yo, lo dice para poner comparación; ni tampoco Pablo, al hablar de Moisés lo hace cuando dice: Y es tenido en mayor gloria que Moisés. Ni el mismo Jesús cuando decía: Y aquí está uno mayor que Salomón. Y si concediéramos que lo hizo por establecer comparación, aclararíamos que lo hizo acomodándose a la rudeza de los oyentes.
Juan era tenido en gran estima, y la cárcel lo había .tornado más insigne, lo mismo que la libertad en reprender al rey, cosas todas que muchos escuchaban con gusto. Porque también el Antiguo Testamento suele enmendar a los que yerran, comparando cosas que entre sí no admiten comparación. Por ejemplo cuando dice: No hay, oh Señor, semejante a ti en los dioses. Y también: No hay Dios como el Dios nuestro. Hay quienes afirman que Cristo lo dijo refiriéndose a los apóstoles; otros aseguran que a los ángeles; pero mal. Porque los hombres, una vez que se han apartado de la verdad suelen caer en múltiples errores. Pues ¿cómo podía lógicamente haberlo dicho de los apóstoles o de los ángeles? Por lo demás, si de los apóstoles lo decía ¿qué le vedaba nombrarlos? En cambio, hablando de sí mismo, rectamente y con derecho oculta la persona a causa de la opinión que de él se tenía y para no parecer que se alababa a sí mismo. Siempre procede así.
Y ¿qué significa: en el reino de los cielos? Es decir en las cosas todas espirituales y celestiales. Al decir: Entre los nacidos de mujer no ha aparecido nadie mayor que Juan, se contradistingue de Juan y se aparta de toda comparación. Pues aun cuando El también era nacido de mujer, pero no al modo de Juan, pues no era sólo hombre ni había nacido al modo humano, sino con un parto estupendo y maravilloso. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos se alcanza por la fuerza y los esforzados lo arrebatan. Preguntarás: ¿cómo se compone esto con las cosas que preceden? De modo excelente y muy lógico. Porque con esto Cristo excita y empuja a las turbas a que crean en El; y al mismo tiempo confirma lo que anteriormente había dicho Juan. Pues si hasta llegar a Juan se ha completado todo, entonces: Yo soy el que viene. Porque dice: Porque todos los profetas y la ley han profetizado hasta Juan. Como si dijera: No habrían cesado de hablar los profetas, si yo no hubiera venido. No esperéis pues ya más: no esperéis que venga otro.
Desde el momento en que cesaron los profetas y que muchos arrebatan la fe en mí, es claro que Yo soy ése; y esa fe es tan clara y manifiesta que muchos día a día la arrebatan. Preguntas: ¿quiénes la han arrebatado? Responde: todos cuantos con empeño se han acercado a Cristo. Enseguida pone otro indicio: Y si queréis oírlo, él es Elías, que ha de venir. Dice Malaquías: Ved que yo mandaré a Elías el profeta, quien convertirá el corazón de los padres a los hijos. Dice, pues, Cristo: este es Elías, si con cuidado atendéis. Puesto que .afirma Malaquías: He aquí que voy a enviar a mi mensajero delante de ti.
Y con razón dijo: si queréis oírlo, manifestando así que a nadie se le obliga ni se le hace violencia. Como quien dice: Yo a nadie obligo. Quería por este medio pedir una voluntad pronta, y también demostrar que aquel Elías es este Juan y este Juan es aquel Elías. Porque ambos tuvieron el mismo ministerio y ambos fueron precursores. Por lo cual no dijo simplemente: este es Elías, sino: Si queréis oírlo, éste es. O sea: si es que atendéis a los hechos con recta voluntad y sano juicio. Y no se detuvo aquí, sino que demostrando que se necesita comprensión, a la expresión: éste es Elías, que ha de venir, añadió: El que tiene oídos para oír que oiga.
Tantos misterios y cosas enigmáticas les proponía, para obligarlos a preguntar. Pero ni así despertaban. Y mucho menos habrían despertado si todo lo hubiera dicho clara y manifiestamente. Pues no puede decirse o que no se atrevían a preguntarle o que El se mostraba difícil para acercársele. Puesto que quienes acerca de cosas banales le habían interrogado y examinado, y habiendo sido infinitas veces rechazados no habían cesado en su empeño ¿cómo no lo iban a interrogar en cosas necesarias, si hubieran querido aprender? Lo interrogaban en asuntos de la Ley y cuál era el precepto principal, y le hacían otras preguntas semejantes, y esto sin que les urgiera necesidad alguna. ¿Cómo entonces, cuando él decía cosas que debía responder, no habían ellos de explanar ellos su pensamiento? ¿Sobre todo siendo así que él mismo parecía exhortarlos y empujarlos? Así, cuando decía: Los esforzados lo arrebatar., excitaba sus ánimos; y cuando decía: El que tiene oídos para oír, que oiga, hacía lo mismo. Y dice luego: ¿A quién compararé esta generación? Es semejante a los niños sentados en la plaza, que se gritan unos a otros diciendo: Os tocamos la flauta y no habéis bailado; hemos cantado endechas y no os habéis dolido. También esto parece desconectado de la serie precedente, y sin embargo pertenece al mismo desarrollo, ya que se refiere a lo principal del asunto; es decir a demostrar que Juan no se contradijo en sus procederes, aunque los hechos parecieran decir lo contrario, como ya lo advertimos, hablando de las preguntas. Demuestra además que no se pasó de largo nada de lo perteneciente a la salvación de ellos.
Es lo que el profeta dijo acerca de la viña: ¿Qué más podía yo hacer por mi viña que no lo hiciera? Cristo dice: ¿A quién compararé yo esta generación? Es semejante a los niños sentados en la plaza, que se gritan unos a otros, diciendo: Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado; os hemos cantado endechas y no os habéis dolido. Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe y dicen: Es un comilón y un bebedor de vino, y es amigo de los publicanos y pecadores. Como si dijera Cristo: Juan y yo vamos por contrarios caminos, pero hacemos lo mismo. Como si dos cazadores viendo una bestia feroz difícil de coger, pero que puede ir a caer en la red por dos caminos, ocupara cada uno de ellos uno de los caminos, de modo que el uno la empuja por una senda contraria a la del otro, y así por medio de uno de los dos venga a quedar prisionera.
Mira cómo todo el género humano suele admirar el ayuno, lo mismo que la austeridad de la virtud. Por esto el negocio todo se instituyó de tal manera que Juan ayunara desde su tierna edad y cultivara ese género de vida para que por este medio mereciera fe su predicación. Preguntarás: ¿por qué motivo Cristo no siguió ese camino? Ciertamente lo siguió al ayunar durante cuarenta días y andando por los pueblos enseñando, sin tener en dónde reclinar su cabeza. Además, con el otro modo de vida que instituyó también se logrará lucro. Al fin y al cabo, lo uno era equivalente a lo otro; y aun había en el segundo camino una ventaja: tener en su favor el testimonio del que lo había emprendido. Por lo demás, Juan solamente exhibía la austeridad de su vida, pues no hizo ningún milagro, mientras que Jesús tuvo además el testimonio de los milagros y portentos. Dejando, pues, que Juan fuera celebrado por sus ayunos, Cristo tomó el camino contrario y entraba a las mesas de los publica-nos y comía con ellos y bebía.
Preguntemos a los judíos si el ayuno es cosa buena y admirable. Entonces, convino creer en el Bautista y recibirlo y obedecerlo. Con esto, sus palabras os iban a conducir a Jesús. ¿Es el ayuno oneroso y duro? Entonces, había que obedecer a Jesús y darle fe, aunque iba por un camino contrario. Por cualquiera de los dos caminos habríais entrado en el reino. Pero los judíos, al modo de una bestia feroz, ambos caminos los tomaron a mal De modo que de parte de los dos a quienes no se dio crédito, no hay culpas sino de parte de quienes no creyeron. Puesto que nadie hay tan falto de razón que alabe o vitupere al mismo tiempo las cosas que son entre sí contrarias.
Por ejemplo: quien alaba a un hombre ligero y perezoso, no aprobará al ceñudo y bárbaro; y el que alaba al severo, no aprobará al ligero. Porque no se puede lógicamente aprobar una y otra cosa. Por este motivo dijo Cristo: Os tocamos la flauta y no bailasteis; es decir os hemos presentado una vida no austera y no nos habéis obedecido. Y luego: Os cantamos endechas y no os habéis dolido; es decir: Juan os abrazó con una vida austera y grave y tampoco le hicisteis caso. Y no dijo: Juan tomó aquel género de vida y yo este otro, porque siendo una misma la finalidad de ambos, sólo los medios eran encontrados. Por esto dice que los hechos eran los mismos. El que tomaran caminos encontrados nacía precisamente de una mayor concordia, pues todo se dirigía al mismo fin.
Entonces, oh judíos ¿qué defensa os queda en adelante? Por tal motivo Cristo añadió: Y la Sabiduría se justifica por sus obras. Como si dijera: aun cuando no hayáis obedecido, pero a mí en adelante ya no podréis acusarme. Que es lo que dijo el profeta hablando del Padre: Para que sea reconocida la justicia de sus palabras. Dios, aun cuando no hiciera más que cuidar de nosotros, cumple con todo lo que le toca, hasta el punto de no dejar a los necios y a los malvados ni una sombra de duda. Y aun cuando los ejemplos de que usa sean vulgares y nada pulidos, no te admires, pues así se adaptaba a la rudeza de los oyentes. También Ezequiel pone muchos ejemplos que son oportunos para el pueblo, aunque parezcan no dignos de Dios. Por lo demás, también esto entra en la providencia divina y es digno de ella.
Considera, por otra parte, cómo los judíos también por otros caminos eran llevados a diversas sentencias y pareceres. Habiendo ellos dicho que Juan era un endemoniado, no se detuvieron aquí, sino que también lo afirmaron de Cristo, que vivía de un modo contrario al de Juan. Hasta ese punto andaban traídos y llevados de encontrados y varios pareceres. Lucas, aparte de esa acusación, aduce otra más grave, cuando dice: Los publícanos justificaron a Dios recibiendo el bautismo de Juan. Y una vez que la Sabiduría quedó justificada; una vez que demostró que todo se había cumplido, se querella de las ciudades de Cristo y llama a sus habitantes míseros, pues no logró persuadirlos, lo cual es peor que si les pusiera terror. Usó de la enseñanza y de los milagros. Mas, como permanecieron en su misma incredulidad, finalmente los querella y dice el evangelista: Comenzó entonces a increpar a las ciudades en que había hecho muchos milagros, porque no habían hecho penitencia, diciendo: ¡Ay de ti, Corazín! ¡ay de ti, Betsaida! Y para que veas que ellos no eran tales por naturaleza, pone el nombre de las ciudades de donde habían salido cinco apóstoles. Porque de ahí eran Felipe y los dos pares de corifeos (Pedro y Andrés, Santiago y Juan).
Y dice: Porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, mucho ha que habrían hecho penitencia en saco y ceniza. Así, pues, os digo que Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras en el día del juicio. Y tú, Cafarnaúm, ¿te levantarás hasta el cielo? ¡Hasta el infierno serás precipitada! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros hechos en ti, hasta hoy subsistirán. Así, pues, os digo que el país de Sodoma será tratado con menos rigor que tú el día del juicio. No sin motivo nombra a Sodoma, sino para agrandar el peso de la acusación. Porque gran argumento de perversidad es que aparezcan peores que los malvados que antes existieron y no solamente que los que ahora viven.
Del mismo modo los condena en otra parte, comparándolos con los ninivitas y con la reina del Austro; con la diferencia de que en este último pasaje compara a los que han obrado el bien; y en aquel otro a los que han obrado el mal, lo que es todavía más grave. Ezequiel usó de este mismo modo de condenar cuando dijo de Jerusalén: Hasta el punto de hacer justas a tus hermanas con todas las abominaciones que tu has cometido. Suele en el Antiguo Testamento proceder en esta forma cuando se trata de esta materia. Y no terminó aquí su discurso, sino que aumentóles el terror diciendo que sufrirán más graves tormentos que los de Sodoma y los de Tiro. Así, de todos lados los excita, bien llamándolos míseros, bien metiéndoles miedo.
Apliquémonos a nosotros mismos esto, pues no sólo a los incrédulos, sino también a nosotros nos amenazó con el castigo mayor que a los de Sodoma, si no recibimos y hospedamos a los peregrinos que vienen a nosotros, cuando ordenó a los apóstoles que aún sacudieran el polvo de su calzado. Y con razón. Pues aquéllos, si pecaron, cayeron antes de la Ley y de la gracia; pero nosotros, que pecamos después de tantos cuidados como se nos han prodigado ¿de qué perdón seremos dignos si mostramos tan grande aborrecimiento a los huéspedes y cerramos las puertas a los necesitados y antes que las puertas, los oídos mismos? Y no sólo a los pobres sino también a los necesitados. Las cerramos a los pobres porque las cerramos a los apóstoles. Es que mientras se lee a Pablo, tú no atiendes; y cuando Juan nos predica, tú no lo oyes. Entonces ¿cuándo darás hospitalidad al pobre, pues ni siquiera al apóstol recibes?
Así pues, para que a éstos las puertas y a aquéllos los oídos queden abiertos, limpiemos de los oídos del alma todas las suciedades. Pues así como la inmundicia y la tierra tapan los oídos corporales, así los cantares de las meretrices, las narraciones profanas, las deudas, las conversaciones sobre la usura y los réditos cierran los oídos del alma, mucho más que cualesquiera inmundicias. Más aún: no solamente los cierran sino que los manchan. Los que tales cosas a referir se entregan, echan estiércol en vuestros oídos. Y lo que cierto bárbaro amenazaba a Israel diciendo: Comeréis vuestro estiércol eso hacen aquéllos con vosotros, no con palabras, sino con obras, y os obligan a soportarlo. Más aún: cosas mucho más graves. Porque los dichos cantares son con mucho más repugnantes.
Y lo peor es que ya no os molestan, sino que aún los reís y celebráis, cuando lo conveniente sería huirlos y execrarlos. Y si tales cosas no son abominables ¡vaya! ¡baja tú mismo a.la orquesta, imita eso que alabas; o mejor aún, vete con ese que semejante risa ha excitado! Por cierto que nunca te atreverías a hacerlo. Entonces ¿por qué tanto lo honras? Las leyes escritas de los griegos a tales hombres los tienen como infames ¿y tú, en cambio, juntamente con toda la ciudad, los recibes como si fueran Legados o Capitanes; y convocas a todos para que reciban el lodo en sus oídos? Si tu esclavo, oyéndolo tú, dice algo torpe, lo castigas con golpes sin número; si tu hijo, si tu mujer, si otro cualquiera así procede, lo tienes como ofensa. En cambio, si hombres despreciables y abyectos te convocan a escuchar palabras torpes, no sólo no te indignas, sino que te gozas y aun alabas.
¿Hay algo que se iguale a semejante locura? Dirás que al fin y al cabo tú no pronuncias semejantes palabras. Pero ¿hay en eso alguna ganancia? Más aún: ¿de dónde consta que no las pronuncias? Si nunca las pronunciaras, jamás te reirías al oírlas ni correrías con tanto empeño a escuchar lo que te deshonra. Porque, dime: ¿te gozas oyendo blasfemias? ¿acaso no te horrorizas y te tapas los oídos? Yo pienso que sí lo haces. ¿Por qué? Porque tú nunca blasfemas. Pues procede del mismo modo respecto de las palabras aquellas torpes. Si quieres demostrarnos claramente que no te gozas cuando hablan torpezas, no soportes el oírlas. ¿Cuándo podrás llegar a ser un hombre probo, si te alimentas de oír torpezas tales? ¿Cuándo podrás soportar los trabajos de la castidad yendo así poco a poco en descenso a causa de esas risas y cantares y palabras obscenas? Si con trabajo el alma que se conserva pura y alejada de todo eso, puede ser casta ¿cuánto menos podrá serlo la que se acostumbra a escuchar tales cosas? ¿Ignoráis que todos somos inclinados a la perversidad? Pues si a ésta la convertimos en arte y oficio ¿cómo podremos escapar del horno aquel? ¿No habéis oído lo que dice Pablo: Regocijaos en el Señor? ¡No dijo: en el demonio!
Pues ¿cuándo podrás escuchar a Pablo? ¿cuándo podrás tener conciencia de tus pecados, pues vives perpetuamente ebrio a causa de semejantes espectáculos? Que acudas a la iglesia ni es cosa grande, ni digna de admiración… Aunque sí es cosa de admiración. Porque vienes aquí perezoso y a la ligera. En cambio corres al teatro con gran anhelo y empeño. Y esto es claro por lo que luego refieres en tu hogar cuando regresas. Porque lleváis a vuestros hogares cada uno de vosotros el lodo que se os infundió mediante las palabras, los cantos, las risotadas; y no únicamente a vuestros hogares, sino a lo más interior de vuestras mentes; y ya no os apartáis de esas cosas dignas de abominación: de manera que ya no tienes odio sino amor a lo abominable.
Muchos hay que al volver de visitar los sepulcros, se purifican con el baño; pero cuando regresan del teatro, no lloran, no derraman una fuente de lágrimas. Y eso que el cadáver no es cosa inmunda, mientras que el pecado mancha en tal manera que no puede purificarse ni con mil fuentes, sino sólo con las lágrimas y la confesión. Pero ya no hay quien sienta esta mancha; y pues no tememos lo que debíamos temer, tememos lo que no debíamos. Pero ¿qué estrépito es ése? ¿qué tumulto? ¿qué clamores satánicos? ¿qué vestidos y posturas satánicas? Ahí va uno, joven, con la cabellera anudada detrás; y con su presentación misma está afeminando su naturaleza, lo mismo que con sus modales, con su vestido y con todo lo que lleva; y trata de parecerse a una doncella. Allá va otro, anciano, con la cabeza rapada a navaja, ceñidos los riñones, después de que antes de raerse la cabeza y sus cabellos, ha raído del todo su pudor; y se presenta a recibir bofetadas y preparado a decir y hacer cuanto se ofrezca. Y las mujeres, descubierta la cabeza, olvidando todo rubor, se presentan y hablan al pueblo con suma y empeñosa impudencia, infundiendo en los oyentes la más alta petulancia y la más completa lascivia. No tienen sino un anhelo: extirpar de raíz toda castidad y manchar la naturaleza humana y satisfacer la concupiscencia del perverso demonio de la carne. Porque en el teatro, las palabras obscenas, las figuras ridículas, el corte del pelo mismo, el modo de andar, el vestido, la voz, lo muelle de los miembros, lo tornátil de los ojos, las flautas, las tonadas, el drama, el argumento, en una palabra, todo está redundando en extrema lascivia.
¿Cuándo, pregunto yo, podrás volver en ti, una vez que el demonio te hace beber tan ingente copa de fornicaciones .y mezcla para ti tantas cráteras de intemperancia? Porque ahí en el teatro se ven fornicaciones, adulterios, prostitutas, hombres afeminados, jóvenes muelles, todo repleto de iniquidad y de cosas de magia y de hechicería. De manera que quienes ahí están sentados no conviene que se rían de semejante espectáculo, sino que lloren y giman. Preguntarás: entonces ¿cerramos los teatros? Por tu mandato se armará una revuelta. ¡Pero si ya todo es revuelta! ¿De dónde salen los que andan poniendo asechanzas a los matrimonios? ¿no es acaso de lo que ven en el escenario? ¿De dónde los que violan el tálamo nupcial? ¿Acaso no es de aquel teatro? ¿No es ahí en donde aprenden a ser molestos a sus esposas? ¿No es ahí donde aprenden a despreciar a sus mujeres? ¿No salen de ahí infinitos adúlteros? ¡El que todo lo revuelve es el que asiste al teatro y trae luego de ahí la recia tiranía!
Alegarás que de ningún modo es así, ya que el teatro ha sido instituido por las leyes y ordenado para el bien, Porque, añades, el rapto de las mujeres y el insultar obscenamente a los jóvenes y el deshacer los hogares, todo eso es propio de quienes conquistan las acrópolis. ¿Quién, continúas, por tales espectáculos se ha hecho fornicario? Mejor pregunta: ¿quién no? Si fuera lícito publicar nombres, podría yo deciros a cuántas esposas esos teatros han arrebatado el esposo; y a cuántos han cautivado aquellas meretrices, de los cuales a unos los arrancaron del lecho conyugal y a otros los hicieron que no pudieran tomar esposa. Pero insistes: ¿de modo que echaremos abajo todas las leyes? Respondo que al revés: derribados los teatros, habremos acabado con las transgresiones legales. Porque del teatro salen los que hunden las ciudades; del teatro salen las sediciones y las revueltas. Quienes se alimentan de semejantes espectáculos y venden su voz a causa de la necesidad del estómago, y que no tienen otro oficio ni ocupación que andar gritando y ejecutar cualquier cosa por absurda que sea, ésos son sobre todo los que conmueven a los pueblos y promueven en las ciudades los tumultos. Una juventud ociosa, en semejantes espectáculos educada, se torna más cruel que cualquier bestia salvaje.
¿De dónde, pregúntate, salen los charlatanes adivinos? ¿No salen de ahí a provocar sin motivo a la plebe desocupada y logran que los bailarines saquen beneficios de semejantes tumultos y que las meretrices sirvan de obstáculo a las mujeres honradas? Porque llegan a tales géneros de maleficios que no dudan en profanar los huesos de los muertos. ¿No proviene esto de que para esos coros diabólicos se ven obligados a gastos sin cuento?
¿De dónde nacen la lascivia y males sin número? ¿Observas cómo eres tú quien disturba la vida y relaciones humanas cuando a tales cosas a otros arrastras? Por mi parte, creo que semejantes prácticas deben abolirse.
Dirás: entonces ¡cerremos la orquesta! ¡Ojalá fuera eso posible! Más aún: si queréis, cuanto es de mi parte ya está cerrada y destruida. Pero no es eso lo que yo aconsejo. Quedando ella en pie, dejadla vacía: ¡cosa de mayor alabanza que destruirla! Si a nosotros no hacéis caso, a lo menos imitad a los bárbaros, que no tienen tales espectáculos vergonzosos. Pero ¿qué excusa tendremos en adelante nosotros, los ciudadanos del cielo, los inscritos en el coro de los querubines, los consortes de los ángeles, si somos en esto peores que los bárbaros, cuando está en nuestra mano inventar otros mil géneros de placeres, mayores que ésos?
Si anhelas recrearte, anda a los jardines, al río que al lado se desliza, a los estanques. Contempla los huertos, escucha las cigarras que cantan, paséate por entre los sepulcros de los mártires, en donde se encuentra la salud de los cuerpos y la utilidad de las almas, sin daño alguno y sin remordimientos después, como después de aquellos espectáculos. Tienes esposa, tienes hijos. ¿Qué deleite hay que a ése se iguale? Tienes hogar, tienes amigos : esto alegra y juntamente con la templanza, produce ganancias grandes. ¿Qué hay, te pregunto, más suave que los hijos? ¿qué más dulce que la esposa para quienes son continentes? Corre entre la gente un dicho que aunque es de bárbaros pero está henchido de filosofía. Como ellos oyeran contar acerca de esos teatros perversos y de su infame deleite, comentaban: Los romanos, como si no tuvieran hijos ni esposas, inventaron esos placeres, con los que manifiestan que nada hay más dulce que los hijos y las esposas, si se quiere vivir honestamente.
¡Bueno!, dirás. Pero, ¿si yo demuestro que ningún daño se sigue de presentarse con frecuencia en el teatro? Respondo que ya esto mismo es un gravísimo daño: el perder el tiempo y escandalizar a otros sin causa ni motivo. Aun cuando tú no sufras daño, haces que el otro se aficione a tales espectáculos. Sin embargo, ¿cómo dices que no recibes daño, cuando das ocasión para esos espectáculos? Porque el charlatán adivino, el joven corrompido, la fornicaria, todos esos coros diabólicos, te hacen causante de los dichos espectáculos. Así como si no hubiera espectadores no habría quienes dieran el espectáculo, así, porque hay espectadores, comparten éstos la responsabilidad del fuego que desde ahí se reparte. De modo que aún cuando nada padezca con ello tu castidad -¡cosa que es imposible!- pagarás el grave castigo de los otros, ya sean espectadores ya actores.
Por lo que mira a la castidad, más habrías ganado con no asistir. Si ahora eres casto, más lo serías si no hubieras asistido. No discutamos, pues, inútilmente, ni busquemos vanas excusas. No hay sino una excusa, una defensa: huir de ese horno babilónico, vivir lejos de esa meretriz egipcia, aunque sea necesario abandonarle el manto. Así gozaremos de gran placer porque nuestra conciencia no nos acusará y llevaremos una vida casta y conseguiremos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al que sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Juan Pablo II
Homilía, n. 1, en la Parroqiua de Santa Rosa de Viterbo, Roma, el 06-12-1998
1. «Preparad el camino del Señor» (Mt 3,3). Estas palabras, tomadas del libro del profeta Isaías (cf. Is Is 40,3), las pronunció san Juan Bautista, a quien Jesús mismo definió en una ocasión el más grande entre los nacidos de mujer (cf. Mt Mt 11,11). El evangelista san Mateo lo presenta como el Precursor, es decir, el que recibió la misión de «preparar el camino» al Mesías.
Su apremiante exhortación a la penitencia y a la conversión sigue resonando en el mundo e impulsa a los creyentes, que peregrinan hacia el jubileo del año 2000, a acoger dignamente al Señor que viene. Acaba de comenzar el tercer año de preparación inmediata para el acontecimiento jubilar, y nuestro camino espiritual debe hacerse más ágil.
Amadísimos hermanos y hermanas, preparémonos para el encuentro con Cristo. Preparémosle el camino en nuestro corazón y en nuestras comunidades. La figura del Bautista, que viste con pobreza y se alimenta con langostas y miel silvestre, constituye un fuerte llamamiento a la vigilancia y a la espera del Salvador.
Audiencia general, nn. 2-3, 04-09-1991
Reino de Dios, reino de Cristo
2. Nuestro Señor Jesucristo, hablando de su precursor Juan el Bautista, nos da a conocer la diferencia de nivel y de calidad entre el tiempo de la preparación y el del cumplimiento ?entre la Antigua y la Nueva Alianza?, cuando nos dice: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista: sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él» (Mt 11,11). Ciertamente, desde las orillas del Jordán (y desde la cárcel) Juan contribuyó más que ningún otro, incluso más que los antiguos profetas (cf. Lc 7,26-27), a la preparación inmediata del camino del Mesías. No obstante, permanece de algún modo en el umbral del nuevo reino, que entró en el mundo con la venida de Cristo y que empezó a manifestarse con su ministerio mesiánico. Sólo por medio de Cristo los hombres llegan a ser «hijos del reino», a saber, del reino nuevo, muy superior a aquel del que los judíos contemporáneos se consideraban los herederos naturales (cf. Mt 8,12).
3. El nuevo reino tiene un carácter eminentemente espiritual. Para entrar en él, es necesario convertirse, creer en el Evangelio y liberarse de las potencias del espíritu de las tinieblas, sometiéndose al poder del Espíritu de Dios que Cristo trae a los hombres. Como dice Jesús: «Si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Mt 12,28 cf. Lc 11,20).
La naturaleza espiritual y trascendente de este reino se manifiesta así mismo en otra expresión equivalente que encontramos en los textos evangélicos: «reino de los cielos». Es una imagen estupenda que deja entrever el origen y el fin del reino ?los «cielos»?, así como la misma dignidad divino-humana de aquel en el que el reino de Dios se concreta históricamente con la Encarnación: Cristo.
San Ireneo, Tratado contra las herejías Lib. 4 , ch.37
¿Por qué el ser humano fue creado libre?
37,6. Algunos enseñan lo contrario. Suponen a un Señor que no puede llevar a cabo lo que quiere, o bien que ignora la naturaleza de los seres hechos de tierra, incapaces de recibir la incorrupción.
Pero, dicen, hubiera sido necesario que no hiciese libres ni siquiera a los ángeles, para que no pudieran desobedecer; ni a los seres humanos que al momento fueron ingratos contra El, por el mismo hecho de haber sido dotados de razón, capaces de examinar y juzgar; y no son como los animales irracionales, que nada pueden hacer por propia voluntad, sino que se ven arrastrados a lo bueno por la fuerza de la necesidad: en ellos se da sólo un instinto, un modo de proceder, no pueden desviarse ni juzgar, ni pueden hacer otra cosa fuera de aquélla para la que fueron hechos.
Mas si así fuera, (los seres humanos) ni se gozarían con el bien, ni valorarían su comunión con Dios, ni desearían hacer el bien con todas sus fuerzas, pues todo les sucedería sin su impulso, empeño y deseo propios, sino por puro mecanismo impuesto desde afuera. De este modo el bien no tendría ninguna importancia, pues todo se haría por naturaleza más que por voluntad, de modo que harían el bien de modo automático, no por propia decisión; y por la misma razón, ni podrían entender cuán hermoso es el bien, ni podrían gozarlo. Porque, en efecto, ¿cómo se puede gozar de un bien que no se conoce? ¿Y qué gloria se seguiría de algo que no se ha buscado? ¿Qué corona se les daría a quienes no la hubieran conseguido, como quienes la conquistan luchando?
37,7. Por eso el Señor dice que el reino de los cielos es de los violentos: «Los violentos lo arrebatan» (Mt 11,12), quiere decir aquellos que se esfuerzan, luchan y continuamente están alerta: éstos lo arrebatan. Por eso el Apóstol Pablo escribió a los corintios: «¿No sabéis que en el estadio son muchos los que corren, pero sólo uno recibe el premio? Corred de modo que lo alcancéis. Todo aquel que compite se priva de todo, y eso para recibir una corona corruptible, en cambio (1104) nosotros por una incorruptible. Yo corro de esta manera, y no al acaso; yo no lucho como quien apunta al aire; sino que mortifico mi cuerpo y lo someto al servicio, no vaya a suceder que, predicando a otros, yo mismo me condene» (1Co 9,24-27). Siendo un buen atleta, nos exhorta a competir por la corona de la incorrupción; y a que valoremos esa corona que adquirimos con la lucha, sin que nos caiga desde afuera. Cuanto más luchamos por algo, nos parece tanto más valioso; y cuanto más valioso, más lo amamos. Pues no amamos de igual manera lo que nos viene de modo automático, que aquello que hemos construido con mucho esfuerzo. Y como lo más valioso que podía sucedernos es amar a Dios, por eso el Señor enseñó y el Apóstol transmitió que debemos conseguirlo luchando por ello. De otro modo nuestro bien sería irracional, pues no lo habríamos ganado con ejercicio. La vista no sería para nosotros un bien tan deseable, si no conociésemos el mal de la ceguera; la salud se nos hace más valiosa cuando experimentamos la enfermedad; así también la luz comparándola con las tinieblas, y la vida con la muerte. De igual modo el Reino de los cielos es más valioso para quienes conocen el de la tierra; y cuanto más valioso, tanto más lo amamos; y cuanto más lo amamos, tanto más gloria tendremos ante Dios.
Por este motivo Dios ha permitido todas estas cosas a fin de que nos eduquen y nos hagan sabios, para que en el futuro seamos cautelosos y perseveremos en su amor (Jn 15,9-10) amando a Dios como seres racionales, admirando la generosidad que Dios ha mostrado ante la apostasía de los seres humanos a fin de educarlos por esa experiencia, como dice el profeta: «Tu alejamiento te enseñará» (Jr 2,19). Dios dispuso de antemano todas las cosas para el provecho del ser humano y para mostrar de modo eficaz su Economía, a fin de que se manifieste la bondad, se cumpla la justicia, la Iglesia «reproduzca la imagen de su Hijo» (Rm 8,29), y quizás algún día el ser humano madure a través de todas estas experiencias, para que madurando se haga capaz de ver y comprender a Dios.
[*] www.deiverbum.org
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